Taylor
dijo que deseaba acostarse con B., y yo le di un montón de trucos para
llevársela a la cama. Salí con B. en el 96; podía decirse que sé lo que decía.
Luego me burlé de la chaqueta de Taylor. Llevaba una chaqueta verde, horrible;
le sugerí que la tirase. Me importaba un higo el color de su chaqueta, pero
Taylor era tan susceptible que a veces
me divertía poniendo ideas en su mente. Si insistía lo suficiente, Taylor acabaría
tirando la chaqueta por el excusado, convencido de su fealdad. Podías convencer
a Taylor casi de cualquier cosa. Había cierta gracia en ello porque él lo pedía
a gritos.
Los consejos que le di sobre B. fueron
sinceros. Cosas sencillas, hubiesen servido para cualquier mujer, pero Taylor
no los comprendía, o fingía no comprenderlos. Me hacía repetirlos una y otra
vez, cada vez con más detalle. El pobre estaba realmente pirado por B.
Ordené una ronda de cervezas más, estaba aquí
porque Taylor me invitó, quería hablar, y esto iba a costarle. Taylor no era mi
tío favorito, estaba muy lejos de ser el tío favorito de alguien; era demasiado
enajenado para ser el tío favorito de cualquiera con seso. En el curro o fuera
de él, los temas que le interesaban los llevaba hasta las últimas
consecuencias, y… joder, esto sería bueno si se tratase de ganar el tour de
Francia, pero las metas de Taylor eran las metas de un pelmazo: grabar su
nombre sobre el trofeo de ventas anual y llevar a su madre a Disneylandia con
el dinero del premio, o ganar el concurso mensual de ventas y comprar la
discografía de Madona, incluyendo las versiones importadas de Japón, que
cuestan tres veces más (suponiendo que dichas versiones japonesas existan), o
poner su cara de palurdo en el cuadro de honor. Esta vez, deseaba ganar algún
maldito concurso de ventas y ligar a B. Ponía toda su fe en el dinero, en ganar
mucho dinero y ligar a B. con ese dinero. Repito: Taylor es susceptible, se ha
creído el cuento de la cena romántica de la tevé. Lo malo, Dios, es que el
noventa por ciento de las mujeres también lo ha creído. Sólo el diez por ciento
tienen cerebro.
Dejé claro que no debía hacerlo; basta una rosa y una cena en
cualquier sitio, o incluso sin rosa o cena, a B. le gusta ser escuchada y es
todo. Taylor no quedó convencido. Estaba empeñado en llevar a B. a un
restaurante carísimo y comprar un ramo de rosas y hasta quería llevarle
serenata, el muy joputa. Por primera vez estaba siendo honesto con él y no
podía convencerlo.
Por la quinta cerveza dejé de escucharle.
Nunca había mirado a un tío tan exigido en algo, pero no era eso, era su manera
de empeñarse, como ya dije. Podía decirse que Taylor era un buen chico, sin
embargo, siempre dejaba un mal sabor de boca hablar con él más de cinco
minutos, como si hubiera algo más oscuro en el fondo de su alma. Se esforzaba,
nadie podría negarlo; pregonaba con el ejemplo los valores más preciados de
nuestra infancia: ingenuidad, honestidad, tenacidad, ambición, lealtad,
compañerismo. Esto es lo que hacía corto circuito: un hombre de treinta y
tantos tacos, actuando al estilo de las fábulas de Walt Disney.
Me disculpé con Taylor, aunque no demasiado (no
era bueno para la autoestima disculparse demasiado con Taylor), y me fui. Antes
de irme le palmeé la espalada y le dije: escúchala, es todo lo que B. necesita
para ser conquistada, porque nadie escucha.
2
Entré
con cautela, sin hacer ruido, pero no pude escabullirme: Taylor había llegado
antes y estaba en medio de la sala. Era la sala de juntas, teníamos junta todos
los días; Taylor siempre era el primero en el llegar.
En cuanto entré me guiñó el ojo. Ya, pensé,
estoy jodido, ahora vendrá a contarme alguna cosa sobre B. Se acercó a mí,
entusiasmado. Dijo que ya sabía adónde llevar a cenar a B.
Otra cosa que hacía desagradable a Taylor es
que no había preámbulos en sus conversaciones. Antes incluso de saludar soltaba
las cosas, como si no hubiese pasado tiempo desde la conversación que tuvimos
ayer. Venga, dije, ¿de qué hablas? Me hacía el loco, para desalentarlo, para insinuarle:
me importa poco tu puta vida, ni siquiera recuerdo si ayer hablamos. Nada
desalentaba a Taylor. Era capaz de reconstruir, palabra por palabra, la
conversación de ayer, con alegría, para hacerte entrar a su canal, para embarrarte
de su mierda positiva. Era ingenuo y tonto, y al mismo tiempo, un cabrón de las
mil putas. No sé exactamente en qué momento, me convirtió en su confidente.
El gerente nos hizo callar, quería toda
nuestra atención; siempre quería toda nuestra atención para decirnos las mismas
cosas que no nos importaban: la empresa va en picada, necesitamos vender,
vender, vender. Pero, me preguntaba, si vendiéramos tanto como se nos exige, y
la empresa no fuera en picada, ¿ya no habría estas juntas ni necesitaríamos
vender, vender, vender? Entonces regresaríamos a esto; es un círculo vicioso,
no importa cuánto vendamos, siempre habrá juntas y regaños, presión, amenazas. No
importa cuánto nos prometan que si vendemos nos dejarán en paz. Somos asnos
tras una zanahoria.
Traté de sentarme lejos de Taylor, pero las
circunstancias se dieron y quedé a su lado. Me consolaba saber que Taylor era
incapaz de interrumpir una junta o de hablar si el gerente hablaba, le
importaba mantener su imagen de empleado perfecto. Sin embargo, el cabronazo
escribió en una hoja de papel y me la estiró. La tomé, Dios, porque no hacerlo
significaría tener a Taylor insistiendo que la cogiera. En ella estaba escrita
la palabra Gardenia. Era el nombre del restaurante, no tuvo tiempo de decirme
el nombre cuando hablamos y moría por hacérmelo saber. Leí y moví la cabeza
afirmativamente, dándole el beneplácito. Total, Taylor era un caso perdido.
3
Ese mismo día, por la noche, me metí a un bar.
Era lunes, mi día favorito para el trago porque los bares no abren, y los que
abren, están vacíos. Me ordené una cerveza y la bebí despacio. Había perdido el
ímpetu de juventud, no disfrutaba el trago si lo bebía corriendo.
Taylor me tenía harto, y ahora, no podía
sacarlo de la mente. Pensaba en él y en su manía por B. Era un hombre tenaz. Lo
respetaría, si además de tenaz, no fuese un lerdo. Lo imaginé llevando a B. al Gardenias. Sería
cosa de verse. Taylor con los zapatos lustrados, arreglado impecablemente,
haciendo bajar a B. de la mano, llevándola como a una diosa a cenar al mejor
restaurante de la ciudad, ofrendándole sesenta rosas. Bueno, después de todo no
creo que B. se enfade por algo así. La cosa acabaría con la conversación.
Taylor no era un hombre con conversación. Su único tema era el trabajo, y a
ninguna mujer le agrada escuchar del trabajo de su marido todo el tiempo. Sin
embargo, con la emoción del momento y estando en el Gardenias, las
posibilidades de conquista eran altas. B. no sabría qué clase de hombre es Taylor
hasta mucho después, y si Taylor mantenía sus atenciones (y era seguro que lo
haría) probablemente alcanzara su objeto.
Imaginar a Taylor follando a B. era más
complicado. Curiosamente, algo me hacía pensar en Taylor como un buen follador.
Tenía un cuerpo ejercitado, fue corredor profesional antes de entrar al
trabajo. Sufrió una lesión en el tobillo, pero uno no folla con los tobillos.
Si Taylor y B. follaban, seguro hablarían de
mí; yo los presenté y hasta llegué a poner en la cabeza de Taylor la idea de
salir con ella. Lo imaginé abrazado de B., fumando un cigarrillo. Taylor no
fumaba cigarrillos, pero podría ser uno de esos cabrones que se hacen pasar por
lentos y hacen creer a todos que se han burlado de ellos, cuando son ellos, los
que se han burlado de todos. B. se reiría si Taylor le contaba que yo pensaba
que para conquistar una mujer bastaba con escuchar. Escuchar es lo primero,
pero es tan sólo el principio, yo no soy capaz de llevar a nadie al Gardenias
porque no tengo ni en qué caerme muerto, y no poseo la decisión de Taylor para
ganar un concurso de ventas y tener pasta para mantener a una mujer. Escuchar,
no comprar el aprecio de las personas… mi excusa para no ganar dinero
suficiente, Dios, para seguir escribiendo, en busca de un sueño perdido: ser un
escritor de relatos cortos suficientemente famoso para cubrir los gastos que
exige una vida con una mujer.
Si se esforzaba, Taylor podría conquistar a la
mujer que se propusiera, era un tío con cojones, persistente y comprometido.
Las mujeres no verían su infantilismo o sus modales como un defecto, sino todo
lo contrario. Taylor era un pelmazo para otros hombres, pero las mujeres tienen
cierta proclividad hacia los pelmazos.
Llamé a B. por teléfono. Le di mi nueva
dirección (por aquel entonces me mudaba cada dos meses) y le pedí tiempo para
hablar. B. accedió, no habíamos quedado en malos términos, terminamos porque
sencillamente, B. no estaba dispuesta a vivir en un cuarto de dos por dos, con
baño compartido, que era donde yo vivía. Nos citamos para la próxima semana.
4
No
comenté nada de mi cita con B. a Taylor. Evité todo contacto con Taylor, a toda
costa. No deseaba escucharlo hablar de lo mucho que B. le excitaba. Hablaba con
tanta pasión que casi puedo asegurar que hablaba consigo mismo cuando hablaba
con alguien sobre B.
Toda la semana pensé demasiado en B. Tanto,
que llegué a desearla. No podía permitir que la buena de B. acabara con Taylor.
Él no la escucharía. B. necesitaba ser escuchada, si lo sabría yo, y no cenas
superfluas. No podía permitir que Taylor saliera con una mujer que había tocado
yo. Después de todo, B. y yo jamás cortamos oficialmente. Han pasado muchos
años, pero podría decirse que jamás hemos estado separados. Salimos juntos,
aunque no vivamos en el mismo apartamento.
5
Aquella
tarde tomé la ducha y me perfumé. No quería poner demasiado empeño, ya sabes,
ser como Taylor, pero algo me empujó a coger un cepillo y pasarlo por el pelo.
Esto es algo que no solía hacer. Lo hice contra mi voluntad, y al mismo tiempo,
con cierto orgullo. Quería causar en B. una nueva impresión. Lustré los zapatos
y planché la ropa antes de ponérmela. Esto me llevó más tiempo del que
sospeché.
Mientras me arreglaba, pensaba a dónde llevar
a B. Definitivamente no la llevaría al Gardenias, porque no podría pagar algo
así, pero al menos, a un lugar decente.
Cuando
estuve listo, llamé a B. Faltaban dos
horas para nuestro compromiso, pero quería asegurarme.
La saludé amablemente, como si la llamada
fuese casual y no recordase que en dos horas más saldríamos. B. respondió del
mismo modo, como si no recordase. Hablamos de cosas, nada importante, y luego
lo solté. Le dije que si lo deseaba, yo pasaría por ella, hasta su casa. La
cosa se puso tensa, B. sabía lo mucho que yo odiaba los plantones; no sabía
cómo decirme, pero hizo otro compromiso. Ya, dije, ¿con Taylor? B. tardó en
confesarlo, se rehusaba a decirme con quién. Finalmente lo aceptó. Bueno, dije,
no pasa nada, si quieres venderte por una cena en el Gardenias… ¡¿Venderme?!,
exclamó B. No la culpo, ella ni siquiera sabía que Taylor la llevaría allí.
6
No
quise armar un pleito con B. pero cuando Taylor me contó lo maravilloso de su
cena con B., y me agradeció el consejo de escuchar, le dije que B. estaba loca.
Venga, le dije, ¿por qué crees que la boté? Taylor estaba consternado. Dije que
B. era de esas mujeres que muestran una cara bella al principio, pero son una
bruja cuando te tienen bien sujeto. En serio, le dije, yo que tú lo pienso dos
veces antes de liarme con una mujer así. Taylor era susceptible, necesitaba
sacarle la idea de B. a toda costa. Si insistía lo suficiente, Dios, dicen que
sólo uno puede destruir lo que ha creado.
Saludos desde Lima
ResponderEliminarGracias por compartir
ResponderEliminarMuy buen texto
ResponderEliminarWow.. Excelente...
ResponderEliminarBuenìsimo blog...
ResponderEliminarmuy bueno!!!
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