Una noche llegué a
casa muy borracho, después de emborracharme en un bar al que nunca había
entrado, lo que me sentó muy mal porque soy un hombre de costumbres; pero el
bar de T. estaba cerrado. Lo cerraron por la lluvia. La cortina estaba abajo.
Aun así toqué. Salió T. por la puerta pequeña. No entró ni un alma, por la
maldita lluvia, dijo T. Ya, dije yo, mientras me empapaba. Bueno, dijo T., creo
que voy a cerrar. Dio media vuelta y entró. Di media vuelta y caminé bajo la
lluvia hasta el bar más cercano. Allí me quité la chaqueta y ordené una cerveza
fría, para entrar en calor. Luego, ordené tantas cervezas más hasta ponerme
borracho, lo que ocurrió mucho antes de lo que suele ocurrir en el bar de T.
Cuando pasó la lluvia salí y fui a casa. Hacía un aire frío que calaba los
huesos. Además iba húmedo. Me repetía constantemente durante el camino: no
tengo frío, no tengo frío, no tengo frío. Dios, tenía frío.
Bueno, abrí el zaguán, entré al edificio, cogí las
escaleras de siempre, las que llevaban a mi apartamento, y… no sé por qué lo
hice, o cómo lo supe. Me planté frente al apartamento E. Yo vivía en el
apartamento O. Empujé la puerta. Cedió. Entré. No
había luces encendidas. Fui a la cocina. Podía moverme con confianza, todos los
departamentos eran exactamente iguales al mío. En la cocina abrí la nevera.
Había una lata de Tecate. La cogí. Ya podía decir que me sentía mejor. Me desnudé
el torso. Eché la ropa a la mesa y me tumbé sobre el sofá. Había una sensación
extraña en estar allí, pero a la vez, una sensación confortable. Mi cuerpo
comenzó a entrar en calor. Pensé en la parejita que vivía en el apartamento.
Los había mirado. El chico era un poco lento, pero la mujercita estaba muy
bien. Pensé en si lo habrían hecho sobre el sofá. En si habría restos sobre el
sofá. También me pregunté si lo habrían hecho sobre la mesa de centro. Era una
buena mesa. Firme. Había unos papeles sobre ella. Los cogí. Eran anotaciones
varias. Había unas fotos. No quise encender la luz para mirarlas, pero a la
parca luz de la luna podías identificar a personas. Eran fotos de personas.
Quizá de sus amigos o sus familiares. En fin.
Cuando terminé la cerveza volví a la cocina. No
había más cerveza en la nevera, así que husmeé por los anaqueles. No había nada
más. Latas de conservas y cosas. Tomé un par, de cualquier modo. Regresé al
sofá y me vestí. Guardé las latas en los bolsillos de la chaqueta. Estaba
dispuesto a irme. Entonces oí un ruido en una de las habitaciones. No sé por
qué lo hice, de verdad. Fui a la habitación. Esperaba que la mujercita
estuviese tumbada, desnuda y dispuesta. Cosas así era capaz de elucubrar.
Fantaseaba constantemente. No hubo nada dentro de la habitación. Quiero decir,
no estaba la mujercita. Encendí la luz. Era una habitación como cualquier otra.
La cama estaba deshecha. Había un pantalón sobre ella, al parecer masculino.
Busqué a ver si había calzones femeninos. Revolví un poco las sábanas. No había
calzones femeninos. Es igual, pensé. Abrí uno de los cajones. Ahí sí había
calzones femeninos. Cogí un par y me los embolsé. Escarbé por entre la ropa.
Encontré más fotografías. Esta vez pude verlas a plena luz. Fotos de niños
desnudos. Pensé en llevarme algunas, pero desistí. Luego volví a pensarlo y
decidí coger tan solo dos. Al azar.
En casa me dediqué a ver las fotografías
concienzudamente. Una rubita de nueve u ocho años tumbada sobre una cama, con las
piernas bien abiertas. Su semblante era ecuánime. No parecía disfrutarlo,
aunque tampoco estaba muy molesta. Tenía unos piecitos deliciosos. En la otra
foto: un par de niños macho a cuatro patas, uno al lado del otro. Podías ver
sus anos y sus pequeños testículos colgando. No podías ver sus caras. Tendrían cinco años. Al
parecer, habían sido tomadas en un sótano, o en un cuarto oscuro y mal
ventilado. Había humedad en las paredes de la habitación. Me fui a cama con las
fotos. Intenté masturbarme pensando en todo ello, pero a ratos se me iba la
erección. Al final pude correrme. Las fotos ya estaban hechas, total.
2
Al día siguiente
había olvidado el rollo de las fotos. Las recordé porque estaban sobre la cama
y el filo de una de ellas me picó la pierna y me despertó. Volví a mirarlas.
Había escuchado sobre esto, pero nunca había estado tan cerca. Cogí las
fotografías y las llevé a la cocina. Encendí la estufa y las eché al fuego.
Cuando se hicieron cenizas soplé sobre todo eso. Barrí el suelo y me dije:
bueno, ya está. ¿A mí qué más me da? Y me olvidé del asunto.
Aquella
tarde tomé la ducha y me dispuse a ir al bar de T. Me aseguré de ir antes de
que lloviera. Me puse la chaqueta. Pesaba. Saqué las latas de conserva.
Calabazas y zanahorias, Dios. Soy el peor ladrón, me dije. También estaban la
ropa interior de la chica del E. La dejé en el bolsillo. Camino al bar podría
meter la mano al bolsillo y acariciar la tela. Eso iba a calmarme bastante.
Podría mirar a una mujer en la calle y acariciar la tela. Nadie le enseña a uno
a ser un jodido pervertido, eso se aprende en la marcha.
T., le dije una vez instalado en la barra y con una
cerveza en la mano. ¿Sí?, preguntó T. mientras limpiaba la barra con un trapo.
¿Alguna vez has pensado en esos niños que hacen porno?, le pregunté. Dios, no,
dijo, eso es algo repugnante. Ya, dije, sí, pero, ¿realmente has visto alguno
de ellos? T. lo pensó un segundo y contestó: no, claro que no, Dios, por amor a
Dios, no. Di un trago a la cerveza. ¡Y tú!, preguntó T. asombrado. Anoche,
dije mientras daba caladas al trago, miré a una rubita y a dos caucásicos.
Jesús, ¿de qué carajos hablas?, ¿qué quiere decir que los viste? Ya, dije, en
un par de fotografías. ¿En la Internet? No, eran fotografías auténticas,
salidas de una instantánea. El dueño de las fotografías debió tomarlas él
mismo, ¿ves? T. se interesó en el asunto. Le conté la historia. ¿Así que eres
un maníaco que se mete a los apartamentos de otras personas? Joder, no, eso no
es el punto. Le mostré la ropa a T. Mira, le dije, puedes hacerte una idea de
la talla de la chica con esto. Puse la ropa sobre la barra. Era una tanguita
diminuta. T. cogió la cosa con los dedos hechos pinza. Se las acercó a la nariz
y olfateó. Desgraciadamente están limpias, dije, las saqué del cajón, no del
cesto. Bueno, dijo T., ahora guarda esto, no quiero que me asustes a los
clientes. ¿Quieres una?, pregunté. T. titubeó. Cogió la
blanca y la echó debajo de la barra. No tocamos el tema de los niños.
3
La semana
siguiente, mientras entraba al edificio, miré a la parejita del E. Bajaban las
escaleras mientras yo las subía (iba borracho). Dije: buenas tardes. No
contestaron. Subí a mi piso y cuando estuve seguro que se fueron bajé al suyo.
Intenté entrar a su departamento. Estaba cerrado. Entonces salió la señora del
I y me miró. Le dije: estos chicos tienen fotos de niños desnudos en casa,
¿sabía? La señora se persignó y se largó sin dirigirme la palabra.
Estuve emborrachándome constantemente. No recuerdo
cómo esparcí la cosa, pero a las pocas semanas todo el edificio me miraba y se
alejaba. Creo que había abierto la boca de más. ¡Eran ellos los que tenían las
fotografías! Nadie molestaba a esos chicos. Incluso, en una ocasión, uno
gamberro del apartamento H llegó a gritarme que dejara en paz a los chicos, que
aquello era calumnia. No debí quemar las fotos, pensé. La gente murmuraba que
yo era un pervertido, metiche, ladrón y borracho. Cerraban sus puertas con
doble llave. Los hijos de puta del E se quejaron de que alguien les había
robado la despensa. No dijeron algo de sus tangas y de sus fotos.
Luego, el tiempo pasó y todo comenzó a ir como de
costumbre, con la excepción que los chicos del E se mudaron. Ya no había modo
de comprobarlo. La gente volvió a sonreírme cuando me encontraba en el edificio
y yo volví a no devolverles las sonrisas y a ir borracho de un lado a otro.
Cogí la costumbre de probar en cada puerta a ver si alguna cedía. Quizá alguien
tuviese fotografías de jovencitas, no sé.
Yo no tomaria ninguna foto de niños desnudos si por que es como ver la desnudes de dios...
ResponderEliminarCreo que Petrozza es un escritor que esta loco. es un pervertido sexual y un enfermo mental y todo eso que ponen. por eso me encanta leer sus textos. entonces yo tambien soy un pervertido y un enfermo mental?? yo no he hecho nada en la realidad. solo leer sus textos. y quiza el solo haya escrito esos textos. es un espantatontos! bien hecho camarada petrozza!!
ResponderEliminarQué bueno, no dejes de publicar
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