Al
principio no quería acostarme con ella porque se había acostado con un amigo.
En ese entonces tenía veinte años y aún creía en el honor o la nobleza, no sé.
Luego escuché rumores de que yo le gustaba a Q. y lo repensé. No podía sacarme
de la cabeza la imagen de B. y Q. haciendo el amor. Se lo dije a Q. Se rió de
mí. Dijo que lo de B. era pasado y ahora me quería a mí. Pero yo era un
muchacho muy serio y siempre tomaba las cosas a pecho. Decidí no acostarme con
Q. Ella se molestó. Comenzó a hablar de mí a mis espaldas. Decía que yo era
poco hombre y un niño y un bueno para nada.
Pasaron
dos meses. No podía dejar de pensar en Q. Llegué a quererla verdaderamente.
Escribí un poema para ella y se lo di. Lo leyó en mi cara y se burló. Dijo que
yo era pasado y ahora estaba enamorada de K.
En
las reuniones, K. y B. hablaban de lo buena que era Q. en la cama. Ambos se
habían acostado con ella. Teníamos veinte años todos. Cuando K. y B.
descubrieron que me molestaba escucharles hablar de Q., comenzaron a hacerlo
cada que nos encontrábamos. Exageraban las cosas con tal de hacerme sufrir.
Entonces Clara habló conmigo. Me explicó la situación de Q. Dijo que su padre
había muerto y por ello necesitaba acostarse con todo mundo, para no partirse
por dentro. Para mí no tenía sentido. Es como si todos los chicos comprendiesen
las cosas antes que yo.
En
una fiesta de cumpleaños encontré a Q. Se emborrachó y me llamó. Necesitaba
hablar conmigo. Se disculpó por haberse burlado de mi poema. La disculpé. Me
abrazó y me dio un beso en los labios. Me cogió de la mano y me llevó a una de
las habitaciones de la casa. Se echó sobre la cama. Yo permanecí de pie.
Levantó el torso y se sacó la blusa y el brasier. Salí de ahí inmediatamente.
Me fui de la fiesta. Caminé hasta llegar a un parque. Me senté en una banca y
lloré.
Al
día siguiente llamó Clara. Q. la había llamado esa misma noche, la del
cumpleaños; le había contado todo lo que ocurrió. No sé, Clara, dije, debo
estar loco. Q. me gusta, me gusta mucho, pero no soporto imaginarla haciendo el
amor con medio barrio. Me aconsejó que la olvidara.
2
El mes siguiente mis padres decidieron mudarse de casa. Nos fuimos. No volví a ver ni a saber de B., K., Clara y Q. Todo lo que tenía de ella era la imagen de sus senos desnudos y su borrachera.
Me
olvidé de todo. Conocí nuevos chicos y chicas y comencé a beber y a fumar
marihuana y a acostarme con chicas. Mi primera vez ocurrió en una fiesta en la
que me emborraché. Me acosté con M., la chica con la que nadie deseaba
acostarse. Fui el hazmerreir del grupo por casi cuatro meses.
Me
acosté con Brenda, Lisa, I. y Julia. Julia me recordaba a Q. Le propuse salir
en serio. Tenía veintidós años. Julia aceptó. Salimos algunas veces, a comer, a
caminar, al cine, a comprar ropa. Pero luego empezó a comportarse de un modo
extraño. Me enteré que se acostaba con otro y se lo dije abiertamente. Desde
aquel día, se alejó de mí. La llamé puta antes de que saliera de mi vida por
completo.
Intenté salir con I. Alberto me detuvo. Me advirtió que I. no era una mujer para tomarse en serio. Reía mientras lo decía. Confesó que él mismo se había acostado con ella. Me sentí muy mal. Todo ello se parecía mucho a mis experiencias con Q. y los otros. Alberto dijo: tú no estás hecho para vida. Las cosas son así. Todo el mundo se acuesta con todo el mundo. El amor no existe.
3
En
la universidad conocí a María. Parecía una chica decente. Además, era muy
bonita. Le regalé flores y la invité a cenar. Salimos un par de meses. Le
propuse ennoviarnos. Así hicimos. Fue una relación bella, hasta pasado un año.
María comenzó a salir con un grupo de chicas. A solas. Lo llamaban noche de
chicas. Se iban a bares y bebían y se dejaban ligar por hombres mayores. Lo supe
porque una amiga de María, en una fiesta, bebió más de la cuenta y me lo contó
todo. María también.
No
quise decirle a María el motivo, pero terminé con ella. Lloró y pidió
explicaciones. Dijo que yo era injusto. Insistió tanto que se lo conté. Se le
cayó la cara. Negó los hechos. La perdoné. Dos meses después ella me dejó. Dijo
que necesitaba libertad. Continuó negando lo de las noches de chicas.
Prometí
que jamás volvería a enamorarme de alguien. En adelante salí con chicas pero no
las amaba ni las quería. Me acostaba con ellas y cuando llegaba a sentir algo,
me repetía mentalmente: todas son putas, ninguna vale la pena. No des más de lo
que no te dan. Así perdí a Julieta, una buena mujer. En año y medio de relación
jamás me engañó. Yo la engañé a ella. Le dije: amor, no jodas, las vida es así,
no es para tanto. Dijo: todos los hombres son iguales. Y se fue. Y no supe más
de ella, sino hasta siete meses después. Se casó con Eduardo.
Me
gradué. Para ese entonces ya era un hombre. Me acostaba con cuenta mujer podía.
Las engañaba a todas. Me burlaba de ellas en compañía de amigos. Me retaba con
otros para ver quien se acostaba primero con tal o cual. Bebía whisky en las
rocas y escribía poemas sobre la dominación del hombre. Me sentía muy bien
conmigo mismo. Los demás me respetaban porque no había una mujer que me hiciera
perder la cabeza. Tenía veinticinco años. Había jurado no enamorarme, no contraer
matrimonio. Me ligaba chavitas de diecisiete años. Las enamoraba y las botaba
por otra. Embaracé a Patricia.
los
padres de Patricia y los míos nos apoyaron. Patricia y yo nos mudamos a un
apartamento en la Portales. Ella embarazada. Los viernes y sábados la dejaba en
casa de sus padres y me iba con los amigos a beber y a cogerme viejas, todas
las que podía.
Le
pusimos David al niño. Conseguí un empleo en el gobierno. Diez mil al mes. Me
parecía una fortuna y me dolía dar dinero a mi mujer y a mi hijo. Me decía: el
dinero lo gano yo, es mío, si quiero me lo bebo o me pago putas.
Me
separé de Patricia cuando David cumplió dos años. Me sentí libre. Ahora tenía
casi treinta años y ganaba quince mil. Me mudé a vivir solo. Esos fueron los
años de borracheras más fuertes de mi vida.
Volví
a casarme en el 92. Con Laura, la secretaria de González. Está buenísima. Era
una puta y lo sabía. Los primeros años me permitió hacer de las mías. No se
quejaba. Sabía la clase de hombre que era. Pero la embaracé y todo cambió.
Pleitos cada noche. Cuando nació Héctor fue peor. Reclamos. Exigencias de
dinero. Todo era dinero. Me ascendieron. Ella sabía lo que yo ganaba. Me dejaba
poco. Nos divorciamos al año. Comenzó a acostarse con Ruiz, un juez de juzgado.
Aconsejada por él, me exigió pensión alimenticia.
4
Tengo
treinta y ocho años. Dos divorcios a mi haber. Dos hijos, cada uno con una
mujer diferente. Casi no los veo. Gano treinta y cinco mil al mes. Estoy solo.
Mi fama de mujeriego impide que alguien deseé involucrarse conmigo seriamente.
A veces pienso en Q. y me dan ganas de llorar.
¡Qué bueno! S., escribes muy bien, lo disfruté mucho.
ResponderEliminarM.
jajaja esta chido =)
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