D. cumple quince
años y su padre le regala un viaje a la playa. No es la primera vez que D. va a
la playa, pero es la primera vez que D. va a la playa a los quince años. El
viaje lo hacen el padre de D. y D.; puede considerarse un viaje de hombres. Lo que eso signifique. Ninguno de los dos ha
utilizado la frase viaje de hombres, sin embargo, desde que el padre de D. anunció ante
la mesa de su casa que iría con D. a la playa, la madre de D., su hermano menor
y su hermana menor y D. y el padre de D., y todos los que hubiesen estado
presentes, en caso de que hubiese estado presente alguien más, entendieron que
se trataba de un viaje que deseaban hacer a solas (al menos, el padre de D.
deseaba ir a solas con D.; D., por supuesto, hubiese preferido ir completamente
solo; nunca se presentó esto como posibilidad), y que había cierta complicidad
entrambos. D. también lo creyó: que su padre le reservaba alguna satisfacción
de hombres. Nunca antes habían hablado algo respecto al tema.
2
Hacen el viaje en
coche. Durante el viaje, el padre de D. se comporta de modo habitual. No íntima
demasiado con D., ni da señales de reservar algo especial. No le guiña el ojo ni le habla de mujeres ni le
pregunta si tiene novia. Se limita a hacer comentarios sobre el clima, sobre
los recientes cambios de gobierno, sobre una película que miró con la madre de
D. la semana pasada, sobre la década de 1970, sobre la contaminación y el
calentamiento global. D. le escucha tímidamente. Es el primer viaje que realizaba
con su padre.
A
las dos horas de conducción sienten cambiar el clima. Bajan las ventanillas y
sacan los brazos por ellas. D. se muda de ropa allí mismo, en el coche. Una
hora más tarde entran a la ciudad.
Después de varias vueltas, encuentran un hotel que
al padre de D. le parece adecuado. Es un hotel económico. Tiene piscina y
servicio de bar. Lo atiende una mujer baja y morena; agradable. Cuando pasa
delante de ellos para llevarlos a la habitación, D. piensa que no le molestaría
tener una aventura con esa mujer.
En la habitación deshacen las maletas. Beben agua
embotellada mientras inspeccionan el cuarto de baño, prueban el televisor,
tientan las camas, abren la ventana y exclaman: ¡bueno, llegamos! Son las diez de la mañana. El padre de D. propone
buscar un restaurante de mariscos. D. no se opone. D. espera a su padre,
sentado sobre la cama, mientras éste entra al cuarto de baño a mudarse de ropa.
A los pocos minutos sale. Lleva sandalias, bermudas, camisa abierta, sombrero
de paja y gafas. Se ha untado bloqueador blanco en la cara y los brazos. A D.
todo ello le parece innecesario. Sin embargo, el padre de D. le alcanza el
bloqueador y le sermonea sobre los cuidados de la piel, etc. D. no tiene
opción. Salen del hotel embarrados de bloqueador. D. lo odia.
El restaurante se llama el Delfín de California. D.
piensa en ello y no encuentra motivos. Lo deja en cuanto mira la carta. Pide un
coctel de camarón mediano y una orden de quesadillas de cazón. Su padre pide un
vuelve a la vida. Durante el desayuno el padre de D. pregunta a D. qué le
gustaría hacer el resto del día. D. lo piensa. Dice que le gustaría ir a la
playa. Eso, obvio, exclama el padre de D., pero, ¿qué más? D. alza los hombros.
Desde que aceptó el viaje como regalo, y, sobre todo, desde que aceptó el
acompañamiento de su padre, aceptó dejarse arrastrar. No tenía grandes
expectativas, excepto la esperanza de que su padre le reservara una sorpresa de hombres.
En
algún momento entra al restaurante una familia. Entre la familia hay una chica
poco mayor que D. D. queda fascinado. Es rubia, delgada; viste bikini. No está
acostumbrado a mirar chicas en bikini. Los senos de la chica, apenas cubiertos
por una tela diminuta, le vuelven loco. En algún momento la chica lo mira. D.
se sonroja de llevar la cara llena de bloqueador. La chica no lleva bloqueador,
o si lo lleva, no es del bloqueador blanco. El padre de D. no lo nota: su hijo
atraviesa una vergüenza: sufre una erección.
3
En la playa, D. y
su padre se instalan bajo sombrillas. Piden cerveza. Es la primera vez que D.
bebe cerveza delante de su padre. Hay muchas chicas lindas y D. desearía irse
con ellas, pero beber cerveza con el viejo por vez primera le haría sentir
culpable: dejarle ahí, hablando solo. D. mira a las chicas pasearse. Mira las
piernas de las chicas. Las cinturas de las chicas. A veces también mira a los
chicos que las acompañan. Esos chicos tienen más o menos la misma edad que D. y
lucen acostumbrados a las chicas semidesnudas y a estarse en la playa, bebiendo
cerveza, untando aceites a las chicas, todo sin la supervisión de un adulto. No
sufren erecciones. D. se dice que es mejor no mirar. No delante de su padre. No
quiere pasar por un pervertido o un necesitado. A pesar que es, completamente,
un necesitado. D. es virgen. Aún confía en su padre, quien debe saberlo, para
sacarlo de la virginidad. Ha escuchado cuentos de padres que llevan a sus hijos
con prostitutas.
Por la tarde, muere el sol, el padre de D. propone
ir a cenar a una cantina. D. alza los hombros. El padre de D. lo nota
desanimado. Cree que dejando beber a su hijo le hará feliz, pero D. no quiere
beber. D. quiere acostarse con mujeres. Conocer mujeres, cuando menos.
En la cantina, el padre de D. se emborracha. D.
sufre. La cantina se llama Río Negro. Es una cantina poco elegante. Incluso ahí
hay chicas. Todas mayores. Las chicas beben. Van con hombres que las acompañan.
¿Cuándo será él uno de esos hombres que las acompañan?, se pregunta mientras
escucha a su padre pedir canciones a gritos a la banda del lugar, y decirle:
hijo, escucha esa canción, Dios santo. El padre de D. pide canciones norteñas.
Canciones de dolor. Las canta. Algunos brindan con él desde sus mesas. Las
chicas susurran entre sí. D. tiene la impresión de que se burlan. D. no bebe
más de una copa.
Por la noche, regresan al hotel. El padre de D.
maneja con precaución. No deja de cantar canciones norteñas. D. piensa que es
suficiente mayor para conducir. Tiene amigos que conducen. Su padre se ha
negado el último año, pero de haberlo hecho, de haberle enseñado a conducir,
ahora podría sustituirlo al volante.
En la habitación, el padre de D. se echa a la cama
y duerme de inmediato. D. se acuesta en la suya. No duerme. Piensa en cómo
deshacerse de su padre. Quizá si se lo planeta honestamente. Quizá su padre
también deseé deshacerse de D. y conocer alguna chica. No, se dice, mi padre no
es ese tipo de hombre. Enciende el televisor. Mira infomerciales hasta caer
rendido.
4
Desayunan en la
barra del hotel. Huevos con jamón, pan tostado, mantequilla y jugo de naranja.
El padre de D. tiene mal aspecto. Le pide a la encargada un par de aspirinas.
La encargada titubea. No hay aspirinas. Podría ir yo si me prestas el coche,
dice D. en son de burla. El padre de D. ni siquiera contesta.
A las doce del día suben al coche. El padre de D.
conduce sin rumbo. D. no habla. Está molesto.
Aparcan en el museo acuático. Dios, piensa D. El
padre de D. le anima. Te encantaba cuando tenías diez, exclama. D. alza los
hombros. Definitivamente su padre no es la clase de padre que lleva a su hijo
de quince a años a comprar mujerzuelas. Vale, dice el padre de D., vamos por
una cerveza.
Se meten al coche. D. mora por la ventanilla. En
todos lados hay chicas en shorts y ombligueras, en bikinis, en faldas cortas.
Hay chicas rubias, morenas, blancas, altas, delgadas, lacias, rizadas. Chicas
de todas las edades. Todas buenas. Y D. no tendrá una sola en toda la vacación.
Antes de llegar, D. hace prometer a su padre que no beberá como anoche. El
padre de D. lo promete. Luego de pasearse por las callejas deciden (el padre de
D. decide) entrar al Cony`s.
Dentro del Cony`s hay mujeres. Quizá esta es mi
sorpresa de cumpleaños, piensa D. El sitio es de poca monta, pero a los quince
años no importa la calidad. Le atiende una chica con unas tetas enormes. D. no
le puede quitar la vista. La chica le sonríe. D. se sonroja. El padre de D.
también se sonroja. La chica les acomoda en una mesa pegada a la pista. Aún es
temprano, pero dentro de poco saldrán las chicas. Un hombre se acerca a ellos.
Les ofrece la carta. Les ofrece cerveza. Les ofrece probar a La Selva Negra. El
padre de D. se levanta. Anda, dice, nos hemos equivocado de sitio. La chica de
las tetazas le hace caricias en el antebrazo. Le intenta seducir. D. no se
levanta. Anda, D., dice el padre de D. La chica le mueve las tetas casi en la
cara. El padre de D. la aparta. ¡Vengo con mi hijo!, exclama. La chica ríe. El
hombre ríe. D. sonríe. Vamos, papá, dice, quiero probar a La Selva Negra. El
padre de D. coge a D. del brazo y lo saca.
5
D. está furioso.
Es el último día de su regalo de quince años. Cuando su padre despierta, se lo
dice: quiero el día libre. ¿Cómo?, pregunta el padre de D. Libre de ti. Lo
siento. El padre de D. apenas se lo cree. D. se mete al cuarto de baño. Toma la
ducha. Cuando sale lleva puestos tenis y pantalones. No lleva gafas ni sombrero
de paja ni bloqueador. El padre de D. está recostado. Cuando le escucha salir
se levanta y se sienta sobre la cama. Vamos, D., le dice, ¿es que no lo estás
pasando bien? D. piensa: no voy a hacer, maldito chantajista. No, contesta.
Bueno, titubea el padre de D., supongo que necesitas tu espacio, ¿no?, okey,
bueno, ¿quieres ir a desayunar al Delfín de California solo? Yo desayunaré en
el hotel. Podemos vernos después de desayunar, ¿qué dices? D. sale de la
habitación sin contestar.
6
Camina cuatro
cuadras, hasta la avenida. Levanta la mano para llamar a un taxi. Lo aborda. Al
Cony´s, por favor. El chofer le mira. ¿No crees que sea muy temprano para ir a
un sitio como ese, chico? Sonríe. D. no lo había pensado. Bueno, entonces a… al
Delfín de California, por favor.
En el Delfín del California ordena coctel de
camarón mediano y quesadillas de cazón. Busca con la mirada. No hay una sola
chica. Espera con ansias. Si entrara la rubita de la vez pasada, se dice. Quizá
se hospeda cerca.
Bueno, no entró la rubita ni otra. Paga la cuenta.
Sale del restaurante y vagabundea en dirección al centro. No hay mucha gente en
las calles. Es temprano, piensa. Mira, sobre todo, a hombres y mujeres con
niños, pero no a chicas. Se detiene en una boutique de regalos. Entra. Dentro
hay un solo empleado. Es hombre. Mira algunas mercancías y sale.
Llega un parque. Aquí, se dice. Se instala en una
banca a ver la gente pasar. Pasan mucha gente grande, de sesenta o setenta
años. Turistas. Pasa gente china. Pasan un par de chicas chinas. Llevan
viseras. Tienen dieciocho o diecinueve años. Se lamenta de que no sean
mexicanas. O europeas. No mira a ninguna chica mexicana o europea. El tiempo
pasa muy deprisa. Son las dos con cincuenta. El centro debería estar repleto de
chicas. ¿Dónde están las chicas?
En la playa hay mujeres maduras tomando el sol. Hay
niñas de cinco o nueve años, hijas de las maduras. Hay alguna chica de doce o
trece años. No hay chicas. ¿Dónde están todas las chicas que miró por la
ventanilla del coche? ¿Y las que jugueteaban mientras él debía estar con papá?
¿A dónde se han ido?