Texto por: Alejandra Rodríguez.
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Al abrir mis
párpados una luz resplandeciente cegó por unos instantes lo que sería el
panorama de mi nueva expedición. Temblaban mis manos de la emoción y mis
piernas del miedo; mi corazón latía con rapidez estremeciendo cada partícula de
mi cuerpo. El primer paso me alejaría de todo lo que conocía, pero a la vez me
acercaría a la utopía más soñada durante décadas. La vista se hacía poco a poco
más clara. Un cielo lúgubre abrazaba alguna clase de construcciones grises y de
diferentes tamaños. También se veían trocitos de superficie verdes con figuras
de colores. El aire rozaba con suavidad mis mejillas mientras mi pie ponía en
marcha el tan esperado encuentro con esta aventurada excursión.
—
Hemos llegado —dijo una voz
detrás de mí— Aseguren su equipo, y no olviden su misión. Volveremos a
encontrarnos en un par de horas en el mismo sitio.
Cada integrante de la exploración tenía una labor por cumplir. La
mía era la más importante—al menos eso decía el comandante en jefe. Llevo años
de preparación, pero no se puede comparar la teoría con la práctica que estoy
por llevar a cabo. Primero, tenía que encontrar siquiera uno de esos individuos
para asegurarme que el lenguaje aprendido sea el correcto para poder facilitar
la comunicación en caso de estar obligados a tener contacto. Segundo, encontrar
un lugar llamado “Plaza central” para poder establecer a mi grupo de trabajo y
estudiar de cerca la población.
Usaba un traje extraño para mí, pero cotidiano para el lugar en el
que me encontraba. Mis pies se encontraban encarcelados en cuero rasgado, en
mis piernas un pantalón deteriorado, y mi torso cubierto por una fragmentada
camisa; descripciones exactas dichas por mi instructor. En mi espalda colgaba
mi equipo de campaña.
—
Mucho cuidado, agente. No
sabemos con exactitud los rituales que existen por estos lares. Si necesita
apoyo, no dude en avisar a alguien de la tropa; la más cercana.
—
Sí, señor —dije con
determinación al comandante. Estrechamos la mano y cada uno siguió su camino.
Sin perder más tiempo, decidí comenzar mi labor. Debía caminar unos
kilómetros al este para encontrar mi primer contacto con los otros seres. Mi
corazón latía sin cesar, pero mis piernas y mis manos dejaron de temblar al cabo
de unos minutos. En un abrir y cerrar de ojos, me topé con una pequeña
criatura; me observó por varios segundos, luego de su cara renació un gesto que
me conmovió: sus ojos se hicieron diminutos y brillantes, sus labios se
extendieron un poco formando dos tumultos de piel en cada extremo, después dio
unos cuantos pasos hacia atrás y luego otros más pero con más fuerza,
alejándose de mí y acercándose a la vez a otros más de sus especie. Éstos eran más
altos, aunque unos más anchos que los otros. Me detuve un buen rato a
observarlos, noté que los seres más pequeños corrían estirando con firmeza sus
brazos y piernas, jugaban a pegarse con fuerzaentre ellos, y los más grandes
platicaban entre ellos. Pude entender con facilidad ciertas frases que sus
bocas emitían, por ejemplo «Dormí poco porque el niño gritaba» o «Compré
tomates verdes». Quería acercarme a ellos, para poder escuchar con mejor
claridad pero los individuos grandes dirigieron su mirada al cielo, agarraron a
los pequeños y salieron con rapidez del lugar. Pocos segundos después, de
arriba desprendía un líquido en diminutas cantidades, navegando por mi piel y
otros objetos. «Esto debe ser lluvia», susurré.
—
Agente, ¿cómo va su misión? —sonaba mi
comunicador. Era el comandante.
—
Señor, he cumplido la primera
parte: tuve un leve contacto con los seres y el lenguaje es el correcto. He
podido entenderles con precisión. —le informaba con entusiasmo— Continuaré con
la segunda parte, señor. Buscaré la Plaza Central.
Debía recorrer varios kilómetros debajo de la lluvia para poder
encontrar la plaza. Sabía que mis compañeros pronto llegarían,ansiosos por
trabajar a la primera llamada que les hiciese. En mi mente sólo podía imaginar
el gesto que hizo la criatura al verme; comprendía que era diferente pero no le
importó. Inmerso en mis pensamientos no me había dado cuenta que había llegado
al punto de encuentro: la Plaza Central.
—
Colega, he llegado. Preparen
todo su equipo —les informé a mis compañeros por medio del comunicador— Las coordenadas
son 34° 37’ 27”. Repito, las coordenadas son 34° 37’ 27”.
—
Vamos en camino, agente.
Poco a poco había cesado la lluvia, pero ésta me había llenado de
una sensación extraña. Algo me aprisionaba el pecho, mis labios se extendían
mientras aparecían bolsitas de piel en cada extremo, mis ojos se entrecerraban.
Pensé que era algo contagioso así que me di unas palmadas en el rostro para que
esa sensación se fuera; intento fallido. Debía esperar a mis compañeros para
que me ayudaran. Entre ellos se encontraba mi mejor amigo, quien asistió
conmigo al entrenamiento para esta excursión. No entiendo la razón de que no lo
hubieran elegido para la misión principal; aunque él se mostró bastante feliz
al momento de comentarle mi logro.
Tardaron una hora en llegar al punto de encuentro; yo aún tenía el
efecto extraño, sentía cómo recorría por mis venas. Al verme mi mejor amigo, me
examinó con detenimiento.
—
¿Te sucede algo? —me preguntó
con tranquilidad.
—
Creo que me he enfermado. Mis
labios se extendieron… —sus pupilas se dilataron al escuchar eso— ¡Se estaba
propagando!—me alejé— ¡¿Qué me sucede?!
—
Estás feliz, eso sucede; pero
no es nada malo, si más no recuerdo, es una emoción poco usual entre los seres
de aquí, pero no es maligna.
—
¿Feliz? ¡Felicidad! ¡Claro, es
una emoción! No lo recordaba…
Mi mejor amigo rió, le dijo a los demás compañeros que no había de
qué preocuparse. «Al parecer hizo muy
bien la primera parte de su misión», dijo y me sonrió. No recuerdo si esta
emoción, o como le dicen los especímenes a quienes estábamos a punto de
estudiar, era infecciosa pero mi sonrisa (hablando en palabras técnicas) había
hecho otra sonrisa en el rostro de mi colega.
La Plaza Central estaba llena de esos individuos; nuestra labor se
iba a cumplir con facilidad. Instalaron el equipo mientras me aseguraba que no
corríamos ningún peligro en esa zona. Minutos después tropecé con una pequeña
criatura: el mismo personaje que me contagió la sonrisa. «No es maligna; dile algo».
—
Hola… —susurré con mi nerviosa
voz.
—
¡Hola! ¿Quién eres? —respondió
una dulce voz.
—
Eh… Soy… Mi nombre es, Lef.
—
¿Quiénes son ellos?
—
Mis compañeros —volteé y vi que
mis compañeros estaban asombrados, observándonos— Estamos en una misión.
—
¿En una misión? ¡¿Son
astronautas?! ¡Siempre he querido ser un astronauta! —alzó sus brazos y empezó
a correr en círculos. No entendía lo que hacía, observé a mi mejor amigo y de
su boca salían las palabras “Avión” — ¿Eres un astronauta?
—
Sí… Creo que sí. —no sabía con
exactitud lo que significaba “astronauta” pero no quería dar muestras de
debilidad.
—
¡Cuando grande seré como tú,
Lef!
La criatura salió corriendo, y por un momento pensé que yo también
lo iba a hacer. Por el contrario, mis pies los sentía clavados al piso. Eve, mi
mejor amigo, se acercó a mí para comprobar si me encontraba bien; y sí, lo
estaba, pero no podía creer lo que había ocurrido: hablé con un espécimen
diferente. «Misión cumplida», pensé;
pero me sucedía algo extraño. Mi cuerpo se llenaba de éxtasis, quería correr,
quería sonreír, quería “abrazar” (Estrechar con los brazos, como dicen en ese
lugar) a Eve.
Mis compañeros se acercaron y les comenté en detalle la conversación
con esa pequeña. Cada emoción, sensación; cada palabra y tono de voz; todo; y
ellos, entusiasmados, tomaban nota para llevar a las directivas. «Misión cumplida», se decían unos a los
otros.
Un mes
después, llamaron a mi puerta. «Agente
Lef, tiene una reunión en veinte minutos. El comandante Ky quiere verlo. Sala
285».
—
Agente Lef, bienvenido. —era la
voz del comandante Ky. Lo que no me esperaba era la compañía de cinco
funcionarios más en la reunión— Tome asiento, por favor.
—
¿Sucede algo, Señor?
—
Hace unas semanas su compañero
Eve envió un informe de la expedición No. 8206. Describía con detalles su
encuentro con un espécimen “pequeño y dulce”. —me observó por unos segundos y
continuó— Quisiera narrarnos este momento, por favor.
Y así fue. Durante más de diez minutos la plena atención de los
asistentes estaba fijada en mí. Algunos rostros mostraban emoción, otros
parecían preocupados. Sin intimidarme, narré cada detalle; tal vez mi emoción
por aquella experiencia se veía reflejada en todas las palabras que salían de
mi boca.
—
Agente Lef, el encuentro que
usted llevó a cabo con esa criatura pasará a la historia. ¿Lo sabía? —por un
momento creí que sonreiría, pero seguí con su aspecto tosco (cotidiano en él)—
Es momento de que sepa el nombre de esas criaturas. Para que su historia suene
más convincente.
—
¿Señor…? —el comandante estaba
a punto de decirme uno de los mayores secretos de nuestra era. Jamás nos
revelaron el verdadero nombre de esos cuerpos ajenos.
—
Humanos, Lef.
—
¿Qué ha dicho, señor?
—
Seres humanos. Así los conocen
nuestros antepasados. No revelamos ése nombre por temor a la exasperación que
podría producir en ustedes, nuestros misioneros —esta vez el gesto de su rostro
era más pasivo con un toque de orgullo, cosa que calmó mis nervios— Verás, hace
décadasun grupo ansiaba conocer a los humanos, así que organizaron una
expedición. Lamentablemente, sus equipos no eran los más aceptables para esa
misión. Solo lograron pasar la barrera “Cielo” —liberó un suspiro y prosiguió—
Pero ustedes, expedición No. 8206, lo lograron. Felicitaciones.
—
Gracias, comandante Ky.
Mis manos temblaban de nuevo, mi corazón estallaría en cualquier
momento. «Así que así se llaman. Humanos…».
Texto por: Alejandra Rodríguez.
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