En la esquina de la calle de Campeche encontré a J. Iba con su acostumbrada facha de pordiosero. Dijo: ¿qué hay, nene? Crucé a la acera de enfrente. No deseaba involucrarme con él porque era medio día y yo venía de una borrachera en la Roma sur, el sol me quemaba los ojos y lo único que deseaba era llegar a casa, cagar y dormir.
Sin embargo, me interceptó. Vamos por un trago, eh.
Olvídalo J., no tengo un peso. J. era un vago de la Glorieta de los Insurgentes
con el que a veces iba echar el trago; cuando no encontraba a nadie más, ya
sabes, o cuando necesitaba saber que había escoria más baja que yo y podía
salir adelante. ¡Yo invito!, exclamó. Ni en pedo, J., en serio, quiero irme a
casa. J. se sacó un par de billetes del culo. Me los puso a la cara. Los
examiné de cerca: eran auténticos.
Compramos cerveza y la bebimos sentados en las jardineras
de un edificio elegante, en Aguascalientes o Manzanillo, no sé. Le pregunté a
J. de dónde había sacado el dinero. Soy modelo, dijo. No quise contrariarlo. No
tenía importancia. Incluso llegué a sentir compasión por J. y cariño por
compartir el dinero conmigo. Las cervezas me sentaron bien pero llegó un
momento en que no pude más. Estuve con J. tres cuartos de hora y me despedí.
Sólo bebí un par de cervezas.
Llegué a casa, vomité, tomé la ducha y me recosté en cama con ese maldito deseo
de morir que venía tras cada borrachera. Por supuesto, nunca moría.
Luego,
a la semana siguiente o así, volví a ir a la Roma Sur a casa de un amigo
argentino donde solía reunirme con La pelusa de la Roma a beber hasta caer rendidos. Eso fue en sábado.
Al amanecer volví a casa por el camino de siempre pero me detuve para mirar a una chica
que iba sobre la acera, moviendo esa cosa. Iba metida un pantalón pegado a su
culo y meneaba la cola de caballo de un lado a otro, con ese ritmo
desinteresado y sensual que adoptan las chicas que se saben buenas. La seguí
por Aguascalientes, un par de calles o más; iba pegado a ella como una maldita
larva sin dejar de mirar ese contoneo hipnótico. Era una chica rica, eso lo
notabas. Tenía un bronceado y ese culo. Doblamos a la derecha dos o tres calle
más adelante, luego se metió en una casa verde, muy grande, con jardín e
interfono con cámara de video. Hasta aquí llegó mi relación con el amor de mi
vida.
Dos
calles más adelante encontré a J. Le estaban haciendo fotos. No era broma.
Había una cámara y un montón de gente con luces y pantallas. J. estaba echado
en la calle, como el mendigo que era, y se dejaba hacer las fotos. Me quedé a
observar porque no me lo creía. J. se paseaba por ahí, a sus anchas, y el
fotógrafo le hacía fotos desde todos los ángulos. Había un hombre que le seguía
por todos lados apuntándole con una luz, y otro que iba quitando a la gente de
en medio para que J. pudiese pasar. Así estuvieron una hora o así. Incluso
perdí la resaca durante todo ese tiempo. Luego, comenzaron a guardar las cosas
en estuches negros y un hombre se acercó a J. Le interrogó. ¿Hace cuánto que
haces la calle? Toda mi vida. ¿Dónde están tus padres? En el Infierno. ¿Por qué
te drogas? Por lo mismo que tú y tus hijos y todo el mundo.
Fotografiaron
a J. en todas posiciones. Le hicieron tirarse al suelo, caminar debajo de la
banqueta, echarse en una banca, fingir que orinaba un garaje, arrastrarse como
perro.
Cuando
terminaron la sesión me acerqué al fotógrafo. Era un hombre blanco de buen
aspecto, de unos treinta y cinco años. ¿Eres amigo de J.?, preguntó. Ya, sí. Me
miró de pies a cabeza. Deseaba preguntarle qué diablos era todo esto. Vale,
dijo, puedes tumbarte ahí, anda, quítate los zapatos. Señaló un sitio en el
suelo con un dedo índice muy largo y una cadena de oro enredada a la muñeca. Encendí
un cigarrillo y di una calada. Sacó una tarjeta de su bolsillo y me la dio.
Ponía: Clark Jr. Fotógrafo
profesional. Di media vuelta y me largué. Escuché a J. gritar, ¡eh,
compadre…!
2
Busqué
información de Clark Jr. en la web. Clark Jr. era un fotógrafo de Guadalajara que vivía en Nueva
York hace tres años. Había logrado fama en el mundo del arte gracias a unas
fotografías suyas sobre la pobreza en países latinoamericanos. Había
fotografiado los picaderos de Ciudad Juárez, los cuartos de a diez de Tepito, las favelas del Brasil y
toda esa mierda de la que se habla a menudo en los medios. Se jactaba porque
sus fotografías estaban dando la vuelta al mundo. Fotos de drogatas, de homosexuales,
de vagabundos, de prostitutas, de asesinos sin nombre, de ratas de
alcantarilla. Toda esa mierda captada en sus peores momentos por la cámara de
Clark J. Lo titulaba: Misery. Las fotos se publicaban en
revistas y se exponían en galerías de todo el mundo.
El resto de la
semana me di vueltas por la colonia y encontré a Clark Jr. y su equipo haciendo
fotos de todos los mendigos que encontraba. Les ofrecía doscientos pesos por
posar. Les hacía las fotos y les entrevistaba. Podía imaginarlo: un reportaje
sobre la podredumbre de la colonia Roma. Era interesante hasta cierto punto
porque la colonia Roma era una colonia con clase, pero también, con un alto
índice de pobreza. Había vecindades dejadas de la mano de Dios entre
residencias y vagos rondando las calles todo el tiempo. La Glorieta de
Insurgentes estaba llena de ellos.
La cosa duró
un par de semanas. Todo mundo se enteró y se hablaba de eso en los cafés.
¡Clark Jr. estaba en México haciendo fotos! De un día para otro Clark era la
estrella. Podías escucharlos hablar en todos lados.
Fotografiaron
a J. y a otros que conocía cuando iba a beber con ellos. Les hicieron posar sin
ropa, drogándose, cagando, fumando cigarrillos, ejercitando los tríceps en los
barandales de la calle. J. sacó unos cuántos billetes con el asunto, y creo que
se lo tomó muy seriamente; vamos, se pensaba que le iba a durar toda la vida, o
no sé.
3
Luego, un buen día, se acabó. Encontré a J. tirado en la banqueta,
mendigando, y en la esquina siguiente la revista National Geographic de
México con una fotografía de J. en la portada a la venta en un puesto de
periódicos. Compré la revista y se la tiré a J. ¡Vaya!, exclamó.
La ojeamos juntos. Había sólo dos
fotografías suyas, una de él tirado en medio de la calle con el culo fuera de
los pantalones, y otra, un acercamiento a su rostro bostezando. ¡No supe cuándo
tomaron esto! Pero si tú mismo has posado, dije. ¡Pero nunca con el culo de
fuera, eso jamás!, gritó. Era un vago pero tenía dignidad. El artículo ponía:
OLIGARQUÍA EN LA COLONIA ROMA, por Clark Jr. Había fragmentos de texto en medio
de las fotos. Mira, aquí está el tuyo. Leí para J.:
"…J., un vagabundo de la colonia
Roma, vive en medio de casonas y coches de lujo, duerme en la calle y no hace
más que drogarse para olvidar su terrible infancia. Su historia es aterradora:
su padre, un ex presidiario de Ciudad Nezahualcóyotl asesinó a su mujer con sus propias
manos pocos días después de dar a luz. La cría, J., a quien podemos ver en
estas fotografías, fue criado por la hermana del padre al ser ingresado a
prisión tras el asesinato. Desde entonces J. ha vivido inmerso en un infierno
personal. Jeny, la tía de J., le crío hasta los dos años. Gracias a su adicción
a la heroína fue afiliada a rehabilitación y el niño quedó desamparado. Así, J.
tuvo que sobrevivir. El tiempo y la vida lo llevaron por diversas colonias de
la ciudad de México hasta llegar a la colonia Roma, donde se hizo miembro de
una pandilla de delincuencia infantil. J. fue capturado por la policía de la
delegación Cuauhtémoc a los diez años por robar autopartes, mismas que vendía
en la colonia Doctores para poder comer. Se le sentenció a tres años de
prisión. Cuando le soltaron, regresó a la vagancia…"
¡Y una mierda, exclamó J., nada de eso es verdad! Bueno, dije, pues es lo que
ponen. ¡Al Diablo!
Continué mirando las fotografías. Eran
aterradoras. Una cosa era cierta: Clark Jr. era un fotógrafo excelente. Había
fotos de chicos de doce años inyectándose, mujeres embarazadas drogadas y con
los calzones abajo, chicos chupándose la polla debajo de puentes, hombres
comiendo su propia mierda, mujeres peleando con perros, perros meando mendigos
dormidos, niños olvidados en medio de la calle. La miseria de toda esta gente
captada por el ojo de la cámara de Clark. A esto lo llamaba arte. A la miseria de otros, a la
humillación de otros. Lo llamaba arte y se estaba forrando los bolsillos con
este asunto.
J. pidió que le
comprara una cerveza y eso hice. Le traje doce latas de deliciosa cerveza y las
bebimos juntos, sentados sobre la banqueta, mirando a la gente pasar.
Cuando J. estuvo lo suficientemente
ebrio, se puso a gritar a las personas: ¡LES HE MOSTRADO MI MISERIA, Y AHORA?,
¿AHORA? ¿AHORA?, gritaba con las manos extendidas. La gente se alejaba de la
acera.
Ahora J. dormiría sobre el duro
asfalto de la calle Yucatán y Clark estaría volando en un avión a Nueva York a
descansar en un piso de catorce millones de dólares mientras la revista National Geographic publicaba un montón de mentiras
sobre esta pobre gente y vendía millares de ejemplares a personas incrédulas y
morbosas que gozaban oscuramente con la desgracia ajena. Estarían mirando las
revistas en sus cálidas casa, exlamando ¡Oh,
por Dios!, y creyendo que la
gente como J. siempre es asesina, ex presidiaria o algo peor.
En algún
momento pasó por ahí la chica del bronceado con su culo más respingado que
nunca y me levanté de inmediato. Sin decir nada a J. la seguí calle arriba. Mientras
me alejaba, escuché a J. gritar: ¡Por qué te vas!, ¡ella no está en la portada
de una revista…! ¡Yo sí! Y le escuché reír con mucha fuerza.
Muy bueno, al argentino creo que lo conozco, le soliamos decir escabieitor.
ResponderEliminarRealísimo, impactante. Desnuda a unos cuantos.
ResponderEliminarBuen relato.
icreible texto duro y cuerl ironico y realista como ninguno!!!
ResponderEliminarEs así, a eso lo llaman viveza, el mundo está lleno de esa basura oportunista como ese fotografo, muy buen relato, deja un sabor muy amargo
ResponderEliminarno mames esta bien chingon este relato, neta!! que chingo escribes pinche cabron
ResponderEliminaresta de poca me encanto leerlo de nuevo...te envio un abrazo! muchas bendiciones espero verte pronto... cuidate mucho...
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