Una mujercita envió un texto a mi correo
personal. Era un cuento. ¿Sobre qué? Quién sabe, ni lo leí. En el correo pedía que le echara un ojo y le diera mi opinión. Antes estaba acostumbrado
este tipo de cosas, pero hace mucho que no me pasaba. Le respondí que el cuento
estaba muy bien, pero podríamos discutirlo mucho mejor con unas cervezas
encima. Y que estaría dispuesto a leer más textos suyos si los llevaba impresos
el sábado a las ocho de la noche a Tres Gallos. Respondió que sí, que sería un
honor y todo eso. Me toqué los huevos y sonreí. Pensé: Dios, por favor, que al
menos esté buena.
Llegó muy puntual. No estaba mal. Pensé: bah,
después de dos o tres cervezas no me importará hacérselo en el callejón.
Me saludó con
entusiasmo. Me llamó maestro. Se sentó a mi mesa y puso un montón de hojas
impresas. Pensé: joder, no era en serio. Suspiré y dije: bueno, vaya, vaya. Si que has trabajado duro, eh.
Okey. Bueno, mira, hagamos una cosa: bebamos. Ya habrá tiempo de leer todo esto.
Pedimos un par de caguamas. Brindamos. Y se soltó.
Oh, sí. Lo había olvidado: hay que escucharlas. Oírlas, quiero decir. Sacudí la
cabeza y pensé: vamos, vamos, es solo una hora, no creo que dure más; se
emborrachará antes de que lo notes y podrás manosearla en el callejón. Es tuya.
Cree que eres un buen escritor. Estará dispuesta.
Mientras ella hablaba yo asentía con la cabeza. Me
acercaba para escuchar mejor. Sonreía o torcía la boca cuando había que
hacerlo. Pero no me hagan repetir una sola palabra de lo que dijo porque no
recuerdo nada. Abría los ojos cuando ella los abría. Negaba con la cabeza
cuando ella negaba con la cabeza. Sí, bueno, me puse en piloto automático. Y en
algún momento le dije, oye, ven, acompáñame al callejón. Quiero fumar un
cigarro. Me levanté y la tomé de la mano para levantarla a
ella. La jalé hasta el callejón. Se dejaba hacer, eh. La aventé por ahí y saqué
un cigarro. Lo encendí. Le eché todo el humo en la cara. Le dije: ¿Tú fumas? Abanicando
mi humo con la mano, respondió: no. Di otra calada. da igual, dije.
La miré a los ojos. Me acerqué muy despacio. La
miré a los ojos y le dije, mentalmente: te
voy a coger. Te voy a coger, perra. Te voy a dar la cogida de tu puta vida. Bueno, era mi técnica. Mirar y transmitir mis
deseos sexuales. Me acerqué a ella. No se quitó. Probé besarla, pero me
arrepentí, así que solo pasé mis labios muy cerca de los suyos. Al final le
susurré al oído: me gustas mucho. Mientras pensaba: da igual, sólo te cogeré y te botaré como a un
zapato. ¡Pero, oigan,
les estoy compartiendo mis pensamiento más oscuros! ¡No me juzguen! Uno es
libre de pensar lo que quiera, ¿no? A fin de cuentas no la violé ni nada. Solo
me acerqué a ella y le susurré dulcemente (de verdad, dulcemente) me gustas mucho. No la toqué. No le puse un dedo encima, caray.
Tomen nota de eso porque es importante.
Me aventó y se echó a correr.
Regresé a mi mesa. Ahí estaban las caguamas. Eran
las segundas, creo. La segunda ronda. Y sus manuscritos. Y su suéter, ja. Tomé
el suéter y lo olí. Yo no sé que encuentran los fetichistas en oler prendas.
Olía a metro, chinga. A sudor, no sé. Nada especial. Nada sensual. Y algunos se
huelen calzones. Que falta de buen gusto, ¿no?
Me estuve ahí hasta que Sergio me anunció que
cerraría. Pagué la cuenta y me fui. Antes de salir Sergio me gritó que había
unas hojas y un suéter en la mesa. Le grité que los tirara o lo que sea.
2
Al día siguiente, claro, era domingo. Los domingo
son el único día que abro Facebook. Así que abrí mi Facebook para ver qué
mierda se escurría por ahí hoy: ya me había cansado del cáncer de mama, de los
perritos despanzurrados, del calentamiento global, de la matanza de bovinos
para la producción de carne (¿por qué tiene que poner el video de cómo matan al
ganado?) y de las personas desaparecidas.
Ya saben lo qué pasó, ¿no? Esta mujercita, la que
me envió el cuento, publicó en Facebook que yo traté de violarla. Me tapizó el
perfil con insultos y etiquetó a un montón de gente, Dios. Todos me dejaron
comentarios ofensivos.
Al principió no me importó, pero luego… No debí
hacerlo, lo sé: leí algunos comentarios al azar. Eran muy personales y
ofensivos. No los repetiré aquí para que se burlen aún más, eh. No pude
resistir la tentación de contestar alguno. Ya antes había recibido insultos en
mi correo personal y en Facebook. Incluso en la calle. Por escribir textos machistas
y cosas así. Se puede decir que estaba acostumbrado. Y como experto les digo:
lo mejor es ignorar. El fuego de sus encolerizadas almas se extingue con el
tiempo. Sin embargo, no sé… contesté uno. Y ese uno me respondió. Y otro más,
junto con ese. Y contesté a ese otro, y otro me contestó, junto con otros tres
pinches locos que hasta amenazaron con enjuiciarme legalmente y no sé qué. Ya
de puro coraje les reté a hacer cualquier cosa. Y otros diez o veinte le
siguieron el jueguito. De esos veinte contesté tres o cuatro. Interminable.
No sé cómo llegó
un grupo de feministas. Pasé más de cinco horas, sin exagerar, contestando
mensajes. Privados y públicos. La muy lista publicó mi correo y mi teléfono.
Hasta me llamaron al celular. No contesté, por supuesto. Sabía que eran ellos.
La cosa no paró ahí. Se pasan, caray. ¡Hicieron un
video en YouTube! Unas pinches viejas locas se grabaron insultándome y
solicitando a las autoridades mi arresto. Pero no tenían pruebas ni nada, así
que me reí de ellas y les dejé un comentario en el video; les puse algo de que
si seguían chingando me las iba a coger a todas, o algo así; lo primero que se
me ocurrió. Entonces organizaron una marcha. Marcharían por los alrededores de
mi casa, de Tres Gallos, del bar de Sanborns y de todos los lugares donde era
bien sabido que yo me emborrachaba.
3
No sé si marcharon o no. A esas alturas, ya no me
importaba nada. Cerré mi cuenta de Facebook, cambié mi número celular y me
dije: la próxima vez la violas, total.
¿Y saben qué? No me lo van a creer. Pero a partir
de eso comencé a recibir otro tipo de correos. De mujercitas que me defendían.
Que escribían lo injusto del caso, ya que, según ellas mismas juraban: yo sería
incapaz de violar a alguien. No sé por qué creían eso, pero lo aseguraban. ¡Me
compadecían! ¡Mujeres me compadecían! Yo ni las conocía ni sabía cómo se habían
enterado de todo. Pero me cité con muchas de ellas, jajajaja, y me acosté con
ellas gratis y de buena gana. Además que mis únicos dos libracos publicados
comenzaron a venderse más. Y hombres me buscaron por Facebook para invitarme el trago y contarme que a ellos les había ocurrido algo muy parecido.
¡Muchas gracias, chica lista!
¡ Ah, y la acusé con Facebook por acosarme y le bloquearon la cuenta, jajaja!
Ingenioso, Martín, siempre sorprende,pues impredecible.
ResponderEliminarEstupendo narrador, Martin Petrozza; a quien divierta la lectura, le gustará, pese la crudeza del género literario, en el cual se enmarca, el realismo sucio. Pero nadie se equivoque, cuando Petrozza escribe en estilo formal, también sabe hacerlo a perfección. ¡Admiro a ese estimado amigo mex!
ResponderEliminarqué clase de depravado es ese que cuando una persona le pide ayuda y " toqué los huevos y sonreí" jajajajaj
ResponderEliminarEres nuestro héroe....
ResponderEliminarY era un tal Juan Carlos.
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