Texto por: Tai O´farrell.
Lamentaba el
hecho de no estar disfrutando de la compañía de mis amigos, para estar en
cambio, sentado sobre un asiento metálico que se encontraba al fondo de la sala
de recepción, lo que me hizo recordar las desagradables visitas con el dentista.
Sabía por esa clase de experiencias, que toda espera lleva consigo un bien
mayor, un beneficio de causa, como soportar valiente toda la sesión de limpieza
dental, para obtener después, un caramelo de menta muy famoso en esa clase de
consultorios , o en este caso, para recibir algo más que un simple agradecimiento.
Nunca me
enteré del resultado de su demanda, aquella tarde mi compañía, no fue más que
eso. Regresamos a la universidad donde me agradeció por mi tiempo y mi ayuda,
mientras registraba mi móvil entre sus contactos. No quería perder la
oportunidad de conocer mejor a una chica tan hermosa e inquietante, sobre todo,
después de darme cuenta que la singularidad con la que seguía sus ideas,
resultaba más cautivante y notoria que su belleza. Lo había decidido, incluso
antes de salir del despacho, así que no dude en invitarla a tomar un café si
tenía oportunidad, pero mis expectativas sólo duraron un breve instante, el
pequeño lapso que le llevo suspirar y acercarse, para meter una nota de papel en
mi bolsillo oculto de mi chaqueta, que al sentir su mano recorrer mi estómago,
por encima de la tela rugosa, me dirigió unas palabras, rechazando sutilmente
mi invitación <<es mi número de móvil, por si algún día necesitas mi
ayuda>> Acto seguido, dio la vuelta
y se alejó sin prisa, recorriendo la parte boscosa de la entrada principal,
perdiéndose entre la anchura de los árboles y los fuertes ecos del viento.
Revisé la
nota que me había dejado, contenía un número de móvil y uno local, que tenía
incluidos a su vez, dos claves de extensiones, seguramente para hablar con ella
sin la intervención de algún otro miembro de su familia, lo que hizo
cuestionarme la razón de tanto misterio, no sólo por sus números privados, sino
por el mensaje escrito que adjuntó en la parte superior de la hoja <<en
verdad agradezco tu ayuda, de otro modo, seguramente hubiese recurrido a las
personas que menos quiero involucrar, mis padres, ahora me haré cargo del
proceso yo sola, espero no haberte ocasionado problemas. Mi eterno agradecimiento,
Mirna Torres>>.
Lo tenía
totalmente claro, mi vida entonces, no tenía la energía suficiente para
dedicarla de lleno a lidiar con los misterios de una chica brillante y
desubicada, que a pesar de sus criterios, parecía tener sus objetivos claros,
dando la impresión de que entre ellos, no contemplaba ni la más remota
posibilidad de verme, salvo que, realmente necesitara su ayuda, pero al contar
con otras personas en su mismo campo, consideré su ofrecimiento irrelevante,
por lo tanto, mis esfuerzos como sus ideas, no serían más que un simple tema de
conversación, el cual, pensé que nunca volvería a repetir.
Al menos así
lo creí con total seguridad, hasta que recibí una llamada suya justo un mes
después. Me dedicaba con grandes esfuerzos pero deprimentes resultados, a
reparar una tostadora que mi madre había quemado en el desayuno, tal vez
buscando la forma de entretenerme en casa, mientras recordaba las palabras de
mi padre cuando de manera insólita, logró arreglar los problemas de la tubería
por su cuenta <<un hombre no puede autoproclamarse como tal, hasta que no
repara y resuelve los problemas de su propio hogar>>
A pesar de la
motivación, sabía de sobra que lo único que lograría con mis inútiles intentos,
sería arruinarlo todo. Pasaron muy pocos minutos para convencerme a mí mismo de
desistir, la vista que ofrecía la ventana del comedor, incluso el canal del
clima, pronosticaban un día templado, perfecto para las actividades de fin de
semana, dejando a mi alcance, la apreciación indescriptible de los mejores días
del verano, y con ellos, una oportunidad inesperada de ver a Mirna.
Gracias al
tiempo invertido en tratar de obtener el título de “hombre del hogar” Mi móvil
registraba dos llamadas perdidas, dejando mi sorpresa de lado, tras recibir con
asombro la tercera, que por supuesto atendí de inmediato. Los planes y el rumbo
de los mismos, se decidieron casi al instante, Mirna había concluido unas
prácticas de residencia habituales, estaría libre de actividades extras por lo
menos los siguientes dos meses, me preguntó con esmero si podía verme, y sin
ofrecer resistencia, acepté encantado.
No recordé
con claridad si decidimos un lugar específico, nos abstuvimos de visitar los
establecimientos y atracciones del centro de la ciudad, para terminar con
cierto agrado, en un café literario del barrio de Trafalgar, en el distrito de
Chamberi. Impresionados de forma notable por el diseño de cada piso, los
recorrimos siguiendo las instrucciones de la recepcionista, que atendía a todos
los visitantes en la planta baja, que parecía no cansarse de sonreír de forma
amable; a cada persona que llegaba, mientras nos indicaba que subiéramos las
escaleras desniveladas que se encontraban al final de la sala, debido al
mantenimiento que recibían los elevadores, no tuvimos otra opción, aunque de
hecho, para mí siempre fue la única.
El local
resultó ser un poco más simple de lo que creí, sólo contaba con tres pisos sin
incluir la planta baja, todas las secciones se dividían por al menos tres
géneros distintos, exponiendo sus libros justo al centro de cada habitación,
mientras que las mesas rodeaban los estantes de tal forma, que desde cualquier
posición, se podían distinguir las obras de varios autores clásicos y
contemporáneos por categoría, dejando al descubierto una pequeña barra al
extremo opuesto de las escaleras, donde se mostraba a detalle los carteles
publicitarios de una diversa cantidad de bebidas, con la combinación adecuada
de numerosas opciones de postres, que hacían girar la vista para pensar con
detenimiento, la elección idónea entre tantos paquetes distintos, llevándonos
al menos, un par de minutos para pedir nuestra orden sin necesidad de una
carta.
Las mesas
tenían un aspecto muy simple, pero daban la impresión de ser acogedoras. La
madera de cada una de ellas, parecía ser nueva, y gracias al reflejo de las
lámparas de lava que adornaban la parte opuesta de la barra, decidimos ocupar
un lugar en el rincón más oculto de la sala, favoreciéndonos en gran medida,
por el barandal metálico de las escaleras y la distribución estratégica de los
estantes.
-tienes buen
gusto –repuso Mirna- Estamos exactamente en el tercer piso, en la división de
novelas clásicas, novelas de culto y novelas negras.
-no me guíe
por divisiones, pero admito que en esta parte se encuentran muchos de mis
autores favoritos –comenté.
-También los
míos. En menudo lugar decidieron reunirlos, justo en el último piso de una
cafetería, no sé si para sus ideas y costumbres, sería una ofensa o un mérito,
pero desde aquí, veo algunos títulos que serían interesantes para poder
llevarme.
-opino lo
mismo, entre los que puedo ver desde esta posición, me llevaría “matadero cinco
de KurtVonnegut” y “el extranjero de Albert Camus” Si no los tuviera ya en
casa, y no los hubiese leído por lo menos un par de veces –añadí con tono de
resignación.
-¿te gustan
los libros de Taylor Caldwell? –preguntó Mirna pendiente de mi respuesta.
-claro
–contesté- Pero honestamente sólo considero brillantes los títulos de “yo
judas” y “hubo un tiempo”.
-Increíble,
es como si aprobaras a la pregunta que te hice, usando la respuesta perfecta,
aunque si entre los libros de culto que mencionaste, hubieses citado “el
guardián entre el centeno” Créeme que habría pedido la cuenta –replicó
bromeando, mientras golpeaba sus uñas con la mesa.
-de verdad me
parece un texto maravilloso, pero últimamente cada tío que se cree intelectual,
ya no hace una recomendación, sino que, estipula a otras personas que si desean
leer esa clase de títulos, deben comenzar por dicho libro, dime qué clase de
gilipollada es esa, no los estás enseñando a nadar para obligarlos a ponerse un
salva vidas, ellos ya saben leer. Si quieren aportar, que discutan entonces las
obras de varios autores, puesto que, a la gente no le debería importar la
opinión sino las opciones –concretó Mirna.
-lo entiendo,
es un buen libro pero prefiero otra clase de narrativa –argumenté sin dejar de
mirarla a los ojos- Por cierto, entre todos los nombres que resaltan en el
estante que está frente a nosotros ¿Cuál de ellos es de tus autores favoritos?
-Raymond
Carver –respondió- no creo que nadie pueda escribir mejor que él bajo la
influencia del alcohol, además, disfruto de varias de sus frases en “catedral”
y “de que hablamos cuando hablamos de amor”.
-yo me
pregunto quién saco más provecho a de la bebida, si él o Bukowsky –exclamé
pensativo- de cualquier modo, no importa, seguramente ellos se burlarían de mí
al escucharme debatir semejante estupidez.
-O
seguramente ellos no estarían tomando un café –señaló Mirna, al tiempo que no
pudimos evitar reír por su comentario.
Me dirigí
hacia la barra por nuestros pedidos, al volver, retomamos el hilo de la
conversación enseguida, aún podíamos percibir gestos de incredulidad en la cara
de ambos, evidenciando los restos de las risas anteriores, que sin más
preámbulo, Mirna continuó con la charla.
-basándome en
mi chiste anterior, hay algo que me causa curiosidad, espero que no se
malentienda, de hecho, yo prefiero estar aquí que en cualquier otro lugar, pero
me llama la atención que hayas preferido este sitio, sabiendo que en este
momento, podríamos estar tomando una copa.
-sobre todo,
porque yo fui quien insistió en verte, es decir, habría aceptado esperarte
donde sueles reunirte con tus amigos, te pido una disculpa si soy la causante
de unos planes que no sean de tu total agrado –resaltó apenada, inclinando la
cabeza de forma notoria.
-te equivocas,
te agradezco que me permitieras brindarme unos momentos de tu compañía, además,
odio la mayoría de los bares, si acepto entrar ahí, es porque no hay otra
alternativa para ver a mis amigos juntos. Algunos vamos al estadio para apoyar
a nuestro equipo y poder convivir lo más posible, no a todos les interesa, sólo
buscan la forma de no perder una relación, que se ha visto afectada por la
diferencia de horarios y agendas. Así lo han decidido, de modo que, trato de
valorar cada instante con ellos, aunque cada vez sean menos.
-yo también
odio los bares –afirmó Mirna, con más animo en sus palabras- si quisiera beber,
me gustaría hacerlo donde no tenga que arrepentirme o sentir vergüenza por mis
actos. Me gusta recordar lo que hago, y si por alguna razón me embriago hasta
casi perder la conciencia, no me gustaría estar a la vista de cualquiera.
-sabes, hace
mucho que no tenía una charla tan interesante como esta –reflexioné- yo creo
que si hubiera hablado de mis gustos con cualquier otra chica, me pedirían un minuto
para ir al tocador y saldrían corriendo a la primera oportunidad –seguí
bromeando para verla sonreír.
-supongo que
somos así, por lo general odiamos hablar de un tema que desconocemos, pero si
nos interesa, nos quedamos, aportamos, y hacemos de la discusión algo más
interesante, por cierto ¿has tenido alguna decepción amorosa importante?
-no lo creo,
realmente nunca he tenido nada serio, tal vez por miedo o por algo más simple
como la compatibilidad, aunque admito que me gustaría tener algunas en mis
recuerdos, para utilizarlas como anécdotas, puesto que, ahora se ha convertido
en una clase de moda lamentable, donde las personas parecen presumir orgullosas
de sus malas experiencias, no le encuentro sentido, pero si lo convertirán en
un tema destacado, al menos me gustaría usarlas como un medio para no quedarme
callado en las reuniones.
-estoy
totalmente de acuerdo –comentó Mirna- yo tampoco he tenido algo serio, o
concretamente, algo que haya valido la pena, sin embargo, estoy consciente que
las decepciones nos muestran el lado calculador de cada persona, incluyendo el
de nosotros mismos, y para aprenderlo no necesito de la experiencia.
-tal vez sea
por ese motivo que no me quejo del tipo de vida que llevo, ya que no me
gustaría iniciar algo nuevo si no encuentro mi calma antes, pero es seguro que
gracias a mi carrera, será todo más difícil, -finalicé, emitiendo un suspiro de
resignación.
Permanecimos
en silencio por algunos instantes, disfrutando de la música del lugar, nadie a
excepción demí, parecía prestarle importancia a la selección de temas de los
creedence que se escuchaba de forma transitoria, perdiéndose entre la
resonancia de su propio volumen bajo y los ruidos de un ambiente relajante. Fue
hasta después de terminar mi malteada, que los temas locales se hicieron
presentes, de los cuales, sólo me identifiqué con Pedro Guerra, que al cabo de
unos minutos, canté con ironía la frase final de su canción <<a veces me
pregunto qué pasaría, si yo encontrará un alma como la mía>> Mientras
Mirna me observaba y apoyaba sus codos sobre la mesa, para tapar su boca y
poder reír disimuladamente.
Recorrimos
las calles del barrio, como plan imprevisto para ocultar que nos encontrábamos
perdidos, de tal forma, que sin notarlo, habíamos dejado atrás Chamberi,
llegando hasta el centro de ciudad lineal, donde cruzamos la última parte de la
ruta de las fuentes vivas, que resaltaban precisamente por no estar en
movimiento, denotando soledad en una vía donde no era habitual, permitiéndonos
continuar nuestra conversación, siguiendo el camino restante del trayecto,
hablando de temas irrelevantes, detalles simples que lo dicen todo bajo las
deducciones adecuadas.
-hace poco
pregunté por ti cuando te vi entrar en el auditorio principal, me dijeron que
un grupo de ingeniería civil, había ocupado el aula para realizar un proyecto
de investigación, no pude evitar sorprenderme, ya que suponía que seguirías los
mismos pasos de tu padre –resaltó Mirna, caminando sin mover su vista del
frente.
-creo que los
hubiese seguido en circunstancias diferentes –afirmé- pero a comparación con
los demás padres, que suelen decir que sus metas son que los superes a nivel
profesional, yo no he recibido ni el más mínimo consejo de parte del mío, si
llegaba a portarme mal en la escuela, mi madre me aconsejaba y exhortaba a mi
padre para que hiciera lo mismo, sin embargo, él sólo respondía “no hace falta,
sé que él entenderá “ Mientras se enceraba en su despacho, y no lo veía hasta
el siguiente día. Nunca ha esperado nada de mí, y tampoco pretendo demostrarle
algo, al menos, no a alguien que ha dejado de lado gran parte de su talento,
para vivir ahora de las ideas de otros. Esa es la razón que trato de usar para
convencerme a mí mismo, la diferencia entre ingeniero y abogado supongo, sólo
espero que valore mi esfuerzo algún día.
-¿y tú
estudias medicina para darle gusto a tus padres? –pregunté tras terminar mi
comentario.
-estudio
medicina porque tengo una idea equivocada del mundo –respondió de forma
llamativa, haciendo énfasis a su frase- El cuerpo humano es hermoso, quero
saberlo todo acerca de él. Siempre he creído que cada impulso de nuestras
emociones, son provocadas por reacciones en cadena que se generan en nuestro
órgano correspondiente, es decir, si tú eres una persona bondadosa o lo que
sea, no es producto de la percepción de tu alma, si no de la forma en que tu
mente clasifica la naturaleza de cada acción, para crear lo que llamamos
conciencia. Yo creo en lo que veo, en lo que puedo tocar, esto se lo he explicado numerosas veces a mis
padres, pero como siempre, responden que estoy equivocada, no les gusta
discutir ideas que no estén de acuerdo con su religión, tampoco es que sean
unos fanáticos, pero como la mayoría, prefieren tener algo en que creer. Todos
compartimos una vida repleta de ciertas reglas, pero está demostrado, que sólo
hacen historia los que son capaces de mostrarle a la humanidad, su manera de
ver al mundo.
La
conversación pareció concluida al llegar a la primera línea del subterráneo, en
la terminal se exhibía una exposición de arte urbano, donde se mostraban una
infinidad de dibujos y grafitis hechos en lienzos, que colgaban de los soportes
que dividían por dirección a los andenes. Unos tíos decoraban sus patinetas con
aerógrafos de diversos colores, justo de tras de los torniquetes, dejando libre
la ruta de acceso para que abordáramos el metro sin problemas.
Daba la
impresión de que el tiempo no transcurría de manera uniforme, los lapsos de
llegada a cada estación parecían eternos, de tal forma, que no me bastaba con
leer los anuncios de la publicidad estática, que se encontraban esparcidospor
todo el vagón para entretenerme, por alguna razón, Mirna y yo no cruzamos
palabra alguna durante el trayecto. Intenté hablarle al menos en un par de
oportunidades, pero ella sólo expresaba señas explicitas de estar mirando hacia
el exterior, lo que me llevo a pensar que se trataba de una especie de
cenicienta, la cual, perdía su encanto al finalizar cada cita, obligándola a
marcharse para evitar todo el contacto posible. Sabía que era una cuestión de
actitud, lo que finalmente me hizo cambiar de opinión, con respecto a mis
apresuradas conclusiones.
Observé de
nuevo su semblante, en sus ojos se notaba una clase de conflicto emocional,
como si reflexionara sin descanso sobre un mismo tema, que no precisamente le
mostraba los resultados esperados, pero que tampoco le incomodaba el rumbo al
que sus conclusiones pudiesen dirigirla, de cierto modo, demostraba un
autocontrol envidiable, dando paso a un tranquilidad favorecida por cada
suspiro, un gesto único que resalta a cada persona que se ha preparado para
afrontar una decisión importante.
Mi atención
se centraba en los domos de unos edificios industriales, que apreciaba a
detalle desde mi ventana, por un momento creí que mantendría mi vista al filo
del cristal estrellado, hasta notar que Mirna se levantaba con cautela,
mientras ofrecía su mano para ayudar a incorporarme. Tanto su voz como su
humor, parecían haber cambiado de repente, evidenciando una simpatía natural,
en la forma de articular sus palabras para indicar nuestra parada <<he
aquí ante nosotros las puertas del destino, sólo quienes se atrevan a cruzarlas
recibirán su recompensa>> Acto seguido, dejamos atrás la estación de
arguelles, para emprender sin dudarlo, un viaje inevitable a su casa.
Contario a
mis expectativas, nuestros pasos se detuvieron en un edificio construido para
locales comerciales y oficinas, situado en la zona residencial de paseo Moret.
La mayoría de los pisos se encontraban disponibles para ser rentados o
vendidos, según la situación de cada propietario, que debido a la remodelación
de primer bloque, se podía concluir sin mayor esfuerzo, que habían sido
construidos recientemente, apreciándose en los extremos del pasillo, los restos
de obra civil que dificultaban el camino hacia los demás locales, sin embargo,
gracias a las escaleras alternas del corredor, logramos avanzar hasta llegar a
las oficinas centrales del quinto piso.
Frente a
nosotros se postraba la puerta de un consultorio, que exhibía de forma notable,
una placa con el nombre de “Dr. José Torres” Contrastando con el resto de los
demás locales, que parecían estar separados estratégicamente uno del otro, y
por simple deducción, asumí que todo el piso se encontraba completamente vacío,
ya que sólo notaba el ruido de nuestros pasos en un área totalmente hueca.
El local no
era tan amplio como aparentaba desde afuera, sin embargo, se hacía evidente a
primera vista que no necesitaba más espacio al tratarse de un consultorio de
psicología, donde también se exhibían muebles y equipo de primera línea,
distribuidos de tal manera, que resultaba un ambiente completamente acogedor y
llamativo, como si tal orden, impregnara de confianza a cualquier persona que
cruzase la puerta, incitándolos a recostarse sobre diván, y contar todos sus
problemas sin temor alguno.
Al menos ese
fue mi primer impulso al ver el lugar de cerca, donde podía observar de manera
meticulosa, un pequeño escritorio de tipo bala completamente hecho de madera.
Sobre él, se encontraban algunos objetos desordenados, entre los cuales, sólo
distinguí una réplica de un cerebro humano hecha de resina, un monitor de
computadora tapizado de hojas plegables y un péndulo de cobre con una pequeña
base de plástico, este último, expuesto en un ángulo sugerente, coincidiendo a
la distancia con la cabecera de un diván de aspecto exageradamente minimalista.
Sus bases metálicas y el color de su respaldo, hacían un juego perfecto, no
sólo con el escritorio, sino con el estante que resaltaba al otro extremo de la
habitación, totalmente repleto de libros de psiquiatría, ordenados por tomos y
autores, quedando al descubierto, un pequeño estéreo en el compartimiento
inferior, que parecía relucir junto a una tetera de acero esmaltado, dando la
sensación de parecer un adorno decorativo y no un objeto de uso común, llamando
mi atención por completo, dejándome a expensas de las acciones de Mirna.
Me acerque a
la pequeña ventana que conectaba con la parte principal de la avenida, pude
notar al subir las persianas, que el sol no tardaba en ocultarse, al tiempo que
observaba con detenimiento, la singular postal que ofrecía dicha tarde. No pude
evitar mis deseos de quedarme postrado en un espacio tan reducido, disfrutando
de la vista, mezclada a su vez, con mis pensamientos inconexos sobre temas
indescriptibles, que emergían en cadena debido a la magia del momento. Seguí
perdido en mis maquinaciones, hasta escuchar el sonido ahogado y vacilante de
la tetera, daba la impresión de que Mirna se relajaba al servir las tazas con
agua caliente, de modo que, todo parecía ser parte de una rutina improvisada,
donde la tensión se disipaba a medida
que pasaban los minutos y las palabras.
-deberías
recostarte en el diván, es tan cómodo que pierdes la noción del tiempo
completamente –afirmó Mirna, mientras encendía el estéreo y colocaba un cd de
George Benson en la charola.
-por cierto,
sólo tengo té de manzanilla, espero que sea de tu agrado, aunque en mi caso e
mi favorito –agregó en tono amable, segundos después de que la música se
escuchará moderadamente por toda la habitación.
-no hay
problema, manzanilla está bien –asentí-
Cambiando de tema, este consultorio está muy bien cimentado ¿le
pertenece a tu padre?
-de ninguna
manera, este consultorio es de mi hermano, sólo que, se ha ido de vacaciones a
parís por una semana, ya sabes, aprovechando los clásicos paquetes de las
agencias de viajes, y me pidió que me hiciera cargo de archivar sus documentos
pendientes mientras volvía, además, sobra decir, que quise venir aquí porque no
quiero regresar a casa aún, aunque seguramente, mis padres con sus múltiples
ocupaciones, ni siquiera noten mi ausencia o mi presencia, según sea el caso –
respondió Mirna, mostrando un semblante de total resignación.
-entonces,
podría decirse que no te molesta la soledad, sino más bien, el lugar donde te
sientes así –cuestioné tras mirarla fijamente a los ojos.
-no hay nada
más frustrante que sentir soledad, sobre todo, cuando vives rodeada de tanta
gente, sin embargo, hay algo mucho peor, y eso es cuando las personas, en
especial las más cercanas, te demuestran cada día su olvido, eso es exactamente
lo que vivo con mis padres. Así que pienso que la razón de su ausencia, no es
su agenda o sus aficiones, más bien, estoy convencida de que mi único error es
pensar distinto –exclamó con total seguridad, al tiempo que bebía su té con
precaución.
-sabes, quise
venir aquí porque mientras hablábamos en Chamberi, me di cuenta de que podría
hacer mucha cosas en este lugar, que normalmente no haría en casa, como
relajarme totalmente, sin tener que escuchar los gritos de mi madre hacia los
empleados, puedo beber hasta morir si lo deseo, o mejor aún……
-¿mejor aún?
–pregunté con cierto interés tras recostarme en el diván.
-puedo
masturbarme de formas indescriptibles, sin la preocupación de mantenerme alerta
para no ser pillada, puedo gemir, incluso gritar, sin la necesidad de contener
el volumen de dichos ecos al retorcerme de placer, puedo hacer mucha cosas,
pero hoy, quiero atreverme a compartir contigo, algo mucho más importante que
mis ideas, algo tan significativo como el tiempo mismo –musitó Mirna al
acercarse poco a poco.
Tal vez los
ecos y las palabras, carecían de un orden similar al descrito por mi
interpretación, los objetos y sus siluetas, se perdieron entre la niebla
temporal de mi mente, atrapando mis sentidos en un vértigo subjetivo, capaz de
capturar secuencias precisas y milimétricas de una imagen transcurrida en una
fracción de segundo, la sombra de Mirna, parecía extinguirse de manera uniforme
con el compás de sus pasos, que al llegar hasta el diván, apoyó con precaución
sus manos, recorriéndolas por el soporte hasta unirlas con las mías, dejando su
escote al descubierto, que movía de manera cautelosa mientras acoplaba su
cuerpo al mío, tocándome el cuello con sus labios, buscando entre los pálidos
reflejos de mi rostro, el destino perfecto para besarme.
Una lluvia de
cabellos punzantes tocaron mi pecho
desnudo, al tiempo que Mirna recorría mi vientre hasta perderse por completo en
la penumbra. Pude reflexionar las razones por las cuales una chica tan
brillante y hermosa, accedería a tener sexo con un tipo poco común a la media.
Los motivos saltaban a la vista, cada impulso establecido en sus acciones, era
guiado por un deseo ligeramente diferido pero no distante de la atracción, la
curiosidad o el amor, en realidad, cada movimiento era planeado y concebido por
algo más conveniente para el momento, la adrenalina, única y elemental para
llevar a cabo un acto de excitante locura, en el lugar menos pensado.
Mis dedos
eran guiados por la inercia del tacto y la frecuencia del sonido, que alteraban
mis sentidos restantes, al escuchar de cerca y sin premura, los gemidos
contenidos de Mirna, que hacían eco entre las paredes y regresaban a mis oídos,
como una lección gráfica de un efecto doppler, que alteraba el control de mis
impulsos, al escuchar cada ruido rebobinado de la habitación, sin preocuparme
por tratar de ocultar mi respiración apresurada, ni mi fuerza desmedida al
arrancar su blusa y su falda con un movimiento vertiginoso, recostándola con un
poco más de cautela sobre el diván, mientras lamía su cuello con cierto
autocontrol de mis propias acciones, al tiempo que mis manos desabrochaban su
sostén, tocando sus pechos hasta llegar a sus pezones, trazando una ruta con
cada fibra de mis dedos.
Por un
momento supuse que mi vista era nula, pero en realidad, capturaba cada imagen
de su cuerpo, gracias a los pálidos destellos del agonizante atardecer, que aún
quedaban latentes, como insignificantes espectros reflejados en algunos objetos
brillosos, o en espacios donde las persianas no eclipsaban a los cristales. Mis
manos hicieron una pausa momentánea, al sentir el encaje rígido de sus bragas.
Mis ojos trataban de buscar respuesta, en el movimiento de sus manos, en el
consentimiento de sus gestos, o en el panorama que no me mostraba la oscuridad
de la habitación, sin embargo, su voz entre cortada me indicó el siguiente
paso, que tras dudar un instante, continué mi recorrido, hasta dejar de largo
la rigidez de sus bragas, para sentir
incrédulo, la calidez de su húmedo sexo.
De cierto
modo, pude sentir el transcurso de cada minuto, como un parpadeo incesante de
sonidos e imágenes distorsionadas, que mostraban las piezas de un rompecabezas
que parecía armarse en automático, al ritmo de la sincronía displicente con la
que hacíamos el amor, con la que sus piernas se movían alrededor del estrecho
diván, o con el ritmo que imprimía en cada penetración, mezclando los sonidos
guturales, con la música de jazz que resonaba en un volumen moderado, pero
claramente perceptible y predominante.
Gracias al
paso inconmensurable del tiempo, los últimos fragmentos de aquella tarde se
consumieron, para dejar la habitación a merced de la inquietante oscuridad, la
cual, era débilmente iluminada por los reflejos de las luces de los edificios
contiguos, y los anuncios espectaculares situados a lo largo de toda la
manzana. No quisimos encender las luces, no pudimos hablar al respecto. Un
hecho consumado no requiere de palabras, sino de reflexión y cautela, mientras
se contempla con detenimiento, cada silueta que gira sobre las paredes,
mientras buscamos los ojos de nuestro cómplice implicado, vistiéndonos a toda
prisa, grabando cada momento en nuestra memoria, omitiendo la pregunta que no
tendrá respuesta, mientras simplemente, nos vamos en silencio.
F I N
Texto por: Tai O´farrell.