Entró
a la habitación como quien enterado de que, a pesar de haber hecho todo lo
posible, fracasó en una lucha que a la vista de muchos estaba sentenciada antes
de planearse. En su defensa se podría argüir que conservó la compostura aún en
los momentos más apremiantes de su circunstancia, y sin embargo, un observador
nimio, aunque con gran esfuerzo, advertiría el ligero temblor en su parpado
derecho; síntoma inequívoco de su naturaleza neurástica. Sus ojos,
representación nostálgica de una época muerta, sin querer le condenaban y
hablaban de arrepentimiento, pero no del tipo que comúnmente observamos sino el
que golpetea el cráneo y dice que se debió haber hecho lo mismo, pero con mayor
descaro.
Mantuvo
el estoicismo en todo momento, no flaqueó. Sólo cuando se vio derrotado bajó
los hombros y exhaló un aire a todas veces helado. Aún faltaba ser juzgado,
poner la frente en alto al asumir la culpa y sentenciarse traidor.
Desde
que ingresó al gran salón no hubo pausa; le mostraron imágenes de las víctimas.
Durante el asalto ni un tiro salió de su revólver, tampoco de las armas de
quienes le acompañaron, eso no importaba. Preguntaron cada detalle y no cesaron
hasta mostrarlo inepto, sanguinario y traidor; lo lograron. Quiso justificarse,
no obstante, ya nada podía ser cambiado...
Y
para colmo, muy metido en su interior, yacía una idea; una preocupación. Eran
las tres míseras letras que conjugó casi inaudiblemente al entrar: Ana.
***
Un
día como hoy, hace varios años, un grupo de oficiales autodenominados “los
tomates verdes” se sublevaron. Fracasaron no por falta de valentía,
inteligencia, audacia o frialdad. Alguien no muy convencido de sus intenciones
informó cada detalle acerca de la insurrección.
Su
plan constaba de tres etapas; Mezclar, sazonar y presentar. Mezclar, reunir y juramentar a todos los
efectivos que ejecutarían el plan; sazonar,
planificación y logística; presentar,
sería lo más complicado.
“Un soldado que nunca ha estado en una guerra
es como un bombero que no ha apagado un fuego.”
***
Convocaron
a todos los que consideraban leales; se encontraban lechugas, pepinos, papas
hervidas, algunos quesos, naranjas, cilantros, perejiles, cebollas, pan duro,
uvas pasas, repollo morado, trozos de pollo asado y muchos tomates verdes. Para
sazonar no había mostaza ni salsa de ajo, pero sí sal gruesa, pimienta negra y
blanca, algo de mayonesa y un poco de nuez moscada. Se planificó la ensalada con
lo que se tenía, al final llegaron unos aguacates pero eran muy pocos y estaban
pintones, sin embargo, eran mejor que nada y si se usaban con moderación podían
darle un sabor exótico al plato. Entonces se decidió; primero se agregarían las
lechugas, pepinos y las papas hervidas; su función era interceptar a la piña y obligarla
a formar parte de una piña colada. Al
mismo tiempo los quesos con un poquito de jugo de naranja, cilantros y perejiles
buscarían infiltrarse en la licuadora. Debían formar una guasacaca para el
pollo asado. Luego presentarían una
ensalada con muchos tomates y aguacates, seguidamente agregarían manzanas, peras
y con suerte algunas fresas indecisas. Los otros esperarían para incorporarse
junto a los aguacates y unos pocos tomates verdes en un comunicado oficial. Estaban
seguros de que, gracias al pollo sazonado con la guasacaca especial, se
incorporarían más aguacates, algunas patillas, remolachas y muchas zanahorias. Simultáneamente
tres tomates verdes se infiltrarían dentro de la tizana y dos uvas pasas
aterrizarían en el helado de mantecado.
***
Todo
fue realizado sin resistencia ni bajas en ambos bandos. Hasta allí todo bien. El
primer síntoma de que todo iba por mal camino sucedió al trasmitir el
comunicado oficial; alguien perdió el vídeo donde aparecían los poquitos
aguacates convocando a la lucha. En cambio, improvisaron un mensaje con dos
personajes que hasta la fecha nadie sabe de dónde salieron: un par de topochos
verdes bañados con salsa rosada que lejos de inspirar confianza espantaron a
las poquitas verduras interesadas en apoyar la causa. Para ese instante se
habían dado cuenta de que la piña raptada no era piña, sino un mango
disfrazado. La real se escapó junto a la guanábana, gracias a la intervención
oportuna de algunas manzanas verdes. Las uvas pasas no aterrizaron en el
mantecado, se estrellaron. Los tres tomates verdes que se hicieron pasar por peras para
entrar en la tizana fueron descubiertos por la patilla mayor y sus secuaces rojos.
También los trozos de repollo morado que intentaron tomar el cuartel de las
lechugas fueron interceptadosy neutralizados sin esfuerzo, no les dio tiempo ni
de bajar. Las guanábanas estaban
enteradas del plan, pero no sabían cuando harían el plato así que esperaron a
que las manzanas presentaran su informe por medio del traidor; el sargento
pimienta. El informe consistía en una oración que sería transmitida en la radio
local:
“Si te digo que pareces un ángel me
tratarás como a un demonio”
Así
sucedió. Algún perejil escuchó el mensaje, lo transmitió y todos estuvieron alerta.
Aunque el líder de los tomates sopesaba el riesgo estaba claro que aún si ellos
tenían un informante, una vez puesto en marcha el plan, nada era seguro. Sin
embargo, toda esperanza de éxito terminó cuando salió por televisión la piña
real en un comunicado en vivo y directo desde algún rincón del refrigerador.
Con ella estaba la patilla mayor, algunas manzanas y unos leales perejiles.
Nadie salió a defender a los tomates verdes, todos fueron apresados sin
resistencia.
***
Cuando
la insurrección culminó. Las tropas leales al gobierno detuvieron a muchos transeúntes, algunos curiosos y unos
pocos periodistas. Serían testigos, su función consistía en dar fe de que
ningún insurrecto fue torturado. Los enviaron al cuartel general de las
zanahorias, allí los ejecutaron junto a algunos tomates verdes. Entonces
informaron que un grupo de rebeldes
quisieron tomar el poder a la fuerza, sin embargo, fueron repelidos por tropas
gubernamentales después de intensos combates. Eventualmente surgieron los
nombres de las víctimas, tanto civiles como militares fueron fotografiados con
sus miembros desmembrados, algunos sumergidos en charcos de sangre y otros con
orificios en su cabeza. Las imágenes causaron indignación de la población
mientras la piña hablaba de libertad, nuevas ideas y democracia.
Nadie
podría entender cuán triste es para una persona justa saber que nadó hasta la
orilla equivocada; el sargento pimienta anduvo por ratos en el salón, daba
vueltas de un lado a otro sin saber con quién hablar o qué hacer. Fue el héroe del día, sin
embargo, no se sentía como tal. Algo en su interior le decía que había
fracasado, no pertenecía a un bando en específico. Pensó en cada detalle, trató
de convencerse de que la lealtad está por encima de todas las cosas. Al final
entendió que sólo era un granito de pimienta negra y el culpable de todas las
consecutivas tragedias que sucederían en los próximos meses. La felicidad dura
poco, la de él no duró. La pimienta no encontraba con quién juntarse; las
fresas no lo querían, no estaba a su nivel; las manzanas ni lo veían, nunca les
agradó; los aguacates le dieron la espalda, sólo entre aguacates se entendían;
y las naranjas estaban muy ocupadas, ellas eran las encargadas de arreglar todo
el desastre. No obstante, la patilla y la piña le felicitaron; eventualmente
fue condecorado con la orden “Tizana jugosa”, le nombraron condimento honorario
en la ensalada de aguacate y se le permitió ingresar al refrigerador en dos
oportunidades. Algunos tomates no se chapucearon como sus compañeros, sin
embargo, veían a la pimienta con desprecio. Y, meses después cuando se enteraron lo de los
fusilamientos, lo sentenciaron al igual que el líder de los tomates verdes. Él
entendió su error mientras observaba cómo él se defendía y pretendía que otros
siguieran su causa. Nadie compartía sus ideas, ninguno de los presentes en su
improvisada intervención.
***
En
cambio él pensó en Ana. Incluso, cuando se montó en el helicóptero, no dejaba
de susurrar su nombre. Era como un rosario, lo repetía.
Después
de dar unas breves declaraciones fue escoltado hasta el aeropuerto, allí
recibió el veredicto; durante su traslado la nave sufriría un desperfecto
mecánico, por respeto a su nombre no sería fotografiado con su cuerpo
desmembrado o desangrado pero no debía colaborar. No le sorprendió la noticia,
mantuvo la calma y lo aceptó, al momento de cumplirse la sentencia tuvo miedo.
Todo fue rápido.
Los pocos tomates verdes que no participaron
en la revuelta le saludaron, aún gozaba de simpatía entre sus tropas pero no se
detuvo a hablar con ninguno. Simplemente se dirigió al helicóptero bien
escoltado por un par de fresas y un durazno, sus verdugos. En el interior de la
aeronave lo esperaba la patilla mayor y un par de manzanas verdes, todos con
una sonrisa maliciosa.
El
Sargento Pimienta de lejos vio ascender a la aeronave con el mayor de los
tomates verdes en él, al rato pensó:
Lo mismo que condena a unos, engrandece
a otros; Ana.
Y
se marchó.
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