Texto por: Roberto Araque.
Lo
sabía, y todos sus compañeros se lo habían advertido; Juan lo iba a escoñetar,
pero él no era ningún marica ni se iba a dejar poner la pata encima, así que en
una de esas de bravura y valentía le dijo:
-A
la salida te espero.- Y para completar, agregó el peor de los adjetivos:
Güevón. Entonces quedó así:
-A
la salida te espero, Güevón...- Y todos
abuchearon a Juan, pero el profe estaba por allí cerca, el aludido ni lo miró,
sólo esbozó una sonrisa y continuó ensimismado en sus maquinaciones como quien
degusta un bistec con nada más olerlo. Él, por su parte, así como el que piensa
que una manta le ofrece seguridad ante ese terror oculto que acecha en la
oscuridad durante esas interminables noches de infancia llena de crujidos y
frío, sonrió. Recibió el apoyo de los presentes, pero el gordo “Puchi”, buen
amigo y confidente, le advirtió:
-Coño,
no te metas con Juan. Mira que tiene una manopla y puso a uno de 6to a pedirle
perdón…y me contaron que hasta le rompió la nariz y todo.-
-Me
sabe a mierda.- Lo pensó, dudó y tragó saliva, pero ya era tarde, no había
cabida para arrepentimientos; si no era ese el día, sería el siguiente o el de
arriba, mejor de una vez para salir de eso porque el daño ya estaba hecho y Juan
no era de los que olvidaba, o por lo menos no aparentaba serlo.
Él
lo sabía, el gordo “Puchi” también, todos estaban al tanto; sangraría y no sería
la nariz como el de 6to, sería peor porque aquel, que también era un duro y
tenía una manopla que si bien no era más grande que la de Juan le igualaba en
rapidez y dureza, jamás tuvo el descaro de ofenderlo en público, sólo tropezó
accidentalmente con él durante el recreo.
-
Ese mariscón no sabe con quién se está metiendo.- Agregó, consciente de que se
estaba hundiendo cada vez más. El gordo “Puchi”, gracias a su naturaleza
perspicaz, dijo:
-
Si tú lo dices, pero que conste que te lo advertí.-
-
¿Y no te vas a quedar?- Lo dijo en un
tono sutil, así como cuando un cachorro maúlla por la teta de su madre.
-
No, mi mamá me viene a buscar temprano. Pero te puedes venir con nosotros, le
digo a mi mamá que te lleve.- El gordo le echó un mordisco al sándwich y una
mirada cargada de culpa a su amigo.
-
Ni de verga, mal amigo. Jodete, conmigo no cuentes para nada.-
-
Que conste que te lo dije…- Agregó “Puchi”.
Entonces
él lo esperaría, y solo…
Terminó
el recreo, ingresaron al salón de clases. Por suerte Juan pertenecía a la
sección “B”, él veía clases en la sección “A” junto a María Elena, Marlín,
Gutiérrez, y otros más. Se ubicó en su asiento mientras todos conversaban,
caminaban de un lado a otro, lanzaban tizas y reían. Ellos, despreocupados, no
llevaban la carga que él sostenía. Al rato, más por el bullicio que por algún
interés académico, se apareció la directora y les comunicó que no habría
clases; el profe estaba indispuesto. Fue un alivio; salvaguardaría su honor y rostro.
Lo único que debía hacer era salir con el resto y marcharse, el día siguiente
surgiría otra cosa o, si se quedaba calladito, Juan olvidaría el asunto. Por lo
menos eso pensó por unos instantes hasta que lo interceptó Gutiérrez.
-
¿Yqué te vas a dar unos coñazos con Juan?- Él lo escuchó, miró a los lados y
por unos segundos estuvo dispuesto a decir:
-Que
se joda, no lo voy a esperar hasta el mediodía. Mañana lo agarro.- Pero,
durante el casi imperceptible escaneo de quienes le rodeaban, observó a Ligia
Elena. Ella llevaba su habitual uniforme: camisa blanca, falda azul, medias
blancas hasta las rodillas y zapatos negros. Más allá de todo eso había algo
que la separaba del resto, un cintillo rosa anidado en su cabellera castaña; también
sus ojos azules, labios y mejillas rosadas y la piel clara, casi pálida.
-
Yo no me rajo, voy a coñasear a ese…- Lo gritó, alguien en la sección “B” lo
escuchó – además de Ligia Elena - y repitió lo que oyó, pero agregó los adjetivos:
Mariscón, perra, güevón, maldito y otros más. Él no se atrevió a negar lo que
el otro había dicho, sólo observó el rostro de Juan asomarse por una ventanilla
y lo ignoró, más le interesaba la reacción de Ligia Elena pero ella parecía no
estar interesada y la vio partir sentado en un banquito de la entrada mientras
caían las hojitas del árbol de Apamate a su alrededor. Gutiérrez lo acompañó
por unos instantes y le aconsejó:
-
Agarras tierra, le echas en la cara, le das unos coñazos y corre, corre tan
duro como puedas.-
-
Y no te vas a quedar.-
-
Ni de verga, me vienen a buscar temprano.- Pero, como buen amigo, se quedó
hasta el final. Sin embargo, allí lo entendió, la opción de caerle a Gayapa no
era viable – si es que en algún momento lo fue - , casi todos los varones que
se aguantaban para una pelea entre los de la sección “A” y “B”, uno a uno, se
marcharony sólo quedó un grupito minúsculo de valientes. No lo sabía, pero él
era como el cuerpo que busca una bala.
Texto por: Roberto Araque.
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