A Ron Jeremy.
Francisco
finalmente triunfó. Todo el verano trató de convencer a Martha para que
tuviesen intimidad. Anoche llamó Francisco.
Soy confidente suya desde cuarto grado. Dijo que Martha por fin había caído. Lo
dijo riéndose, como una maldita hiena. Debo aclarar que soy amiga suya desde
hace cinco años, e incluso colaboré para inducir a Martha, pero escucharlo reír
de ese modo… sentí ganas de… de… ¡de cortarle el pito con una navaja!
Todo comenzó hace un par de meses, cuando
Alberto llegó al colegio con un teléfono nuevo. Uno que podía reproducir
videos. No sé de dónde los sacaba, pero desde el primer día trajo aquel traste
cargado de pornografía. Los videos levantaron los ánimos de todo el grupo y
desataron una serie de conflictos. Aquellas imágenes desmentían las más de las teorías sexuales de los
supuestos chicos experimentados. Alfredo, por ejemplo, juraba que había hecho
el amor, unas cuatro veces, del mismo modo que lo hacían los actores de aquel
rollo porno. Ninguno tuvo valor para desmentirlo, principalmente porque Alfredo
era el chico más grande, aunque en el fondo nadie se lo creía. Las cosas que se
hacían allí eran demasiado complicadas para un chico de trece años. Algunas de
ellas ni siquiera las habíamos imaginado. Hombres y mujeres haciéndolo en
posiciones tan extrañas, y con una simpleza tan grande, que nos parecía algo
imposible. Es decir, no podíamos concebir a nuestros padres, u otro adulto,
haciendo esas cosas por las noches. Sabíamos cómo funciona la cosa, pero, Dios
santo, una negra follada por el culo por un par de blancos, con vergas del
tamaño de bates de béisbol, ¡mi madre, nunca!...
Todas las mañanas antes de tomar clases,
un grupo de chicos se reunía con Alberto para que les dejara ver uno de esos
videos. Los miraban detrás de la jardinera del patio principal, o a un lado de
la cafetería, debajo de las escaleras. Yo miré algunas veces, por curiosidad,
no puedo decir que soy una santa: me gustaba mirar aquello, sentía cierta
excitación, y bueno… supongo que es una cosa normal. A fin de cuentas, tampoco
era para tanto. Ahora me parece que no es para tanto, pero debo confesar que
después de mirar un par de videos por la mañana, no podía evitar pensar en los
adultos haciendo aquellas cosas. Imaginaba al profesor Morales comiendo el culo
de una negra asquerosa mientras otro hombre le sobaba los cojones y le daba
lengüetazos en los pies. Una marranada, no digo que no, pero mi mente volaba
con tanta facilidad que comencé a considerar aquellas cosas algo normal. Dejó
de importarme y me permití, cada vez con mayor frecuencia, tener aquellos
pensamientos. Donde quiera que volteara había material para crear videos
mentales.
Mi caso no era el único. Hablando con las
chicas llegamos a la conclusión que todas pisábamos el mismo terreno. Por
supuesto, acordamos no decirlo a los chicos y continuar con el teatro de
nuestro escándalo ante la pornografía. Cuando Alberto o alguno otro nos
invitaba a mirar, exclamábamos: ¡Ay, por Dios, qué asco! No fue difícil
renunciar a la pornografía de Alberto; Brenda consiguió un suministro propio: reunidas
en casa suya mirábamos un montón de videos en su ordenador, gracias al servicio
de Internet que contrataron sus padres. Por aquel entonces, Brenda era de las
pocas personas que poseía acceso a la Web.
Nos volvimos tan fanáticas al porno, que
los videos de Alfredo no despertaban en nostras el mínimo entusiasmo. Cada
mañana, cuando los chicos llegaban al colegio hambrientos de nuevas escenas de
sexo, nostras veníamos bien alimentadas. En el ordenador mirábamos no sólo
videos de cinco minutos, sino películas completas. Además, las páginas de
Internet categorizaban los temas. Había videos de lesbianas, caseros,
adolescentes, gay, gang bang,
mamadas, tríos, sexo con animales, copógrafos, vejetes, gordas, colegiales,
amateurs, faciales, anales, footjobs,
handjobs, desnudos públicos, holy hole, sado, maso, sado-maso, dominatrix, masajes, lluvia dorada,
doble penetración. ¡Un sinfín de cosas! Pronto estuvimos por encima de todos
los chicos del cole. Aun así, si alguno mencionaba siquiera la palabra porno,
gritábamos como unas monjas del siglo XVI, asustadas hasta la médula.
2
Lo
que más impactó a los chicos fue el sexo oral. A esa edad, todos sabíamos que “El hombre introduce el pene en la vagina de
la mujer…”, etc. Pero nunca sospechamos todo lo que puede caber en un
etcétera. Las chicas y yo habíamos visto una variedad de cosas; el sexo oral no
era precisamente lo que nos impactaba. Había cosas peores, como ser penetrada
por el culo con el puño completo de un maldito negro de dos metros y medio. Una
simple mamada no era algo que nos quitara el sueño, de verdad. Sin embargo, los
chicos se volvieron locos.
Comenzaron a jugar entre ellos a pegarse mamadas.
Si alguno se agachaba para algo, recoger un lápiz caído, atar las agujetas de
los zapatos, no sé, otro simulaba los ruidos del sexo oral. Si deseaban
molestar a alguno, lo obligaban por la fuerza a acercar la cabeza a sus
miembros y simular la cosa. Las chicas reíamos cuando pasa esto, pero en el
fondo les considerábamos tontos.
Alfredo fue el primero en asegurar que una chica,
alguna vez, se lo había hecho con la boca. A estas alturas, con nuestras mentes
pervertidas, ya no era difícil de creer, excepto porque sabíamos que Alfredo
era un bocazas. No hicimos algo, todos fingimos creer el cuento, nos importaba
poco. Francisco no pudo soportarlo. Se moría de celos. Todas las noches marcaba
a casa y me contaba el rollo de su desesperación. Me decía: Flor, no puedo más,
¡debo hacerlo con alguien o moriré antes de que pueda decir Ron Jeremy! Intentaba tranquilizarle, pero estaba vuelto
loco. Decía que no podía creer como una chica, cualquiera, había aceptado
chupar el pito de ese mamarracho de Alfredo. Venga, le decía yo, ¡pero si eso
es mentira, ese tipo tiene complejos de inferioridad y se lo pasa hablando
cosas irreales! Sea como fuere,
Francisco estaba empeñado en hacer el amor con alguien. No importaba la
categoría (siempre no fuera gay), lo
único importante era hacer algo con alguien.
Lo repitió tanto que me compadecí de él. Le prometí
que le ayudaría en su locura: convencería a alguna chica para que se acostase
con Francisco.
No es que Francisco fuese un mal tipo o algo,
sencillamente no era el tipo de chico con el que una adolescente soñara perder
su virginidad. Yo misma no estaba dispuesta a acostarme con él, porque… vamos…
era mi mejor amigo. Al menos, eso era el pretexto para alejarle las manos de
mis nalgas cada que me invitaba al cine. Era un buen tipo, pero desde que miró
aquellos videos se empeñaba en tocarme el cuerpo de un modo insano.
3
Conté
a las chicas el rollo de Francisco. Les dije que ese pobre hombre moriría si no
le pasaba. Esto fue el hazme reír entre nosotras por unas cuantas semanas.
Luego, no sé por qué, comenzamos a tomarlo en serio. Quizá porque Francisco me
llamaba cada noche, o porque hablaba con una sinceridad ingenua, o porque,
sencillamente, habíamos mirado suficiente pornografía para considerar la máxima
expresión de amor como un juego. O quizá, también, porque teníamos trece o
catorce años y comenzábamos a ponernos cachondas.
El caso es que decidimos ayudar a nuestro
colega masculino. Como ya dije, era simpático, aunque no lo suficiente para que
una de nosotros fuese la víctima. Elegimos a Martha porque Martha era la chica
a la que siempre elegíamos para hacer el trabajo sucio. Era una tetaza, en
resumen.
Martha nunca había mirado un video con nosotras,
en casa de Brenda. Comenzamos a invitarla, y la pobre casi se muere de un susto
cuando miró la verga de un negro entrar por la boca, hasta la garganta, de una
jovencita que bien podría tener nuestra edad o menos.
El objetivo era convencer a Martha que
debía acostarse con Francisco. Los pasos a seguir eran, primero, pervertir su
mente hasta que llegase a creer que comerse la mierda de un par de negras
vestidas de monjas, era cosa de todos los
días. Segundo, hacerle creer que nosotras lo hacíamos todo el tiempo:
acostarnos con chicos, pegarles mamadas en el estacionamiento de las plazas
comerciales, acostarnos entre nosotras. No imposta lo inverosímil, Martha iba a
creerlo porque era tonta, y porque si todas lo decíamos, debía ser cierto.
El lavado de cerebro duró alrededor de
tres meses. Al mismo tiempo, realizamos otro convencimiento, aún más difícil:
convencer a Francisco de que Martha no era tan fea, o de que valía la pena
acostarse con ella. Si Francisco no era guapo, Martha lo era mucho menos.
Bueno, no es que fuese precisamente fea, digamos que no sabía arreglarse en
absoluto. Hacerla lucir aceptable a los ojos de un macho caliente fue parte del
proceso, y no precisamente la parte más fácil.
La complicación con Francisco constituía en
quitarle la idea de sus amigos (que era cierta) de que Martha era un espantajo.
Estando con nosotras, es decir, cuando le acorralábamos y le obligábamos a
escuchar toda la verborrea hipnótica de nuestro plan, salía casi convencido de
que Martha podría ser una opción excelente para desvirgarse, pero una vez con
sus amigos se esclarecía la perspectiva y toda nuestra labor veníase abajo.
Llegamos a pensarlo: desistir de este
rollo, porque, vamos, pensándolo bien, ¿a quién carajos importa la vida sexual
de Francisco y de Martha? Por otro lado, algo más llamaba nuestra atención:
unas auténticas ganas de follar se apoderaban de nosotras. Burlarse de alguien
ya no tenía sentido, valía más la pena enfocarse a una misma. La competencia
surgió, y el interés por ligar a un mejor hombre que las otras pudiesen lograr
se convirtió en la bandera de nuestra adolescencia. Francisco y Martha podían
irse al carajo, si se cogían o no, ¿a quién importaba?, y además, de hacerlo,
sería una cosa tan fea como un par de hombres chupándose el ojete.
4
Así
estaba la cosa, cada una concentrada en conseguirse un buen hombre (de acuerdo
al ideal porno de nuestros tiempos), cuando de la nada comenzó a correrse el
rumor. Iba sobre Francisco y Martha. Supuestamente, se les había mirado juntos
últimamente, y existía un video que probaba el por qué de sus caminatas por las
plazas comerciales.
Cuando nos enteramos, el ánimo se nos fue
arriba. Aunque enfocadas en otros ideales, daba gusto saber que el plan nuestro
había dado resultados. Supuestamente el video contenía escenas sexuales entre
Francisco y Martha. Nos volvimos locas. Deseábamos mirar el video a toda costa.
Brenda, y las demás me instaron a llamar a Francisco para preguntarle la
verdad. Si el video existía, Francisco no me lo ocultaría a mí. Estuve de acuerdo,
era mi propia curiosidad la que me instaba, pero no podía hacerlo sino hasta
noche, en casa, en la privacidad de mi habitación. La noche, y bajo esas
circunstancias es como Francisco y yo solíamos hablar y contarnos todo.
No tuve que esperar a casa. Camino a ella
se acerco a mí Alberto, me detuvo y preguntó si ya había mirado el video de la
nueva estrella porno de la ciudad, que cuando lo mirara no lo creería. No sé
por qué, pero en ese momento me sentí traicionada. Por Francisco, quiero decir.
El muy cabrón había grabado el video
precisamente con el teléfono de Alberto (Alberto se lo había prestado para
ello, habían confabulado juntos), y había hecho correr la cosa él mismo, y yo
sería la última en verlo. No mostré mis emociones a Alberto, claro está.
Respondí con tranquilidad que me dejara mirar. Alberto pidió que fuésemos un
poco más lejos, recién salíamos del cole y no deseaba hacer tumulto. Acepté y
fuimos detrás de una camioneta negra, a unas calles del cole. Allí, Alberto
sacó su teléfono e hizo reproducir la cosa.
Bueno, allí estaba, el sueño de los
últimos tres o cuatro meses hecho realidad. Era Martha, la ñoña, chupando el
palo de Francisco a la luz de una lámpara de estacionamiento público en una
plaza comercial. Lo hacía con demasiados bríos para ser una simplona, y bueno,
lo estaba haciendo, lo había hecho, de verdad, no como las chicas y yo, es
decir, ahora era por mucho más experimentada después de todo, y nostras unas
chismes bocazas.
Aunque había mirado porno el último año
entero, ver el video de un par de chicos del colegio provocaba una impresión
descomunal. El pene de Francisco, la saliva de Martha, las caras de ambos, la
coleta de Martha volando por los aires, y finalmente, el semen saltando a la
cara de la pobre Martha.
Salí de allí como la que más. Sin embargo,
a cada paso me sentía más rara. No sabría describir mis emociones, pero era un
cúmulo de ellas, contradictorias, llenando mi corazón. Todo el día no pude
dejar de pensar en ello. Mientras comía, a la mesa con mi madre, no podía dejar
de imaginar el pene de Francisco, la cara de Martha, el semen en toda esa cara,
como las actrices más duras de los videos.
Tuve que dormir para olvidarme de ello,
aunque no estoy segura que mis sueños hayan sido realmente libres del impacto.
No recuerdo lo soñado. Inmediatamente al terminar la comida, subí a mi
habitación y caí rendida, como si hubiese corrido un maratón.
Desperté al timbrar del teléfono. Era de
noche, y marcaba Francisco. Su voz se notaba excitada. Dijo que tenía algo
importante que contar. Dijo que Martha por fin había caído. Lo dijo riéndose,
como una maldita hiena.

maravilloso texto!! no pare de reir y deimaginar cada moemnto, con buena interpretacion de los personajes y de la historia, muy bueno saludos
ResponderEliminarMMMMM MUY TENTADOR AMIGA GRACIAS (Y)<3
ResponderEliminarTus textos son buenísimos y bastante originales
ResponderEliminargeniallll!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!1
ResponderEliminarlol true story. Tengo, o tenía un amigo igual... o dos o tres. ¡Navajas por favor!
ResponderEliminarTal vez no fue tanto indignación, sino celos...
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