“En todo poema hay una mujer”.
Mauricio Arcila
Mauricio Arcila
Envié un par de textos a
un par de revistas latinoamericanas y los aceptaron muy de buena gana; eran
textos sobre mujeres,
de cómo me lié con ellas y de cómo las abandoné, o de cómo me abandonaron: no
suelo ser muy preciso en lo tocante a los relatos de mujeres porque la vida es
así. Nunca he comprendido muy bien cómo pude relacionarme con las mujeres con
que me relacioné: me considero un hombre sin ningún tipo de encanto varonil; a
veces pienso: estoy condenado a morir como un perro solitario porque soy feo,
bebo como el resto de los humanos respira aire, fumo cigarrillos y me apesto la
ropa, soy, abiertamente, un jodido pervertido sexual: miro pornografía todo el
tiempo, me masturbo, miro a las chicas y pienso en follarlas. Sin embargo, ha
habido algunas mujeres en mi vida. No hablo solamente de sexo, ¿ves?, es algo
más, un paso más allá, no sé. Tampoco importa demasiado, supongo que todos los
hombres podemos hablar de un par de chicas en nuestra vida con las que sentimos
aquello.
Los textos fueron comentados y valorados,
así que envié un par más, e incluso me publicaron mensualmente en una de dichas
revistas. La gente se volvía loca (es un decir). Comentaban que ellos habían
vivido cosas similares. Yo sonreía, siempre es bueno saber que no estás solo ni
eres el único que piensa en mujeres con las pantaletas abajo. Eso era parte de
mi problema: la soledad. No compartía opiniones con nadie porque no tenía amigos,
y los pocos a los que podía llamar amigos eran otros borrachos con la boca llena
de historias. Todos los borrachos tienen boca, pero muy pocos tienen oídos. Eso
es por lo que no se puede establecer una relación sincera entre un par de
borrachos. Los dos son unos jodidos necesitados egoístas y no pueden ayudarse
mutuamente, aunque el alcohol crea la ilusión de que sí. Escribir era como
hablar con un amigo. Dios, es cursi, pero es así.
Entonces pasaron dos cosas. La primera fue
que, de algún modo, la gente comenzó a cansarse de leer historias sobre
mujeres. La segunda, que algunas mujeres comenzaron a leer mis textos y a
mandarme invitaciones por correo electrónico a salir con ellas. Decían que yo entendía a las mujeres muy bien. Pensaba: no hay nada más alejado de la
verdad. Si las entendiera no pasaría la mayor parte del año solo. No importa, accedí a salir con todas
ellas. La mayoría eran mujeres feas. Supongo que deseaban que un hombre como yo
(como el hombre que leían de mí en los textos) las deseara descaradamente y les
chupase el coño en un aparcamiento de Coaplaza, ¿ves? Todas estas citas eran un
fracaso. No hay modo, Dios. No hay modo de acostarte con una mujer que no te
gusta, por lo menos lo mínimo. No soy un hombre exigente, pero hay cosas que
están fuera de mi control: en control de mis cojones, sin su voluntad es
imposible. Además de todas ellas, en ocasiones, salía alguna de buen ver.
Entonces me involucraba con ella hasta donde podía. Generalmente era hasta un
par de salidas a bares. No soportaban, o no creían (aunque se habían leído que
era así) que bebiera tanto. La primera cita la aceptaban en algún bar, pagaban
la cuenta, hacían chistes, bebían y reían y me hacían pensar que todo iba bien…
pero luego, deseaban ir a otro
lado. Ya no deseaban volver a ningún bar y yo no lo entendía. El único
lugar donde me sentía en confianza era en algún bar. Con un par de copas
dentro de mí podía ser alegre y desinhibido, casi grato. En cualquier otro
lugar, seco, solía ser como un maldito tronco de compañía. No hablaba casi
nada, no reía, ni me importaba nada y todo me parecía gris y horrible y pésimo.
Era un jodido mamón hijo de puta. No había modo de sacarme conversación. Esto
era porque en realidad odiaba a todo el mundo, estaba amargado, y el alcohol
era el único modo de aligerar el peso de mi alma y hacerme desear un poco la
vida (al menos hasta la siguiente copa). El alcohol era mi lubricante. Esto es
algo que ellas no entendían, o no estaban dispuestas a soportar. En una ocasión
una me dijo: no necesitas
beber para ser tú. Me lo dijo
en tono íntimo, ya sabes, cómo si ella fuese capaz de vislumbrar todos mis
secretos y fuese a cambiar mi vida y todo eso. Lo hubiese hecho, en serio, si
al menos fuese una mujer guapa. Pero era regordeta, y yo no iba a dejar de
beber por una mujer regordeta, vamos.
Mientras más escribía sobre mujeres más
mujeres me solicitaban y eso daba como resultado más textos sobre mujeres.
Comencé a escribir para otras revistas. Los comentarios seguían sobre la misma línea
unos siete meses, luego de los cuales, volvían a quejarse. No se creían que yo
conociese a todas esas mujeres ni que quisieran verse conmigo sólo porque
escribía unos textos casi pornográficos sobre nuestros encuentros sexuales
(cuando los había). No quiero decir que todo fuera maravilloso. La mayoría de
las veces no lo era. Incluso, era embarazoso y ridículo. Para esas cosas hay
que tener carácter, empatía, química, no sé. Yo no la tenía. Antes del
encuentro me excitaba. Incluso, a veces, usaba loción. Una vez ahí, con la
mujer contándome su vida o sus amores pasados o sus sueños, me aburría
muchísimo. Si me hacían hablar de mí me inventaba una vida en cada cita. Esto
era divertido, hasta cierto punto. También, era una buena manera de beber sin
pagar. Antes de irme con ellas les advertía que yo era un escritor desconocido
y, por lo tanto, pobre, muy pobre. Fuera de eso, pasaba malos ratos. Sobre todo
cuando se despedían antes de la madrugada. Me dejaban botado a media noche,
picado con el alcohol. Las odiaba. Si
no les gusta mi cara o mi conversación, al menos pueden tener la educación
suficiente de quedarse hasta el amanecer. En otra mesa, si quieren, pero no
vine hasta aquí por ellas para que me corten el suministro a media noche, Dios, pensaba. Si eran de las que
esperan que uno las lleve a casa, conmigo se llevaban una decepción. No pensaba
moverme de un cálido y reconfortante asiento de bar para salir a la fría
madrugada. Hubo una que me armó un lío porque no quise acompañarla. Me gritó
que era un patán y un mamarracho. La gente del bar se lo creyó; la gente es
proclive a creen en el mal. Al menos pagó la cuenta antes de irse. Gracias a
eso pude continuar bebiendo hasta el amanecer. Sin embargo, nadie quiso hacer
plática conmigo. Era un bar de gente mayor. Si hubiesen sido jóvenes me
hubiesen acogido como a un héroe varonil.
Una que salió buena fue Elena. Me envió una
carta muy extensa sobre lo que se había leído de mí, algo así como una crítica
literaria, con la excepción que no lo era; no era una crítica literaria porque
Elena no era catedrática ni crítica ni nada. En ella citaba algunos pasajes de
mis textos que según sus propias palabras la habían excitado. Eran pasajes sexuales, por
supuesto. Dijo que le encantaría beberse una botella de whisky conmigo en su
cama. Nos citamos en el centro de Tlalpan (por aquel entonces aún vivía ahí).
Bebimos café en Café la Selva (no me pregunten por qué no trajo la botella de
whisky). Me entregó un impreso. Era una carta donde describía cómo sería si ella y
yo tuviésemos un encuentro erótico, desde su perspectiva. Todo eso estaba muy
bien. También las piernas de Elena estaban muy bien. Era una chica demasiado
guapa para intentarlo conmigo, ¿ves? Quizá por eso no llegamos a nada. Quizá
los sabía, en el fondo. Quiero decir: sabía que yo no era el mismo hombre que
ella imaginaba cuando leía mis historias y prefería acostarse con ese hombre,
el de las historias, con otras historias. Vamos, no sé. El caso es que no
llegamos acostarnos ni nada. Pero era una chica con unas piernas estupendas y
me masturbé un par de veces pensando en ella después de haberla visto. Llevaba
sandalias y no podía dejar de verle los pies.
Por las tardes, al despertar, me tumbaba
frente al ordenador y escribía unos párrafos sobre mi última cita. Un par de
párrafos eran suficientes para saber si la cosa iba a funcionar. Si lo hacía,
escribía y mandaba el texto a cualquier revista. Los editores ya conocían mi
nombre y calculaban de qué iría la cosa. No hacían muchas preguntas. Colgaban
los textos la semana entrante o así, y yo me los leía cuando se publicaban. Si
había comentarios en contra, sonreía. Hay un extraño placer en hacer enfadar a
las personas.
En una ocasión salí con un par de chicas,
estudiantes de psicología o algo. Me escribieron que eran fanáticas de mis
textos y querían beberse una copa conmigo. Fuimos al apartamento de una de
ellas. Vivían en el sur, atrás del Tecnológico de Monterrey de la Ciudad de
México. Robamos botellas de vino de Costco. No robamos sacacorchos, así que
cogí un martillo de algún sitio del apartamento y quebré la boquilla de las
botellas. Había vino y vidrios por el suelo. Se negaban a beber porque creían
que se cortarían los labios o el estómago. Me di un trago de lejos y pude
beber. Reí y les invité a hacer lo mismo. No era tan complicado. Pero en uno de
esos trago sentí un vidriecillo entrar. No dije nada para no hacer el tonto. Me
lo tragué. No tuve ninguna molestia y en adelante cogí la costumbre de abrir de
ese modo las botellas de vino. Mejoré la técnica. Ahora las cogía y las
estampaba contra alguna esquina de concreto o alguna tubería de metal, o una
banqueta, lo que sea, sin necesidad de un martillo. Un golpe firme y seguro.
Puedo hacerlo muy bien. Sin hacer un estropicio y sin que salten demasiados
vidrios. Luego me empino el vino sin temor a ser cortado. Jamás me he cortado.
Bueno, bebimos el vino mientras hablamos de las cosas que nos gustaban hacer. A
ellas les gustaba escuchar música oscura y ver películas de cine de arte. Yo
dije que eso estaba muy bien y la cosa marchaba. De repente una de ellas se
emborrachó y comenzó a hablar de un hombre, su ex novio o algo, y la otra le
consolaba. Me estaban dejando un poco aparte. Dije que habría que darle
celos a ese cretino y la chica se lo creyó. Me pidió que la ayudase. Le
llamaría justo ahora y le pediría que viniera a una reunión de amigos. Yo debía
fingir ser novio de ella, de Penny. Escribí todo eso en un texto y me odió en
adelante. Dejó de salir conmigo. Principalmente porque aquella noche nos
besamos delante de su ex novio y él leyó el texto y se hizo amigo mío y supo
que todo aquello fue un teatro y no surtió efecto. Es lástima, Penny me
gustaba mucho.
También conocí de ese modo a
Simona, pero esa es una historia totalmente diferente. Con Simona pude
establecer una relación duradera porque ella era un ser humano completamente
diferente. Los textos que he escrito sobre ella son punto y aparte respecto a
los demás textos sobre mujeres que he escrito a lo largo de los últimos cuatro
años. Simona es un ángel sagrado.
2
Traté de escribir sobre otras cosas que no
tuviesen que ver con mujeres. Logré unos cuantos textos, no digo que no. Sin
embargo, todo comenzaba o terminaba por una de ellas. “En todo poema hay una mujer”, y en toda prosa, en toda vida, en
toda alma. No importa cuánto luchara por alejarme de ellas en lo tocante a la
literatura. No importa cuán solo estuviera. Incluso sin una mujer, todo gira en
torno a ellas. Incluso la soledad de un hombre le pertenece a una mujer. Y
ellos decían: no más textos de
mujeres. Como si eso fuese posible, Dios. Como si ellos mismos no hubiesen
comenzado la vida por la entrepierna de una mujer, y hayan sido amamantados por
una mujer, etc. Todas las palabras son femeninas, el lenguaje es femenino, la
literatura es femenina, y en todo texto hay una vagina. Todo lo que hacemos y
la forma en que pensamos. Somos genitales en busca de satisfacción y
conservación. Incluso el celibato es cuestión de genitales. No te involucres
con mujeres, aléjate de las mujeres.
muy buenooo petrozza
ResponderEliminar"Incluso la soledad de un hombre le pertenece a una mujer"
ResponderEliminarLas mujeres constituyen una cofradía en que la confianza que deriva de la identidad del sexo, posterga y vulnera cualquier convicción aun las cimentadas en años de constancia y elaboración, mientras que sortea con facilidad abismo de extracción sociabilidad y nacionalidad. Son como arcos en perfecto tensión que se disparan ante temores que hagan peligrar sus certezas y que equivalgan a obstáculos o irregularidades en su camino, Son también ávidas de revelaciones y verdades instantáneas que las alivien de transitar por si mismas el farragoso camino del conocimiento humano.
ResponderEliminarO sea: le resulta mas cómodo... Tiene un problema con una persona, suponga a una mujer le gusta a usted, esa mujer no le da del todo bola entonces esta en que viene y que va, entonces si viene alguna persona cualquiera y le dice bueno ese es chorro, puto o lo que sea se agarran de eso porque le permite no pensar mas en usted como posibilidad, le resulta mas cómodo "pensar que se vaya a la mierda y les alivia pero así va limitando su vida"
El texto es ameno y divertido, pero hay una frase que me parece genial: "todos los borrachos tienen boca, pero muy pocos tienen oídos" Saludos!
ResponderEliminarHay muchas frases buenas en el texto, me gusta que en la simpleza de unas cuantas palabras sencillas puede haber tanta profundidad, como lo comentado por Nelo, o por Cristobal, y yo sumaria la de incluso el celibato es cuestion de genitales, que me dejo pensando en eso y en como creen esas personas que no hacer el amor los hace mas puros, cuando los hace realmente mas impuros, mas anormales, mas artificiales. en fin buen texto petrozza, como siempre me haces pensar en mi propia vida, salud
ResponderEliminarPerfectamente comprensible que lo hayan publicado en revistas
ResponderEliminarMmm...??? Relatos reales o imaginarios leo todos sus relatos en la vida mas no he compartido los personales
ResponderEliminarSe me fue rapidísimo! Fluye solo y provoca ganas de encontrarle más líneas.
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