bueno, mi ex mujer se va a cagar, pero ya tengo que soltarlo. ah, no, es
verdad: mi ex mujer no le mis textos. dejó de hacerlo hace mucho, cuando
descubrió que yo realmente era martin petrozza y ella no tenía nada que hacer
con un pinche petrozza cualquiera, no? hace bien mi ex mujer. leer los textos
de petrozza es perder el tiempo.
saben qué me gustó de alejandra? que era una mujer
inteligente. jamás leyó uno solo de mis textos, ni un renglón. es más, ni
siquiera se enteró de que yo escribía. un verdadero acierto de su parte. mejor
así. que haya conocido solo mi parte más superficial.
por supuesto, la conocí en un bar. dónde si no? la
vi y pensé: dios, si me la echas al plato prometo dejar a mi mujer y rehacer mi
vida; hacer arder un cordero en tu honor. hasta podría asesinar al hijo que aún
no tengo si haces que salga del vientre de esa chica. y bueno… dios y yo
siempre hemos sido amigos, eh. apenas me acerqué a ella, me sonrió. le devolví
la sonrisa y la tomé de la mano. así, sin más. les guste o no. la jalé despacio,
le dije: oye, vámonos de aquí, hay mucho
ruido y mucho humo. asintió con la cabeza.
afuera reímos. no supimos de
qué. o quizá sí. dejamos a los amigos de alejandra y a los míos. mi
departamento estaba a cuatro cuadras del bar. mi mujer había salid de viaje. alejandra
llevaba un vestido negro muy ajustado. hicimos el recorrido a pie. soltamos risitas y nos dimos abrazos y manoseadas de vez en cuando. me gusta, me gusta, pensé mientras dejé que se adelantara unos
pasos para mirarle el culo. abrí el zaguán y le indiqué las escaleras, el piso,
el número de departamento. yo iba detrás, olisqueándole los muslos y las
nalgas.
entramos. no llegamos al cuarto.
no, definitivamente no. apenas vio el sillón de la sala, se echó en él y me
jaló a ella para que la montara. ella misma se subió el vestido; yo le bajé los
calzones. ella me sacó la pinga, yo la guié para metérsela.
cuando acabamos bufé. le dije, amor, cásate conmigo. ella rió, me sobó
la cabeza, contestó: desde que te vi en el
bar supe que pasaría. era un mujer muy inteligente. quiero decir, al menos
no me hizo preguntas estúpidas. cómo te
llamas? / dónde vives? / es tuyo el departamento? / con quién vives? / a qué te
dedicas? la miré a los ojos, unos ojos negros muy penetrantes, y le
pregunté (porque yo sí soy un imbécil): cómo
te llamas? antes de que contestara sonó el timbre. generalmente lo
ignoro, pero sabía que esta vez sí me buscaban en serio. como pude me subí los
pantalones y corrí a la azotea del edificio, desde donde suelo espiar a quién
toca. sí, eran ellos: mis amigos y los de alejandra. bajé al departamento. alejandra
seguía con el vestido arriba y los calzones abajo. recostada de lado. son ellos. sería mejor que te cubrieras, no?
Alejandra hizo un gesto de indiferencia. es
que nunca han visto a una mujer con los calzones abajo? alcé los hombros y
bajé a abrir. Dios santísimo, está mujer era mi clase de mujer, era una petrozza
cualquiera. cuando subimos todos, alejandra no estaba. salió del baño poco
después. cuando ya estaban todos instalados en las sillas y el sofá y las
cervezas en la mesa. la luz prendida. los ceniceros con ceniza. las ventanas
abiertas. perturbaron lo más hermoso que me había pasado nunca. sentí
odio por ellos. una de las amigas de alejandra, exclamó, al ver a alejandra
salir del baño: güey, qué pedo!!!???
entre esa y otra amiga la llevaron
aparte y la riñeron por haberse ido así conmigo. mis amigos me llevaron a mí
aparte y me pidieron que les contara todo. estaban excitados. aunque se
quejaron de que por mi culpa tuvieron que traer a esas viejas con ellos. las amigas
de alejandra no eran guapas. cogieron cervezas y encendieron cigarrillos y me lo
contaron todo: ellas les obligaron a ir en busca de su amiga, de mí, de
nosotros. mis amigos no querían salir del bar. eso también les molestó. pero
las chicas se ofrecieron a comprar cerveza si las llevaban a mi casa en busca
de su amiga. mis amigos no pudieron negarse a esa oferta. el problema de las
amigas de alejandra, además de que no eran guapas, era que se pusieron en un
plan muy maternal. nos le pareció moral mi actitud. sí, la mía. dijeron que
yo era un pervertidor de chicas. eran unas pendejas, definitivamente. una de
ellas era gorda. eso podía explicarlo todo. y la otra, bueno, quizá se dejaba
contagiar de la mierda de la gorda, de la envidia de la gorda. las escuchamos
gritarle a alejandra tú no has superado
lo de héctor, no hagas pendejadas!!!; eso que hiciste está muy mal, ale!!! mis
amigos movieron la cabeza negativamente. era insoportable ver a mujeres aplacar
a una mujer.
de la nada salieron las arpías
esas. se llevaban a alejandra. la sacaron a arrastras. antes de salir alejandra
me guiñó el ojo y las brujas me gritaron algo, pero no entendí qué.
mis amigos y yo nos pusimos a
beber. les conté todo, con lujo de detalle. ellos fueron los que me dijeron que
la chica se llamaba alejandra, que tenía diecinueve años y que recién había
cortado con un novio suyo, un tal héctor. todo eso les contaron las amigas de
alejandra. según ellas la ruptura le había afectado. los síntomas: se volvió puta, pues. y ellas, tan nobles, trataban de salvarla cada noche de bar.
mis amigos se fueron al
amanecer. pocas horas después llegó mi mujer. me encontró en cama, crudo, como
siempre. se quejó, como siempre. pero esta vez había tenido un encuentro sexual
con una niña de diecinueve años, preciosa, y no me importó. la dejé hablar y
gritar todo lo que quiso.
luego me fui al baño a pensar
en alejandra
Pinches arpías, yo también las odié.
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