Bueno, T. cerró el bar y
tuve que dar unas vueltas por ahí antes de decidirme a entrar a Tres Gallos. No
deseaba entrar a Tres Gallos porque Sergio solía cerrar a las once o doce la
noche y eran las nueve; habría que mover el culo a esa hora. Comenzaría a llover
justo en media hora o menos. Lo sabía: había llovido a las nueve con treinta o
alrededor desde hacía cuatro días. Las noticias hablaban de un frente frío. El
ambiente era de lluvia. Toda la gente caminaba por la Glorieta con los brazos
cruzados a causa del viento y la humedad. Excepto los homosexuales. Ellos
siempre van con camisetas ajustadas de mangas cortas. A veces en camisetas
hechas con tela en red. Los homosexuales pueden soportarlo todo. Desde el frío
hasta una verga en sus culos, pensé.
Subí
las escaleras que me arrojarían a Tres Gallos. No tenía alternativa. Uno vive
atrapado en su propio laberinto. Bar de T. Bar de Sanborns. Tres Gallos. Nada
más en la vida para mí. Como una ratita de laboratorio, en A. B. o C. y los
médicos diciendo: No tiene alternativa, acabará en B. y al día siguiente beberá
agua del grifo y jurará no volver, pero por la tarde volverá a C. No tiene seso
suficiente para darse cuenta de su realidad. No tiene tanta memoria como para
recordar que la semana pasada juró no volver y se dijo que sería definitivo.
Además, sus células. Sus células son adictas. Es una pobre y atrapada ratita de
laboratorio adicta y condenada a darse vueltas por ahí antes de acabar en donde
siempre.
¿Por qué no viajas, P.?, me preguntó una vez una chica. No lo hago por el mismo
motivo que no lo hacen todos los que no viajamos. También me preguntó por qué
no dejaba el trago. Ni siquiera lo contesté. Cambié el tema de inmediato. No
podía soportarlo más. Me despedí de ella y me prometí no volver a citarme con
esa. No entendía lo más elemental.
Sergio me miró entrar y me lo dijo: P., cerraré a las once. ¿Por qué tenía que
hacerlo? ¿Por qué tenía que decírmelo siempre antes de que me instalase? Quizá
él lo consideraba una cortesía de su parte, el anunciármelo antes de que me
sentase y me aplatanase en el bar, a gusto, con la idea de que podía dejar
pasar la vida ahí, en su maldito bar, mientras él deseaba de corazón que todo
el mundo se largase y pudiese ir a jalarse la pija a casa en paz. Es lo que más
apreciaba de T. Su paciencia. Podía soportar a los borrachos hasta las tres o
cuatro de la madrugada, incluso hasta las seis de la mañana. A esa hora uno ya
podía darse por bien servido. Ya no había más que regresar a casa o tirarse en un
banco público a desaparecer. Así se llega al Nirvana, muchacho. Baco lo sabía.
Ahora lo sabes tú. Los orientales han estado perdiendo el tiempo con la
meditación.
Ya, contesté. Ordené Tecate regular. Una bella botella de litro doscientos. En
bar de T. no las venden de otro modo. Aquí también las hay de a tercio de a
litro. Pero nadie las ordena. El mejor sitio para eso es el bar de Sanborns.
Nadie lo cree hasta que lo arrastro al bar una o dos ocasiones. No vuelven por
sí solos, hay que estarlos jodiendo. Lo agradecen cuando en medio de la
borrachera llega Federico con una charola llena de platos de tacos y habas en
salsa y caldos de camarón. Entonces dicen: P., eres un
genio. No regresan solos. Hay algo ingrato en bar de Sanborns para ellos. No
pueden estarse en un sitio oscuro, solo y deprimente. No importa si lo dudas,
Sanborns tiene los bares más deprimentes. Más deprimentes que Tres Gallos o bar
de T. Allí se vive toda la nostalgia de las navidades de clase media. Pasa una
Navidad en bar de Sanborns y te olvidarás del niño Jesús para siempre.
A la
mitad de la botella entró K. Un borracho de Tres Gallos. He hablado con él
algunas veces y le he mirado discutir con Sergio por el mismo motivo que todos
le discutimos: la hora del cierre. Nos vuelve locos. No queremos ir a otro
sitio. Nadie pone la cerveza a 60 pesos. Al lado hay un bar de chinos. 72 la
cerveza. Es lo más barato después de Tres Gallos. Puede ser mucho peor. Hay
sitios realmente caros por la zona. T. me pone la cerveza a 50 pesos el litro doscientos.
Una promoción especial para P. y sus amigos. Nadie lo sabe. Eso lo guardo como
a un tesoro. No quiero que los borrachos de Sergio se pasen a con T. Son dos
tipos distintos de borrachos. En Tres Gallos son detestables. Drogadictos de la
Glorieta. Venidos de Pantitlán. Trabajadores del gobierno. Homosexuales.
Prostitutos. Apostadores. T. suministra a un grupo de artistas y rockeros. A él
acuden escritores y músicos. También hay drogadictos, obreros, homosexuales y
apostadores entre ellos. De cualquier modo es distinto. No voy a explicarlo yo.
Ve tú y velo.
K. vino
con otro, de unos treinta y tantos años. Me miró. Soy el único al que reconoce,
así que me saludó con exageración. Supuse que quería dárselas de muy conocido
en el bar con el otro. Quizá le contó de Tres Gallos. Ya sabes: anda,
te llevaré a un sitio. Económico. Yo voy cada jueves. Conozco a todos los
borrachos. Sí, sí, reconozco el parloteo. Yo mismo he parloteado de ese modo.
Hay un placer en ser reconocido e iniciar a otros.
No estoy de humor para tratar con K. pero un borracho no
puede despreciar a otro borracho. No cuando han bebido y compartido horas de
pudrimiento. Es mejor ser amigo de todos. Aunque al final nadie es amigo de
alguien. Me levanté y le saludé de abrazo. Justo como él lo esperaba. Me
presentó al otro: Flores. Apretón de manos. Sonrisas falsas. Tomamos asiento.
Sergio
se acercó. K. ordenó una Tecate de a litro doscientos. Me dijo: P., no me
jodas, dime que Sergio no te ha amenazado con cerrar a las once. Asentí con la
cabeza. K. movió la suya negativamente. Sergio regresó con la cerveza y dos
vasos. K. le devolvió uno. Sergio se fue. Flores es un alcohólico recuperado, explicó.
Lo miré a los ojos, al tal Flores. Me miró a los ojos. Sonrió. Fue una sonrisa
sardónica. Miró el modo en que bebí de mi vaso y dijo: sí, aprendí a no
depender del alcohol. Estoy recuperado. Ya, contesté. K. rió y exclamó: bueno,
como sea, es un buen chico, ¿verdad? Flores no contestó. Quisiera estar en bar
de T. con C. y O. pero ninguno contestó las llamadas. Deseé que para las once
llamaran ellos y tuvieran alguna maldita idea de dónde beber antes de que
Sergio me echase de regreso a la calle o de que Flores me recuperara y me
volviera abstemio. Nada en la vida me aterra tanto como la idea de ser
abstemio.
Bueno,
K. intentó ser sociable pero Flores era un hijo de puta. No lo soportaba ni
siquiera K. Se lo pasaba hablando mal del alcohol y de cómo dejó de beber
gracias a unos pasos que se sacó de la Doble A. Era un jodido cabrón. Hablar de
ese modo cuando dos buenos hombres tratan de emborracharse es como hablar de
Cristo en una orgía. No sé. Además, tenía ese modo de mirarte, como si él fuese
mejor que tú. Como si él hubiese llegado a algún sitio antes que tú y te lo
echara en cara pero sin decirte cómo lograrlo. Aunque nos hablaba de los doce
pasos y todo eso; no era sincero. Deseaba ser el único alcohólico recuperado.
El pastor. No iba a soportarlo por mucho tiempo.
Dije que
saldría a fumar un cigarrillo. K. aprovechó para ir también. Me pidió un
cigarrillo.
Ese Flores no es un buen tipo, le dije. K. alzó los
hombros. Lo encontré por ahí y lo traje, qué más da. Dio una calada honda, como
si fumase yerba. Trato de ver si lo corrompo. Expulsó el humo. Es duro. Ya,
respondí.
Regresamos dentro y Flores no estaba.
Mejor
que se haya ido, exclamé. Al instante siguiente lo vimos venir. Se instaló.
Traía una lata de coca cola en la mano. La destapó ante nuestros ojos. Es
increíble que en este lugar no vendan coca cola, dijo. K. y yo nos miramos.
Esto era demasiado. No es que nos importase que Flores bebiera o no. Era el modo en
que menospreciaba a los borrachos y al acto de beber. No se puede confiar en la
gente que no bebe. Es gente enajenada. Enferma. Vamos a ponerlo así: la
sociedad está enferma y beber es un modo de no ahogarse entre esa sociedad
enferma. Un hombre orgulloso de no beber es un hombre orgulloso de su
enfermedad. Miren cuánta mierda puedo soportar, grita, miren cuánta mierda
puedo tragar sin sentir algo, sin necesitar salirme de mí mismo. La gente
honesta bebe. No hay lago malo en declararse no apto para vivir en esta
sociedad. Ninguna gente en estado de tribu necesita beber ni suicidarse. Pero los civilizados sí. Es lo que más
necesitamos. Nos han robado todo. Nos han exprimido hasta la última gota de
nosotros mismo. Flores era un jodido enfermo mental. La Doble A le comió el
seso.
K.
y yo bebimos y nos olvidamos de Flores.
Ahora
bien, K. tampoco es una compañía inteligente. Es de los que creen en Dios. En
el dios cristiano. En cualquier dios, no sé. Comenzó a hablar de Dios y Flores
le siguió el juego y le dijo que Dios podía ayudarlo a dejar el trago. K. se
puso contra la espada y la pared. Quería a Dios, pero también quería al trago.
Hay un pasaje de la Biblia, en Proverbios 31, versículos 6 y 7, donde Dios
ordena dar de beber al afligido y al pobre. Pensé en recitarlo para ayudar a K.
Me contuve al pensar que eso era dar más cuerda a Flores. Lo repetí para mí en
mis adentros: “Dad bebida fuerte al que está
pereciendo, y vino a los amargados de alma. Que beba y se olvide de su pobreza, y no recuerde más su
aflicción”.
Salí
a fumar un cigarrillo a solas. Desde la calle les miré y pensé en C. y O. Quizá
se hayan pasado por bar de T. y lo hayan encontrado cerrado y se hayan largado
a otro sitio, y yo aquí, con estos dos y con Sergio amenazando con echarnos y
las nubes grises y los primeros truenos.
Eché
la colilla al suelo y me largué. Sin decir adiós ni dar explicaciones. Sin
pisar la colilla. A las diez con cuarenta y cinco, más o menos. Antes de que me
echaran y K. y Flores quisieran llevarme a otro sitio o irse a mi casa.
Caminé
a prisa. Las primeras gotas de lluvia me cayeron encima. Me pasé por bar de T.
Solo por ver si a caso… Cerrado. La lluvia arreció. Me refugié debajo del toldo
del bar y me quedé ahí, sobándome los brazos, como una ratita pobre y triste
porque no había encontrado su queso y no quería estar con las otras ratitas, la
cristiana, y, sobre todo, la otra, la que dice: encontré el modo de no depender
del queso. Pero el queso es necesario incluso para él, y los médicos diciendo:
la rata Flores ha mordido el anzuelo, le cambiamos el queso por un sustituto de polietileno
parecido al queso y ahora profesa el consumo del polietileno y se jacta. El polietileno es más dañino. No importa, solo es una ratita más.
calidad de relato...
ResponderEliminarUn cuento divertido y magnífico, escrito con maestría. Felicidades al amigo Petrozza.
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