Greta se subió la falda y se bajó
las pantimedias sola. Con el culo al aire se echó sobre el suelo y permitió que
el señor González se posara sobre ella, como un gato sobre una gata resignada.
No hubo
preámbulos. Ni siquiera una invitación a cenar. Entraron al despacho del señor
González y todo sucedió de prisa, como una rutina o un acto prefabricado. El
señor González se sacó aquello de los pantalones y penetró a la señorita Greta
sin comprobar siquiera si ésta había lubricado. En realidad, no había
lubricado; pero eso es algo que al señor González le tenía sin cuidado, y
Greta, bueno, no puede quejarse si se le paga por ello.
Una vez
consumado el acto, que duró alrededor de nueve minutos, Greta se subió las
pantaletas y se bajó la falda. Acto seguido, salió del despacho del señor
González sin haber cruzado una sola palabra con él desde que entraron hasta que
salieron e, increíblemente, sin haberse despeinado un pelo. No hacía falta
cruzar palabras. Existía un acuerdo omiso, inarticulado, implícito, pero eso
sí, bien especificado sobre estos menesteres.
Entró al
tocador como la que más. Se encerró en un cubículo de excusado y se limpió la
vulva y los labios con papel higiénico sanitario. Echó el papel al excusado y
jaló la palanca. El excusado era el sitio por el que Greta echaba los residuos
de sus actos, de su sensiblería y de todo remordimiento o culpa que pudiese
sentir.
Salió del
edificio sin despedirse del portero, que ya estaba acostumbrado a mirarle
entrar y salir de la oficina del señor González.
2
La señora T. abrió la puerta del
apartamento para recibir a Greta, su hija. Todas las tardes de domingo Greta se
pasaba por el apartamento de su madre. Con religiosidad, le visitaba y le
llevaba chocolates. La señora T. amaba los chocolates, en especial, los
llamados lengua de gato.
Greta pasó el umbral de la
puerta con la cabeza en alto. La señora T. la miró de pies a cabeza. No
consentía su modo de vestir y andar. Greta llevaba zapatos altos y falda corta.
Escote amplio. Meneaba las caderas de una forma inaceptable para su madre, que
había nacido en 1963. La señora T. consideraba que la pinta de su hija era una
pinta inaceptable en cualquier década de cualquier tiempo, ya sea antes o
después de Cristo.
¿Dónde
compraste esa falda, querida?, preguntó la señora T., beligerante. En una
tienda de ropa, madre, ¿dónde más?, contestó Greta. Acto seguido, le estiró a
su madre una caja de lenguas
de gato. De no ser por los chocolates, la señora T. no soportaría las
visitas de su hija. Cogió los chocolates y los dejó sobre la mesa. Greta fue
directo a la cocina. La señora T. la observó ir. Definitivamente no le agradaba
el modo de mover los glúteos de aquella muchachita. Pero Greta era así, no
podía evitar pavonearse incluso en casa de su madre.
Greta
regresó de la cocina con un vaso de soda y un par de aspirinas. Siempre era lo
mismo. Greta venía fulminada. Solía ir a casa de su madre a beber soda con
aspirinas, descansar un rato en el sofá, ignorar a su madre (que siempre le
salía con el cuento de la decencia) e irse en cuanto sonara su teléfono
celular, con algún fulano, algún señor o cualquiera que llegase al precio de
una noche con Greta.
No luces
muy bien, Grety, ¿ocurre algo?, preguntó la señora T. cuando Greta ocupó un
asiento en el sofá. La señora T. estaba sentada en una silla del comedor. Greta
se llevó el dorso de la mano a la frente, y suspirando, exclamó: ¡me siento
estupenda, madre, es sólo que anoche me desvelé! La señora T. examinó a su
hija. Logró sacar en claro dos cosas: uno, que Greta se desvelaba continuamente
y se agotaba más de la cuenta. Dos, que Greta era muy desinhibida. ¡Cierra las
piernas, Grety, querida, esa no es la forma de sentarse de una señorita!, gritó
la señora T. Greta ignoró el comentario de su madre.
Hubo un
silencio durante el cual la señora T. pensó en cómo sería la vida de su hija.
Hace más de cinco años que Greta le abandonó, reclamando su independencia. Se
mudó a algún departamento en la ciudad; Greta jamás la había llevado, y se
pagaba la renta y los gastos de una manera muy sospechosa. Hasta donde la
señora T. sabía, Greta no trabajaba. Jamás la había escuchado quejarse del
trabajo, y bueno, Greta solía quejarse de casi todas las cosas. Tampoco era una
mujer casada. Hasta la fecha, Greta no le había presentado nunca un solo hombre
a su madre. Ni la sombra de un pretendiente.
Durante el
mismo silencio, Greta pensó en su siguiente paso. Ya comenzaba a fastidiarse.
Todas la veces que estaba con su madre se juraba a sí misma que ésta sería la
última vez que la visitaba. En realidad, no sabía por qué motivo continuaba
viniendo. A veces le daban ganas de gritarle a su madre un par de verdades, por
ejemplo, que gracias a su decrepitud y falta de fuerza ella tuvo que abrirse
camino de un modo bastante duro para una mujer. O que si el señor T. las
abandonó, había sido por culpa de su apatía. Lo mejor era dejar de venir y de
fomentar ese sentimiento de odio hacia su madre. Sin embargo, cada mañana de
domingo Greta despertaba deshecha y con unas inusuales ganas de ver a la señora
T. El ánimo era mucho al despertar, y menguando conforme se acercaba el momento
de llamar a la puerta. Compraba chocolates con mucho cariño, a sabiendas del
amor que les profesaba su madre, pero una vez atravesado el umbral… Su
siguiente, paso, sí. Pensó en ir a beber una copa a Naily´s, o pasearse por
Robert´s. En fin, una copa en cualquier sitio, y, con un poco de suerte, algún
hombre que pagara esa copa.
La señora T.
cogió la caja de chocolates y la abrió. Greta la miró. La señora T. era hábil
para abrir esas condenadas cajas. Cuando lo hizo, ofreció una lengua de gato a su hija. Greta se negó. Come tú,
dijo, las disfrutas mucho más de lo que yo lo haría. La señora T. sonrió al
tiempo que se llevó a la boca el confite. Lo chupó con la dedicación de un niño
de cinco años.
3
La tarde pintaba estupenda para una tarde domingo en Naily´s, un sitio donde no acuden demasiados hombres. Es el sitio de descanso de Greta. Aquí, puede beber una copa sinceramente. Sin embargo, esta tarde, en una de las mesas más oscura había un grupo de señores.
Greta
ordenó un whisky en las rocas y se paseó con él alrededor de la mesa de
señores. Entre ellos, reconoció a uno. Un hombre que había visto aquí en otras
ocasiones. Nunca habían cruzado palabra, pero lo había mirado, y él la había
mirado a ella. Éste era el hilo por el que asirse. Greta levantó su copa en
saludo y guiñó un ojo a este señor, como si le conociese de toda la vida. El hombre
respondió con la naturalidad de quien conoce a esa mujer. Estaba en un grupo de
señores y no iba a asombrarse de que una desconocida le saludara. Es más, usaría
aquello a su favor. Se granjearía la simpatía y el honor entre sus colegas por
conocer a una chica tan guapa. Greta fue invitada a participar en la mesa.
Era
un grupo de arquitectos. Todos rondaban los cincuenta años y trabajan en el
mismo bufete de arquitectos. Aquella noche discutían sobre un proyecto en el
que trabajarían en conjunto, para una desarrolladora de interés social. Era un
proyecto que les procuraría sustento las próximas treinta décadas; más de lo
que muchos de ellos vivirían. El Arquitecto Fernández, a quien Greta había
mirado con anterioridad, estaba al mando. Eso es lo que Greta pudo sacar en
claro, hasta que dejaron de hablar de aquello y le prestaron a tención a ella. Greta
se presentó como la señorita Greta.
Esto bastó para que todos comprendieran que clase de señorita era la señorita Greta.
Hubo
risas secas, chistes oscuros, palabrería de rigor, copas y brindis, y,
finalmente, una propuesta indecorosa. El Arquitecto Fernández, que para ese
momento ya debía estar casi borracho y a punto de estallar de tener a Greta
sentada a su lado, casi sobre él, sobándole los muslos por debajo de la mesa,
le hizo una invitación secreta para pasar la noche juntos.
4
Greta se subió la falda y se bajó
las pantimedias sola. Con el culo al aire se echó sobre el suelo y permitió que
el Arquitecto Fernández se posara sobre ella, como un gato sobre una gata
resignada.
Una
vez consumado el acto, que duró alrededor de trece minutos, se acostó en la
cama del Arquitecto Fernández mientras éste preparaba un par de copas en la
cocina. De su bolso, sacó un chocolate que le había robado a su madre antes de
salir, y metida en las sábanas, en espera de un segundo encuentro con su
cliente, se puso a lamer una lengua de
gato.
Muy bello texto describiendo una realidad de un sector de la humanidad.Bello por la redacción .Donde describe con excelencia una profunda frustración de los protagonistas , pienso
ResponderEliminarUna mirada sobre la rutina...
ResponderEliminarinteresante muy interesante. la narracion es muy buena, me recuerda varios libros que he leido pero no termino de entender el mensaje
ResponderEliminarMuy bueno...felicidades me encanta la narrativa eres muy buena, sigue adelante, la forma en que describes el sentimiento de impotencia de la mujer en situacion de prostitucion es muy bueno.
ResponderEliminarApesar de que a primera vista el texto no lleva a nada, creo que es notorio la forma piscologica en que la protagonista no logra despegarse de su madre ni los momentos mas duros de su vida
ResponderEliminarEs un texto muy bueno aunque quedaria mejor si se extendiera y profundizara en la vida de Greta
Por qué Naily's y Robert's? Estaría bien si fuera un texto en inglés pero así pareciera que estas imitando una traducción, tengo entendido que es un autor mexicano el que escribe esto... o tal vez me equivoque pero si es así, el usar frases como "500 pavos", o palabras como pasta, hacen que sea todo un poco forzado, un estilo un poco afectado, falso. Si lees esto siento parecer un troll, no lo soy, de verdad, es sólo mi opinión, y espero que mi punto de vista te pueda ser útil, he leído algunos de tus textos y siempre me han dejado la impresión de estar leyendo algún texto traducido y encima por alguien español.
ResponderEliminarDe acuerdo con Anónimo último. Creo que se busca darle un tono de anglosajón no sé si buscando encajarlo en un estilo literario en el que ya está ubicado aunque la personaje se llame María y el lugar sea el Pincho Moruno y el tipo se llame Jacinto.
ResponderEliminarEn cualquier caso también me ha gustado. La sobriedad de la narración que hace que todo el mundo reclame la interpretación que ellos mismos deben darle.