Una mañana desperté con Jimena clavada
en la entrepierna. Hace dos años que no sabía de ella, y cuando supe de ella,
no supe mucho. Sin embargo, la noche anterior había soñado con su cuerpo. Fue
un sueño erótico; ahora no podía sacármela de la cabeza. Sentía dentro de mí la
necesidad imperiosa de buscarla, contactarla y acostarme con ella.
Al atardecer me fui
al bar. Ahí estaban C., O. y R. Los saludé y me senté a su mesa. Hablaban sobre
el gobierno. Lo repudiaban. Ordené una Tecate y brindé con ellos. Abruptamente
les pregunté si alguno recordaba a Jimena. C. no la recordaba. O. la recordaba
de algo. R. dijo que la había encontrado hace siete meses en la calle de
Sonora. Les conté mi sueño. Todos babearon. La conocimos en un recital de
poesía en Casa refugio. Tenía un par de tetas y unas piernas largas y bien
formadas. Era estudiante de Letras en aquel entonces. Recitó un par de poemas.
No recordábamos ninguno. Aquella vez, en el recital, no me acerqué a Jimena
porque iba son mi ex mujer. Dejé pasar a muchas mujeres por mi culpa d mi ex
mujer, Dios. C. dijo: si la encuentras, me avisas. O. dijo: a mí también. R.
rió. Dijo: sí, a mí también. Olvidamos el asunto. No emborrachamos de lo lindo.
C. cantó canciones mexicanas y O. le hizo fotografías con su cámara. R. se
confesó enamorado de una chica a la que conoció recién.
2
Al día siguiente puse el nombre de
Jimena en el buscador de Facebook. ¿Cómo no se me ocurrió antes? Su perfil
estaba ahí. Piqué para mirar sus fotografías. Sí, estaba buena. Le mané
solicitud de amistad. Regresé a las fotografías. Me masturbé con ellas. Tres
veces. Las tres veces sentí que la amaba y mi deseo de contactarla se
incrementó. Se volvió obsesión. En adelante, todas las mañanas revisaba si me
había aceptado. Todas las mañanas me decepcionaba. Por las noches me masturbaba
mirando su perfil. Así pasaron cinco días.
Al sexto, decidí
enviar solicitudes a amigas suyas. También estaban buenas. Una de ellas debía
acercarme a Jimena, o, en el peor de los casos, salir conmigo y quién sabe…
quizá me hiciese olvidarme de ella.
Alexandra aceptó mi
solicitud. De inmediato le escribí. La saludé y le mentí que era amigo de
Jimena, que la había conocido en un recital de poesía. Alexandra, por lo visto,
también era poeta. Escribí: he leído tus poemas (tenía algunos poemas
publicados en las notas de Facebook), me encantan. Contáctame enseguida, tengo
un amigo editor que estaría interesado en ti.
Recibí respuesta al
día siguiente. Alexandra ponía: Hola, muchas gracias. Te dejo mi número, marca
por la noche. Saludos. Marqué esa misma noche. Quedamos de vernos al día
siguiente en bar de Sanborns.
Así que eres amigo de
Jimena, fue lo primero que dijo una vez sentados a una mesa con un par de
Tecates cada uno (promoción). Si, dije, bueno, amigos no, pero conocidos.
Alexandra no se incomodó. Le miré las piernas. Estaba muy bien. Pensé: intenta
acostarte con ella, qué más da. Bebimos a gusto, hasta que me insinué. Se
levantó de la mesa y se fue. Bueno, pensé, he perdido el toque, Dios. Cuatro
años con S. me han oxidado. ¿Cuándo fue la última vez que ligué a una mujer?
Afortunadamente, antes de ello, acordamos vernos el sábado para mostrar los
poemas a mi amigo el editor. Mi amigo el editor era R. No era editor, pero
podía pedir el favor a R. Vamos, R., sigue el juego, si lo cree quizá se
acueste contigo. Al final le dices que los poemas no fueron aceptados, que no
es decisión tuya, qué sé yo.
Pero antes del sábado
Alexandra me había eliminado de su lista de amigos. Jimena continuaba sin
aceptar. Me estaba desesperando. Escribí un mensaje para Jimena: Hola, soy P.,
nos conocimos en Casa Refugio, etc. Para no ser infiel, me masturbé con sus
fotografías.
3
Una tarde, antes de
ir al bar, revisé el perfil de Jimena. No sólo no había aceptado, sino que
había borrado mi solicitud. Me sentí desfallecer. ¿Definitivamente no quería
saber de mí? ¿Por qué? No recuerdo haberme propasado con ella cuando le conocí.
S. estaba presente, lo hubiese impedido o hubiese tenido una riña con ella que
recordaría hasta el día de hoy, por muy borracho que estuviese.
En el bar estaba O.
Le conté lo acontecido. Dijo: P., no te empeñes más con ella. Aquella vez no
quise decirlo, porque C. y R. se hubiese burlado, pero… Jimena es amiga de un
amigo mío. Después del recital volví a verla en una reunión de poetas en casa
de Durán. Dijo de ti que eras un engreído. Dios, la cosa me cayó de golpe. No
pensé que alguien pudiese pensar de mí que soy engreído. ¿Casa de Durán?,
pregunté. Sí, sí, contestó O. Me palmeó la espalda. Ordenamos whisky en las
rocas y bebimos y hablamos de mí y de Jimena, de Durán, de la noche del
recital, de la poesía contemporánea, de Camus, de la familia de O. Acabamos a
las tres de la mañana. Nos despedimos a la entra del metro Insurgentes.
Por la tarde del día
siguiente escribí a Durán un correo electrónico preguntando por Jimena. La
espera de su contestación me pareció eterna. ¡Dos días! En el intermedio husmeé
una vez más el perfil de Jimena. Había subido un par de fotografías nuevas. Las
observé detalladamente. Salía con gente que me era desconocida. Deduje que las
fotografías fueron tomadas en Parque México. Eso me entusiasmó. Yo vivía a
cinco cuadras.
La contestación de
Durán fue parca: No, no recuerdo a ninguna Jimena, P. Lo siento.
Antes de ir al bar, a
las siete de la noche, me paseaba por Parque México de cuatro a siete. Daba
vueltas, fumaba cigarrillos y miraba a las chicas buenas. En una ocasión
intenté acercarme a una, pero estaba en pésimas condiciones, Dios. No logré
mantener la conversación un minuto. Sonrió con nervios y se despidió.
Necesitaba una mujer. Necesitaba a Jimena. A cualquier mujer. De preferencia a
Jimena. ¿Cómo llegué a esto?, me pregunté. Hace dos años no pensaba en ella y
una mala noche… La mente humana es un laberinto indescifrable. El amor es un laberinto
indescifrable. Cada día lejos de mi amada, sentía enamorarme. No encontré a
Jimena.
No pude más. Me
confesé enamorado ante C. y O. C. se rió. O. dijo: te lo advertí, P., no te
empeñes más. Vamos, le dije, dime la verdad, ¿tienes contacto con ella? No,
respondió O. ¿Entonces?, le dije, ¿por qué hablas con tanta seguridad? O. alzó
los hombros. La vida es así, dijo.
4
No volví a saber de ella. No volví a
mirar su perfil, ni a hablar de ella, ni a pensar en ella. Podía decirse que
todo volvía a su estado natural. Me emborrachaba con los amigos, leía,
escribía, molestaba a las chicas en la calle y en bares. Casi salía de la
enfermedad.
Luego, un mal día,
Misael, un amigo escritor, llamó para decir que si podía beber conmigo. Acepté.
Quedamos de vernos en la esquina de Sonora e Insurgentes. A las cinco con
quince.
Llegué puntual.
Misael no estaba. Encendí un cigarrillo y lo fumé. Miré a la gente pasar. De la
nada, una chica apareció ante mi campo de visión. Estaba de espaldas. Tenía un
culo precioso. La miré unos buenos minutos y cuando volteó volteé yo, a otro
lado, para que no mirase que la miraba. Del otro lado estaba Misael. Lo saludé
antes de que cruzara la avenida. Antes de que terminara de cruzar, la chica me
tocó el hombro. Dijo: tú eres, P., ¿no? ¡Era Jimena! ¡Sí, sí, dije, tú eres
Jimena! Sonrió. ¿Qué haces aquí?, pregunté emocionado. Vivo aquí, dijo, sobre
Sonora. Acto seguido, llegó Misael. Me sauldó. Hola, dije. Cuando regresé la
vista a Jimena caminaba rumbo a Chiapas. Movía la mano en salutación. ¡Hasta
luego!, gritó. ¡Sí, hasta luego!, grité y agité la mano.
¿Quién es esa?,
preguntó Misael, está buena. Ya, dije, no sé, no es nadie. Misael alzó los
hombros y nos fuimos al bar.
Nunca más volví a
hablar de Jimena ni a pensar en ella, hasta hoy, en que escribo esto. Antes de
hacerlo le escribí un mensaje en Facebook. Puse: ¡bruja!
jajaja, bruja
ResponderEliminar