A la edad de once años nuestro amigo Gutiérrez era un pequeño maniaco sexual. Siempre buscando la forma de ver mujeres encueradas, de obtener
información secreta sobre los misterios del sexo.
una vez llevó a clase una revista pornográfica. Nos la enseñó a la salida en el patio de maestros. Nunca había maestros en el patio de maestros. Todos habían visto una revista pornográfica antes excepto yo. No me evidencié. dije que estaba muy bien y me fui a casa con la mente retorcida y escandalizada. Principalmente por el tamaño de los penes de los hombres. Yo no llegaba a esas proporciones ni estirándomela.
una vez llevó a clase una revista pornográfica. Nos la enseñó a la salida en el patio de maestros. Nunca había maestros en el patio de maestros. Todos habían visto una revista pornográfica antes excepto yo. No me evidencié. dije que estaba muy bien y me fui a casa con la mente retorcida y escandalizada. Principalmente por el tamaño de los penes de los hombres. Yo no llegaba a esas proporciones ni estirándomela.
No
dejó de llevar revistas de esas en adelante. Todo su mundo giraba en torno a la
pornografía. Se miraba las revistas, coleccionaba tarjetas, tenía uno o dos
VHS, hablaba de ello todo el día y miraba a las chicas de un modo muy morboso.
Le apodaron el Porno. Ni se molestó. Tenía granos en la cara. Juraba haberse
masturbado tantas veces una vez que le sangró el frenillo del pene. Era un
chico despreciable. Más de una ocasión llegó a masturbarse en clase y a echar
su semen en una hoja de cuaderno y hacerla bolita y aventarla a un grupo de
chicas que se ponían a gritar pero nunca lo denunciaban. Los chicos lo
admirábamos al mismo tiempo que lo repudiábamos. Si querías ver pornografía a
él debías acercarte, pero debías soportar todo su rollo maníaco y enfermo. Se rumoreaba que sus revistas estaban llenas de semen seco.
Los
padres del Prono sabían la clase de hijo que tenían. Él mismo nos contó que sus
padres le habían recogido muchas revistas a lo largo del tiempo. Lo regañaban,
pero siempre se las arreglaba para conseguir más revistas y ver más mujeres.
Había visto mucha carne impresa en papel, pero nada en la vida real. No le
importaba. Era feliz siendo el rey de la pornografía.
Un
día nos invitó a su casa, a su fiesta de cumpleaños. Doce años. No fuimos
muchos. Solo los que tuvimos el valor de ir. Gutiérrez no era muy popular. Era
popular por sus cochinadas, pero nadie deseaba realmente ser amigo suyo. Yo
fui. Y la fiesta estuvo bien. Hubo empanadas y refrescos y vasos de Michael
Jackson. Sus padres se comportaron como los padres de cualquier otro niño.
Incluso la casa de Gutiérrez era como la de cualquier otro niño. Comimos todas
las empanadas y los refrescos en el patio de la casa y su madre puso discos de
Michael Jackson mientras comíamos y reíamos y nos burlábamos del profesorado y
del alumnado del colegio. El Porno siempre sacaba a tema a una u otra chica y
decía todo lo que le gustaría hacerle si pudiera. Incluso hablaba de ese modo
de las maestras y hasta de las madres de algunos compañeros. Todos reían de sus
ocurrencias. Yo también reía, pero había algo dentro de mí que no empataba.
Reía por encajar. Pero temía que el Porno hablase así de mi madre a mis
espaldas, o me dolía que hablara así de la madre de un amigo mío. Por cierto,
su madre era una mujer muy fea.
En
algún momento Gutiérrez nos sugirió ir a su habitación a jugar Nintendo. Todos
nos entusiasmamos. Subimos a su habitación y dejamos todos los platos sucios y
los vasos y las empanadas medio mordidas y su madre le gritó que qué haríamos y
Gutiérrez le contestó gritando que jugar Nintendo y su madre suspiró y se puso
a recoger nuestro reguero.
Pero
el Nintendo no servía. Así que sacó de debajo del colchón unas tres o cuatro
revistas y nos dio una a cada uno y dijo vamos a masturbarnos en grupo y
todos le gritaron que estaba loco, pero el Porno se sentó en el suelo, se sacó
la verga y se puso a masturbarse. Todos reímos. Nadie tomó las revistas. Todos
nos quedamos mirando cómo se masturbaba. Él tampoco miraba la revista. Nos
miraba a nosotros y a veces cerraba los ojos, los apretaba bien duro, y a veces
los abría y volvía a mirarnos a nosotros, su público. Tenía unos huevos bien
peludos ya a esa edad. Y de repente se vino. Un chisguete de semen saltó por los aires y casi
le cae en el cuerpo a Martínez. Todos rieron. hasta yo reí. Estaba muy
nervioso. El porno dijo ahora uno de ustedes, vamos a ver quien llega
más lejos su tiro. Adrián se entusiasmó. No lo pensó dos veces. Se sacó el
pene y se sentó justo donde se había sentado Gutiérrez y comenzó a masturbarse
muy duro. El porno tomó una revista y la hojeó delante de Adrián para
excitarlo. Adrián cerraba los ojos y a veces los abría y miraba la revista que
el Porno le ponía casi en la cara mientras pasaba las hojas una a una. También
abría la boca como un retardado. Y de repente se vino. Caray, fue un salto muy
alto pero no llegó más lejos que el de su antecesor. Mal cálculo de la
trayectoria del proyectil. Apuntó muy arriba. Enseguida pasó María José. Ya
tenía el pito parado para cuando se lo sacó. El Porno le puso otra revista
enfrente y pasó las hojas, pero María José le dijo quítate, güey, no
necesito eso... y se jaló muy duro y muy rápido y antes de eyacular gritó esta
va por tu mamá, Martínez... y todos se carcajearon, nos carcajeamos, y el
tiro de María José llegó aún más lejos que el del Porno y todos aplaudimos y
chiflamos. Pero Martínez le mentó la madre a María José y se hizo un alboroto
de gritos y albures y reclamos. La Señora Gutiérrez tocó la puerta de la
habitación. ¿Están bien, chicos? El susto nos quitó las risas. El porno
cogió todas las revistas y las guardó debajo de una montaña de ropa sucia.
Luego le gritó a su madre que sí, que todo estaba bien. Nosotros le hicimos
coro sí, señora, todo bien, gracias...
Pasaron
Benítez y Guzmán. Ninguno superó el récord de María José. Ahora solo faltaba
yo. Estaba muy apenado. No era de esos que pueden mostrar sus genitales como si
nada. Había evitado las duchas del gimnasio desde que tenía memoria. Pero ya
habían pasado todos y yo los había visto y había reído con ellos. No podía
echarme para atrás.
José
María notó mi vergüenza y exclamó órale, Luis, ¿vas a pasar o qué? y el
Porno la ha de tener chiquita... Todos se carcajearon. Hasta ahora, no
voy a mentir, había observado el tamaño de mis compañeros y lo había comparado
con el mío. Me bajé los pantalones y asomó mi pequeño ratoncito. Tímido y
ensimismado. Recogido en su vergüenza, apenas pasaba de los cinco centímetros.
Eso bastó para que María José gritara que sí, que sí lo tenía chiquito. Las
risas fueron imparables. Yo moría de pena. Intenté, mientras ellos se
revolcaban, literalmente, de risa, menearme el pito y levantarlo, porque estaba
seguro de que una vez parado era igual al de ellos, e incluso más grande que el
de Adrían. Pero las burlas me cohibieron y no pude levantarme como un hombre.
Lo que generó más burlas. No se le para!!!, exclamó Martínez.
El
estropicio hizo que la señora Gutiérrez volviera a preguntarse si estábamos
bien. Esta vez irrumpió en la habitación sin avisar. Me encontró de rodillas,
con los pantalones y los calzones abajo, mostrando mi cosita, y a todos ellos
muertos de risa, tirados en el suelo, cogiéndose los estómagos. Ella también
rió. Se sonrojó. Cuando pudo, dijo ¿pero qué haces, Luisito? No supe qué
decir. Me cubrí tan rápido como puede y salí de la habitación corriendo. Me
metí al baño y lloré.
La
señora Gutiérrez llamó a mi madre por teléfono y mis padres vinieron a recogerme
en nuestro coche. La señora Gutiérrez no dijo nada sobre el incidente. Durante el tiempo que
tardaron mis padres en venir, ninguno de mis amigos bajó a ver qué me pasaba. Esperé
en la sala, sentado en el sillón más grande, comiendo una empanada de atún. Pude
escucharlos reír allá arriba, en el cuarto de Gutiérrez. Seguro lo hacían de
mí. Mis padres me llevaron a casa. Les mentí que me dolió el estómago y por eso
quería irme antes de la fiesta.
Luego,
el lunes, al llegar al colegio, lo primero que hicieron mis amigos fue
recibirme con burlas. Desde entonces no dejaron de burlarse de mí. Me apodaron
el chiquilín. Y yo maldije la hora en que acepté ir a la fiesta de
Gutiérrez.