Texto por: Misael Rosete
Apenas
oscureció, encendí las calaveras del coche y fui a un lugar lleno de bailarinas
con tangas fluorescentes y música tropical. En cuanto la vi adherida a las nalgas
de una mujer de cabello corto, su brillo triste se metió en mis ojos. De
inmediato tomé asiento y ordené
un par de tragos; después de cuatro cubas me marié (sentía que mi cabeza daba
vueltas y que los ojos iban en espiral). Cuando vi, una mujer de cabello corto
se acercó y me sobó el miembro por encima del pantalón;luego que bajara el
cierre con sus uñas que resplandecían por la luz neón, hizo su tanga a un lado
y, sin dejar de sonreír, se sentó sobre mi miembro: primero sentí el ras de su
pubis rasurado, luego el olor a sexo me despertó, hasta que dejó sus brazos en
mis hombros y empezó a moverse mientras le agarraba las nalgas con las manos. Tras oírla
aventar un par de gemidos, llevé mi boca a uno de sus senos enormes y así, le
arrojé un hilo de semen.
Por
la madrugada llegué a casa y me desnudé, antes de adentrarme en la soledad de la
cama, recorrí la cortina de la ventana. Al ver el estanque de estrellas en medio
de la pared descarapelada, me sentí oscuro. Acerqué una mano a mi cara y me di
cuenta de que le escurríandos hilos de agua.
Por
más que intenté levantarme temprano, desperté tarde. Una intensa resaca parecía
golpearme la cabeza. Tenía la piel pálida y cuando miré mis labios en el espejo
oxidado, parecían dos pedazos de salchichón cocido. Fui a la cocina y bebí un
vaso enorme de agua; abrí el refri y me preparé un sándwich con la última hoja
de jamón...
Apenas
oscureció, encendí las calaveras del coche y fui a un wallmart. Recién cerré la
puerta y caminé por el estacionamiento, metí la mano al pantalón y saqué un
papel que decía:
Azúcar
Leche
Huevo
Pollo
Helado
Pizza
congelada
Verdura
Cervezas
Cereal
Cloro
Jabón
Helado
.
.
.(Pasaba por una zona donde tres
lámparas se fundieron, cuando el chaleco fluorescente de un “viene viene”, me hizo recordar el
brillo de mi cuerpo que dormía bajo la ropa).
.
.
Agarré
un carrito y entré por la puerta automática. El lugar estaba lleno de empleados
con chalecos azules y música tropical. Había también numerosas personas abrigadas;
sus caras se deformaban en el reflejo luminoso de los carritos que avanzaban desperdigados por la tienda. Si hablaban,
sus palabras se perdían entre el murmullo, o en los avisos que una mujer con
aretes de neón hacía por un micrófono.De inmediato empecé a llenar el carrito,
la variedad de artículos me embriagó (sentía que mi cabeza daba vueltas y que
los ojos iban en espiral). Ya había agarrado varias cosas que no estaban en la
lista e iba rumbo a las cajas cuando, al doblar por un pasillo verdoso, la encontré
vendiendo su cuerpo sin el menor pudor. En
cuanto mis ojos la vieron me estremecí. Tenía una apariencia delicada y
seductora como el de una prostituta triste. Creo que en cierta forma, allí, mi
semblante cambió y mi brillo de estrella despertó un poco.
Aunque
quise aproximarme, su belleza me hizo huir y antes de salir del pasillo, volteé.
Era inquietante no verla,imaginar que alguien con más agallas se atrevió a acercársele.
Resignado,
apoyé los brazos en el carrito y fui
a una
caja.Cuando
estaban a punto de cobrarme, pasé una mano por mi pelo y junto a mi oreja,
encontré un hilo de agua; tras verlo enredado en mi dedo regresé a buscarla.
Al caminar junto al exhibidor,la encontré
frente a unas enredaderas artificiales; seguía en el mismo lugar. Sin pensarlo demasiado,
la tomé y volví a la fila.
Luego
que me cobraran, fuimos en silencio hasta el coche oyendo rodar los pequeños
neumáticos sobre el asfalto. Subí las bolsas a la cajuela y, con delicadeza, la
senté junto al volante. Cerré la puerta y su perfume entró en mí cuerpo como si fuera un mar nocturno y de
luces.
Manejé
sobre la ciudad mientras ella miraba por la ventanilla. Los árboles en las
esquinas, parecían prostitutas. Llegué a casa y metí las bolsas que había en la cajuela. Fui al asiento del
copiloto y con cuidado, la cargué hasta mi departamento. Una vez en la sala, le pregunté
si quería tomar algo y ella aceptó inclinando sus cuatro pétalos violetas.
Fui
por una jarra de agua y regresé. Tras ladearme para vaciar el líquido dentro de
la maceta, miré sus esponjados copos de polen como alguien que espía tras el
escote de una mujer sensual. Acto seguido, empezó a beber: la tierra se
oscureció y sus pétalos tomaron un intenso color; parecían una boca carnosa y
suave, dos labios hinchados que recién miré, quise besar...
Absorbió el agua y le dije que iría a
guardar unas hojas de jamón al refri. Antes de irme, recorrí las persianas y la
dejé en la ventana por la cual me había asomado en la madrugada. Para entonces
el cielo otra vez era un estanque lleno de
estrellas y
se arrastraban con suavidad tras las nubes. La miré en silencio, el aire fresco despeinaba
su cuerpo y esparcía su perfume por la casa.
Encendí
un tocadiscos y regresé a su
lado. Me recibió con una aparente
sonrisa.
Sabía que era para mí, y ella podía no serlo, pero aunque alguien más hubiera
pagado lo que yo por tenerla, sentía que mi amor era más especial que el de
algún otro. Pero su mirada holandesa descontrolaba la posición que yo acepté
asumir. Yo quise producir su amor, sembrarlo con el color del pasto que tiene
el dinero. Y allí estábamos, ella desde la ventana con su delgado cuerpo sólo
para mí: de pronto triste,de pronto más hermosa.
Terminaba
de oírse una gymnopedia en el
gramófono cuando me acerqué sin hacer ruido:ella miraba el cielo como si el mar de
luces le explicara todo. Coloqué
mis manos en la cintura de su tallo. Aquel delgado cuerpo me recibió apacible,
su perfume se había intensificado;¿olía a jazmín?,¿así olerá el jazmín? La volteé
hacía mí y entonces mis ojos se abrieron como si fueran pequeñas flores
oscuras. La observé en silencio: su corola parecía un magnífico y ciclopédico
ojo; con él me veía, me dibujaba detrás de mi máscara de humano, de mi cuerpo de
estrella que volvía a brillar... Adonaí, la vida era un movimiento de luz, un
mar y sus embates hubieron de acercarnos. Fuimos náufragos de la noche; su
oleaje nos arrastró al cuarto, a las sábanas que eran espuma, láminas de luz
petrificada.
La
desnudé y luego le hice el amor. Primero quité el papel celofán que la envolvía,
luego retiré la maceta: apenas miré su raíz entre el espeso pubis de tierra, noté
que estaba húmeda y nerviosa. Íbamos a hacer el amor y ni siquiera sabía su
nombre ni tampoco si era virgen. Sólo sabía que su perfume envolvía sus
nervios de mujer. Como una menstruación de cristal, como un beso de arena;
estrellas diminutas caían de sus labios mientras enredaba su raíz en mi miembro
y me frotaba.
Tras
agarrarla del cuello y ver que en el glande empezaba a salirme un color gris, clavé
mi boca entre sus pétalos y así, le aventé un hilo de semen.
Al
final, miré su cuerpo desecho sobre la cama y fui a la ventana. Apenas vi el enorme
cielo salpicado, un resplandor dorado me cubrió; en ese instante acerqué una
mano a mi cara y, antes de que el primer pico de estrella rasgara mi piel, noté
que me escurrían dos hilos de agua...
¿Habrá
sido un sueño?...
Texto por: Misael Rosete
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