El poeta Mauricio Arcila bebe el último trago de la botella. La botella
contiene ron. Un ron que Arcila ha traído desde Colombia. Toda la noche lo ha
presumido; es un poeta colombiano radicado en DF, y ha dicho: es el mejor ron que van a probar en toda su
jodida vida. Petrozza ha asimilado el comentario como una broma, como algo positivo, algo chusco. Sin
embargo, al resto, no le ha parecido que Arcila debiese decir algo así. Le
perdonan: Arcila es un poeta colombiano venido a Df, y un borracho pendenciero,
igual que Petrozza; les perdonan todas sus sandeces porque ellos son así. Así, quiere decir que Petrozza
y Arcila están públicamente licenciados para burlarse en la cara de las
personas, para decir lo que piensan (generalmente piensan puras borrachadas
pesimistas, agrias y cínicas), para emborracharse y pregonar su adicción al
alcohol y otras sustancias, para no pagar las cuentas, para declamar a las
mujeres los poemas más obscenos, para quejarse del gobierno y de cualquier
situación política, en el más amplio sentido de la palabra, para decidir qué
beber, dónde, cuándo, a qué hora, con quién, y un largo etcétera que los
coloca, increíblemente, en un elevado papel social; al menos, dentro de la
sociedad de los poetas y escritores de su círculo de poetas y escritores, al
que llaman La Pelusa Roma. Es un papel que se han granjeado gracias a una larga resistencia y
a una constante batalla en contra de todo.
La botella ha
sido bebida, casi en su totalidad, por Martin Petrozza y Mauricio Arcila; los
demás han sido convidados pero han rechazado, con excepción de un trago (para
quitarse de encima la insistencia de Arcila). Les gusta el ron. No les gusta la
forma en que Arcila y Petrozza beben y en que Arcila dice: es el mejor ron que van a probar en toda su jodida vida, ni el modo
en que ríe Petrozza y apoya a Arcila en todo, ni cómo éstos dos se entienden
bien y hacen de la reunión una reunión de dos; crean un mundo de camaradería
elitista, porque, en realidad, sólo ellos dos caben en dicho mundo. Solo ellos
dos, y cualquiera que tenga el valor de declararse públicamente un borracho
pendenciero, cosa que muy pocos están dispuestos a hacer frente a las chicas. Las
chicas, por supuesto, quedan exentas de la posibilidad, si quiera, de entrar al
juego de los poetas. Son chicas. No beben más de la cuenta, no rondan las calles
de la colonia de madrugada, no beben en bares de mala muerte, no escriben
textos horribles y beligerantes sobre todas las cosas que ven y les conmueven,
o que ven y les seducen, o les importan un pito. No usan la palabra pito. No
beben ron, ni están dispuestas a escuchar que es el mejor ron que van a probar en toda su jodida vida. Lo que más
desean en este momento es irse. Dejar a los patanes y adentrarse a las dulces
mieles de sus efímeros sueños de princesas, recostadas en los lechos de sus
alcobas. No son unas princesas, pero eso no es algo que van a confesar delante
de Arcila y de Petrozza. Su preocupación más grande es no ser violadas. Todo el
tiempo están al cuidado de ello. No salen solas. Se citan con amigos de
confianza. No san su número a desconocidos. No beben hasta perderse. No separan
las piernas más de lo necesario.
Antes de la
botella han bebido cerveza, en casa de Arcila, a donde fue convocado Martin
Petrozza; es la primera vez que Petrozza visita la casa de Arcila, en la
colonia Condesa, en avenida Nuevo León. Ha ido a pie. Le ha llovido durante el
trayecto. Ha comprado cigarrillos durante el trayecto. Ha fumado tres
cigarrillos. Le ha acompañado su novia, la editora y promotora cultural Simona
F. Juntos, han llegado a casa del poeta colombiano sin ninguna esperanza. Simona
sabe de antemano que en todas las veladas de Petrozza llega, más tarde o más
temprano, inevitablemente, el fracaso. El fracaso quiere decir: Petrozza molido
y tirado, o Petrozza gritando que todo es absurdo y cruel, o Petrozza cagado de
los calzones, o embarrado al culo de alguna otra chica. Petrozza en sus
momentos más bajos. La parte más oscura y deprimente del viejo Petrozza.
Aquella parte que se empeña en mostrar en sus textos, rechazo tras rechazo.
Antes de la
llegada de las chicas, los poetas y Simona F. escuchan música. Es uno de los
discos grabados por Arcila, en su natal Colombia, hace cuatro o cinco años,
cuando era vocalista de un grupo de Black Metal. Algo para taparse los oídos,
desde la perspectiva de Simona, pero algo totalmente melodioso y bueno, según
Petrozza, quien antaño también fue fanático de la música Metal y de los grupos
satánicos. En el video hay imágenes de muerte, de oscuridad, de paganismo, y
una chica desnuda, que es, siempre, lo que más interesa a Petrozza.
Cuando las
chicas llegan, apagan el video. Las chicas son cuatro. Dos de ellas hermanas.
Anteriormente han salido con Arcila y con Petrozza y han vivido buenos y malos
tiempos; el más significativo, la noche en que Arcila pegó a Leonel, un payaso que quiso seducir a Mariana en la
cara del poeta, a sabiendas que el poeta la cortejaba hace tiempo. Petrozza
detuvo a Arcila. Petrozza es un hombre duro, pero al mismo tiempo, un
pacifista. No propicia ni justifica la violencia a menos de ser necesarísima.
Para Petrozza, los pleitos por mujeres no valen la pena al grado de pegarse, porque
mujeres hay muchas y ninguna (excepto su amada Simona F.), es completamente
fiel. La mayoría de las mujeres, según la experiencia mundana del escritor, son
interesadas, cachondas, desubicadas, histéricas, histriónicas, acomplejadas,
hipocondríacas, desequilibradas, y un sinnúmero más de adjetivos parecidos, que
no mencionaré por respeto al género femenino, pero que Petrozza divulga y,
paradójicamente, atren a las féminas a involucrarse con él y con sus modo de
vida antisocial (lo cual comprueba, de cierto modo, que Petrozza tiene razón). Otra,
es amiga de las hermanas y también ha vivido con La Pelusa de la Roma más de un
par de aventuras a la luz de una luna borracha. A la cuarta y última no la han
visto nunca antes, es amiga de la tercera, y no hay nada que decir sobre ella,
excepto que encaja perfectamente en el concepto femenino del viejo Petrozza,
donde encajan todas las mujeres, más a fuerza unas que otras (excepto su musa
inspiradora, Simona F.).
Son las once
de la noche. Mauricio recibe la llamada de un viejo colega, un artista visual
que no pertenece a La Pelusa de la Roma, pero al que desean incluir, si de
deja, a ella. Le invita a una fiesta. La fiesta es en Campeche, en la colonia
Roma. Mauricio anuncia la invitación a los presentes. Todos aceptan. Incluso
Simona, que prefiere largarse a casa, dejar a Petrozza en su borrachera y
dormir toda la noche y gran parte de la mañana, cosa que disfruta hacer más que
nada en la vida. Mauricio responde que irán, pero al saber la situación: siete
personas (dos hombres y cinco mujeres), el anfitrión de la fiesta se retracta:
no puede, o no desea, recibir a tanta gente en su casa. Las mujeres se
deprimen. No lo pueden creer, pero es así. Petrozza y Arcila no se sorprenden,
están acostumbrados al rechazo y les importa poco. Tienen cerveza. No les
importa nada más.
Ante el
rechazo general de las presentes a la negativa de salir de casa de Arcila y
hacer algo más interesante, el poeta
anuncia que tiene un regalo para todos. Las hermanas no se sorprenden, están
seguras que se trata de churros de marihuana. Simona desea que no se trate de
churros de marihuana. Petrozza sabe perfectamente que un regalo de un amigo
como Arcila sólo puede ser una cosa: alcohol, o dinero para comprar alcohol. El
regalo es alcohol. Una botella de ron traída desde Colombia. El mejor ron que van a probar en toda su
jodida vida. Nadie se entusiasma, excepto Petrozza. Arcila deja la botella
sobre la mesa y cuenta la historia del ron, que es una historia pobre y sin
fundamento. Un ron Bacardi tiene más historia. Sin embargo, no es un ron
Bacardi. No. Es un ron de Caldas. Es un ron fuerte. Es un ron perfecto para los
poetas porque es dulce y agrio, engañoso, y muy pendenciero. Arcila sirve
caballitos de ron a las mujeres. En primera instancia lo rechazan. Arcila trae
un vaso con agua y lo acerca a ellas. Les dice que beban un trago de agua y
antes de pasar el agua, se empinen el caballito de ron. Mariana es la primera
en hacerlo. Hace muecas. Luego, exclama que el ron es dulce y está bueno. Las
otras chicas no quieren probarlo. Petrozza hace buches con un trago de cerveza
y les arrebata un caballito. Bebe el ron combinado con cerveza. Exclama: está
bien. Simona le dice que por amor a Dios no beba ron con cerveza porque es ella
quien soportará los malestares y la borrachera. Petrozza se excusa so pretexto
de la alta finura del ron, cosa que por supuesto no tiene idea y no le importa.
Las chicas, poco a poco, comienzan a probar el ron. También, poco a poco,
comienzan a dejar los caballitos sobre la mesa o la repisa o sobre el estéreo.
Conforme la noche avanza, Petrozza los descubre todos y los bebe. Le sorprende
encontrarse caballitos de ron por toda la casa, pero no hace demasiadas
conjeturas.
En algún
momento de la velada, Petrozza y Simona se alejan. Asoman sus cuerpos por una
ventana y charlan sobre cualquier cosa. Detrás de ellos, Arcila seduce a
Mariana. La lleva aparte y se besa con ella. Las chicas restantes hablan entre
sí. Una de ellas saca de su bolso otro bolso, uno más pequeño. Lo abre. Dentro
hay una hierba, parecida a la marihuana, pero a la que llama rush. Pregunta si alguien sabe qué es el
rush, o cómo lo describiría, porque
ella, bueno, se lo dieron, no lo ha probado, o lo ha probado muy poco. Nadie
sabe qué es el rush, ni les interesa.
La chica guarda aquella hierba en el bolso, que guarda en el otro bolso, y se
calla. Los poetas están ocupados. Las chicas bailan y eligen canciones en el
ordenador. Beben poco.
La noche pasa
sobre las cabezas de los poetas. El alcohol también. Los trastorna. Arcila
habla con las chicas. Les recita poemas oscuros. Las chicas no lo toman a bien.
Desean irse. La cerveza se termina y se van. Se excusan. Se levantan. Arcila
las acompaña a la puerta de salida.
Simona y
Petrozza quedan solos. Se besan. Se prometen amor. Se abrazan. Se comprenden en
silencio. Son polos opuestos, pero se aman. Petrozza es adicto. Simona es pura, está limpia,
y a pesar de ello, comprende y entrevé cierta nobleza en el escritor.
Arcila
regresa. Ha tardado más de quince minutos. Ha acompañado a las chicas al coche
y se ha besado por una vez más con Mariana, debajo de un árbol, en la
oscuridad.
Simona se
despide. Caerá dormida sobre el sofá. La noche es de los poetas. Ponen música
Metal y bailan al son de los compases cincompados. Poco más tarde, cuando no
hay ron ni cerveza ni luna, Petrozza para y se despide.
Arcila les
despide al pie del edificio. Simona y Petrozza caminan a la primera luz del
día. En casa, hacen el amor sobre el suelo. Al terminar, Simona trae un cubo de
plástico. Si Petrozza tiene necesidad de vomitar, puede hacerlo en el cubo.
Esto es la Pelusa de la Roma.
Esto es Petrozza en una borrachera. Esto es el amor de Simona. Esto es Whisky
en las rocas.
Soy de colombia y en realidad nunca me gusto este trago, aunque el texto esta bueno.
ResponderEliminarMás bien son rocas en el whisky... me gustó.
ResponderEliminar¡Ningún ron como este! ¡que viva Manizales y oléééééééé!
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