No perdamos tiempo, Simona, coge tus cosas y vámonos. Todo nuestro mundo
está por destruirse; lo he visto ocurrir antes. Hay fuerzas externas que
quieren acabar con nosotros y son más fuertes que nosotros porque tú y yo
estamos solos, mientras ellos están unidos; millones de ellos están
unidos y están en todos lados, empezando por nuestros padres y nuestros
hermanos. Están en nuestros amigos más cercanos, como ya vimos y ya te escribí
al respecto en otra carta. Coge tus cosas, amor, pero ten cuidado de coger
demasiado, ellos tienden trampas: no cojas los libros de los autores más
vendidos (ni siquiera cojas a Bukowski porque si ellos lo permiten hay algo
podrido en él), ni los vestidos de moda, ni los zapatos altos, ni los productos
para el cabello ni las toallas sanitarias. Corta tu cabello, amor. Esparce tu
cabello muerto al cielo para que, quizá, en su último aliento toque el corazón
de un hombre. Coge a las gatas, porque ellas no tienen la culpa. Olvídate de
los medicamentos y los tés y los productos artesanales, porque incluso en los
productos artesanales anida la ambición. No aceptes nada que provenga de fuera.
Cierra las ventanas mientras te quitas los vestidos y desnudas tu alama; hay
que partir desnudos del alma; a donde vamos es así. No te preocupes por las
heridas, vamos, precisamente, a sanarlas. Date prisa, cada segundo que pasas
aquí te atrapa. No tengas miedo a envejecer ni a morir. La muerte es lo más
bello que puede pasarnos si morimos en paz. Ya casi nadie puede morir en paz:
se muere con miedos, con arrepentimientos, con secretos, con hipotecas sin
pagar, con hijos desperdigados sobre la faz de un mundo hostil, con animales
muertos, extintos, y con las entrañas deshechas por corajes y por el
alcoholismo, única salida de lo absurdo. Se muere en la oscuridad, con
vergüenza, cubierto por ropas y metido en cajas que aprisionan el espíritu y
las materias orgánicas del cuerpo. Yo me contento con que al morir me entierren
desnudo, con una pala caven mi fosa, siempre y cuando lo hagan de día y en un hoyo
de tierra fresca, a los pies de un árbol. Estos hombres no saben vivir, ¿por
qué sabrían morir?
Hay que partir inmediatamente. No nos
dejarán partir. Extenderán sus brazos e intentarán engolosinarnos con falsas
promesas, o verdaderas promesas pero sin fundamento porque no saben hacer
promesas ni cumplirlas; no tienen principios ni creen en la libertad: creen en
las ataduras como modelo de vida: se atan para sentirse seguros. Un hombre sin
ataduras es para ellos un monstruo inmoral y satánico. Los idiotas se nos
vendrán encima. Juzgarán nuestros actos desde la cornisa de un acantilado, el
acantilado de su moral y su miedo a ser ellos mismos, sin atreverse a
seguirnos, sin atreverse a asomar algo más que las narices. Su vida termina en
la punta de sus narices: son idiotas y no tengo remordimiento en decirlo porque
lo son verdaderamente. Ellos están atados a nosotros, chupándonos la sangre
como sanguijuelas. No nos aman, lo harán cuando nos vean partir; será demasiado
tarde para ellos; no es amor el que cercena las alas, ni es amor el que se
alimenta del ser amado, ni el que desea beneficiarse del trabajo ajeno. No los
necesitamos. Ellos no perecerán sin nosotros. Nosotros sí pereceremos con
ellos; el fuego de nuestras almas se consumirá, será tarde cuando ellos hayan
muerto y siempre diremos: ¿por qué no lo hicimos? Haré los preparativos:
cortaré mi cabello, lo echaré al fuego para que, suelto, no pueda contaminar a
nadie. Me desnudaré ante ti y ante mí, y ante todo aquel que desee ver a un
hombre verdaderamente desnudo sin temor a enfrentarse con sus más grandes
miedos. Nadie me verá, excepto tú, amor. Tú me has visto ya. Por ello eres tú
mi amor y mi vida, hasta que la libertad nos separe.
Simona, no perdamos más tiempo. ¿Qué
quieres, corazón? ¿Qué es lo que verdaderamente quieres? Si tienes la
respuesta, olvídala. Nadie sabe lo que quiere, hasta que desnuda su alma y lo
comprende: nada es lo que quiero. Lo tengo todo dentro de mí. ¿En qué momento
nos perdimos de nosotros mismos? ¿Hubo tiempos mejores, o siempre hemos sido un
animal envilecido, un animal enfermo y de ojos cenizos? ¿Hasta dónde vamos a
llegar? ¿Nuestro sufrimiento tiene un fin? Coge tus cosas, Simona, y toma mi
mano. No puedo prometerte nada. Aun así, coge mi mano, anda. No dejes de temer,
el miedo es sano y necesario para nuestro viaje, pero no permitas que el miedo
te coma antes de llegar. ¿A dónde vamos? ¡Y yo qué sé! No soy uno de ellos,
Dios, no me preguntes lo que no puedo responder. No hay seguridad de nada en
este viaje; este viaje es la vida, y quien desea seguridad debe sacrificar la
vida: debe pagar intereses, trabajar, asegurarse el culo, comprar boletos de
avión en redondo, llenarse la vagina de tampones, rasurarse el bigote, untarse
desodorante, peinarse el cabello con alcoholes para que el viento no mueva ni
un pelo, que todo esté en orden, que no pase nada (¡la vida pasa, la vida
pasa!), que seamos pequeños y débiles, pero salvaguardados por amuletos de
Jesús, bonos y acciones, empleos y casas y coches y mucho dinero para que se
nos respete y nos crezca el pito, y seamos SEÑORES, aunque al llegar a casa nos
quitemos la ropa, nos acostemos, cerremos los ojitos, y sepamos lo solos y
jodidos que estamos. Aunque el pelo teñido se destiña con el tiempo y las
carnes se aflojen y la belleza y el poder se acaben, porque un millón de
dólares no puede salvarnos de nosotros mismos, ni de la estupidez del hombre,
ni limpiarnos el culito a los ochenta años: hay que aprender a cagar en el
bosque sin dañarlo, como lo hacen todos los seres vivos, excepto el hombre. El
hombre desperdicia litros y litros de agua al segundo, sólo para cagarse.
¡Cagar nos está costando muy caro, SEÑORES!
Nos vamos de aquí en seguida. No hay
tickets, ni American Express. Caminaremos. No temas. Hemos caminado todo este
tiempo, pero en redondo. Nuestros pies no nos dejarán tirados, están en forma,
se ejercitan a cada paso, saben mejor que nosotros caminar. Están hechos para
caminar. Confía en ellos, como ellos confían en ti. ¿Dónde pasaremos la noche?
Donde siempre: bajo la Luna, en la Tierra. ¿Qué comeremos? Comida. Nadie muere
de hambre, ni siquiera los desgraciados y los muertos de hambre. Todos viven, y
ese es el mayor pecado y el mayor castigo. Sólo muertos dejaremos de hacer
daño. Mientras tanto huyamos de este lugar. ¿Qué buscamos? Nada. No es un viaje
tradicional. No hay beneficios tangibles, ni puertos de llegada, ni brazos
abiertos para recibirnos, ni perros que ladren al vernos llegar, ni lágrimas ni
entusiasmo, ni equipaje documentado, ni camas calientes, ni duchas, ni
zapatillas para correr. No hay prisa durante el viaje. Sólo hay prisa de iniciar
el viaje. Veo que ya empiezan a temblar. Los niños se irán, dicen. No saben lo
que hacen, dicen, tienen trabajos y sueldos y techos sobre sus cabezas y paz y
amor, ¿por qué se van? Estarían dispuestos a darnos dinero con tal que no
partamos. Dinero. No hay nada más mezquino que el dinero, excepto el hombre que
lo ambiciona. No podemos vendernos, amor. No lo hagamos, por lo que más
quieras, no lo hagamos. Nos odian ahora, pero nos amarán cuando partamos y
cuando mandemos la primera carta de amor, diciendo: estamos bien, no
necesitamos nada. Rodarán lágrimas sobre sus mejillas. Pensarán: tienen dinero.
Pero con todo, quiero decir que estaremos en paz con nosotros mismos, tendremos
alimento y cobijo y trabajaremos para encontrarnos y unirnos al Universo. Si
fracasamos, al menos, no estaremos contaminados como lo están ellos ni
sufriremos por comprar y vender el sustento. Quizá, algún día, alguno de ellos
comprenda que hizo mucho daño al concebirnos y que su sufrimiento es en huero
porque no es sincero ni sano, no hay que sufrir de ver libre a alguien, o en
camino a la libertad. Quizá uno de nuestros hermanos menores comprenda nuestras
decisiones e, indirectamente, sembremos en él la semilla de la libertad. Quizá
no ocurra nada de esto. No importa. No queremos salvar al mundo, ¿verdad,
Simona? No queremos nada, entiéndalo. Nos llaman misántropos, pero los
misántropos son ellos, pues contaminan y matan al hombre con sus actos
interesados y pueriles. Nos llaman misántropos, pero ellos son quienes asesinan
al hombre: asesinos de sus hijos por la cantidad que procrean: a cada
nacimiento muere la libertad, la paz, la vida vale menos; la vida no vale nada
en un mundo de dinero. Asesinos que matan bolsa a bolsa de supermercado, lata a
lata de coca-cola, mordida a mordida de hamburguesa. ¡Asesinos! ¡Yo los acuso!
No perdamos el tiempo con ellos, Simona, vámonos. Deja que se revuelquen en su
lodo los cerdos, ahí están bien porque nacieron para eso. Los concibieron para
eso. Los criaron para eso. No son más que hombres. Un gusano vale más. ¿Quién
es más misántropo? Al menos, yo no reproduzco al hombre. Reproducir al hombre
es el acto más misántropo y más lleno de odio: saber que el mundo es cruel y
aún así traer a un bebito a ello, ¡es un crimen! No quiero ser parte de todo
esto. No quiero ser parte de nada. ¡Renuncio al género humano!
La vida es un reloj de arena, querida. No
podemos perder un solo grano de arena. No les regalemos un solo grano de arena.
Cojamos nuestra arena y partamos, no importa si nunca llegamos a ningún lado:
nadie llega a algún lado. Los hombres hacen cosas, hacen algo de sus vidas,
sólo para ir a morir un día cualquiera. Han mancillado la muerte. Crearon todo
un protocolo para morirse, como si morir fuese importante. Es importante para
los vivos. Son egoístas incluso en esto. No nos dejarán ir ni muertos, Simona.
¡Prepárate!
2
No nos engañemos, Simona. Lo sabemos tú y yo: todas las cosas que se hacen
por dinero son mezquinas. Envilecen y empobrecen el alma. Las actividades que
realizo por dinero son mezquinas y las llevo a cabo para sobrevivir en un mundo
mezquino y cruel. Son las cosas más bajas que un hombre puede realizar. Para
resumir, son las cosas que engendran guerras, en el más amplio sentido de la
palabra. No acepto ninguna responsabilidad por mis acciones mercantiles, por
mis sueldos, por todo lo que estoy obligado a hacer en un mundo de obligaciones
fiscales y gubernamentales. Es el modo más cruento de control. Sucede así:
“Obligamos a los ciudadanos a llevar encima siempre una carpeta llena de
documentos. Los ciudadanos
pueden ser interpelados por la calle en cualquier momento; y el
Examinador, que puede ir vestido de calle o con diversos uniformes, después de
comprobar todos los papeles, los sella. En la siguiente inspección, el ciudadano
tendrá que enseñar los sellos correspondientes a la última inspección. La
detención tiene carácter provisional, es decir, que el prisionero será puesto
en libertad cuando el Arbitro Adjunto de Explicaciones apruebe su Atestado de
Explicaciones, debidamente firmado y sellado, si lo logra. Dado que este
funcionario rara vez aparece por su despacho y el Atestado de Explicaciones
tiene que presentarse personalmente, los explicadores se pasan semanas y meses
enteros esperando en oficinas heladas, sin sillas ni servicios higiénicos.”
¿Por qué no nos obligan a punta de cañón?, sería más fácil, sería más honesto.
“No, la brutalidad no es eficaz (lo hemos aprendido a lo largo de años de
brutalidad). Los malos tratos, sin llegar a la violencia, causan, si se aplican
adecuadamente, angustia y un especial sentimiento de culpa”. Somos culpables de
no llevar encima y en orden nuestros documentos, somos culpables, Dios, somos
culpables y lo merecemos: paguemos recargos, paguemos impuestos, paguemos
intereses y penalizaciones, y hagamos todo lo posible por mantener el orden de
los documentos: todos y cada uno, registrados en un documento, desde la cuna
hasta la tumba, pendientes de ello. Fuimos un número; ahora somos un código
binario que leemos a modo de nombre: MARTIN PETROZZA, COL. ROMA NORTE, 30 AÑOS,
EMPLEADO DE S & S ENTRERPRISES. O: 1101 01010 0100 011. Quien puede
entender esto, no puede liberarse, pero está en camino de hacerlo. Vamos,
Simona, rompamos las cadenas. No acepto ninguna responsabilidad por las actividades
que realizo por dinero. Todo lo que hago fuera de ellas es lo que realmente
soy, y es, verdaderamente, mi vida. Nada que se haga verdaderamente desde la
voluntad más individual y honesta, puede generar dinero porque el dinero se
mueve en un plano infinitamente inferior. Nos desean tener como a gusanos,
ciegos y sin ambiciones, y sin ser productivos a nosotros mismos, a nuestro
espíritu y nuestra alma. Las actividades que ellos llaman productivas, no lo
son. Son actividades destructivas. Lo demuestro:
Nunca pude describir buenamente lo que
debía hacerse en los trabajos. Todos los trabajos me parecían una cosa de
locos, tareas que sólo un par de mentes macabras podían comprender. Quiero
decir, en su totalidad. No hablo de los gerentes o de los dueños de las
empresas, ellos tampoco lo comprenden en su totalidad, hablo de algo más
grande, tanto como el sentido de la vida o Dios o la objetividad divina o
científica de la evolución de la vida. Desde la bacteria unicelular hasta las
tasas de interés, las hipotecas, las inversiones a plazo fijo, los bonos, los
aranceles o, sencillamente, el reparto de propaganda impresa. ¿Convertir
árboles en propaganda impresa es el instinto de muerte colectivo de la
humanidad? Si consideramos que los árboles nos dan vida, ¿por qué cortarlos y
convertirlos en publicidad, que a lo más, nos da dinero? No hay ninguna lógica
en talar bosques excepto el instinto de muerte más macabro.
Por aquel entonces me había empleado en una
cadena de suministros de cafetería y era el encargado de firmar contratos de la
marca con terceras personas, interesados en adquirir una marca ajena, la
nuestra, y suministrarse de un negocio prefabricado. No tiene sentido, pero es
un negocio estupendo porque las gentes son cobardes de arriesgar su maldito
dinero, el que han obtenido a cambio de la tala de árboles y de otras cosas
igual de atroces. Debía vender contratos. En realidad, firmar un contrato
implicaba muchas cosas. Una cadena larga de cosas que terminaba, más o menos
donde terminan todas las cosas que hacemos: en la destrucción de nuestro propio
hábitat. En nuestra muerte como género. Comenzaba con la firma de un contrato
de diecisiete hojas de papel, por triplicado, y anexos de alrededor de veinte
hojas más, también por triplicado, y daba rienda suelta a un proceso de
suministro mensual de una cantidad indeterminada de plásticos de diferentes
grados de maldad, unicel, papel de diferentes tipos, agua, metal, hule, tela y
recurso humano. Entonces, mi trabajo consistía en detonar ese proceso maldito y
matarme y matar a mis congéneres lentamente a cambio de papel moneda, papel
moneda para todos, para mí, para los dueños de la marca, para el suministrado,
para los proveedores y distribuidores de cada insumo, etc. ¿De dónde
provenía aquel dinero? De los bolsillos de comemierdas, es decir, de los
empleados que rentaban sus culos ocho a doce horas para recibir quincenalmente
un diminuto fajo de maldad e intercambiarlo por todas esas cosas, entre ellas,
nuestros cafés de altura.
Hace mucho tiempo, se dice, los gobernantes aztecas, o tlatoanis, hacían
traerse nieves desde las montañas, o pescados frescos desde las costas, y para
ello una cadena de corredores humanos poníase a correr a todo lo largo del país
para satisfacer los caprichos de su gobernador. Qué sistema tan maravilloso. No
contaminaba en absoluto y se podía ser tan eficaz, incluso más, que se es ahora
con los procesos de distribución y logística de las empresas, que mandan barcos
o camiones y usan petróleo y expiden gases, etc. Si hoy propusiera a mis
patrones traer el café, distribuir el café, por medio de una red de corredores,
pensarían que estoy rematadamente loco. Pero ¿saben qué? ¡Se hacía! Es
totalmente posible no porque lo diga yo o lo suponga o se tengan estudios. Es
totalmente posible porque ¡se hacía!, y muy posiblemente entre distancias mucho
más largas. Nos vendan los ojos para que no descubramos las consecuencias de
nuestros actos. Cada acto es una cadena y cada cadena lleva a lo mismo y se
impone para lo mismo: dinero a costa de todo. Desde el ser humano más
insignificante hasta el más poderoso desea dinero a costa de todo.
Ahora bien, de las actividades sinceras, las
que provienen de mi corazón, estás tú a la cabeza, seguida de la Literatura y
un deseo de sobrevivir. Estas actividades no son independientes. Se
interrelacionan. Se apoyan una sobre la otra como una pirámide, donde la punta
es lo más bello y preciado y la base roza con lo mezquino. Es una idea
espiritual que carece de nombre en el plano del dinero. Si me abandonas,
Simona, la pirámide se tambalea: no hay motivos para la literatura ni la
supervivencia. Mi mundo se desmorona; deberé construir una vida, una cosmogonía
personal, desde cero. Tú eres mi actividad personal y de la que dependen las
actividades subsecuentes, hasta lo más bajo que es trabajar por dinero para
sobrevivir, para escribir, para estar contigo y ser amado por ti; amarte desde
la base hasta la punta de la pirámide personal de mi vida y mis valores. No
temo decirte abiertamente que eres sumamente importante para mí, aunque con
ello declare mi punto más débil y te confiese mi vulnerabilidad. Un secreto así
sólo puede confesarse al ser más amado, que da y quita vida; alimento y veneno
del alma enamorada más allá de la sensiblería y el romanticismo de un Wherter o
una Julieta.
Te amo, mi pequeña mujercita. Coge mi mano y
parte conmigo. Coge a las gatas; todos los animales son inocentes. No hay
maldad en sus almas. Sus alamas son pulcras y honestas. No hierve en sus vidas
el pecado del dinero. Están libres de pecado porque están libres de moral. Todo
lo que hacen es correcto; no conocen otro modo de actuar. Son bestias
inferiores, pero están más cercanas a Dios. Anda, vamos. Ya
no podemos estar aquí. Ya no es un lugar seguro. Quizá nunca lo fue. Es zona de guerra. Una guerra
que no es nuestra guerra. Una guerra que se salió de control. Ya no podemos
estar aquí, en esta vida cruenta.
Siemrpe es fácil escribir desde la comodidad de la que tanto crítica el autor, derribar siglos de "humanización" (por así decirlo) y querer volver a arrastrarse como los perros no es tan fácil como parece.
ResponderEliminarEntonces, quieres que nos quedemos con los brazos cruzados? A mí el texto me parece hermoso y sincero. Un aplauso para losnque están hartoa y no se callan. Salud, Petrozza!!
ResponderEliminarEs sin duda la declaración de amor más bella que he leído, es tremenda.
ResponderEliminarEs pura y es honesta, y en ésta vida no se necesita nada más.
"...tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía..."
(Y por supuesto nunca falta el esclavo del sistema que lo defiende a costa de todo y por sobre todos; que nunca se detienen ante el comentario ofensivo, les es imperativo escupir toda la mierda que llevan dentro (que les ha hecho tragar el sistema).
Son los que no pueden parar de vejar.
Y que gritaban eufóricos ante el fuego de la Biblioteca... Es lástima que lo único que quedara de aquella época fuera esta estirpe)
Es el mejor texto que he leído mucho tiempo. De verdad!!!!!!! Muy bueno el escritor
ResponderEliminar"Este viaje es la vida, y quien desee seguridad debe sacrificar la vida" Maestro!!!!!!!
ResponderEliminarExcelente escrito... Cala y talla a la medida de nuestros convulsionados tiempos...
ResponderEliminarcuando la partida de mis manos toma la pluma,el tintero mira sonriente..
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