En
el trabajo, comenzaron a burlarse de Wayne porque comenzó a salir con Linda S.
Linda S. era una cuarentona agradable (hasta
donde puede llegar a ser agradable una cuarentona soltera), con un par de tetas
del tamaño de melones. Las tetas eran el único atributo de Linda por el que
hubiese valido la pena emborracharse y follarla. Además de ello, era una mujer
simple, criada en provincia; se negaba a depilarse las piernas, y mascaba
chicle todo el tiempo que no tenía en la boca un apestoso cigarrillo. No era la
única mujer de la Intendencia con estas características, había, entre los
empleados masculinos de la Intendencia, un dicho a modo de broma que utilizaban
cada que una nueva empleada se unía a las filas: si eres fea, la Intendencia te emplea. Definitivamente, las tetas de Linda S. hubiesen sido un
buen bocado, si el bocado, no tuviese que servirse acompañado de un espantoso
lunar negro en la parte derecha del labio superior de Linda. Un lunar negro,
grande, y del que salían, como antenas de cucaracha, un par de pelos.
La primera meta en la vida de Wayne H. era desaparecer el lunar de Linda S.
Investigó remedios, clínicas y costos.
Una vez que estuvo convencido y dispuesto a gastarse la plata que fuese
necesaria, se dedicó a ligar a Linda.
Le invito a comer al Palace. Linda llegó aquella tarde de sábado metida en un vestido
color mamey, calzando un par de zapatillas negras. A Wayne no le importó; su
único pensamiento era arrancarle el escote y besarle las tetas… pero… antes…
Conversaron mientras esperaban la comida cosas
sobre la Intendencia. Era sabido que Wayne H., brazo derecho de Doroteo
Hernández, Director General de la Intendencia, sería promovido próximamente.
Las preguntas de Linda eran sospechosamente directas: ¿Cuándo te ascenderán, Wayne? ¿Cuánto ganarás ahora que seas
Subdirector? A Wayne no le incomodó, esperaba las preguntas y las hubiese
contestado aunque no se lo preguntasen. Dentro de siete meses, durante el
cambio de sexenio, anunciarían públicamente su ascenso. Cobraría cincuenta y
seis mil pesos mensuales, libres de impuestos, más bonos gubernamentales.
Estamos hablando de setenta u ochenta mil pavos venidos de los impuestos del
pueblo. Esto último no lo dijo, y ni a Wayne ni a Linda les afligía; eso es por
lo que lucharon toda su vida, trabajar para el gobierno. Hay dos modos de
lidiar con el fisco, solía decir Doroteo Hernández: pagar impuestos, o cobrar impuestos, y yo no pienso ser de los que
pagan impuestos.
A Wayne le hubiese gustado que la ensalada
César fuese algo más que lechuga y trocitos de pan; ¡por ese precio! Linda ordenó la crema de lima y un pedazo de
carne casi cruda acompañado de ensalada (más lechuga) al que llamaban la especialidad de la casa. Para beber
eligieron un vino tinto, carísimo, de nombre impronunciable. Un par de tacos en
la esquina hubiese sido más satisfactorio para el estómago de Wayne. Al
menos, aquí podía facturar la cuenta y cobrarla a la Intendencia como gastos
laborales.
No podría decirse que Linda fuese una mala
persona, además de estar abiertamente interesada en los ingresos de Wayne (pero
así son todas las mujeres) se interesaba en los cuidados de Filiberto, su gato.
Linda vivía en un apartamento de la colonia San Rafael, sin otra compañía que
Fili, un siamés que le regaló su amiga Susy, hace ya más de cinco años. Le
quería y le trataba como a un amante. Le contaba los acontecimientos de al
Intendencia, le preparaba la cena, le cobijaba, le sintonizaba su canal
favorito en la tevé (Linda aseguraba que Fili amaba mirar las noticias del
canal 2), y por las noches, le dejaba entrar a su cama. Fili no se asqueaba del
lunar de Linda porque él mismo tenía un par de bigotes. Si Fili midiera un
metro más de estatura, seguramente se hubiera casado con él.
El momento llegó cuando Linda comenzó a contar
su vida infantil. El momento que Wayne esperaba con anhelo, de tocar el tema
de… bueno, de saber qué pensaba Linda de su lunar negro. La pregunta no
acobardó a Linda. Algunos lo llaman
defecto de nacimiento, dijo, pero yo
lo llamo mi repelente de neandertales. Wayne casi se desmaya, ¿así que
Linda no vivía acomplejada de tener una sanguijuela pegada al labio superior?
Según la teoría de Linda, ese lunar la alejaba de los hombres idiotas que sólo
la desean, o podrían desearla por… ya
sabes, dijo, los hombres sólo quieren
una cosa de nosotras… Linda movió las peras y rió. Wayne sintió el calor en
su cabeza. Por eso acepté salir contigo, explicó
Linda, porque sé que tú no te fijas en
mi… en mi repelente de neandertales. Por un segundo, el elogió hizo sentir
a Wayne como un hombre sensible y bueno, pero pasado ese segundo retomó su
postura: ¡debía convencer a Linda S. de desaparecer ese maldito defecto de nacimiento! De otro modo no
podría acostarse con ella y dormir tranquilo.
2
Venga, Wayne, ¿qué se siente besar el culo
de un mono? La broma venía de Hunter, un palurdo de cincuenta años que no
había conseguido ascender, en dos décadas de servicio, del puesto de Jefe
delegacional de vía pública. Apenas treinta mil pavos mensuales, y se atrevía,
maldito él, a burlarse de Wayne H., próximo Subdirector General de toda la
intendencia. Hunter se dobló de risa, casi podría decirse que se orinó de risa,
una risa chillona que llenó todo el pasillo y atrajo a otros a preguntar de qué
reían. De Wayne y su novia Zira. Nuevas
carcajadas. El pasillo comenzó a llenarse de gente, eran las ocho de la mañana
y todos debían atravesar el pasillo para llegar a sus puestos de trabajo.
Pedro, el Director Sindical, Robert, Secretario personal de Doroteo Hernández,
el señor Velázquez, Director de Recursos Humanos y hasta Laisha, su secretaria,
se burlaron de Wayne H. y su relación con Linda S. Wayne podía soportarlo todo,
ya verían si continuaban cuando extirpara, con sus propias manos de ser
necesario, el maldito lunar de Linda.
Wayne entró hecho una furia a su oficina.
Dentro estaba Hermilia, su secretaria, una señora de sesenta años, trabajadora
y sumisa a la que debía gran parte de sus ascensos. ¿Café, señor Wayne?, preguntó Hermilia, con el tono materno que la
caracterizaba. Por favor, Hermi, contestó
Wayne. Acto seguido, se quitó saco y corbata, los colgó del respaldo de su
asiento, y pidió que lo comunicaran con Linda S.
3
Wayne
debía ser muy delicado, astuto y diplomático en lo tocante al asunto que le
atañía. Si Linda sospechaba siquiera que su radar
de neandertales había fallado con Wayne…
Estaban en el apartamento de Wayne H., un
apartamento lujoso en la colonia Roma, donde solía llevar a sus presas. Hasta
ahora, el apartamento nunca había fallado. Había desquitado su renta de
veinticinco mil pesos mensuales, seduciendo por sí mismo a todas las mujeres
que Wayne llevaba allí. Desde la puerta se dejaba ver la opulencia de un señor
con buen gusto. El portero le recibía como a un señor, y el elevador, que tampoco
había fallado hasta ahora, hacía sentir en las entrañas de las mujeres esa
cosquilla seductora de los pent house. Directo al catorceavo piso, un piso
completo para el señor Wayne H. y sus acompañantes femeninas.
Wayne sirvió dos copas de champaña, dio una a
Linda, que la tomó casi con naturalidad, dejando entrever su escepticismo al
rollo seductor de su victimario. Se está
muy bien aquí, Winie. Es todo lo que el suelo de duela de caoba, la barra
de mármol blanco y los cuadros de Tamayo, Diego Rivera y Remedios Varo lograron
sacar a Linda. Por primera vez Wayne H. se enfrentaba a la mujer que le haría
ver su suerte. ¿Así que no te
impresionas, eh?, pensó Wayne, y no dando tiempo a dar la primera bocanada,
dio un par de palmadas y las luces del apartamento se graduaron, sumiéndolos en
un ambiente acogedor y sensual que adivinaba las intenciones de Wayne. Venga, Winie, qué así no puedo ver, exclamó
Linda S., amable y casi ingenua cuarentona. Eso, no ver, es lo que Wayne
deseaba. Pensó que podría follarla si no tuviese que mirar todo el maldito
tiempo ese maldito lunar en la cara de Linda. Se está mejor así, ¿no lo crees?, dijo Wayne en su mejor tono de
Don Juan, que era como el todo de un viejo rabo verde. Si lo prefieres así…, exclamó Linda, con la seguridad de las mujeres
que dejan hacer a los hombres sabiendo que nada por ellos hecho logrará sus
intenciones.
Tomaron asiento sobre un sofá café de piel,
frío como el mármol. Linda pegó un brinquito al sentarse: las piernas,
descubiertas por la falda corta que llevaba, hicieron contacto con la mano de
Wayne, quien, viejo truco, la colocó al instante debajo. ¡Tranquilo, vaquero!, gritó linda. Wayne sonrió. Estaba dispuesto a
ir con todo. Debía follarla y demostrar a Linda que lo mismo él que ella, creía
en su lunar como un… un… un detalle, una cosa insignificante que no se opondría
en sus intenciones amorosas.
Bebieron la primera copa sentados, casi sin
hablar. Luego, durante la segunda copa, Wayne se lanzó al ataque: sin preaviso,
rodeó a Linda con los brazos. Linda no opuso resistencia, aunque tampoco
colaboró para dar pie al siguiente paso. Vistos desde fuera, lucían como un
hombre que abraza a un árbol.
Las cosa no iba a darse, de eso estaba seguro
Wayne. Mejor hablar, pensó. Comenzó
con un discurso de su admiración por Linda, por ser ésta una mujer decente,
educada, bellísima y… valiente. Pronunció la última palabra en tono de
suspenso, dando rienda suelta a las dudas en la cabeza de Linda. ¿valiente?, ¿a qué se refería Wayne con
valiente? Linda pidió explicaciones, y Wayne (había mordido el anzuelo) se
las dio gustoso. Según Wayne, Linda S. era una mujer valiente por cargar con el
estigma de su lunar sin acomplejarse y dándole aires de virtud en vez de
defecto, como haría cualquiera. Linda no supo si tomar el comentario como un
cumplido o una ofensa, pero decidió inclinarse por lo primero y sonrió. Sí, dijo, desde chica he sido objeto de burlas, pero nunca me ha importado. Era
verdad, Linda podía considerarse valiente en ese sentido, como un parapléjico
que no se rinde ante la vida; la vida sigue su curso y un lunar no detendrá a
Linda S., una mujer valiente. Es sabido que en este mundo de mierda una mujer
es valorada, principalmente, por su apariencia física; los trabajos se niegan a
las mujeres feas y se dan a cuerpos sin cerebro. Pero Linda es Jefa de Recursos
Humanos, ¡vaya ironía! Es ella, la mujer del lunar, la que decide si estás
dentro o estás fuera, y en eso, Linda siempre se ha considerado justa y
crítica. No niega el empleo a quien lo merece, aunque se trate de Frankenstein.
Una vez que Linda tragó la carnada completa,
es decir, cuando estuvo convencida que Wayne no era un neandertal, Wayne, que
sí lo era, desvió la conversación hacia su cometido. Recalcó la valentía de
Linda y todo eso, y preguntó si alguna vez ella, Linda, había pensando en cómo
sería su vida sin… ese lunar. Si alguna vez había pensado en… ¡quitárselo!
Linda no se asustó, se lo habían preguntado miles de veces y su madre insistió
durante toda su adolescencia en llevarla a una clínica. No sabes lo sufrible que es la vida para una mujer que no es bella, solía
decir. Sin embargo, Linda estaba orgullosa de su lunar. Era, de algún modo, su
lucha femenina contra el machismo. La idea de extirparlo jamás le sedujo.
Wayne sirvió un par de copas más. Estaba
perdiendo la batalla. Si no lograba convencer a Linda de la operación, sería el
hazmerreir de la Intendencia y aunque desistiera de ligar a Linda, no lograría
borrar las burlas de sus colegas. Nunca había besado a Linda, pero eso no se lo
creería ni su madre. ¿Qué se siente besar
el culo de un mono? Él jamás lo sabría, pero no convencería a Hunter ni a
nadie.
4
Aquella
noche Linda se negó a pasarla con Wayne, exigió que la llevara a casa, al
apartamento de la colonia San Rafael, donde la esperaba Filiberto.
Wayne se emborrachó y no pudo evitarlo, dijo
un par de cosas desagradables. Dijo, ¡gritó!, que Linda debía operarse. Después
de todo Wayne era un neandertal, lo único que deseaba era acostarse con ella,
pero no podía hacerlo, su orgullo varonil le impedía hacerlo si ella no se
quitaba… esa cosa de la cara. Esa cosa de la cara, pensó Linda
recostada en su cama, con el gato durmiendo entre sus piernas. Esa cosa en la
cara era, lo aceptara o no, lo que la tenía durmiendo sola. ¿No sería mejor
lidiar con neandertales, acostarse con neandertales, que pasar los últimos años
de su juventud sola y aislada de los placeres más dignos de esta Tierra?
Cuarenta años de privaciones y sólo por orgullo. Si hubiese escuchado los consejos
de su madre. Si fuese menos… menos tonta, y lo aceptara: vivimos en un mundo de
apariencias y la apariencia es la mejor, a caso la única arma femenina. ¿No
sería bello, después de todo, despertar abrazada de Wayne o de alguno, sentir
su cariñó, escuchar todos los días palabras de afecto y tomar los piropos
vulgares como flores baratas, pero flores al fin? ¿No sería mejor tener metido
entre las piernas a un hombre?
5
Wayne H. se lo propuso sin chistar. Dijo que
él pagaría la operación si ella estaba dispuesta. Todo con tal de verla libre,
de verla florecer, resplandecer, de sacar a la luz la verdadera belleza de
Linda S. Lo que no dijo, es que una vez hecha la operación, la reclamaría como
suya, propiedad de Wayne H. Habría invertido en ella como quien invierte en un
coche destartalado y lo arregla.
Linda,
después de cavilarlo un par de noches más, aceptó de buena gana el favor de
Wayne. Así pidió Wayne que lo mirase, como una favor, nada comprometedor; un
favor de amigos. Sí, de amigos. Fueron sus últimas palabas, antes de entrar a
la clínica.
Cuarenta y cinco mil pesos. Eso es lo que
costaría la cirugía. Había que hacer análisis, porque extirpar no era cosa
sencilla, un lunar puede ser cancerígeno, y der así, es mejor dejarlo donde
está. Un lunar puede contener terminaciones nerviosas graves y en ese caso, es
mejor dejarlo donde está. Un lunar no siempre es candidato a una extirpación,
pueden quedar cicatrices (borrables por
otros cuarenta y cinco mil) y en ese caso… Wayne pagaría lo que fuese necesario,
no le hubiese importado si le dijesen que Linda moriría una semana después. Una
semana es suficiente para tomarla de la mano por los pasillos de la
Intendencia, para gozar del triunfo, para follarla. Después, podía morirse.
El rollo de los análisis duró casi dos semanas
y costó alrededor de diez mil pesos. Este dinero no aseguraba que Linda S.
fuese candidata a la operación, pero debían hacer los malditos análisis.
El día del juicio final, cuando les darían la
resolución de tanto estudio, Wayne invitó a Linda a pasar la tarde juntos.
Caminaron por el parque México, cerca del apartamento de Wayne. Comieron
helados en Roxy y antes de dirigirse a la clínica, Wayne tomó a Linda por las
manos y le dijo, cálidamente, que pasase lo que pasase él la querría. ¿Era esto
una declaración de amor? Más le valía a Wayne que no, porque, cómo él mismo
dijo: esto era un favor de amigos, y
Linda tenía planes.
Entraron a DERMATOLOGÍA, clínica dermatológica
en la calle de Tuxpan, número 2. Preguntaron en la recepción. Les hicieron
esperar un par de minutos y una enfermera, por la que Wayne hubiese pagado el
costo de la operación sólo por llevarla a la cama, les entregó un sobre con los
resultados de tanto análisis. Decían: CANDIDATA APTA PARA CIRUGÍA.
Wayne pegó un grito de alegría. Tomó a Linda
por la cintura y le plantó un beso en… en aquel culo de mono. El primero y el
último, como despedida. Linda no dijo nada, total, era él quien pagaría los
gastos.
6
Linda
S. presentó su justificante en la Intendencia y solicitó cinco días de
incapacidad por causas médicas. Se lo solicitó a sí misma, así que no tuvo
problemas en coger los cinco días con goce de paga.
Al sexto día, cuando regresó a la Intendencia,
todo fue un mar de excitación. ¡A qué no
lo adivinas!, exclamó Hunter. Nadie lo adivinaba, y cuando lo contó, nadie
lo creyó: Linda S. se había extirpado el lunar y ahora era un lindo par de
senos. Había pasado de ser Zira, a… a… a una mujer con tetas. Wayne estaba
hecho una sonrisa. Sí, sí, era cierto, Linda S. se había quitado la mancha
peluda de la cara y era, cómo lo ven
hijos de la gran puta, toda suya. Sí, Wayne había sabido soportarla durante
la tragedia y ahora, victorioso, saboreaba las mieles del triunfo.
Linda no se daba abasto. Recibía piropos y
exclamaciones a cada paso. La felicitaban, la halagaban, le sonreían y hasta le
regalaban rosas y chocolates. Todos aquellos que durante años la trataron como
a una bruja, ahora se le echaban encima, se la comían con los ojos, le ofrecían
ayuda incondicional y hasta Doroteo Hernández le ofreció un mejor puesto. Sí,
ahora que la miraba bien, ella, Linda S., tenía aires de Subdirectora, y si se
portaba bien, hasta de señora Hernández.
7
Nadie
se burló cuando Doroteo Hernández, Director General de la Intendencia, comenzó
a salir con Linda S., amante y protegida de Doroteo, y un par de tetas de puta
madre.
está genial. y que verdad cuando muchisimas veces conocemos a alguien y le queremos cambiar desde la ropa, hasta los muebles, jaja, y mas nos valdria que se queden como están que despues del cambio tienen mejres opciones, jaaaaaaaaa
ResponderEliminarMe gustó ! Saludos.
ResponderEliminarno me gusta tu texto se me hace ofencibo
ResponderEliminarme parece que una mujer es mas que dos tetas grandes y creo que son tan maravillosas que vale la pena no solo emborracharse sino hasta dar la vida por ellas
Ese cuento encierra una crítica social fuerte... la burocracia, el machismo...pero, entre palabras, deja una perla para pensar. Como migas de pan
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