F. y Lidia F. llevan una relación extraña. Una
relación que F. no puede comprender. No son novios, nunca se han acostado
juntos (F. se ha masturbado pensando en Lidia, pero eso es todo). Se frecuentan; beben copas en el apartamento
de F. o en algún bar. Visitan museos. Comen en restaurantes. Es lidia quien
corre con la mayoría de los gastos de estas diversiones. Además de eso, se
interesa sospechosamente en su vida y su trabajo literario. Le publica en TRASH, le entrevista, le
aconseja, le apoya, le mima, le escombra el apartamento. F. le corresponde, a
su manera; una manera rudimentaria de decir que la quiere: le deja hacer. No se
inmiscuye, no reclama.
F.
escribe relatos cortos para TRASH. Mientras lo hace, no deja de pensar en
Lidia. En ocasiones, se descubre a sí mismo penado en ella mientras come,
mientras toma la ducha, mientras da un paseo por la colonia. Lidia es para F.
algo así como un hada madrina. Por supuesto, tiene toda la disposición de
ennoviarse con ella. Sin embargo, nunca ha sido bueno con las mujeres. Le ha
tomado más de dos meses decidirse. Tiempo suficiente para que cualquier otra
mujer se hartase de él.
F.
lo planea en su imaginación. Ha ahorrado algo de dinero de los pagos de TRASH.
La llevará a cenar y allí se lo dirá. No es un plan detallado, apenas sabe
adónde llevar a Lidia y no tiene idea de cómo decirlo. No está preparado para
el rechazo. Podría callárselo toda la vida con tal que de no alejarla. A veces
piensa que es lo mejor, callárselo, pero una fuerza superior a él lo obliga a
hablar. Está harto de dormir en el sofá cuando Lidia se queda en casa. En sus
textos puede escribir las aventuras sexuales más intrépidas, pero en la vida
real, es un perdedor y lo sabe.
2
Lidia contesta el teléfono. Es
F., como lo sospechaba. Lidia es la hija del editor de ALIANZA EDITORIAL, y está a cargo de la revista TRASH.
Su padre es millonario, y a pesar de ello, Lidia no se encuentra en ese mundo
lleno de falso glamur. No conoce a una sola persona a la que pueda llamar
amigo, excepto F.
La
llamada de F. es para una invitación a cenar. F. luce nervioso y Lidia se lo
dice. F. se defiende diciendo que no tiene nada. Lidia le conoce más de lo que
F. piensa, y deduce, gracias a su instinto femenino, que esta noche será especial.
Lleva más de dos meses esperando que F. se decida, y, para ser sinceros,
decidiéndose ella misma. F. no es lo que su padre esperaría por nuero. F. es un
malviviente, un escritor de quinta y un borracho. Nadie en su familia ni en su
círculo social aceptaría una relación con F. Por eso mismo, Lidia ha sido
cautelosa. No desea aventurarse a un terreno tan espinado sin tener la
seguridad que F. responderá a todo. Le quiere, pero en el fondo sabe que F. es
un bebedor acomplejado. Lidia está dispuesta a luchar si F. lo está también.
Acuerdan
verse en casa de F. Lidia pasará por él e irán a cenar a Richard´s, un
restaurante al sur de la ciudad. Un restaurante con velas y flores sobre la
mesa. Lidia queda encantada con la idea. Se verán dentro de cuatro horas.
Tiempo suficiente para que Lidia se arregle.
3
F. coge una cerveza de la nevera
y la destapa. Enciende un cigarrillo. Se acomoda en el sofá. Fuma, bebe y
piensa. Trata de hilar un plan para expresar su cariño a Lidia. No puede
concentrarse. Coge un libro del estante. Intenta leer pero las letras se
desvanecen. A veces logra leer una línea, pero no retiene las ideas. Bota el
libro en el estante. Bebe la cerveza de un trago y coge otra de la nevera.
Regresa al sofá. Aplasta el cigarrillo en el suelo. Se desabotona el pantalón y
comienza a masturbarse. Bebe cerveza mientras se masturba.
4
Lidia está emocionada. Hasta
ahora, F. se ha comportado con ella muy decentemente; excluyendo su vicio por
el alcohol y su apatía hacia casi todas las cosas, es un buen hombre. Lidia
cree firmemente que con un poco de amor F. acabará sonriendo a la vida. No
sospecha que si F. sonriera a la vida, no escribiría como lo hace ahora y ella
no se hubiese interesado en él. Sería como cualquier otro, con ideas positivas
sobre el destino y la fuerza de voluntad. La personalidad de F. se basa en su
desencanto por todo. Es capaz de encontrar el lado mezquino de un bello
atardecer en la playa. Son cosa que salen de enfoque cuando se está enmarado.
Elige
un vestido negro ajustado, zapatos de tacón negros, un collar de perlas y un
sombrero madrileño, negro también. El vestuario perfecto para la década de mil
novecientos cuarenta. Está dispuesta a causar en F. un levantamiento
libidinoso. Está dispuesta a acostarse con F. si todo marcha.
5
El Cirrus sedán rojo,
modelo 2010, se desliza sobre las calles en ruinas de la colonia del
apartamento de F. como un cometa sobre un cielo contaminado. En la esquina de
la calle hay un grupo de drogatas que miran estupefactos la entrada de un coche
así en un barrio como ese. Lidia aparca en la entrada del apartamento. Lidia no
ha visto al grupo de drogatas. Llama desde su teléfono móvil a F. para avisar
que ha llegado. F. coge la llamada y promete salir en un instante.
F.
sale. Lleva pantalones color caqui y una chaqueta de cuero café. No se ha
tomado la molestia de peinarse siquiera, y encima, viene hecho una cuba. Lidia
lo mira y se decepciona. No es lo que esperaba de una cena romántica en
Richard´s. Probablemente ni siquiera permitan la entrada de F. en Richard´s.
Los
seguros de las portezuelas se botan. F. abre la puerta copiloto y sube. Lidia
exclama: ¡no puedes ir así a Richard´s, santo Cielo! F., que ha mirado al grupo
de muchachos, dice: venga, salgamos de aquí y me echas el sermón que quieras,
pero vámonos ya. Un tufo espantoso de alcohol y cigarro se mezcla con sus palabras.
Lidia se lleva la mano a la nariz. Anda, Lidia, no es bueno permanecer encima
del auto aquí. Lidia no comprende. Anda, dice F. al tiempo que señala con la
mirada el espejo retrovisor. Lidia lo mira: son los drogatas. Caminan hacia
ellos. Lidia tarda en reaccionar. Arranca el coche cuando los tienen encima.
Dos de ellos a cada lado. Tocan las ventanillas. ¡A dónde van, chicos!,
pregunta uno de ellos. Otro grita: ¡yo voy con ustedes, anden!, y forcejea la
chapa. ¡Avanza!, exclama F. Lidia dobla el volante y sale de allí a cincuenta
kilómetros por hora. Cuando han doblado la esquina, dice: Dios, no puedo creer
que vivas en un barrio como éste. Es la primera vez que Lidia se queja del
barrio. F. recuerda a su exmujer. Siempre con la misma cantaleta: ¡no puedo
creer que vivas en un barrio como éste! Ya, dice F., no ha pasado nada, tan
sólo son un grupo de drogatas de mierda. Serían peligrosos si no anduvieran siempre
hasta el culo de caballo. Hay un silencio. Lidia conduce por la avenida,
nerviosa. Desea salir de allí lo antes posible.
Durante el
trayecto Lidia discute los puntos que en el futuro le gustaría borrar de F. No
lo expresa así, como los puntos que en el futuro le gustaría borrar de F., sino
como los puntos que en este momento le disgustan. Los puntos son los
siguientes: la vestimenta de F., el alcoholismo de F., el desinterés de F. por
todas las cosas, su vehemente apego a las cosas más bajas como el barrio dónde
vive, el aseo de su apartamento, el aseo personal, sus amistades con vagos, su
aparente (Lidia espera que sea sólo apariencia) carencia de sentimientos, su
inexpresividad. Según Lidia, F. debe ser más esmerado en su arreglo personal,
beber menos, más interesado en las coas, más limpio en su casa y su persona,
más expresivo y más cariñoso. F. escucha todo esto con un semblante de
indiferencia tal, que Lidia está a punto de bajarlo del coche. ¡Es que no te
importa nada de lo que digo!, exclama Lidia. F. se defiende diciendo que ha
tomado nota de todo, pero no puede cambiar en este mismo instante como por arte
de magia. Es su primera discusión de pareja, sin serlo.
Finalmente,
debido a todo lo expresado por Lidia, deciden (lo decide más ella que ambos)
que no irán a Richard´s. En vez de eso, irán a un restaurante menos pomposo en
el centro de la ciudad. Uno donde Lidia no se avergüence de entrar con F.
6
Incluso en este restaurante F. es
atacado por la mirada de los meseros. No les agrada que un hombre como él se
siente en sus mesas y dé órdenes. Se consideran superiores al mamarracho que ha
entrado, eso sí, de la mano de una chica
respetable. Lidia le ha cogido de la mano precisamente porque desea evitar el
murmullo.
Ordenan
el especial de la carta: pato a la naranja acompañado de guarnición y una
botella de vino tinto. Antes, empanadas de carne. Los meseros no soportan que
F. coma el especial.
Cuando
la mesa está servida, comen casi sin hablar. A penas intercambian palabras,
todas, sobre lo buena que está la cena, lo malo del clima (hace mucho frío y
parece que lloverá). F. se siente derrotado, ¿cómo hablar de amor a una mujer
que lo está pasando mal con uno? F. también lo pasa mal. No sabe si ordenar algo
más, si beber otra copa de vino, si hablar de sus sentimientos. Todo puede ser
usado en su contra. Prefiere dejarse llevar, ver hasta dónde es capaz de
aguantar Lidia.
Cuando
terminan la cena, Lidia está mucho mejor. Creo que tenía hambre, dice, disculpa
si me comporté hostil contigo. F. asiente con la cabeza. Es como una roca,
jamás podría adivinarse sus verdaderos pensamientos. Parece que le da igual,
piensa Lidia. Está equivocada. F. está contento, a su modo, de saber que Lidia
está mucho mejor. Es lidia quien lo propone: mudarse de sitio. A un bar.
Divertirse. A F. la idea le parece estupenda. Beber es lo que necesita para
desentumirse.
7
El bar es Salón Sol. Allí,
ordenan una ronda de whisky en las rocas. Lidia está de mejor humor. Coge a F.
de la mano todo el tiempo y se le repliega en el hombro. Le sonríe. Comenta que
su último texto enviado a TRASH es un bombazo. F. asiente con la cabeza. Es parco
al hablar, sobre todo ahora; tiene un nudo en la garganta. Desea abrazar a
Lidia sin temor, naturalmente, decirle lo mucho que la quiere. Pero F. es duro
incluso consigo mismo. No suele permitirse ningún tipo de sensiblería.
Lidia
bebe y ríe. Bebe con prisa. En el fondo, desea agradar a F. Decirle: yo también
sé jugar tu juego y me gusta. Sin embargo, para F. la bebida no es un juego,
algo que se haga como una travesura. La bebida es para F. un modo de vida. Una
manera de soportarlo todo. No bebe para pasar un rato agradable. Bebe porque
debe hacerlo para no dejarse morir. Al menos, eso es lo que F. cree respecto al
trago. Odia a la gente que bebe para disfrutar, para reír, para destaparse.
Para F. beber es una arte que se debe cultivar desde la soledad.
Llega
el punto final. El momento en que Lidia está suficientemente borracha y
divertida para aceptarlo todo. F. lo sabe. Ha observado este momento toda su
vida. Ha especulado sobre él. El momento en que F. podría proponer matrimonio a
Lidia y ésta aceptaría sólo por el placer de hacer rabiar a su padre. El
momento en que un alma está inundad de sí misma, gracias a la desinhibición del
alcohol. F. odia este momento. Le parece mucho más atractivo el momento
siguiente, el de la resaca. Donde un hombre puede pegarse un tiro porque la
verdad cae ante sus ojos sin que pueda evitarlo. Un hombre que bebe no puede
tener una verdad hermosa.
Bueno,
pregunta Lidia de pronto, ¿y qué es lo que deseabas decirme? F. no se inmuta.
Esperaba esta pregunta. La pregunta con la respuesta más doliente de todas.
¿Qué pasaría si dijera que nada? Lidia también esperaba esta pregunta, y
esperaba una respuesta. Las expectativas de Lidia rebasaban las realidades de
F. Justo ahora, F. no deseaba decir nada.
F.
da un trago a su whisky en las rocas. No desea expresar nada y lo logra. Mira a
Lidia directo a los ojos. Lidia le mantiene la mirada, pero la mirada de F. es
penetrante como una daga. Lidia no puede más. Ríe y dice: ¡ya, dime! F. no
puede decirlo. Sin embargo, con su manera de mirar luce como alguien que está
dispuesto a herir. Lidia siente miedo. F. le atrae lo mismo que le atemoriza.
Ese temor es el que la tiene atada. En F. encuentra lo interesante de un amor
peligroso. Un amor contra corriente. Un hombre que puede hacerla suya con una
palabra. Un hombre ante el cual hincarse y ser su esclava. Un hombre al que se
puede amar y odiar con la misma fuerza. No hay nada más que decir. Lidia se
avienta a sus brazos y al borde del llanto le susurra al oído: no me dejes, por
amor a Dios.
esas son las buenas...
ResponderEliminarExcelente!!!
ResponderEliminarIgual que el amor... El peligro entra por la nariz... Y, las dos cosas apestan mucho.
ResponderEliminarintereante....gracias por publicar
ResponderEliminarNo creo que L necesite un cretino como F. el amor nos ciega o nos cegamos a proposito.
ResponderEliminarMe encantó!
ResponderEliminarMuy interesante la narración, gracias por publicarlo!!
ResponderEliminarExcelente libro!
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