Texto por: Roberto Araque.
Sitio del autor, aquí.
La historia es
conocida, sin embargo, fue reducida a mito. En las conversaciones siempre surge
el amigo de un amigo de uno de los asistentes al culto o alguien que escuchó lo
sucedido. Nunca vi la nota en el periódico, tampoco asistí a la iglesia. Me
enteré de los hechos por alguien que lo comentó mientras tomábamos un café
antes de ingresar a la oficina. Entonces no estoy seguro si lo relatado
aconteció o si esa persona exageró.
Estamos
conectados. En algún momento de nuestra existencia todos estuvimos tan
comprimidos que ocupábamos el volumen de un átomo. Claro, eso fue al principio
del tiempo... quizás antes. Éramos del tamaño de un átomo y navegábamos en una
infinita nada o algo parecido. Imagino que éramos una masa más o menos
homogénea pero inestable. Entonces sucedió algo que desencadenó una explosión
y, desde ese momento, ese universo se expande a la velocidad de la luz. A
pesar de ser la misma masa hoy en día, con todo y esto del avance de las telecomunicaciones,
nos volvemos distantes; como trozos de hielo vagando en un mar infinito. O no
infinito, pero sí lo suficientemente grande como para aparentarlo. Esa falta de
comunicación nos frustra, y parte de nuestro fracaso degenera en violencia. Pensaba
en todo eso mientras conducía hasta al trabajo. Durante la noche no pude dormir
y tenía una idea dándome vueltas en la cabeza. Había tenido una inusual
pesadilla.
Soñé que
desayunaba pan tostado con mermelada. Ella se acercó y preguntó:
-¿Quieres más?-
- Sí, un poco. –
Respondí. En eso vi a la que en mis sueños era mi esposa. En realidad Ana era
una chica de la que estuve enamorado en mi juventud y su rostro se repetía en
mis pensamientos con cierta regularidad. Mi esposa se llama Carmen, y así como
Ana, tenía 7 meses de embarazo para el momento en el cuál sucedió todo aquello.
Ana fue a la cocina y regresó con una bolsa de pan y un tarro de mermelada.
- Tengo una mala
noticia.- Dijo.
-¿Cuál?- Pregunté.
- No hay
mermelada.- Volteó el tarro, estaba vacío. Vi su rostro, sus ojos mostraban un
desconsuelo semejante al de un ciervo cuando una leona posa la mandíbula
sobre su pescuezo. También había algo de picardía y una sonrisa que contrastaba
con ese ambiente de domingo por la mañana.
- No te preocupes,
algo habrá en la nevera.- Respondí. Ella volvió a la cocina, tomó un cuchillo y
regresó. Se acercó, con una mano acarició mi rostro y con la otra abrió su
vientre sin dejar de sonreir. Luego sacó al feto y lo tiró a un lado, cortó el
cordón umbilical y untó el pan con su placenta. El feto yacía en el piso,
bañado en sangre y ella aún sonreía con esa mirada de ciervo condenado. No pude
evitarlo, era como si una fuerza invisible y monstruosa me atara a la silla.
Seguidamente tomó el cuchillo, lo pasó por su lengua y lo lanzó cerca
de un matorral - ya no estábamos en el apartamento, sino en campo
abierto.-. Reía mientras sus lágrimas brotaban rosadas por su rostro.
Desperté. A mi
lado estaba Carmen, susurraba algo ininteligible. Acaricié su barriga, coloqué
mi oído cerca como si con eso me cerciorara de que todo estaba en orden.
Observé el reloj, y no pasaban de las tres y media. Durante el tiempo restante
de la madrugada no dormí, con esa clase de pesadilla dudo que alguien hubiese
podido conciliar el sueño. Entonces en antes de entrar al trabajo,
mientras me tomaba un café y
escuchaba el parloteo alguien contó lo sucedido en la casa del
pastor aquel que salía en televisión.
Se estimó que
entre cinco y siete drogadictos entraron a su casa, lo sometieron.
Violaron a su esposa e hijas - eran dos niñas y la mayor tenía la edad de
mi sobrina Camila, cuatro años-, luego las asesinaron. Aún no se
tenía claro si lo hicieron antes o después de asesinar a la esposa, sin
embargo, lo cierto es que le abrieron el vientre, extrajeron el feto, lo
desmenuzaron y obligaron al pastor a tragárselo - Lo del tarro de mermelada me
enteré años después-. Él Fue el último en morir; le arrancaron la cabeza y la
colocaron en el congelador. Y para rematar, con la sangre de las victimas, dibujaron
algunos diagramas en la pared y había indicios de que una misa negra fue
realizada en el lugar. Eso no fue un crimen, fue algo peor.
Así fue. Ana tenía
una linda familia. Lo sentí, al igual que muchos que llegaron a conocer a las
victimas. Nadie lo admite para no quedar como loco. Sin embargo, no es una idea
descabellada pensar que su dolor fue tan grande que lo trasmitió por todos
lados, más de una persona admitió haber tenido un sueño similar al mio la noche
de los acontecimientos. La
cuestión es que todos estamos conectados; sentimos igual, pensamos
diferente. No importa cuánto crezca la población, al final siempre seremos
uno. Y si alguien muere, lo
hacemos todos. Si
ese alguien mata es como si se matara a sí mismo. Asesinar por placer es
antinatural, inclusive los grandes depredadores no lo hacen. Pero nosotros no
somos depredadores, somos algo peor; indescriptible, por lo menos en este
idioma. En cierta forma ese pensamiento que nos diferencia uno de los otros de
alguna forma que no sabría explicar hace que nos odiemos a nosotros mismos al
punto de despreciar la vida.
Hasta el día de
hoy no se sabe nada acerca de los autores del crimen. Él fue enterrado
junto a su familia en el cementerio municipal. Muy pocos lo recuerdan, el
crimen no se olvida. Después de dos meses y siete días tuvimos a una niña, la
llamamos Gabriela. Fui despedido del trabajo, aún tengo problemas de insomnio
pero eso no importa, el universo no dejará de expandirse a la velocidad
de la luz. Ya vendrán tiempos mejores.
Texto por: Roberto Araque.
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