Cuando
estés deprimido y creas que tus problemas no tienen solución, bebe; encontrarás
todas las respuestas bajo el fondo de una botella. Eso sí, después de
embucharte hasta la última gota; si es tequila tendrás que tragarte hasta el
gusanito, no sabe tan mal, además, contiene vitaminas y minerales. Pero no te
lo tomes muy en serio, puedes terminar como el viejito que en estos días te
pidió cien billetes y no sabía su nombre ni de dónde provenía la mancha negra,
y fétida, en su pantalón. La puta de la esquina, el malandro del barrio, el
mariscón con tetas falsasque se alquila por las noches -y a todas horas-, el sabrosón
que se cree Brad Pitt porque se coge a la gorda de enfrente, el obrero que cada
vez que escribe encoge el abecedario y le cae a coñazos a su mujer cuando le da
la gana, la esposa que engaña al marido y no sabe por qué…, todos ellos tienen
el conocimiento; la sabiduría ancestral que yace en el fondo de un frasco de cualquier
mierda ligeramente destilada y barata. Tienes que hundirte en la oscuridad para
brillar, no hay mejor forma de hacerlo que ahogándose en un mar de abundante
pestilencia etílica. Todo tiene su precio, también sus riesgos. La cuestión es
si estás dispuesto o si tendrás las bolas para emerger rozagante con el único
objetivo de luchar, luchar y vencer.
La
vez pasada te conté cómo mi hermano Martin se lanzó desde un penthouse, ahora le
toca a Verónica.
Nació
en el 84 en Coche, Nueva Esparta. Su madre se llamaba Antonieta y su padre Manuel,
pero por alguna razón que ignoro le dicen Paco. Le bautizaron con el nombre de Verónica María por una tía
materna que estrelló su coche contra un camión de basura un mes antes de su
nacimiento. Le molesta su nombre y cuando se enteró lo empezó a escribir con B.
No le gusta el sushi y le encanta bailar.Toca el violín desde los 15, pero de
pequeña le gustaba pintar; dibujaba jarrones sobre mesas con las patas arriba y
unicornios alados con cuernos sobre sus lomos y penes que rozaban sus colas. La
expulsaron del liceo cuando se enteraron de que se acostaba con su maestro de inglés.
Su color favorito es el negro, pero viste de azul porque combina con sus ojos que
son precisamente marrones. Es blanca, no obstante, envidia a las mujeres
morenas;en su niñez quiso tener la piel canela y pasaba horas en el patio
bronceándose. Tiene los labios carnosos y la nariz fina. Ríe sin motivo, si le
preguntas el por qué responderá que no debe haberlo. Pasa de la hipersensibilidad
a la total indiferencia en cuestión de segundos; una mañana la encontré
ensimismada en un rincón de su chalet porque vio un perrito muerto al frente de
su casa, sin embargo, pasó sin premura la última página del periódico mientras
tomaba el café del desayuno. Desde su infancia le enseñaron a comportarse como
las niñas de bien; sonreír, vestir bonito, obedecer, callar y pedir permiso. No
sabe conducir, no tiene computadora ni usa celular. Su último novio tenía 55
años y es arquitecto, el anterior 47 y bisexual. Le encanta la lectura yla
poesía es su amante secreto, no tiene un autor preferido; a todos se los chuparía
– Según sus palabras textuales-. Por lo general hace referencia a lo que está
de moda, pero si deseas caerle bien puedes empezar citando a Bukowsky o Sade y
terminar con Poe o Dickinson. Habla con tal profundidad que hasta las cosas más
sencillas tienen una connotación existencial y espiritual. En cuanto a eso
mencionaría una conversación que tuvimos en un restaurante. No recuerdo qué
pedí, pero ella dijo:
-Roberto,
disculpa que te moleste- Seguidamente tomó mi mano y miró mis ojos- ¿Me podrías
pasar la sal?- realizó una pausa- Por favor.-
-Aquí
está.- Le acerqué el salero. De inmediato echó un poco sobre su mano y la
lamió. Luego expresó:
-La
sal está sabrosa, debe ser porque es del mar. Todo lo del mar es divino- Cuando
la escuché no hice nada más que reírme, ella se marchó. Al siguiente día me
llamó a eso de las 5 de la mañana para decirme que había visto el amanecer más
hermoso de todos los posibles en su vida. Le pregunté dónde estaba y respondió
que en un monedero ubicado en algún lugar entre la plaza Bolívar y la avenida Juncal.
Algo me decía que debía buscarla y la encontré en un antro bailando con varios
tipos de mala pinta. Lo primero que le dije era que debía trabajar y sólo pasé
para saber si necesitaba ayuda. Respondió que no, sin embargo, recapacitó y
pidió que la acompañara a su casa, debía arreglarse porque tenía compromisos. Mencionó
que era médico residente en el hospital central y debía ir temprano.
Vivía
en un chalet- como ya he mencionado- en la zona clase media de la ciudad. Era
un conjunto residencial donde todas las casas eran iguales.Me contó, más o
menos, cómo era la vida allí: Para empezar no podías elevar el volumen de tu
equipo de sonido, eran casas compartidas; sólo las dividía una pared. Si
querías hacer una reunión familiar (por ejemplo), no la podías hacer dentro de
tu casa, sino que debías alquilar un salón del club de conjunto residencial.
Por otro lado, si alguien deseaba visitarte estabas en la obligación de
informarlo en la gaceta de vigilancia. Lo que más le incomodaba era que no se
permitían mascotas, aun si no salían de su propiedad, pero se las ingenió para
adoptar un gato al que llamó Clandestino.
Cierto
día se antojó de eliminar el clóset para tener un poco de más espacio en su
habitación, la multaron; antes de realizar cualquier modificación a su
propiedad debía informar qué, cómo y cuándo haría la transformación. Ella podía
soportar todo eso porque clandestino
era un gato hogareño, después de lo del clóset no quería cambiar nada, su
familia no la visitaba y no estaba interesada en lo demás. O por lo menos por
un tiempo; meses después de lo de la multa quiso cambiar el color de la fachada
de su casa.No obstante había algo que la sacaba de quicio, esto le crispaba los
pelos alrededor de su vagina;si ella cambiaba, todos los demás debían hacerlo.Eso
era mejor que nada, llevaban años escogiendo el mismo tono.
Todos
los años, los propietarios y los directivos del condominio, se reunían para
decidir algunas cosas de interés común. Me explicó cómo era el asunto. Citaban
a todos los vecinos en el club residencial. Lo único bueno era que si llegabas
temprano podías comer algunos quesos, vinos y, si tenías suerte, asado de
cerdo. Los vecinos bebían, comían y charlaban, sobre todo ingerían y tomaban
porque todo iba por cuenta de la gente del condominio. Entonces, cuando yacían
una cantidad más o menos importante de personas se procedía a la reunión.Primero
discutían problemas inherentes a los servicios. Luego realizaban un balance de
gestión, los administradores exponían en qué gastaron el dinero y lo magnifico
que era vivir en su comunidad respecto a las barriadas. Seguidamente, venía lo
bueno, el condominio exigía un incremento en el pago para financiar obras como;
columpios en áreas verdes, guarderías, vallas eléctricas, cámaras de
vigilancia, clubes de música o, lo último, transporte escolar. De vez en cuando
se presentaba un rebelde, algún tipo que advertía lo desproporcionado del
precio y echaba el grito al cielo; eran tipos raros y valientes, por lo general
vendían sus propiedades en menos de un año.
Cuando
al fin se sometió a votación lo de las fachadas, nadie realizó propuestas. La
cuestión no era como ella pensaba; el condominio le entregaba a cada elector un
papelito con diferentes opciones, debían marcar con una x el color de su
preferencia o el que más se le acercara. Y volvieron a escoger el color del año
anterior.
La
conocí por esa época, aún estaba cabreada por lo del color. Al principio todo
parecía perfecto; una residente de un reconocido hospital que se quejaba por el
trato recibido – todos lo hacen-. Eso no era nada del otro mundo, pero cuando
me contó que la mandaban a limpiar, pasar coletos y otras cosas noté que algo fallaba.
También su situación y aislamiento.
Dicen
que los lugares más hermosos del mundo yacen en el interior de la mirada de una
mujer. Entonces Verónica, un universo alterno; una explosión. Eso me atrajo, la
escuché por meses y el día que la acompañé frente al hospital, después de su
noche de farra, se lo dije. Debía dormir y tomarse seriamente su trabajo,
además, valorarse un poco. Ella dijo que había presentado la renuncia, el
director del hospital estaba al tanto de su caso y le comentó a un especialista;
ambos quedaron reunirse esa mañana. Cuando le pregunté cuál era el nombre del
especialista nombró a un familiar mío, pero él no era especialista en derecho
laboral sino en psiquiatría. Entonces comprendí y la dejé. De vez en cuando la
visito, aunque su estado es delicado; las visitas son cortas y no le permiten
salir. A veces me arrepiento de haberla dejado marchar,
ella era feliz; ahora sólo una flor marchita encerrada en un cuarto con paredes
acolchonadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario