¡Ay, Laura,
Laurita, Laurix Bombiux, chiquita, tiernita, niñita de casa! Ella no tenía la
culpa de que yo fuera un majadero y un desgraciado, ¿no? Un coquero medio gay y
medio pasado que lo único que deseaba era sentirse un poquito no tan coquero ni tan gay ni tan pasado. Ah, y ni tan calvo. Pero qué le voy a hacer… cuando me da la
cruda moral, me da bien fuerte. La enamoré y todo, ja. También es un poco culpa
suya, ¿no?, ¿quién le manda ser tan pendeja?
Bueno, compré mi droga con Alejandro,
mi diler de cabecera. Pensé que no lo lograría; no me contestaba el muy
chucho, pero al final pude hacerme de mis cositas y olvidarme del mundo. A lo
mejor eso es lo que realmente quiero, olvidarme del mundo, salirme, dejarlo,
morirme, que me maten, que ya no tenga que ser yo. Bah, eso es el cuento de todos
los drogadictos, no el mío. A mí me gusta estar volado y ya, eso es todo. Y
cuando me caigo, me voy con Laurita y se me pasa. ¿No les dije ya que soy un
desgraciado? Quedé de llamar a Laurix, pero con los primos que me armé, se me
olvidó. Y ahí tienen a la pobre de esa mujercita, llamando desesperadamente a
ver si no me sentía mal de la gripe esa que le inventé la vez pasada, la vez
que hasta me llevó al Star Médica. Ay, mi angelito de la guarda. Todas las
mañanas te rezo, pero por las noches, le rezo al diablo. Ay, sí, yo, muy malo,
¿no?
Escuché que tocaban la puerta, casi la
azotaban. Era Laura. Conocía el edificio donde vivía, pero no el departamento.
¿Departamento? Bueno, el cuarto de azotea donde vivía. Debió preguntar a los
vecinos. Me encontró en calzones, apestando a mota. De todo eso tengo recuerdos
vagos. Recuerdo risas mías, muecas y quejas de ella, decepción, llanto,
histeria, enojo, portazo. Esa fue la primera vez que me vio drogado.
Al día siguiente no la busqué, pero el fin
de semana le mandé caritas llorando por Facebook. No las contestó de inmediato.
Le mandé más caritas llorando y caritas tristes y caritas con los ojitos en
tache, de muerto, pues. Y un gatito que me salió ahí en el chat de celular de
Facebook, todo desparramado. Ahí ya contestó. Era Laura, Laurita, Laurix
Bombiux, no iba a resistir un gatito despanzurrado, no. Chateamos un rato y
acabó por perdonarme. Como estaba abajo, le juré que no lo volvería a hacer,
que lo había hecho por primera y única vez, solo para probar qué se sentía. Ja,
me lo creyó. ¿A mí? ¿Con esta calvicie y esta cara y esta delgadez? Quedamos para comer en Don Keso.
¿Ya les dije que Laura era muy bonita?
Llegó vestida con pantalón de mezclilla, blusa blanca y… sandalias. No puedo
resistirme a las sandalias. Soy un fetichista de los pies. Casi me hinco ante
ella y le beso los pies y le doy gracias a Dios por haberme puesto a Laura en
el camino y juro que no volveré a drogarme nunca. Pero venía con Pancita, el
perro ese, el pug horrible y eso me desanimó. No se lo dije. En cuanto la vi
venir con esa cosa, la saludé efusivamente, alcé al perrito y lo acaricié y
besé y exclamé, ay, qué lindo perrito,
que bonito pechocho, qué loco, qué hermoso. Y Laurita rió y sobó la cabeza
del perro que tenía yo en brazos y dijo ay,
sí, sí, ¿verdad que es un precioso? Y yo sí sí, es un adorable, bla bla bla, y pensando: hazlo por el perdón de Laura, humíllate si
es necesario, está preciosa y tiene unos pies deliciosos y si logras cogértela
serás muy feliz. Sí, esa fue la vez en que me puse por meta acostarme con
Laura. Si lo lograba calmaría mucho mi sed de autoestima.
Esa tarde fue clave. Comimos pizzas
individuales de jamón serrano y coca colas. Yo quería cerveza, pero estaba de
caza y debía controlarme. La cosa empeoró más tarde, cuando dieron las cinco. El cielo se nubló y yo, como ovejita condicionada, cada que el sol se metía
necesitaba hacer cosas malas. La tarde nublada me hacía cosquillas. Aun que sea una cervecita, pensaba, unas chelas no son malas, pues. No podía
arriesgarme. Laura recién me había perdonado. Si le demostraba que además era
un borracho incapaz de resistir el vicio, se me acabaría el jueguito. y yo
apenas empezaba a jugar.
Caminamos todo Ámsterdam, para pasear al
Pancita ese. Ah, qué bien se siente pasear de la mano de un bomboncito bien,
por la Condesa, con tu perrito de moda después de comer en Don Keso, a lo sano,
sin prisas, sin maldades. Hasta me lo creí. Por un momento sentí que el aire que
me resoplaba en la cara y me alborotaba el poco cabello que me quedaba, era mi
aire, mío, dueño del mundo, Don Germán, un señorón con su esposa y su perro y
su casa aquí, a unas cuadras, en la
mera Condesa. Sí, a eso era adicto. La sensación que Laura provocaba en mí me
gustaba tanto como la sensación que provocaba en mí la cocaína. Y Laura detrás del perro,
levantando las bolitas de caca que tiraba por el culo, con una bolsa hecha de
fécula de maíz para no contaminar con plásticos. Y yo, con mis tenis Nike,
mirando a todos del hombro para abajo y sacando mi iphone cada treinta segundos
a ver si no había mensajes del trabajo, de la empresa, pues, ya sabes. Supongo
que a los treinta y cuatro años esa era más o menos la vida que debería tener,
y no la que de verdad tenía: adicto a la coca, a las noches alocadas, a los
jotos y las chavas del África. Trabajo: diseñador fri lans. Ingresos mensuales:
la caridad de la revista Vice y mis otros clientezuelos menos famosos.
Propiedades: mi culo. Posesiones materiales: dos grapitas de coca, un par de
churros de marihuana, una lata de cerveza, un condón caduco, cien pesos. Futuro:
un día el sida me va alcanzar. O un pasón. O un cuchillo en mis órganos
vitales, saliendo del Cabaretito en la zona rosa.
Bueno, la luna se alzaba y yo me convertía
en lobo. Las narices me picaban. Quería mi coquita rica. Mi cerveza.
Quería ser el alma de la fiesta en el Fusión. Pero yo, tranquilo, nais,
caballeroso, llevé a mi niñita de casa hasta la puerta de su casa, donde la
despedí con un besito en los labios y le te
quiero mucho, y ella, yo también,
Germán, te quiero muchísimo. Laurita entró y yo me quedé ahí, como el
payaso que era, mirando la casa que nunca sería mía y a la que no podía entrar
porque su madre, nomás de verme la primera vez, me vetó y me odió por manchar
el apellido de su familia saliendo con su hija, la princesa. Ufff, no, no, no,
me dije, no te hundas en pensamientos deprimentes. Tú eres Germán Acosta, el
heterosexual más famoso entre los homosexuales y las locas del Cirquè nuit bar,
y me fui aprisa a mi casa a quitarme los Nike y a ponerme zapatos y chaqueta de
cuero. Abajo, playera interior, de tirantes. Y me fui de volada al Papi fun bar
a tomarme unas chelitas y a levantarme un jotolón, que desde hace tiempo tenía
antojo, pues.
2
La segunda vez
que Laura me agarró con las manos en la masa, fue un jueves. Le escribí a las
tres de la tarde que la extrañaba mucho. Ella contestó que ella también. Le
pedí vernos para comer. No pudo, tenía comida familiar en Santa Fe. De verdad
la extrañaba. La noche del miércoles me la pasé trabajando y bebiendo hasta las
cuatro de la mañana. Metiéndome coca, por supuesto. Y no sé… a las cuatro y
cuarto o así, que me da una depresión terrible. Casi lloro, de verdad. No pude
dormir. Pensé en mi vida, en mis enemigos, en que no tengo amigos ni perro que
me ladre, ni siquiera un pinche pug. Ninguna mujer me ama. Y como no soy gay, gay, ningún hombre me ama tampoco. He caído muy bajo. No creo que lo entiendan.
Yo solo quería ser joven un poco más de tiempo. Encima, odiaba mi trabajo. Me
metí a eso del diseño y la ilustración digital porque según deja dinero.
Mentira. Lo mío lo mío es… Eso también me deprimía. A mi edad aún no sabía para
qué había nacido. Nada me satisfizo de chico. No terminé ni la preparatoria. Ninguna
carrera me atrajo. Me tentó Comercio Exterior o Derecho, pero, como ni la prepa
tenía… Tomé un curso de diseño digital en una escuela patito que pagó mi madre
con muchos esfuerzos. No me hagan acordarme de mi madre. Caray. Y así, poco a
poco y de curso en curso, de trabajillo en trabajillo, me hice disque
diseñador. Pinche revista Vice, con lo que paga no alcanza ni pa droga de la buena.
Dormir en un cuarto de azotea me avergüenza. Me llevaba la chingada, pues. Y
extrañé a Laurita, tan fresca, tan linda y desinteresada. ¿Qué habrá visto en
mí la pobrecita? ojalá yo supiera querer. Ojalá la quisiera un poquito a la
pinche Laura pendeja esa, niñita de casa, princesa de mierda, chingao. Ojalá no
fuera tan pendeja y pudiera venir a verme y echarse por ahí en el suelo y
fumarse un porro y meterse unos lineazos. Ojalá me la mamara en el bañó de
África. Ojalá pudiera llevarla al África. Siempre he buscado a una mujer
chingona, caray. Una que me diga Germancito,
te traje un poquito coca, mi amor. Jajajajajajaja. ¿Pero saben qué? ¿Quién
va a querer a una pinche vieja así? Si lo que uno quiere en el fondo es ser un
señor decente, un Mister, con una mujer bien, pues, una de apellido bonito, que
venga con una buena dote y que herede una casa grande cerca de la playa.
Ay, ya casi me pierdo. Sí, bueno, esa
tarde no puede comer con Laura. Le mandé mensaje a Hugo, un jotolón que conocí
el fin de semana pasado, a ver si quería comer conmigo. Aceptó. Quedamos en Plaza la
Rosa, en la zona rosa. Me bañé, me perfumé, me puse mis mejores calzones y me
fui caminando a ver a ese Hugo. Era un cahparrito querendón, blanco, de cabello
castaño y más puto que Ricky Martin. Comimos en el local de Bisquets Obregón.
Yo unas enchiladas, él una torta de pavo. Cafés con leche. Bueno, eran las tres
y media de la tarde, y ya saben, de día soy un caballero, de noche… nos
fuimos a pasear por ahí.
Acabamos en mi casa. En mi cuarto, okey.
Era un mariconsito rico. Me lo chingué tres veces. Me dejo el pito morado. Se
la mamé y todo, pero soy activo, eh. Solo me echo una pinga a la boca de vez
en cuando.
Y sí, carajo, esa Laura tenía la costumbre
de llegar de sorpresa. Se daba muchas libertades. ¿Es que no tenía amigos? Está
bien que le haya mostrado interés, pero ya debía saber que las noches eran para
mí, no para ella. Mis noches. Para mí. En el día y por la tarde, lo que
quisiera. Hasta a la iglesia iba si me lo pedía, a pasear al pug, a caminar de
la manita en Parque España, a comer helados a Roxy, hasta a la primera comunión
de su sobrino… pero las noches. No era tan noche, tampoco. ¿Las siete de la
tarde? Supongo, porque Laura tenía prohibido salir después de las diez adonde
sea. Y llegó. Tocó la puerta de mi cuartucho. Hugo no se asustó, era un
descarado, yo era el closetero. Pero estaba medio drogado, así que ni me acordaba
de Laura. Abrí como si tal cosa. Y Laura ahí, asomándose y viéndolo todo (basta
una mirada para recorrer todo el cuarto). ¿Qué vio? A mí en calzones, en primer
lugar. A Hugo desparramado en la cama, desnudo, con la verga bien parada y ensalivada.
Sobre la mesilla, dos grapas de coca abiertas, un poquito de marihuana en una
bolsita. Seis latas de cerveza vacías pegadas a la pared. Mucho humo de cigarro.
Dio media vuelta y salió corriendo. No
dijo ni pio. Y Hugo, desde la cama, con voz de puto ¿quién era esa, tú?, y yo nadie,
nadie, no te apures y por dentro pinche
Laura pendeja, ya no me va hablar, ya valió madre, ya la cagué gacho, pinche
inmoral, pinche medio puto culero, pinche Germán, por eso no te vas a casar
nunca ni vas a tener hijos ni familia ni casa ni nada bueno en esta vida; me hubiera ido a los baños Finisterre, pendejo de mí. Entré
al cuarto, me bajé los calzones y me cogí a Hugo con mucha fuerza e ira.
De momento, con Hugo, la droga y la cerveza
ahí, pude soportarlo.
Pero al día siguiente, por la tarde, cuando desperté, me deshice.
Pero al día siguiente, por la tarde, cuando desperté, me deshice.
Sublime! Ajajaj ��
ResponderEliminarMe recuerda a muchas personas!
ResponderEliminarMe encanta cómo escribe Verónica Pinciotti ������
ResponderEliminarTus textos me recuerdan el estilo de Xavier Velasco, o los llamados novísimos latinoamericanos (rudos, callejeros, aunque rayando en lo fantástico). Por cierto Feliz cumpleaños, Verónica Pinciotti, te envío un abrazo, gracias por dejarnos leer tus textos.
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