Deja caer ceniza de
cigarrillo al suelo, exhala humo de tabaco y mira al horizonte. Sentado sobre
una silla de madera blanca, en la terraza de un restaurante en la colonia
Condesa, levanta la vista al cielo. Es Martin Petrozza, escritor anónimo,
borracho empedernido, vividor, idealista, viejo sabueso, alma precoz,
desinteresado, pobre pero con amigos adecuados.
A su lado, casi recostada sobre una silla de respaldo alto, Verónica Pinciotti
acerca un vaso con whisky en las rocas a sus labios rojos, da un sorbo
discreto, descruza y cruza las piernas; los pies descalzos brillan con el sol
como un par de gemas, y detiene la mirada en un punto impreciso frente a ella.
Con ellos estoy yo, Salmoneo Gutiérrez, poeta, escritor errante. También fumo,
también bebo, también poso la mira sobre puntos indeterminados, y me
pregunto, al hacerlo, en qué piensan los demás cuando lo hacen.
Todo esto ocurre durante un momento de silencio. Antes de ello, hablábamos.
Cada cierto tiempo nos reunimos, a veces en casa de Petrozza, o de Guillermo, o
en lugares como éste cuando la caridad de Verónica nos lo permite (Petrozza y
yo somos pobres), y hablamos. Es lo que hacen los amigos, supongo. Un rito social,
comúnmente practicado incluso entre grupos de otras especies de mamíferos; por
ejemplo, lo delfines son muy sociables. Algunos tipos de monos se
reúnen a comer de un fruto que los intoxica; Petrozza, Pinciotti y yo nos
intoxicamos con whisky y tabaco. Luego estos monos deben lamer piedras saldas
para desintoxicarse. Petrozza vomita, Verónica duerme y llama a los hombres con
los que se ha acostado alguna vez.
Aquella tarde hablamos sobre felaciones. Los temas favoritos de Petrozza y de
Verónica, después de la literatura, son los temas sexuales. Preguntamos a
verónica si era capaz de contar con los dedos los penes que había felado en su vida. Tras una sonrisa que
pretendía, falsamente, encubrir la verdad, respondió que nunca… Jamás
creeríamos aquello, y siendo amigos, no tenía caso negarlo. Con una mueca se
rindió y confesó ni siquiera tener un cálculo aproximado de la cantidad de ves
que… ¿Podría contar con los dedos las chicas que lo habían hecho para mí?, me
pregunté. En realidad, podría contarlas con los dedos de una sola mano y me
sobrarían dedos. Imaginar a Verónica… fue suficiente para llenarme la boca de
saliva, atragantarme y… decididamente, cambiar de tema, al menos por un momento
de descanso mental, para evitar el enrojecimiento de mi cara.
Durante la tregua, se habló de la posibilidad
de hacer una novela con base en el famoso caso de H. M., paciente médico al que
extirparon parte periférica del hipocampo porque sufría de severos y constantes
ataques apopléticos y convulsiones. Después
de la operación los ataques disminuyeron, pero perdió inmediatamente la memoria
y no fue capaz en adelante de recordar un sucedo a las pocas horas de acaecido.
Según sus propias palabras, “cada día es un episodio aislado; con él se esfuman
las alegrías y las tristezas que haya podido experimentar”. Describió su vida
como una prolongación incesante de esta sensación de aturdimiento que nos
sobrecoge al despertar de un sueño sin que recordemos su contenido. Además de
esto, se notó que H. M. mejoró sus capacidades intelectuales luego que le fue
extraída la parte cerebral que rodea al hipocampo.
Petrozza y Verónica bebían y jugaban a un
juego de miradas que yo conocía perfectamente, e incluso, una vez, llegué a
jugar con Estela cuando la pretendía. Es la única vez que he jugado a ello,
aunque lo he observado hacer a muchas gentes. No me gusta nada que se haga
cuando estoy presente; en especial, odio que Petrozza lo haga con cualquier
chica cuando estoy presente. Me deja fuera, aislado, deprimido, inseguro y
acabado. Me dan ganas de levantarme y gritar: ¡vale, vale, que si se quieren
coger, ¿por qué no se lo dicen directamente cuando yo no esté?! Sin embargo,
nunca he tenido el valor de hablarlo de frente cuando pasa. Suelo hacer el que
no entiende nada.
El juego de miradas, los pies descalzos de
Verónica y el alcohol en nuestras venas nos hace retomar el tema de las
felaciones. Es el turno de Verónica y estoy seguro que lo hará: preguntará
abiertamente a Petrozza y a mí sobre nuestro parecer, nuestras experiencias,
nuestras preferencias, etc., del sexo oral. Temo que sea mi turno. Odiaré
confesar que soy inexperto. Que considero, o he considerado hasta ahora, al
sexo como algo secundario, quizá hasta terciario en la vida de un poeta. Habrá
quien diga, como Petrozza, que el sexo en la vida de un poeta lo es todo, que
lo poetas son sexualmente activos, máquinas, eyaculaciones en sí mismos,
orgasmos. Probablemente tenga razón, pero no todos los tipos de poetas…
En efecto, Verónica preguntó a Petrozza
cuál había sido la chica que mejor se lo había hecho y por qué. Ya escuchaba
las palabras, al término de las, afortunadamente, extensas explicaciones de mi
amigo: ¿y tú Salmo, cuál ha sido tu mejor
experiencia en…
Petrozza suspiró, dio una calada al
cigarrillo, miró la tabla de la mesa y como si recordase la muerte de su madre,
comenzó a contar en todo serio cómo ocurrió.
Mientras tanto, yo pensaba en él, en
Petrozza, en su vida, en su actitud ante la vida, en sus creencias, sus gestos,
sus miradas, sus hábitos. Pensaba en él y casi podía, tras entenderlo,
pronunciar el discurso que estaba a punto de decir, con puntos y comas, como si
yo fuese él. Por un segundo, que aconteció
ante mí como una revelación divina, pude sentir, Dios por medio, lo que
significa ser Martin Petrozza. Pude vislumbrar, nunca sabré explicar cómo, las
inquietudes, las pasiones, los miedos, el pasado y el futuro incierto, las
emociones, las posturas, las filosofías de mi compañero. Se abrió ante mí la
puerta que lleva a eso que significa ser el otro
en uno mismo. No estoy hablando de entender, con base en la razón, las posturas
del otro, sino ser, por un segundo, el otro mismo.
Luego, inevitablemente, tuve sobre mí la
mirada de Verónica: ¿y tú Salmo, cuál ha
sido tu mejor experiencia en el sexo oral?
Me confesé sin
experiencia suficiente para hablar de una mejor
experiencia.
Sin más, dieron bocanadas a sus
cigarrillos y regresaron al tema de la novela: se abre una gama de
posibilidades, porque… imaginemos a un hombre que, literariamente, puede
descubrir la ecuación del universo, y de un momento a otro, olvidarse del
asunto como el que más. Pongamos que en la novela lo hace, descubre o resuelve
la ecuación del universo, y hace un montón de cosas más, no sé… da con la cura
del SIDA, etc., y luego olvida todo eso. Pongamos que alguien le obliga a hacer
anotaciones, a grabarse en video durante el proceso de creación, pero luego,
sencillamente, no recuerda nada del rollo de las anotaciones, o de lo que sea
que hizo para llegar a resultados durante el video. Esto supondría una capacidad
intelectual cambiante; un buen día se despierta y de la nada llega a su cerebro
la idea parte aguas para el desarrollo y explotación de nuevas tecnologías
ecológicas, pero al día siguiente no recuerda haber poseído dichos
conocimientos.
Verónica habla, fuma, bebe, se acomoda el
cabello, alza los brazos, ordena tragos, opina, parpadea, se da tiempo para
pensar, imagina, propone, estornuda, pasa la lengua por los dientes, mueve los
pies, se limpia la boca con servilletas, agita el vaso con hielos, sonríe,
atiende mensajes en el celular, raya sobre un papel. Detrás de cada movimiento suyo
hay un cerebro, una vida, una personalidad. Casi puedo entenderlo, casi puedo
saber de qué se trata. Puedo imaginar a Verónica una vez despedidos de este
bar, conduciendo su coche a solas, camino a casa, graduando el aire acondicionado.
Casi puedo sentir en mis dedos el contacto con la piel de los asientos, del
volante; el frío de las llaves de su casa, la fuerza que pone la chapa de la
cerradura, el humor de su habitación, la suavidad de las telas de seda de su
cama. Por un momento casi puedo comprender a Verónica en su totalidad y hasta
podría decir que ser ella.
El último comentario sobre H. M., es que
tiene memoria de pájaro, y la novela debería poseer la fuerza suficiente para
transmitir al lector lo que verdaderamente quiere decir olvidarse de todo al
día siguiente.
En ese momento, Petrozza deja caer ceniza
de cigarrillo al suelo, exhala humo de tabaco y mira al horizonte. Verónica acerca
un vaso con whisky en las rocas a sus labios rojos, da un sorbo discreto,
descruza y cruza las piernas; los pies descalzos brillan con el sol como un par
de gemas, y detiene la mirada en un punto impreciso frente a ella.
Esos dos son mis amigos, pienso, y sus
vidas son parte de la mía.
2
Tal vez, no he
dejado de apoyarme en otras vidas para reconocer el territorio de mí mismo; y
conforme he avanzado en dicha práctica, he descubierto que a lo más, llegaré a
conocer muy poco de mí, muy poco de los otros. Es probable que el ser humano
esté imposibilitado, por ejemplo, de verse a sí mismo sin el velo que cubre sus
ojos. ¿Qué velo es este? El mismo que priva al gato de saberse gato, de
conceptuar una vida gatuna siendo lo mismo que intenta juzgar. El hombre, sin
duda, es el único ser vivo sobre la faz de esta Tierra capaz de observar verdaderamente al resto de las especies vivas. Un
hombre puede comprender en su totalidad el comportamiento de un tití, y un
tití, quizá, pueda comprender la vida de su presa (un insecto, verbigracia),
pero un tití jamás comprenderá lo que significa ser tití. Yo, Salmoneo, siendo
humano, no podré jamás comprender lo que significa ser humano, ni mucho menos,
lo que significa ser Salmoneo.
A través del otro, he logrado entrever mi desgracia. Mi desgracia es única en
tanto a mí, pero se refleja en las pupilas de cada hombre que miro. La
humanidad sufre. ¿Sufrirán también la codorniz o el mono tití? Ambos poseen
vidas marcadas por destinos estrechos, sin embargo, ninguno de ellos conoce
siquiera la palabra destino.
En todo caso, ¿cuál es mi destino? Quizá carezca de destino; en cambio, ¿podré
ser muchas personas?, ¿una mixtura de los más diversos destinos? Una vida
hecha de todas las vidas. En
un solo espermatozoide radica toda la humanidad, todas las posibilidades de ser
uno mismo, o de ser alguien más, o de ser la humanidad.
Siendo así, no podré ser otra cosa que un humilde escritor que cuenta su vida
reflejada en la vida de los demás. Vivir, vivir… no es nada. Mi vida, poco
importa sin la gracia de las vidas que rodean la mía. El alimento de mi vida,
es la vida del prójimo.
Muy interesante !!
ResponderEliminarBueniisisisimooo esa pinciotti es muy sugestivaaa
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