Texto por: Insomne
Sitio del autor, aquÃ.
El
sábado por la tarde robamos un niño en el centro comercial del aeropuerto. No
era esa la idea que nos rondaba la cabeza cuando llegamos allà pero a veces las
cosas no salen como uno quiere.
Estábamos sin dinero como casi siempre. No tenÃamos dinero para
nada, ni para fumar ni para beber. Nos aburrÃamos en la calle, no sabÃamos
hacia dónde ir ni qué hacer; en el barrio nos conocen demasiado y no nos quitan
el ojo de encima. Cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo, decÃa la
vieja del kiosco que ya no nos querÃa fiar cigarrillos. Por eso cogimos la moto
de tu hermana y enfilamos la autovÃa en dirección al aeropuerto, durante el
trayecto te escuché decir a través de la sordina de los cascos varias veces la
palabra nafta.
La idea de aquel sábado era colarnos en un avión que me llevara a
Cuba o al Brasil, a Venezuela no, a Venezuela jamás. HacÃa casi un año que
prometiste llevarme.
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El verano pasado acabamos una noche de viernes en una sala de
merengue; yo andaba como loco por tirarme a una latina y tú me aseguraste que
aquel era el sitio apropiado, que si allà no lo conseguÃa mejor serÃa que me
olvidara y siguiera pajeándome con el video de Maluca. La música de Calle 13
perreaba a todo volumen por los altavoces y hacÃa un calor del demonio, el
garito olÃa a lejÃa y a macho y a perfume barato, todo mezclado a partes
iguales.
Mientras te dejabas invitar a cervezas y a mojitos -imagÃnate, una
rubia natural con el pelo liso que fuma echando el humo por la nariz era un
caramelo para aquella tropa de reguetoneros- yo le entraba a todos las morenas
que me cruzaba, pero esos dominicanos pelones, con sus gorras de béisbol y sus
pantalones caÃdos, están como para que los encierren, son perros rabiosos que
me enseñaron los dientes un montón de veces, están todos locos, que si la
banda, que si las jerarquÃas imposibles, que si la corona en la mano, que si
tatuajes misteriosos, están todos muy pasados.
Al final, ya de madrugada, tú estabas muy borracha, pero tenÃas un
corro de aquellos perros a tu alrededor, les estabas enseñando a liar con una
sola mano; ese truco es mÃo, te lo enseñé yo, te enseñé a astillar un poquito
de chocolate con una mano mientras todos miran la otra. Por mi parte yo habÃa conseguido
que una venezolana se viniera conmigo a los baños, era fea y repolluda, pero
tenÃa muchÃsimas curvas. Me la estaba pinchando apoyada en la puerta del
retrete pero algo no iba bien, ella no paraba de decir papito papito, y eso me
ponÃa de los nervios. Maluca y su Tigueraso fueron como una señal para mÃ,
empezaron a sonar con demasiados decibelios y la peña se volvió más loca de lo
que estaba. Durante un segundo miré a la venezolana a la luz del fluorescente y
fue una visión patética: era más fea y más rechoncha que
antes, sudaba, reÃa con una boca asquerosa, tenÃa el sujetador
arremangado entre el cuello y el hombro, una teta por fuera del vestido fucsia
y las bragas a medio bajar. La dejé allÃ, yo ya la tenÃa fuera y me estaba
quitando el condón pero ella seguÃa repitiendo papito papito; me fui antes de
correrme, no soportaba esa falsa cantinela. Debe ser la única venezolana
esperpéntica de todo el mundo que nunca podrá presentarse a un concurso de
mises.
Desde aquel dÃa ya no sueño con la boquita de Génesis RodrÃguez ni
con el culazo de SofÃa Vergara.
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El dÃa antes de robarnos el niño te habÃas quedado hasta las
tantas viendo la tele, noticiarios, anuncios, concursos, teleseries americanas,
y hasta una peli argentina que yo te recomendé pero que a ti no te gustó. Nueve
Reinas era mi peli favorita en aquella época. En esa peli aprendiste una
palabra nueva, y cuando tú aprendes una palabra nueva la utilizas continuamente
hasta que la gastas, o hasta que encuentras otra que te fascine más. Sé que lo haces
porque tienes envidia de mÃ, tienes envidia de que yo he leÃdo más cosas que
tú, yo sé más palabras nuevas que tú. Pero nunca te lo he restregado por la
cara, tu sÃ.
De camino al aeropuerto llegué a escuchar esa palabra diez o doce
veces: “No sé si tendremos bastante nafta, el depósito anda justito de nafta,
no tenemos ni dinero para nafta, habrá que parar y robar un poco de nafta.”
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En el aeropuerto cada puerta de embarque tiene su propia guardia
pretoriana: un vigilante privado con chaleco amarillo para trastear con el
equipaje, un policÃa nacional con chaqueta azul para compulsar los pasaportes y
un guardia civil con gorra verde para olisquear en busca de sustancias
prohibidas. A ese tipo de personas les encanta su merchandising particular. Con
los seguratas del supermercado y los porteros de los clubes ya tenemos traza,
tú les sonrÃes ladeando un poco la cabeza y les preguntas por qué las patatas
de bolsa tienen grasa hidrolizada de soja, ellos no entienden ni papa y yo
aprovecho para esconder bajo la chaqueta un paquete de seis cervezas o para
saltarme el torno, pero aquÃ, en el aeropuerto, ellos van armados con un fierro
de fuego y hay que andarse con cuidado, son palabras mayores.
Tú estabas convencida de poder colarnos, solamente habÃa que estudiar
sus rutinas, para ti era muy fácil, para ti todo se basa en rutinas. Una vez
que discutimos sobre el tema me acabaste convenciendo de tu filosofÃa.
La discusión fue básica, y a la misma vez profunda:
- ¿tú tienes la rutina de cagar cada dÃa?
- SÃ, a la misma hora más o menos, ¿por qué?
- Porque la vida es eso, una cagada tras otra diariamente.
Por suerte para todos, menos para el niño, no te apetecÃa pasarte
el resto de la tarde vigilando a los vigilantes, y nos fuimos al centro
comercial a pedir tabaco. Los viajeros que esperan embarcar salen a fumar a los
accesos de las tiendas, las leyes han cambiado y ya no dejan fumar dentro.
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Una señora alta, con vestido largo, pulseras de plata y gafas de
sol fumaba unos cigarrillos mentolados que olÃan muy bien, a mà se me antojó
enseguida probarlos y le pedà dos, uno para mà y otro para ti. La señora ni se
sacó las Vogue para mirarme, me mandó a la mierda en pocas palabras y empezó a
renegar de cosas que no venÃan a cuento, que si la sociedad hace aguas, que si
el maldito sistema bipartidista favorece a gente como nosotros, que si serÃa
mucho mejor menos subsidios y más mano dura, y otras absurdeces por el estilo.
Detrás de la señora permanecÃa sentado sobre una maleta Louis
Vuitton un niño de seis o siete años, su hijo, que siguió con atención la
escena sin dejar de jugar con un Iphone 5 de color amarillo. Yo insistà a la
señora en la cuestión de los dos cigarrillos y tú susurraste algo al oÃdo del
niño. Luego se dejó coger de la mano y entraste con él al centro comercial. Yo
me olvidé del tabaco y los seguÃ.
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-¿Qué le has dicho a crÃo para que se venga contigo?
- Que me sé un truco para pasarse enterito el Candy Crush.
-¿De verdad te sabes un truco?
- Claro. Nunca hagas caso al juego. Si te indica que juntes tres
salchichas rojas vete a por las bolitas azules o los cuadraditos verdes ¿No has
visto la cara de puta que tiene la niña que sale entre nivel y nivel? Está ahÃ
para engañarte, para sacarte el dinero.
Muchas veces llegué a pensar que eras clarividente, que podÃas ver
la sencillez de las cosas con solo pasar una mirada sobre ellas.
El niño nos seguÃa sin dejar de mirar la pantalla de su teléfono,
de vez en cuando le decÃas que caminara más rápido y él obedecÃa. Le llamabas
Macaulkyn porque era rubio y medio bobo. En su medallita de San Jorge estaba
grabado por detrás el nombre de Samuel y por megafonÃa anunciaban que se habÃa
perdido un niño, con las caracterÃsticas del que nos acompañaba,
que atendÃa por el nombre de Roger. ¿Se habrÃa perdido otro niño,
o Macaulkyn tenÃa varios nombres? Nunca lo supimos.
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- ¿A dónde viajabas con tu mamá?
- No lo sé. Al mar, como cada año.
- Entonces te llevaré al mar. No te preocupes, iremos al mar.
Yo no irÃa nunca a Cuba ni al Brasil, ni siquiera a la jodida
Venezuela, pero el puto niño sà que llegarÃa hasta el mar, porque cuando tú
decÃas “no te preocupes” era palabra sagrada, era como decir que el mundo es
redondo.
Sentamos al niño en la moto, entre medio de nosotros dos, no
tenÃamos cascos para los tres pero su cabecita quedaba protegida entre mi pecho
y tu espalda. Creo que se durmió nada más entrar en la autopista de la costa a
pesar de la mala posición y del runrún de la Suzuki Van Van.
ConducÃas concentrada a 90 o a 100 y no nos cruzamos ni un coche
de la poli en mucho rato. DebÃan estar ocupados buscando a un niño rubio medio
bobo por el aeropuerto. Yo cavilaba sobre nuestra situación y en todo lo que se
estaba torciendo por momentos, aquella noche de sábado no debÃa terminar de
aquella manera, con tu hermana cabreada como una mona porque le habÃamos cogido
sin permiso la moto, con el culo que me dolÃa de tanto rato ir de paquete, con
los brazos tiesos de sujetar a un niño para que no se cayera y la cosa se
jodiera del todo, y con un niño robado, sobre todo con un niño robado.
Paraste en una gasolinera de esas que parecen una boutique, de
esas que tienen de todo, de esas que cuando descuelgas la manguera una voz de
locutora de radio te dice qué tipo de carburante has elegido y cuando has
terminado te da las gracias y te recuerda que ellos siempre tienen mejores
precios que la competencia. SonreÃste antes de decir separando las silabas
“nos-que-da-mos-sin-naf-ta”, y sonreÃste porque habÃas utilizado tu palabra
adecuadamente, tu palabra recién aprendida.
- Pero no tenemos dinero, no puedes llenar el depósito.
-Déjame a mÃ...
Y te metiste en la tienda en busca del empleado, vi como le
hablabas con la cabeza un poco ladeada, con ese gesto que utilizas cuando
quieres algo o cuando no quieres algo. Nunca habÃamos atracado una gasolinera,
por lo menos yo, y no sé si tú lo habÃas hecho alguna vez. Sà que habÃamos
robado ropa, y bebida, y música, y cosas que nos gustaban, pero nunca habÃamos
atracado a nada ni a nadie. Era muy mala idea atracar una gasolinera, sobre
todo porque llevábamos un niño robado con nosotros.
Saliste contenta y metiste la manguera del surtidor en el
depósito. La máquina empezó a escupir su lÃquido. El empleado nos miraba desde
la cristalera e hizo un gesto cuando el tanque se llenó, sus ojos tenÃan luz.
Era un marroquà joven de pelo rizado y dientes picados, de piel tiznada. A ti
siempre te han gustado ese tipo de de hombres, a los que puedes putear sin
remordimientos porque la vida les ha puteado mucho más y sabes que lo tuyo no
le hará el mÃnimo daño.
-¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo lo has convencido?
-Fácil. Ese morito se hubiera comido, si se lo llego a pedir, un
cubo de beicon por el Iphone 5 amarillo.
-El niño tendrá llantera en cuanto se percate, apuesto lo que
quieras.
-Y ahora ¿qué hacemos?
Eso es lo más me cabrea de ti, tu manera de desprenderte de los
problemas, asÃ, como quien no quiere la cosa; yo te seguÃa a todas partes, yo
me dejaba enredar en todas tus locuras, yo nunca protestaba aunque presagiara
tormentas de la ostia, y cuando tu ya te aburrÃas o te cansabas del juego
descargabas tu responsabilidad sobre otro, sobre mÃ. Usabas el plural a tu
conveniencia, a tu antojo.
Estaba enfadado, me puse muy serio y me negué a seguir, estaba
hastiado de llevar a un niño robado, yo me querÃa volver a casa, me tumbarÃa a
escuchar música, me fumaria algo que tenÃa de reserva en el bote de las monedas
y me olvidarÃa de la venezolana, del niño y de la mierda de sábado. Te dije
todo eso del tirón para que no me interrumpieras. Al acabar solamente sonreÃste
y me lanzaste un beso al aire. Entonces acunaste al niño en tus brazos con
mucho cuidado para que no se despertara y lo llevaste hasta la tienda de la
gasolinera. Volviste a ladear la cabeza, volviste a engatusar al marroquÃ,
aunque ya no tenÃas nada que ofrecer a cambio de no sé qué. Te vi meterte la
mano por delante del pantalón, como si te picara el coño, y luego ponerla
encima de la mano del moro. ¡Claro! ¡Ahà es donde te guardas la tuja! Joder, el
hachÃs que sisaste a los dominicanos, jajá. Eres la polla.
Luego saliste sin el niño.
-Mañana Mohamed subirá a Makaulkyn en un autobús que lo lleve a la
playa. Vámonos.
Y volvimos a montar en la moto con suficiente nafta para regresar
a casa.
Al incorporarnos de nuevo a la carretera miré el cartel luminoso
de la marquesina de la gasolinera. Era uno de esos en los que las letras se
auto
El rótulo era un bucle que pude leer varias veces: GRACIAS POR SU
VISITA. PRÓXIMA AREA DE SERVICIO A 50 KMS EN ALQUERIES DEL NEN PERDUT. CONDUZCA
CON CUIDADO.