Dejé de salir con
B. porque me abandonó. No hay más de qué hablar sobre el asunto. Se enfadó y me
abandonó y se acabó y dejé de salir con B., de vivir con ella, de reñirla, de
besarla, de hacer el amor con ella, de hablar, de reír, de ducharme con ella, y
todo el mundo se enteró de ello. Cuando iba al bar, la gente solía acercarse a
mí y palmearme. Mierda, no había necesidad de palmearme. Me decían: venga, P.,
todo irá mejor algún día. Las mujeres van y vienen. Allá afuera hay un mundo de
posibilidades. Asentía con la cabeza a todas las chorradas que me echaban
encima y bebía mi cerveza en silencio, sin ánimo de contrariar a nadie ni de
discutir las ventajas de la soledad. En fin. No deseaba absolutamente algo en
la vida. Ni siquiera regresar con B. Estaba dispuesto a pasar unos buenos años
solo. A regresar a los barrios de las prostitutas, a jalarme la pija en los
excusados públicos y a hacer propuestas indecorosas a las chicas en bares, pero
sin involucrar sentimientos. Francamente se apoderaba de mí un sentimiento de
libertad, un sentimiento bienhechor. Entusiasmo. Supongo que es lo que llaman ganas de vivir la vida. Pensé: al próximo que me consuele por B. le voy a
patear el culo. Yo soy P. Y todos van a saber quién es P. P. no es uno que se
detiene por un desamor. P. es un Casanova. P. y su récord de mujeres folladas.
Las gatitas de P. P. se follar a todo el barrio. No hay una que sobreviva. Sí,
señor. P. P. P. Bueno, después de doce cervezas comienzas a sentirte grande.
Entonces entró una morena y se sentó a mi lado. La
miré de reojo. Me dije: comienza tu reinado de follería, so cabrón. Le sonreí.
No me contestó la sonrisa. Me levanté de la barra y me llevé mi cerveza a otro
lado. No era tan bueno después de todo. Además, me dije, ahora estás muy
borracho. Mañana comenzarás a levantar chicas por los bares. Sí, eso es. Quizá
debas afinarte un poco con las prostitutas, no sé, calentar motores, para estar
al punto cuando tengas que desenvolverte con alguna mujercita que se crea todas
tus mentiras de amor. No, no, de amor nada; no volveré a enamorarme, ni falsa
ni verdaderamente: se los diré directo: nena, P. quiere follar, olvida las
rosas, olvida los versos, los regalitos, el chantaje emocional: ¡bájate las
pantaletas!
La morena estaba muy bien. De pronto ya no estaba
sola. Supongo que ocurrió mientras yo me pensaba todas esas cosas. Supongo que
desde fuera tendría la cara de un idiota, ensoñando sobre follar. Charlaba con
un hombre. Los observé un tiempo, cazando el momento adecuado, en que la morena
estuviese sola de nuevo. El momento llegó pasados algunos minutos. Cuando
estuvo sola, me encomendé a mi santo patrono, San Urbano I, y me levanté y me
fui a por ella. Me paré a su lado y le dije: Me gustas. Quiero acostarme
contigo. Esta noche. Dios, hizo una mueca y se alejó, casi corriendo. No quise
esperar a que se lo contara a su amiguito y me partiera la cara. Me salí afuera
a fumar un cigarrillo. Me dije: vamos, es cuestión de calentar, ¿hace cuánto
que no lo haces? Pasé cuatro años bajo el yugo de B. Había perdido el toque. Es
lo único que lamentaba.
C. se apareció por ahí. Me miró y se vino conmigo.
Hola, P., ¿qué hay? Hola, C., nada, todo marcha, ¿qué te trae por aquí? Vine a
encontrarme con un par de amigas, P., ¿no las has visto por aquí? No lo sé,
¿quiénes son tus amigas? Una morena y un marica, dijo C. y se cagó de la risa.
Dios, no, C., no he visto a ningún marica. Dame una chupada, dijo C. y me
arrebató el cigarrillo. Hay una morena allá dentro, C., pero no me he entendido
con ella, espero que no sea la tuya porque… C. saludó a la morena a través del
cristal. Dios, sí es, dije. ¿Qué?, dijo C. devolviéndome el cigarrillo para
entrar a con su amiga. Nada, ya lo verás, dije antes de que entrara al bar.
Terminé el cigarrillo. Entré. Ahí estaba C.,
sentado a una mesa, con la morena y con el marica. Me miró y me hizo señas para
que les acompañase. Bueno, pensé, qué más da, ahí voy. Me paré frente a su mesa. C.
dijo, G., este es mi amigo P., es escritor. El marica sonrió y me estiró la
mano. Yo dije: hola, G., un gusto. Luego: Kay, él es P., es escritor. Bueno,
supuse que aquí se armaría, pero no. La morena me estiró la mano, sonrió
sugestivamente y me dijo: hola, P., un gusto, ¿por qué no te sientas aquí? Palmeó
un espacio junto a ella. Ya, dije, está muy bien. Me senté junto a ella y
durante un segundo nos miramos las caras. No era tan bonita de cerca, pero
estaba bien. C. dijo: brindemos. Brindamos. Reímos. C. dijo: P., me enteré
sobre tu abandono, qué hija de puta B., espero que no te afecte demasiado. Ya,
dije, no pasa nada. ¿Sabes?, a veces es mejor estar solo. Sí (Dios, C. lleva
solo más de cinco años, si hay alguien que debe saber eso es él). No hay nada
como la libertad. Sí. Nadie que te diga qué hacer y te dé la lata. Ajá. Sólo tú
y tu libertad, P., si quieres hacer algo, lo haces, sin más, no das
explicaciones a nadie. Lo sé, C., entiendo. En algún momento el marica dijo: C.
tiene mucha razón, la libertad puede ser muy interesante. Yo no dije algo. Kay preguntó quién era B. y por
qué C. me consolaba. B. es mi ex mujer, dije. Sí, dijo C., le abandonó hace un
par de semanas; caray, qué hija de puta, abandonar así a P., no, no, P. es un
hombre impecable, Kay, tú no lo sabes, pero P. es un… Sí, interrumpió Kay, sé
qué clase de hombre es P. Sonrió maliciosamente. Le pellizqué la pierna.
Sonrió. Me susurró al oído: ya vamos a ver si cumple lo que promete… o es por
ello que le abandonan. Sonreí y dije: C., hazme un favor, no menciones a B. en
esta mesa, ¿quieres?
C. comenzó a hablar sobre un proyecto literario al
que deseaba incluirme. Algo sobre un fanzine. Bueno, dije, está muy bien C. G.
dijo que alguna vez participó en un fanzine. Era diseñador gráfico, o algo. Ya,
dijo C., me alegro. Luego, se dirigió a mí: podrías escribir una columna, P.
Sí, dije, estaría bien. Conozco a un chico que puede ayudarnos con la
ilustración. G. dijo: yo hago ilustración digital, para todo tipo de medios
impresos. Sí, G., qué interesante, dijo C. y se echó un tragó al cogote. Kay
dijo: G. es un ilustrador estupendo, deberían incluirlo en su proyecto, C. C.
contestó: estamos cubiertos, Kay, ya tenemos ilustrador. Yo dije: si aquel
chico llega a fallar, conozco un par que pueden hacerse cargo, C. C. asintió.
Kay me pisó el pie. Vamos, ¿qué pasa?, le pregunté al oído. ¿Tienes
cigarrillos?, preguntó. Sí. Vamos fuera, anda. Me excusé para salir con Kay. C.
dijo: sí, sí, anden a fumar; mientras tanto yo iré al sanitario. Todos nos
levantamos excepto G.
Así que eres escritor, me dijo Kay una vez con los
cigarrillos encendidos. Sí, bueno… ¿Eres un escritor famoso? No. ¿Entonces? Soy
un escritor, es todo; escribo. Yo también soy escritora, ¿sabes? ¿En serio? Sí,
escribo todos los días. ¿Qué escribes? ¡Las cuentas! Se cagó de risa. Soy
contadora, dijo. Ya, dije, eres una gracia. Sí, dijo aún riendo. Y además
tienes un culo precioso, ¿quieres acostarte conmigo? Dejó de reír. Ay, P.,
dijo, ¿siempre eres así con las mujeres? Qué te importa, te he hecho una
pregunta; anda, di que no y acabemos con esto, ¿vale? Le toqué el culo con la
palma abierta. Suspiró. No, dijo. Retiré la mano. Ya, dije. ¿Por qué quieres
acostarte conmigo? Tienes un culo… yo tengo una polla… no es tan complicado,
Kay, quiero acostarme contigo porque me gustas. No puedo creer que hayas durado
cuatro años con una mujer. No puedo creer que te tomes tan en serio aquello de
acostarte conmigo llevando esa falda. ¡Ey, una puede vestirse como le dé la
gana y no por eso… Sí, sí, el rollo de siempre: quieren vestirse como putas
pero no que las traten como tal; hipócritas: ¿para que desean mostrar su cuerpo
si no lo van a dar? Lo damos, P., pero no al primero que se nos plante
enfrente. Es igual; guárdate el sexo, eres la punto cinco por cien, aún me
quedan diecinueve intentos. ¿Qué?
Aplasté la colilla del cigarrillo con la suela del
zapato y entré al bar. Miré a una chica. Estaba bien. Casi todas las mujeres
estaban bien para mí. Me acerqué a ella por detrás. Muy de cerca. Le susurré
hola. Volteó. Asustada, dijo: ¿qué quieres? Acostarme contigo. Esta noche.
Debajo del puente. Dio un grito y corrió. Un hombre vino a ver qué pasaba. Se
me plantó enfrente. Ella, detrás de él, dijo: ¡es un pervertido! ¡Me propuso
acostarme con él debajo del puente! Vi venir el golpe pero no lo sentí. C. se
interpuso. Cogió al hombre (C. era muy alto y corpulento), lo arrinconó contra
una de las esquinas del bar. Yo dije: C., déjalo, déjalo que me parta la cara.
C. gritaba: P., anda, pégale. Lo tenía bien sujeto. Vamos, C., ha sido culpa mía,
suelta a ese hombre. La gente hizo alboroto. Un par de hombres vinieron a por
C. y el hombre. Los separaron. C. gritaba: ¡le voy a partir la cara! El hombre
no decía absolutamente nada. G. y Kay estaban detrás de mí. ¿La uno de
diecinueve?, preguntó Kay mientras mirábamos cómo lanzaban a C. y al hombre.
Asentí con la cabeza. Ay, P., eres un caso, ¿no? G. dijo: qué pasa, de qué
hablan, ¿por qué es un caso?, ¿¡qué ha pasado?!
Separaron a C. y al hombre y los echaron a la
calle. G., Kay y yo salimos a buscar a C. Lo encontramos hablando con el
hombre. C. decía: P. es mi hermano. El hombre decía: lo siento, C., perdí la
calma, Dios. Cuando nos vieron llegar callaron. C. dijo: P., ven, da la mano a
este hombre, es un hermano. El hombre se echó a mí. Dijo: lo siento, hermano,
un hermano de C. es un hermano mío. Nos abrazamos. No pasa algo, dije. Kay
dijo: P., eres un maldito cabrón con suerte.
De
pronto salió la chica. Nos miró a todos hablar y estrecharnos las manos y reír.
Se quedó de pie frente a la escena. El hombre le dijo: Ara, ven, acércate,
estos hombres son mis hermanos. La chica dio media vuelta y se largó. Antes de
desaparecer, gritó: ¡me largo, J., no pienso irme contigo a ningún lado! J.
alzó el brazo y exclamó: ¡qué te den, so zorra! Luego, nos confesó: llevo dos
meses pagándole la borrachera y no cede a acostarse conmigo. C. rió. Dijo:
hermano, es mejor estar solo. Yo dije: sí. Kay dijo: dos meses, P., dos meses…
¿y tú la quieres en una noche?, ¿sabes?, tienes una autoestima que, joder, me
estás convenciendo: P., el hombre de una noche, ja ja ja. Bueno, kay, respondí,
si es así, vamos, conozco un puente debajo del cual podemos… Es broma, P., no
voy a acostarme contigo, puedes pasar a la uno punto cinco. Bueno. Las estadísticas dicen que una de cada veinte chicas ceden a la primera noche, pensé, ¿dónde está esa mujer cuando más la necesitas?
Entonces
comencé a extrañar a B.
Así son algunos hombres, nada más los deja su mujer y empiezan a hacer tontería y media. Cuando están con ella, ¡ay ya no la quiero! y cuando se van: ¡ay ya la hecho de menos! Que patético. ������ Por eso bien lo dice el viejo y conocido refrán que a la letra dice: detrás de toda gran mujer, hay un gran hombre.
ResponderEliminarJajaja..me encanta esa manera de escribir de Martín petrozza,muy chabacano,tercermundista..se pasa el tiempo chevere con esos cuentos .gracias
ResponderEliminaruNA NARRACION ESTUPENDA CON UN TEMA ACTUAL Y QUE DESTAPA LAS MENTIRAS DE LA SOLEDAD. LA SOLEDAD NO ES TAN BUEN COMO DICE C JJAJAJA
ResponderEliminarDesazón!
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