Al
fin. La había terminado. El mejor de todos los inventos desde la rueda. Aquello
que partiría la historia del hombre en dos, que dejaría en claro quienes están
arriba y quienes están abajo. El primer paso para la construcción de una
comunidad de mentes ilustres y avanzadas. Ya Marx había hablado de la lucha de
dos clases antagónicas. Pero se había equivocado al pensar que todo se resumía
en términos de adquisición de capital y el abuso de la plusvalía. No, esa no
era la división. La dualidad estaba marcada por otros criterios y el principal
de todos era: el futbol.
Para Marcos Lender la sociedad se dividía entre los que le
gustaban el futbol y los que no. Con base a este criterio había creado toda una
teoría y un sistema que consideraba infalible. Creía firmemente que había
encontrado la solución de todos los problemas de la humanidad: la pobreza, la
desigualdad, la corrupción, la violencia y la guerra. Esta solución final, un
poco al sentido nacionalsocialista, consistía en la erradicación y exterminio
de todos los apasionados del futbol. Sabía que esto implicaba la erradicación
de más de un cuarto de la población humana. Pero no le importaba.
No obstante, Marcos había decidido que era pertinente
empezar a ejercer de alguna forma una praxis de la teoría que había formulado.
Ya de por sí, se alejaba de aquellos que predicaban alguna pasión o interés por
los temas futboleros, lo que ya lo dejaba con pocos amigos. Pero, en su papel
de ingeniero electrónico reconocido pensó que podría llevar las cosas más
lejos.
Durante seis meses Marcos se encerró a trabajar en una
ambiciosa invención. Marcos dedicaba todo su tiempo libre en la consecución de su proyecto. No
dormía, no comía, no tenía novia. No tenía tiempo para ningún otro menester que
no fuera la construcción de la máquina que había diseñado en su mente
obnubilada.
Estuvo varios meses leyendo sólo prensa deportiva, mirando
videos de futbolistas y aficionados en youtube,
y escuchando a comentaristas radiales. No era un acto de masoquismo, él se
implantaba este sufrimiento para reconocer cuales eran las palabras más fuertes
dentro del argot futbolero. Pronto tuvo una lista con varias palabras fuertes y
de alta carga futbolera como: “Balón”, “Tiro de esquina”, “penalti”, “arbitro”,
“gol”, “Cristiano Ronaldo” “Tevez” “Real Madrid” “Piqué” “Shakira”. Cuando
determinó que tenía clasificadas todas las palabras necesarias, creó un chip
electrónico que las reconocía. Metió el chip en una cajilla pequeña y le
conecto unos audífonos pequeños pero potentes. Configuró el aparato para que
cuando alguien hablara de futbol transformara las ondas de sonido, aquellas
desagradables palabras, en música de Chopin, Beethoven y Lizst.
Pero aquello era sólo la primera de sus funciones. El
aparato también dejaba un registro en una base de datos con información de la
persona que se había hablado de ese deporte negro. Así dejaba constancia de
todas las posibles víctimas de un holocausto futbolero. Marcos sintió que una llama de felicidad recorría
su cuerpo, pero no era sólo la felicidad de una tarea bien hecha, sino la de un
preámbulo, la del niño que se dispone a ver como se abre el telón de su obra
favorita. Sólo le faltaba un nombre para bautizar su invento. Prendió la
televisión, últimamente sólo transmitían partidos del mundial. Vio como Messi
en un remate de fuera del área metía un gol que sentenciaba el partido
Argentina-Iran. Messi gritaba eufórico y alzaba las manos en son de victoria.
El público gritaba furibundo su nombre: ¡MESSI! ¡MESSI! ¡MESSI!. Entonces
Marcos se dio cuenta que aquel enano representaba todo lo que él detestaba.
Escupió a un lado con repugnancia. Ya tenía el nombre de su aparato: El
Anti-Messi. No, mejor más cortó. El AntiMess 3.7.
Marcos decidió probarlo inmediatamente y al otro día se
puso los pequeños audífonos para ir al trabajo. Era la hora de probar su
invento desempeñándose en la cotidianidad. Llego a la oficina confiado, saludo
a todos. Trabajaba en una empresa de importación y adaptación de hardware japonés.
Pidió dos o tres informes a la secretaría y se puso a revisarlos. Luego al
mediodía se acercó a la cafetería donde intentó actuar normalmente. Pidió un
café con leche y dos medialunas y se sentó en una de las mesas. Allí se le
acercó uno de sus colegas de trabajo que intento montarle conversación. Al
principio le pregunto por el trabajo, por su vida, por la esposa que hace un
año le había dejado. Marcos respondió cortésmente. Entonces surgió el tema
inevitable. Su colega empezó a hablar de futbol. Justo en ese momento el
mecanismo se activó y empezó a sonar uno de los nocturnos de Chopin. Marcos
sonrió y se relajó. Sólo percibía como su amigo movía las manos enérgica y
apasionadamente. Ya tenía preparadas algunas
respuestas automáticas a su discurso. “Sí”, “tienes razón”, “no lo había
pensado” “definitivamente las cosas del futbol son así” “¿Y qué pensará el
Diego de todo esto?”. Entonces a veces se burlaba y cerraba los ojos, se dejaba
llevar por las melancólicas notas. Así
seguía hasta que la música dejaba de sonar, lo cual pasaba en dos
circunstancias: cuando el otro se percataba de la falta de interés de Marcos o
cuando algún incidente exterior (una llamada de celular o la llegada de otra
persona por ejemplo) le obligaba a interrumpir su discurso. Marcos retomaba
entonces la conversación y sonreía complaciente. Al final, solamente algunos se
percataban que detrás de esa sonrisa, estaba la satisfacción del niño que acaba
de saborear el mejor de los chocolates.
Entonces Marcos llegaba a su casa y examinaba los
resultados que había obtenido en el día. Luego de tener una buena base de
datos, (había recogido información en toda clase de lugares: restaurantes,
discotecas, cinemas) decidió que era momento de arriesgarse un poco más. Era
momento deprobar su invento en un contexto más complejo. Por ello, espero el
día que jugaba la selección de su país. En medio del tiempo del partido se
acercó a la zona del estadio, donde una multitud de fanáticos veía el partido
en pantallas gigantes. Caminaba tranquilo, como quien pasea por un jardín
japonés, rodeado nada más por la música que lo llevaba lejos, a ese lugar
secreto que sólo le pertenecía a él: Una superficie sin balones, ni canchas,
con un aire nuevo, con palabras que recreaban sueños y utopías, la civilización
humana moviéndose al ritmo de chelos y trompetas de la auténtica modernidad.
Hubo un gol, los fanáticos se pararon de sus puestos emocionados. Se abrazaron,
lloraron. Pero Marcos no percibía un gol, sino la caída de una especie maldita,
el último grito antes del fin, las lágrimas que salen de un balón. Todos debían
morir y caer en las puertas del olvido. Él lo sabía. Aquella música se lo
prometía, un mundo mejor.
Luego Marcos retornó a su casa y se encerró. Había reunido
valiosos datos. Pronto tendría una base de datos lo suficientemente buena. No
le importaba que en ella se encontraran nombres de antiguos amigos y conocidos,
nadie que le diera valor a una pelota en medio de una malla de cuerdas podía
considerarse su amigo. Ahora venía el siguiente problema del plan, ¿cómo les
mataría? ¿cómo hacer para eliminarlos a todos? Se dio cuenta de algo obvio. La
sola tarea de exterminio era algo demasiado grande para un único sujeto.
Necesitaba tomar el poder de alguna forma, dirigir sus redes para exterminar a
cada uno de los fanáticos. Pero Marcos era tan sólo un ingeniero electrónico,
no un experto en teoría de masas. Pronto empezó a darse cuenta de las falencias
de su plan y se deprimió. No era idiota. Sabía que las posibilidades jugaban en
su contra y que hacerse con el poder político y económico de una sociedad no
era tarea fácil.
Se encerró en su laboratorio, desarrollo toda serie de
fórmulas, intentó encontrar aquella que le permitiera subir a los más altos
estratos del poder. Se dedicó a leer psicoanálisis, a Freud, Lacan y
Roudinesco, también a Bordieu y Bauman, buscando la forma de encontrar una
receta, algo que le dijera como seducir a la gente bruta y subir al poder. Pero
todo lo que leía lo deprimía, pues le parecía que todos esos autores lo que
hacían era complicar y no dar solución a la pregunta por una fórmula para
manipular las masas. Marcos maldijo, lanzo sus libros con rabia contra la
pared.
Fue al súpermercado y se compró una sobredosis de cafeína.
Él tenía que dar con la formula, no podía fallar ahora. El porvenir de la
humanidad dependía de su investigación. Se puso las manos en su rostro,
buscando agitar su cabeza para dar con alguna idea. Era momento de aprovechar
cada minuto, cada segundo. Decidió renunciar al trabajo y encerrarse como el
topo en su madriguera, en medio de un laberinto de ideas y frustraciones constantes.
Afuera,
en el trabajo, en sus círculos más cercanos empezaron a preguntarse qué había
pasado con Marcos. Lo llamaban. Lo buscaban. Pero no obtenía respuesta. No
respondía a su celular. No abría la puerta de su apartamento. Algunos llamaron
a la policía, pero estos aseguraban que Marcos estaba vivo, que él tenía la
potestad de escoger esa vida de encierro y ascetismo. Los compañeros entonces
se despreocuparon y enfocaron su pensamiento en otras cosas, como la final del
mundial que se acercaba. La selección había llegado a la final del mundial y se
enfrentaría contra la invencible naranja mecánica. Toda la atención del país
estaba puesta en este evento. Los carros se habían paralizado. Las pantallas se
extendían por toda la urbe como parásitos de vidrio. Las familias, los grupos
de amigos, los novios, los grupos barriales unidos expectantes esperando un
gol. También se multiplicaban las banderas que unían un país, más por un balón
que por alguna ideología política, como si ese fuera el campo de valía donde se
demostraba cuál de todas las naciones de esta tierra era mejor.
Empezó el partido y los nervios estaban tensos. Empezaron
los tiros, las correrías de cancha a cancha. Los minutos pasaban. Dos goles de
la selección, otros dos del rival. Los gritos de gol se escucharon en toda la
ciudad. Así pasaron los dos tiempos y se acercaba el minuto final. Pero el
empate ponía a sufrir a todos. Todos se tomaron de las manos y las apretaron,
se quedaron quietos esperando la resolución final. De repente un tiro de
esquina, un cabezazo del jugador más alto. Un grito furibundo: GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL,
se escuchó por toda la ciudad. Todas las voces se unieron en un coro perfecto,
era la armonía universal. Entonces vino la fiesta, vino la parranda, el bullicio
y el alcohol, vinieron los fuegos artificiales, los carros pitando y la gente
gritando una y otra vez: CAMPEÓN, CAMPEÓN.
En medio de la emoción nadie se percató, que en el sótano
de una casa el cadáver de Marcos Lender estaba acostado contra su escritorio.
Tenía en su rostro el gesto de quien había vivido la peor de sus pesadillas, el
peor dolor. Sus oídos sangraban, la maquina explotó y en el papel escrito en
sangre decía: Gooooooooooooooooooooooooooool.
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