En cierta ocasión, un borracho de bar de Sanborns se me
acercó. Dijo que me había mirado por ahí un par de veces. Lo miré directo a los
ojos a ver si se iba. La mirada le atrajo. Dijo que podía adivinar mi futuro a
través de mi mirada. Quizá el jueguito le salió bien. Nunca más volví a mirarlo
de ese modo.
Afirmé que solía venir
casi todos los días, excepto los viernes (que no hay promoción). Se sentó a mi
mesa. Ordenó una piña colada. Usaba una camisa hawaiana que hacía juego con sus
cocteles y su piel blanca y sus canas. Parecía un viejo gringo asentado en
México. Un retirado. Y sí, tenía una cámara fotográfica colgada al cuello que
descansaba en una barriga prominente.
Durante el tiempo que
tardó Federico en traer la piña no hablamos. Yo no tenía algo qué decirle y él
no tenía prisa. Di un par de tragos a mi cerveza y miré hacia la puerta del
bar, a la luz, y pensé en levantarme y dejar a Fulano botado. Antes buscaba
este tipo de experiencias, pero luego de los treinta años todo lo que quieres
es sentarte a beber en santa paz, sin interrupciones, mientras piensas en tu ex
mujer y tus demás fracasos. Otra cosa que pasa después de esa edad, es que no
tienes energía para hacer todo lo que piensas hacer. Me quedé mientras pensaba
en irme.
Cuando la piña llegó, el
hombre se puso a hablar. Dijo: Tú eres P, el escritor. No era la primera vez
que me pasaba, lo juro, y siempre… era para mi propio mal. Asentí con la
cabeza. Se entusiasmó. Me lo contó Federico, exclamó entre risitas. Alzó su
piña, la acercó a mí en brindis. Cogí mi cerveza y brindé con él. Salud. Salud.
Como en casi todas las
ocasiones que algún borracho se acercaba a mí por mi profesión (o lo que sea
ser escritor), tenía en mente un montón de cosas que deseaba que YO escribiera
por ÉL. Me negué rotundamente. Me dije escritor retirado, fracasado, enterrado,
acabado, incapacitado. Me levanté a media piña suya (terminada mi cerveza) y me
largué de ahí, del bar. Mandé a Federico a pagar mi cuenta y le dije: hombre,
ya no le digas a los borrachos cosas sobre mí. El pobre no lo entendió. Pero me
juró no volver a hacerlo. Le di cincuenta pesos de propina y desaparecí.
Me fui a Tres Gallos
porque eran las ocho y media de la noche, era martes, y Tala no abría en
martes. De cualquier modo pensaba beber hasta las diez u once, hora en que
termina la promoción en Sanborns y hora en que baja cortina Sergio, en Tres
Gallos. Me estuve ahí hasta esa hora y regresé a casa por el camino de siempre
y me dormí. Ser un borracho exige constancia, disciplina y hábito. Hay que
persistir. Como en todas las cosas de este mundo.
Y luego olvidé todo y un
día cualquiera me fui a Sanborns (a las ocho en punto) y me senté en mi mesa y
Anthony me saludó y me sirvió con agrado. Ya no necesitaba ordenar. Anthony
siempre sabía lo que yo quería. Me adornó la mesa con dos cervezas Tecate, un
caldo de camarón, chicharrones de harina y cacahuetes salados. Le agradecí,
como cada noche, y como cada noche bebí mis cervezas (doce cervezas) y comí mis
botanas y pensé en Sara y en cuándo fue la última vez que le hice el amor sin
saber que sería la última vez que se lo haría antes de que termináramos.
Trataba de recrear la escena. De buscar en sus gestos el desagrado de hacerlo
con alguien a quien ya no amas y a quien planeas abandonar próximamente. Ay,
las mujeres, sufren más porque sienten más. ¿Qué le costaba gozar si ya lo
estábamos haciendo? Por mi parte también lo sabía: que nuestra relación llegaba
a su fin. Saberlo no me impedía gozar. De cierto modo me hacía gozar más. Saber
que ella no lo disfrutaba y que lo soportaba sólo porque le debía dinero y si
me detenía el sexo no se lo pagaría. Cuando le pagué el último centavo se fue.
Ahora todo ello carece de importancia, pero no tengo otra cosa en qué pensar.
Hay que tener cuidado con lo que hacemos porque después eso será nuestro pasado
y será todo en lo que podremos pensar y rumiar en la barra de un bar. Pero la
vida es así.
A la cuarta cerveza
Anthony me dijo: por cierto, señor, hay un hombre que lo busca constantemente.
Entra y pregunta por usted. Si no está, se va. A veces vuelve. Comenzó a venir
por las tardes; Federico le aconsejó venir más noche. Ya, dije, si lo ves no lo
traigas conmigo. Es un jodido gringo loco que quiere usarme de máquina de
escribir. ¿Cómo?, preguntó Anthony. Nada, dije, ¿tienes tacos de pollo? Acto
seguido, Anthony se fue a traerme tacos de pollo y de frijol, cortesía de la
amada casa.
A la novena cerveza eructé
y me levanté al sanitario. Hice el camino haciendo eses. La ventaja de ser un
borracho es que cada vez te emborrachas con menos y te sale más barato.
Apenas entré, lo vi. Allí
estaba el gringo loco, secándose la cara con papel higiénico, frente al espejo,
tallándose los ojos y acerándose cada vez más al maldito espejo para mirarse su
horrible cara pálida. Traté de huir pero me miró. Regresó los músculos de su
cara a su estado normal y me dijo: oye, P, qué gusto verte, ¿has pensado algo
sobre mi propuesta? Me trató muy amable para el modo en que me comporté con él
la vez pasada. Dios, dije, debo orinar, Jack, y me abrí paso entre Jack y la
gente y me puse a orinar con la cabeza gacha, sin voltear por temor a
encontrarme con él una vez más, o de que me siguiera hasta los mingitorios y se
pusiera a echarme rollo mientras orinaba.
Pude orinar sin altercados. Salí de
los sanitarios con cuidado. Primero el ojo, luego el paso. En los lavabos no
estaba. Pude lavarme las manos y la cara con tranquilidad. Me eché agua al
cabello y me pasé las manos. Bebí un sorbo de agua y escupí. Me sequé con papel
higiénico. Me miré los ojos. Sí, rojos. En fin. Tenía los ojos rojos la mayor
parte del tiempo. Mi mujer me había abandonado, qué más daba.
A la salida tampoco
estaba. Pude atravesar las mesas de discos y la tabaquería sin encontrarlo.
Pensé que me había salvado. Pero no. Una vez entrado al bar pude ver su
regordeta figura. La vestimenta era la misma de la última vez: camisa floreada
y pantalones cortos. Tenía una piña colada en la mano. ¡Y estaba en mi mesa!
Bueno, le dije, ¿qué es lo
qué quieres de mí? Ya te lo he dicho, contestó, tengo una historia que todo
mundo debe conocer. Dios santo, exclamé. Me senté y me resigné a escuchar al
gordo Jack. Llamé a Anthony para que trajera más cacahuetes y caldos de
camarón. Antes de que la escuche, le dije, explícame: ¿POR QUÉ YO? ¿Por qué no
vas con Espartaco, o con… Fadanelli? Ellos tienen fama. ¿Espartaco?,
¿Fadanelli? No los conozco, se disculpó. Es igual, dije, anda, ¿de qué va la
historia? No, dijo, aquí no. Tendría que contártelo en un sitio más privado. No
podemos arriesgarnos a que la escuchen. Se dio un sorbo de piña. ¿No se supone
que todo mundo DEBE CONOCERLA? ¡Oh, sí, exclamó, pero no aún! ¡Primero debes
escribirla de modo que el ser humano promedio pueda entenderla! Pensé: en
serio, ¿por qué a mí? Al menos dame una idea antes de que lo acepte, exigí.
Me bebí las ocho últimas
cervezas en compañía de Jack, quien no se llamaba Jack ni era gringo.
En todo ese tiempo me
contó un montón de hipótesis, aunque él las llamaba teorías, sobre universos
paralelos. Eran cosa entretenida, ya sabes: el universo no es análogo, sino
digital, y por tanto, artificial. Construido como simulador por una inteligencia principal. Cada
uno de los universos paralelos son simulaciones que corren a la par con el
objeto de prever desenlaces. Nada de lo que nuestros sentidos perciben es real.
Nosotros mismos no somos reales. Somos una simulación de humanos (reales) del
futuro creada para corregir el rumbo de las cosas en 5016. En este universo (el
nuestro) o simulación, el género humano se extingue debido a la superpoblación
y la contaminación. En otro, se toma la medida de matar a todos los pobres,
pero ello sólo genera catástrofe y finalmente se llega la extinción del género
debido a una tercera guerra mundial, nuclear. En otro se conquista Marte. Los
marcianos de cuarta generación, es decir, los humanos nacidos en Marte durante
la cuarta generación de vida en Marte, luchan por su independencia. Se
organizan y comienza una guerra de independencia entre terrestres y marcianos.
Ganan los marcianos. Fin del género. En otro, el género se extingue debido al
consumo elevado de alimentos transgénicos y cosas peores. En otro, la
inteligencia artificial nos excede. Hay seis o siete simulaciones, ya no las
recuerdo todas, cada una con un final catastrófico, según Jack. En todas, el
género humano llega a su fin. Cosa que es, precisamente, lo que los humanos
reales, creadores de los simuladores, tratan de evitar simulando acciones para
saber cuál de ellas tomar. Una locura.
¿Entonces hay siete P
bebiendo cerveza con sendos Jack en bar de Sanborns, discutiendo sobre los
universos paralelos?, ¿y todos ellos saben el secreto de las simulaciones?, ¿y
los humanos reales están mirando cómo ocurre que Jack le cuenta a P sus más
grandes secretos de simulación?, ¿y no les importa que las simulaciones sepan
que son simulaciones?, ¿eso no sesga la simulación?, ¿una simulación que sabe
que es una simulación, puede seguir el rumbo de las cosas sin alterarlas?,
¿nada impedirá que P escriba siete libros en siete diferentes universos
paralelos, sobre el más grande secreto de esos siete universos, es decir, que
no existen? Y cuando todos sepamos que no somos reales, ¿qué carajos haremos?
¿No será que estamos en el universo que se extingue gracias al descubrimiento
de su falsedad? ¿Y si los humanos reales sencillamente eliminan nuestro
universo por haberles descubierto? ¿Podrían, no?, ¿Y si somos creación suya, no
pueden evitar el algoritmo de la lucidez, es decir, evitar que el conocimiento
de la verdad sea conocido en dichos universos
digitales? De no hacerlo serían un poco lentos, ¿no crees? ¿O es que planearon
que Jack lo descubriese y se lo contase a P? ¿Y en todo caso, por qué una
simulación no es real?, ¿por
qué carece de materia, o por qué no tiene origen? Aunque, una simulación
también tiene un origen, ¿no?, pregunté.
Jack escuchó mis preguntas
con los ojos bien abiertos, casi rogando que no hablase demasiado fuerte y casi
rogando que no encontrase falacias en sus teorías. Cuando acabé, suspiró. Se
secó el sudor de la frente con una servilleta y dijo: en primer lugar… no me
llamo Jack (aquí lo supe), mi nombre es Esteban Castro. Ya, dije. En segundo
lugar, dijo, esto no es un juego. Debemos escribir el libro y que todos
conozcan la verdad. No puedo hablar más por ahora. Eso dijo y se levantó de la
mesa con su piña colada (la tercera o cuarta) en la mano. Casi al mismo tiempo
terminé con mis cervezas y puede irme a casa, como todos los días de mi vida
los últimos cinco años, a dormir en paz.
2
Una tarde entré a bar de Sanborns y pregunté a Federico y
a Anthony si habían visto a Jack. Ambos contestaron que no desde la última vez,
la vez que hablé con él toda la noche. Eso me tranquilizó. Me senté en mi mesa
y me trajeron mis sagrados alimentos y me comí y bebí todo y me fui a casa. Así
lo hice durante casi dos meses.
Luego, un día cualquiera
entré a Sanborns y me dijeron que el acceso al bar estaba cerrado por
remodelación. Busqué con la mirada a Federico o a Anthony. Vi a Federico. Corrí
tras él. Le pregunté qué ocurría. Están remodelando el bar, contestó. Bien,
dije, ¿y ahora? Señaló una esquina, un conjunto de mesas en el restaurante.
Podemos dar servicio de bar en esa esquina, dijo. La miré desanimado. Era
dentro del restaurante, con toda esa gente abstemia y con toda esa luz entrando
por los ventanales y la luz eléctrica del lugar. Oh, no, no, no, le dije a
Federico, esto es un desastre. Alzó los hombros. También puede ir a Sanborns de
Aguascalientes, me dijo. Ya, dije y me salí de allí y caminé por calles
insólitas hasta llegar a la calle de Aguascalientes. Suspiré ante la entrada.
Bueno, pensé, aquí vamos.
La decoración era la
misma, pero los meseros no me conocían y tuve que explicarme diez veces para
hacerles entender que en Sanborns Insurgentes Federico y Anthony me dan toda la
botana que yo quiero, sin chistar; me apartan cervezas si se acaba la marca que
yo tomo; me guardan cervezas para la hora feliz; me dejan salir de vez en cuando
a fumar un cigarra sin haber pagado la cuenta; incluso me fiaron un par de
ocasiones; no me gusta el jamón en vinagre ni los cacahuetes enchilados
mezclados con garbanzos y Federico me da baldes de cacahuetes sin mezclar con
garbanzos (sospecho que los expurga él mismo).
Dios, no entiendo como la
gente puede ir de un sitio a otro y explicarse cada vez. En fin. En eso estaba
cuando escuché su voz. Era Jack, no cabía duda. Me acerqué discretamente. Eché
un ojo de refilón, por la arista de la esquina. Sí, era Jack. ¡Estaba con
Uribares! ¡Le estaba contando todo sobre los universos paralelos!
Regresé a mi mesa. Me bebí
la última cerveza muy despacio. Pensando. Pensando. Pensando. En algún momento
ya no pude más. Pensaba y sudaba y me preguntaba qué pasaría si Uribares sí
escribía la novela basada en los cuentos chinos de Jack y pegaba…, o que
pasaría si escribía la novela y todo resultaba ser verdad y le daban el premio
Nobel de Literatura y Ciencia…, o si …, o si…
Pagué la cuenta (no deje
propina) y corrí a mi casa. Me senté ante la computadora. Le di de botonazos
para echarla a andar (creo que lo prendí y apagué unas cinco veces). Abrí una
página en blanco y comencé…
NOVELA: EL GRAN SIMULACRO
Por P.
Había una vez una gran
civilización del futuro llamada Jacklandia...
Ser un borracho exige constancia, disciplina y hábito. Hay que persistir. Como en todas las cosas de este jodido mundo. Excelente cuento; saludos desde uno de los paralelos: Nogales Sonora.
ResponderEliminarSaludos gracias por compartir
ResponderEliminarMuy interesante! Voy por una cerveza! XD
ResponderEliminar¡Gracias! Por compartir, lo leeré después con calma.
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