Texto por: Roberto Araque.
Soy distraído. Muy descuidado. Terriblemente despistado.
Podría estar una viga frente a mis ojos y no me fijaría en ella, sino en la
pluma que a lo lejos flotaría sobre un pastizal que ni siquiera sería real;
pues sería tan imaginario como las sensaciones de felicidad o tristeza que me
agobian durante el día y la noche, o la pluma misma. Pero la viga sí. Y su
golpe también. El dolor no provendría del impacto, sino de la culpa. Pues, como
suele pasar, se acercaría despacio. A paso lento, pero seguro. Fácil de eludir.
Nunca oculta y, sin embargo, allí
habría un resultado: una herida franca y abierta que crecería, crecería y
consumiría todo mi ser. Acabaría con todo ápice de bondad y misericordia. Pues
la culpa, saber que siempre estuvo allí y no haber reaccionado es lo que más
duele y atormenta.
Practico ajedrez desde los 12 años. Nunca llegué a ser
profesional, pero he logrado sendas victorias ante algunos que presumen serlo,
pero distan por décadas. También obtuve un trofeo en un torneo nacional y desde
hace algunos meses tomé una rutina; todos los miércoles voy a la plaza que está
frente a la alcaldía y explico partidas magistrales. A pesar de que mi función
es eminentemente didáctica siempre se presenta alguno que otro contrincante,
durante largo tiempo mantuve un invicto. La noticia tomó carácter nacional,
desde otros estados venían retadores; todos y cada uno recibieron sendas y
brutales derrotas. Eran masacres y yo el Gran Genkis. Disfrutaba cada victoria,
además recibía buena paga por mis enseñanzas y la admiración de un grupo
bastante heterogéneo. Ya cuando el asunto estuvo a punto de tomar
carácter internacional llegó Jesús - un amigo de infancia - y me retó a una
partida.
A Jesús lo conocí en el sexto año de primaria. Él fue
quien me enseñó a jugar; me explicó el movimiento de las piezas y la
"jugada del pastor”. Recuerdo que era muy apegado a él. Soy hijo único y,
a pesar de todo, lo considero como lo más cercano a un hermano. De hecho él fue
quien me presentó al amor de mi vida y fue compañero de residencia en la
universidad. Logró graduarse antes que yo y con honores. Apenas terminó se
marchó a Francia, perdí el contacto con él. Regresó hace unos días. Intenté
rememorar los buenos tiempos, pero había algo que no me lo permitía. Recordé a
María Antonieta, quien fuera su novia en la universidad y prima de ese amor
lejano, el día en el que dijo algo muy ofensivo acerca de Jesús: “Hasta el perro cuando sabe que la va a cagar se
asusta".
Era algo pesado, mas si es en una reunión familiar. Pero
María era muy perspicaz. Éramos muy cercanos, buenos amigos. Siempre encontré a
María buena persona, pero nunca me llamó la atención lo que pensaba, pues mi
sol ni se ocultaba ni emergía con ella, sino con otra persona: Sara. Ella era,
y aún es, mi todo. Asimismo madre y esposa, amiga y amante, pues nunca pide
nada a cambio o por lo menos por un tiempo. Y, aun lejana, la recuerdo con un
grado infinito de nostalgia y también rencor.
Él casi sin mediar palabras se sentó frente a mí. No
saludó. No sonrió. No preguntó si quería jugar, simplemente se sentó y comenzó
a organizar las piezas. Tomó las piezas blancas. De manera instintiva organicé
mis piezas y esperé el primer movimiento: Habría que explicar cómo es la nomenclatura en el ajedrez
porque describir una partida resultaría muy confuso para quienes no están
familiarizados. Para empezar el tablero se organiza por filas que van desde la
número 1 hasta la 8. Las piezas blancas ocupan las filas 1 y 2, las negras 7 y
8. Ahora bien, las columnas están identificadas con letras que van desde la a hasta la h - izquierda del jugador de las
piezas blancas hasta su derecha -. Por lo tanto, la conclusión evidente es que cada
una de las casillas se rige por un sistema coordenado. Las ordenadas serían las
filas y las abscisas las columnas. Para determinar la posición de una pieza
sólo hay que buscar la fila y la columna.
Él comenzó la batalla. Realizó un movimiento extraño; una
apertura inglesa que se convirtió, después de algunos movimientos, en una
trampa. Respondí con una peculiar Defensa India de Rey. Inició con
c4. Hace algunos meses él me habló acerca de la vida y los golpes. También
me aleccionó acerca de esperar lo inesperado. Ese día fuimos a la playa, María
estaba con Sara no sé dónde ni sabía qué hacían, supongo que cosas de mujeres.
Respondí con mi caballo en f6. Era el día de su despedida, partiría el
siguiente a París. La casilla d5 era vital para mis planes a largo plazo, así
que posó su caballo en c3. Sara no se apareció sino hasta la tarde, estaba algo
alterada, sin María y con un moretón en el cachete. Por un momento me olvidé de
mi centro y me concentré en mi defensa, coloqué mi peón en la casilla g6. A
Sara nunca le simpatizó Jesús, lo consideraba descuidado, arrogante y patán.
Ella me contaba acerca de sus aventuras y de cómo trataba a María. Sin
inmutarse jugó su peón de rey, lo desplazó hasta la casilla e4, con esto ya se
afianzaba en el centro. María brillaba por su ausencia, Sara comenzó a beber
ron tal cual un borracho de tasca. Para evitar males mayores puse mi peón en la
casilla d6. Jesús ni preguntó por María, parecía que yo era el único preocupado
por su ausencia. Respondió con d4. Ambos luchábamos por el centro.
Recuerdo que fumaba, le encantaba mallboro
rojo. A mí nunca me molestó que lo hiciera, cada quien hace con su vida lo que
considera necesario. Coloqué mi alfil en g7, con esto buscaba recuperar los
espacios perdidos en un contrataque. Sara, se sentó a mi lado, me abrazó y
miramos juntos como las olas reventaban en la orilla. Movió su caballo a la
posición f3, eso era guerra. Se habían posicionado las piezas, listas para la
masacre. Él se mantuvo callado, ella hablaba acerca de no sé qué cosas. Parecía
estar muy descompuesta. Realicé un enroque corto, debía proteger mi Rey. Me
extrañó la actitud de Sara, pregunté que había pasado con María. Posó su alfil
en e2. No respondió. Él, como si le hubiesen preguntado, dijo que todas las
mujeres eran putas y que luego sentían remordimiento por las puterías que ellas
mismas causaban. Inicié, sin meditar, la masacre; jugué mi peón en e5, un
intento no valiente, sino temerario. Ella se alteró, no sé si por el ron o por
la respuesta de Jesús; le lanzó la botella de ron y se la pegó en el mentón. Él
no respondió mi ataque, sólo movió su alfil a la posición e3. A pesar de que el
golpe le ocasionó una rajadura y sangraba, se echó a reír. Ataqué, jugué
mi peón en d4, respondió con su caballo. Fue un cambio muy poco favorable para
mí pues ese caballo en esa posición resultaría muy dañino. Tomé el control de
la situación, le dije a Sara que se calmara. Lo que hiciera Jesús con María no
era nuestro problema. Jugué mi peón en d6. Él afianzó su peón solitario en d4
con la ayuda de otro en f3. Quise ver cómo estaba la herida de Jesús, pero no
me dejó. Tomó una servilleta y dijo que quería caminar por la playa. Moví
mi torre hacía e8. En vista de una posible amenaza, retiró su alfil a f2. Le
dije que buscara a María para regresar juntos, lo que no sabía es que María ya
había tomado un taxi. Coloqué mi peón en d5, quería un cambio de piezas.
Respondió, contrario a lo que esperaba, con su peón en e4 y atacó la posición
d5. Respondí con mi peón en c6. Lejos de hacer un cambio con su peón lo movió a
c5. Quería saber qué pasaba, por eso insistí en regresar juntos. No fue así, él
se marchó y me quedé con Sara. Mi caballo Brincó a c6. Le pregunté a Sara qué
había pasado con María. Él realizó enroque corto. Ella se calmó por un
instante, me miró con mil miradas de lástima y sonrió. Sus ojos eran como un
millón de estrellas que titilaba como luciérnagas sobre el campo de
los sueños de algún niño de 5 años. Me conmovía, al punto que era capaz de
olvidar cualquier ofensa con una mirada. Jugué mi caballo en h5, con esto
descubría mi alfil y preparaba un ataque para el caballo en d4. No se inmutó, sólo
movió su reina en d2. Era obvio colocaría su torre en d1. Moví mi alfil en e5. Ella
me dijo que María dejaría la universidad, que estaba harta de todo. Adelantó su
peón en g3, era evidente que sabía lo que haría. Moví mi alfil en h3. Le
pregunté porqué dijo eso, quería sacarle todo lo que sabía. Siempre supe que
Jesús era un patán con las mujeres, pero debió pasarse de la raya. Movió su
torre a E1. Coloqué mi caballo en g7. Realizó el movimiento de torre esperado;
d1. Respondí con mi torre en c8. Descubrió su reina al mover el caballo
que estaba en d4, lo colocó en b5. Ella no respondía, sólo miraba las olas. De
repente rompió en llanto y preguntó si la perdonaría. Jugué mi peón en A6. No respondí,
sólo la abracé y le dije que la quería. Allí comenzó la catástrofe, jugó su
caballo en d6, apoyado por ese peón solitario que dejé vivir. Cambié mi alfil
que estaba en e5 por ese caballo, el peón permaneció solitario en d6. Di por
muerto ese peón y adelanté el mio a d4, lo protegía mi caballo. Respondió con su
caballo en e4, con este movimiento protegía al incómodo peón. Ataqué a ese
caballo con mi alfil posicionado en f5. Sólo adelantó su peón a d7,
como entregándolo. No moví mi reina, lo ataqué con el alfil. Sin embargo,
ya estaba perdido. Sara me decía que Jesús, cuando eran niños, se asomó a su
casa con una cayena. A partir de ese día, todos los días y por casi un año, le
regaló una cayena; la dejaba frente a la ventana de su cuarto. Ella siempre se
negó, pero el día en el que dejó de recibir las cayenas entendió que lo
extrañaba. Comenzó a contarme acerca de su pasado, pero eso no era lo que
quería saber. Habló de su papá y de cómo sus madres los imaginaban casados.
Quise interrumpirle, mi madre había muerto cuando era niño y no le encontraba
sentido a lo que decía. La dejé hablar. Movió su alfil a d4 y acabó con
mi peón. Respondí con el caballo, pero él ya estaba prevenido. Su reina
tomó mi caballo y se colocó amenazante en esa posición. Sara seguía hablando,
la tarde caía. No la escuchaba, sólo miraba sus lágrimas. Sospechaba que algo
malo se avecinaba. Ubiqué mi caballo en f5, pero el mal ya estaba hecho. Tomó
mi alfil que estaba en d7 con su reina. Desesperado moví mi reina a b6 y dije
jaque, él sonrió. Respondió desplazando su rey a h1. No entendía su actitud, se
peleó con María, le lanzó una botella a Jesús y ahora lloraba como una niña
contándome cosas que no venía al caso. Le dije que cuando mi mamá murió, me
tocó ver su cadáver; ya ni recuerdo cómo era, veo sus fotografías y me parece
una completa desconocida, pero en el funeral lloré. Que sólo se llora lo que se
ama. Ella no me miró, sólo acercó su rostro a mi pecho y me abrazó. Coloqué mi
torre en d8. Movió su reina a A4. Realicé un cambio con su torre en d1;
su reina volvía a la posición inicial. Ella dijo que tenía algo que decirme,
que era algo bueno para ella. Moví mi reina a b2. Colocó su reina en b1. Coloqué
mi torre en c2. Realicé un cambio de reinas. Ella me dijo que era algo
importante, pero aun no entendía como si algo era bueno podía causar tanto
desarreglo. Movió su alfil a c4. Respondí con mi caballo en d4. Movió su torre
en e3. Y allí fue cuando me rendí, no veía salida. Me levanté y
estreché su mano. El juego ya estaba perdido, no tenía a dónde ir. Sara,
permaneció callada por unos instantes. Cuando habló marcó un punto de
inflexión, ya lo nuestro no sería lo mismo o mejor dicho; no sería. Durante
breves instantes recordé los días en la universidad; las veces que borracho me
quedaba dormido en casa de Jesús, por la mañana me iba a buscar Sara. Siempre
me discutía que no sabía beber. También las veces cuando me hablaba de lo
idiota que era Jesús y de cómo alguien tan patán podía ser tan inteligente. Las
veces que lo llamaba idiota en mi presencia, él reía. O cuando él le gritó puta
y ella lloró. También los días de infancia, cuando manejábamos bicicleta hasta
llegar al caño, o en las clases de la escuela. Asimismo las noches en el campo,
o las vacaciones en Mochima. Tantas cosas, recordé tantas cosas. De cómo María
Antonieta miraba a Sara, una mezcla de envidia y amor. Luego ella tomó aire, bebió un sorbo de ron, me miró a
los ojos y dijo: - Estoy embarazada.-

Texto por: Roberto Araque.
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