Era una mala noche
incluso para T. El bar estaba vacío. Yo tenía veinte pesos en el bolsillo de la
camisa. Pedí a T. fiado. Movió la cabeza negativamente. Vamos, T., le dije,
vengo a este puñetero bar cada viernes y cada sábado con más religiosidad que los
católicos van a misa. T. me puso una cerveza. Di un trago. T. dijo: ¿sabes,
P.?, cerraré temprano, esto no marchará. Di otro trago. Dije: ¿por qué no me
dejas a cargo? T. sonrió. Ni siquiera pensó en ello como una posibilidad. Una
mosca pasó volando enfrente de mí. La soplé. T., dije, ¿por qué no contratas
mujeres animadoras?, las mujeres siempre atraen a los borrachos. No puedo
pagarlas, P. Ya. La mosca seguía dando la lata. T. la espantó con un trapo.
Le
pedí a T. otra cerveza. Me la puso de mala gana. Le dije: si te molesta tanto,
puedo quedarme aquí a verte la cara, sin beber, pero no lo vas a soportar, T.;
si borracho te parezco desagradable, créeme, no querrás aguantarme sobrio. T.
dio un trapazo al aire. Vamos, T., deja en paz a la mosca. T. me miró con odio.
Bueno, entonces asesínala, anda, incrementa tu karma. No creo en eso, rezongó
T. mientras daba trapazos al aire. No importa si lo crees o no, T., es ley de
vida: si matas, te jodes. Es sólo una mosca, P., ya cállate. No importa, T., la
vida es vida, no tiene tamaño; la vida de un elefante o de una mosca, es igual,
es vida, ¿ves? T. dio al fin a la mosca. Quedó en el mostrador, despanzurrada.
Bueno, dije, allá tú. Sí, sí, dijo T., bueno, es hora de cerrar, P., adiós.
Vamos, hombre, si aún no termino con mi… Puedes terminar mientras guardo los
trastos. ¡Qué carácter, T.!, por eso tienes el sitio vacío, joder. ¡Por eso y
por matar moscas!
T.
acabó con los trastos. Se sacó el delantal. Lo colgó en un clavo clavado a la
pared, junto al mostrador. Bueno, P. es hora de mover el culo. Ya, dije.
De
repente comenzó a llover. T. no podría irse ahora. Yo mismo no podría irme
ahora. Bueno, T., le dije mientras ambos mirábamos las nubes, has desatado la
ira de Dios matando a una de sus creaturas, ¿aún tienes dudas respecto al
karma? Yo puedo ayudarte a limpiar tu karma. Ah, sí, refunfuñó, T., ¿y cómo?
Bueno, ponme otra cerveza y te lo diré. T. volvió detrás del mostrador. Se
colocó el delantal. Cogió una Tecate y me la puso. Iba a decir todo respecto al
karma… Si abres la boca, te largo, P., no quiero escuchar nada respecto al
karma. Vale, T., como quieras.
Deberías
ponerte una cerveza, T. No contestó. Saqué un cigarrillo de la chaqueta y lo
encendí. T. me señaló. Desde que a la ley le dio por cuidar los pulmones de la
ciudadanía, prohibió fumar dentro de bares cerrados. Vamos, T., le dije, no hay
nadie, nadie vendrá, es casi como estar en casa… Movió la cabeza negativamente.
Bufó. Se sacó el delantal. Lo aventó debajo a un banco. Se puso una cerveza y
se instaló de su lado de la barra, frente a mí. Bueno, P., tú ganas. Dejaré de
ser el dueño de este cuchitril y seré tu amigo. ¿De qué quieres hablar, so
cabrón? No importa cuántas ganas tengas de hablar o de hacer algo, si alguien
te pregunta directamente de qué quieres hablar o qué quieres hacer, no hay nada
qué hablar o qué hacer. Bueno, dije, si lo pones así, quizá sea mejor que
vistas el delantal y me sirvas cervezas.
¿Sabes?,
exclamó T. en algún momento, creo que esta vez es definitivo: cerraré el
negocio. Estoy quebrado. Dios, T., no pensé que fuera tan grave. Lo es. A penas
cubro el alquiler. Tú y tus amigos son la única panda de borrachos que vienen a
beber aquí. Las más de las veces les fío. No se puede, P., no se puede. Ya. T.
había entrado a esa zona melancólica que provoca el alcohol mezclado con penas
a la primera cerveza. Esto no iba a ser bueno. Ahora sería yo quien tendría que
soportar a T. Me gustaba más joder a T. ¿Cómo es que te hiciste alcohólico, P.?
Estoy pensando seriamente en hacerme alcohólico luego de cerrar el bar. No es
fácil ser alcohólico, T., no lo recomiendo a nadie. Desde mi lado del mostrador
las cosas parecen muy sencillas: vienen por aquí en jueves o viernes, algún
sábado, en martes; no los hveo en lunes porque no abro. En fin. ¿Cómo hacen
para vivir de ese modo? Nunca lucen preocupados por algo, Jesús. Bueno, dije,
en primer lugar, no matamos moscas, ¿ves? T. frunció el ceño. En segundo lugar,
T., ¿quién dice que mi vida es fácil? Bueno, alzó los hombros en respuesta,
siempre te miro aquí, despreocupado por absolutamente todo, bebiendo cerveza,
hablando con la gente, pellizcando a las chicas, no sé, no pareces un hombre
con responsabilidades, P. Quizá no las tengo, T., mi única responsabilidad es
conmigo mismo. ¿Tienes mujer, P.? Dios, sí que la tengo. ¿Dónde está? En casa.
¿Qué hace? No lo sé, T., espero que nada malo. ¿Es que no te riñe por ser un
borracho? Todo el tiempo, T., todo el maldito tiempo ¿Cómo es que siguen juntos?
No lo sé, T., nos amamos. De algún modo nos amamos. ¿Cómo pagan los gastos?
Tengo un trabajo, T., soy escritor. Vaya, eso ya lo sé, P., todo el barrio lo
sabe: eres P., el escritor, ¿y luego? ¿Quién te paga por ser escritor? Bueno, a
veces vendo algún libro. T. hizo una mueca. ¿Y los demás? Nunca había pensado
en ello, T., no sé cómo viven. R. vende obras, o algo, no sé, escribe obras de
teatro; O. tira un poco en un trabajo, luego en otro, según la necesidad.
Bueno, P., yo trabajé treinta años de mi vida, monté un bar… y ve, casi estoy
como al principio: no tengo nada, no tengo casa, no tengo mujer, no tengo
hijos, no tengo plata: soy un crío de quince años, pero tengo cuarenta y cinco.
A veces quisiera pegarme un tiro. Bueno, eso explica tu jodido humor, T. T.
agachó la cabeza.
Otra
mosca se crió gracias a la generación espontánea, voló frente a nosotros y se
posó en el dorso de mi mano. T la miró. Mira, dije, mueve las patas como si se
frotara las manos. Sí, asintió C., he visto a muchas moscas hacer eso. Sí,
dije. Luego, emprendió el vuelo. No sé, T., si me lo preguntasen a mí, quisiera
ser dueño de mi propio bar, ya sabes, abrir las puertas a las seis de la
mañana, dejar al bello sol entrar y servirme una copa para desentumir los
músculos, sí; ver llegar a la gente, sobre todo a las chicas; adoro la gente
que bebe, es siempre más honesta. No tienes idea, P., quebrarías en dos
semanas. Bueno, a diferencia de ti, T., me haría amigo de los borrachos, no
pondría cara al entregar las bebidas y cobrarlas, y no les daría fiado. Quizá
deba comenzar por lo último, dijo, ¿cuándo pagarás tu deuda? Ya lo veremos, T.,
yo mismo no lo sé, puede que la otra semana reciba dinero, puede que no; ¿lo
ves?, mi vida es más complicada que la tuya: tú al menos tienes un bar, en mi
vida no hay algo seguro, excepto la locura y la muerte, aunque la locura es
prescindible. Exageras, dijo T., eres un holgazán, es todo, tu rollo literario
no justifica tu pobreza, hay escritores ricos y todo eso. También hay dueños de
bares ricos, T., fracasar en la literatura es algo casi seguro, pero, Dios,
¿cómo haces para fracasar un negocio seguro?, deberías dar clases. T. se
levantó del banco. Caminó afuera. Ha dejado de llover, P. Bebí el último trago
de mi cerveza. Me levanté y fui a con T. Miramos al cielo. Hacía un aire frío y
húmedo. Bueno, T., supongo que es hora de mover el culo, ¿no? T. asintió con la
cabeza. Bien, dije. T. regresó al mostrador. Hizo cosas, no sé. Trajo candados.
Bajó la luz. Salimos. Bajó la cortina. Echó los candados. Encendí un
cigarrillo.
T., le dije, ven conmigo, quiero que mires algo.
Vamos, P., déjame en paz. No, en serio, quiero llevarte a un bar cerca de aquí,
es un sitio estupendo: hay meseras con culos enormes y animadoras y música alta
y buen ambiente; no hay moscas. T. bufó. No quieras joder más de la cuenta, P.
No es por joder, T., vamos, anda, te demostraré por qué mis amigos y yo venimos
contigo: tu local es estupendo, T.: no hay música, no hay gente, no hay
animadoras. Es un sitio realmente estupendo, T., no quiero que cierres, hombre.
T. escupió al suelo y dijo: vale, vamos al bar. Ya, dije, bueno, pero, ¿sabes?,
tendrás que fiarme también en aquel sitio, porque… Joder, P., eres un hijo de puta, no pienso
pagarte la borrachera en otro sitio, ¡cabrón!, por un momento creí tus
mentiras, lo que te apetece es seguir tomando, sí, vas a echarme el rollo de
que mi sitio es mejor, pero… ¿y?, al final te habré pagado la peda yo cerraré
de todos modos.
C. llegó por la esquina. Mira, le dije, el viejo C.,
¿qué hay C.? Hola, dijo C. Miró la cortina del bar echada abajo. Joder, T.,
¿has cerrado? T. no contestó. C., dije, ¿tienes dinero? C. asintió con la
cabeza. Vamos, le dije, conozco un sitio estupendo, ¿sabes?, con animadoras y
meseras buenas y todo eso. C. se alegró. Sí, anda, vamos. T. hizo una mueca.
Bueno, esperen, aún no me he ido, ¿no? C. volteó a ver a T. ¿Abrirás?,
preguntó. T. comenzó a abrir los candados. Vaya, T., dije, nos salvas de caer
en manos de la música de moda. C. dijo: llamaré a R. y a O., quedé de hacerlo
en cuanto llegase al bar. Sí, dije, anda, llama a esos borrachos. Bueno, dijo
T. con la cortina alzada, espero que esos hijos de puta sí traigan dinero. Es
igual, T., dije, hoy es hoy, mañana será mañana. Sí, pero tú no pagas el alquiler,
huevón. Entramos. Nos instalamos en la barra. Pon dos cervezas, dijo C., yo
invito esta noche. Buuueeenooo, exclamó T., puedes comenzar por invitar lo que
se ha bebido P. antes de tu llegada, ¿sabes?, he tenido que fiarle siete
cervezas; siete cervezas a diecisiete la pieza, son…
Bueno, T. volvía a ser T., el bar volvía a abrir
sus puertas, y C. y R. y O. volvían a emborracharse conmigo. Me había costado
escuchar a T., y todo eso, pero valía la pena. La vida sigue.