La
cura está en el consuelo, es como un sedante de olvido.
Después
de todo, mientras ella subía su pantaleta,
él comentó:
–
Tal vez fallamos en algo. Quizás empezamos mal. Si en vez de intentar amarnos
nos hubiésemos esforzado en odiarnos un poco más, de repente todo fuese
distinto. El resultado sería el mismo. Total, mis padres no se soportan y
llevan cuarenta y cinco años de matrimonio. Los tuyos igual ¿Qué hay de malo en
odiarse, convivir y tener sexo de vez en cuando? – Ella no respondió. Él
continuó:
–…
La clave para una buena convivencia, por lo menos en el matrimonio, está en
odiarse. Todos los días un poquito más que el anterior, pero no mucho; lo
suficiente como para soportar la presencia del otro. Todo es cuestión de
equilibrio…- Ella buscó sentarse en un lugar distante sin que él lo percatase, permanecía
muda, pero estaba atenta a lo que decía en caso de que preguntara su opinión.
Él se ajustó los pantalones, se recostó sobre la cama y colocó sus manos detrás
de su cabeza –… Una vez estuve enamorado, la quería en verdad. Ella era una
chica bella y elegante; no una gorda ordinaria como tú. Nada que ver contigo. Pero
no me amaba, o mejor dicho, no me odiaba lo suficiente como para vivir conmigo…Aprende
a odiar; te ayudará a vivir, eso fue lo último que me dijo. – La observó sentada sobre el borde de la
cama, tocó su espalda con su pie derecho en la búsqueda de resistencia. No la
encontró. Él comenzó a tararear una canción de cuna, esperaba algún gesto hostil
para corresponderlo. Nada de eso pasó. Luego calló, a pesar de que ansiaba
dormir permaneció despierto y tieso con el pie apoyado sobre la chica y la
mirada fija en su espalda. Así transcurrieron varios minutos. El ambiente
estaba húmedo, el calor resultó insoportable.
-Prende
el aire.- Ella obedeció. Seguidamente se dirigió hacia la puerta, pero él
entendió sus intenciones.
-¿A
dónde vas?-
-A
ningún lado.- Giró su cuerpo. La observó con asco; vio sus tetas y el abdomen, parte
del cabello le cubría una cicatriz del rostro. Con su andar pausado y con la
mirada fija en el suelo, se acercó al borde de la cama.
-
Siéntate.- Ella obedeció, se ubicó en el mismo lugar. Él volvió a colgar su pie
sobre su espalda.
Mientras
él pensaba, ella permaneció sobre una esquina de la cama con los brazos
apoyados sobre sus muslos, soportó el empuje de la pierna. Él al rato reanudó
el canto, pero con menor intensidad. Eventualmente dejaba de tararear, luego
comenzaba una estrofa aparentemente inconexa. Cuando al fin la borrachera lo
venció ella terminó de vestirse y se marchó en dirección a la cocina. Una vez
allí tomó el más grande y afilado de los cuchillos que poseía. Luego picó
algunos aliños y un trozo de carne, los mezcló en una sartén y cocinó a fuego
lento. Inmediatamente montó la pasta. Buscó unos plátanos, los rebanó, fritó y
agregó queso fundido y mantequilla sobre ellos. Cuando estuvo lista la pasta la
embarrotó con mantequilla, aceite y un poco de mayonesa. Preparó un puré de
papas, le agregó trozos de tocineta frita molida mezclada con grasa de cerdo.
Al terminar fue a la habitación para cerciorarse de que estuviese dormido; él estaba
recostado sobre la cama, medio sonámbulo y borracho. Aún conservaba los
pantalones. Su correa, al igual que su camisa, yacía sobre la cama. Recogió la
camisa y la guindó en el closet, no tocó la correa. Salió, fue al mini mercado.
Compró golosinas y dos litros de Cola. A él le encantaba la Cola, pero de tanto
tomarla ya no le encontraba sabor. Ella solucionó el inconveniente con unas
cucharaditas de azúcar, cada vez le agregaba un poco más. Al terminar vistió la
mesa y esperó.
Cuando
él despertó, ella veía la telenovela en la sala. Nada le causaba mayor
satisfacción que encender la televisión y ver esos personajes de ensueños
luchar por su felicidad. Sufría por ellos. Odiaba a los antagonistas, incluso,
aun sabiendo que todo era una farsa, los despreciaba. En alguna oportunidad se
topó en la calle con un actor que interpretaba al villano en una telenovela,
quiso escupirle el rostro. Por supuesto nada de eso sucedió, sólo lo ignoró.
-¿Y
la comida?-
-
En el microondas.-
-¿No
vas a comer?- No respondió. Él volvió a preguntar:
-¿Acaso
estás a dieta?- Seguidamente soltó una carcajada. Ella tomó un brócoli, lo
mordió y dijo:
-No.-
Continuó observando su telenovela mientras él engullía cada bocado del plato
que le había preparado con una voracidad propia de algún animal salvaje. Al
terminar fue a la habitación y durmió. Ella, al culminar la novela, fue a la
cocina; fregó los platos y pasó un coleto por la sala. Cuando ya hubo terminado
entró a la habitación y lo observó mientras dormía. Por alguna razón que no se
podría explicar le vino a la mente una frase que decía su abuela:
“Odiar no es bueno…
quizás porque de tanto hacerlo puedes terminar queriendo”.
Se
acercó. Se sentó a un costado de la cama, luego posó su mano derecha sobre su
frente. Él, aún entre medio dormido y despierto, la sintió cándida y suave.
Ella había pasado por eso; era de su conocimiento, él, como muchos, tenía la
manía de obsesionarse por lo inalcanzable. Ella también. Tal vez por eso no lo
abandonó, era su gota gemela de agua en un lago de azufre y mercurio.
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