Durante tres años su ex compañero no estaba consciente de todo lo
que ocurría, también se dejaba llevar
por sus responsabilidades. Su trabajo, al igual
que el de ella, no le permitía darse tiempo para otras cosas como ir de visita
a casas de amigos, las reuniones familiares, los viajes o las innumerables
formas pequeñas de cómo aprovechar lo que había a su alrededor. Era un
académico de la Universidad de Playa Ancha. Había estudiado licenciatura en
arte y realizaba clases de estética, así como también cursos orientados a la
historia y vanguardias en la plástica y la fotografía del siglo veinte. A pesar
de que no tenía problemas dictando clases sentía que algo faltaba porque
después de finalizar la jornada ese desencanto tan parecido al de la muchacha
lo consumía a tal punto que no encontraba la manera de salir de sus
contradicciones, pensaba que su trabajo en la universidad era tan absurdo que
sólo le daba dinero para comer y el resto gastarlo en unas cuantas noches de
locura en Santiago, en cuestiones materiales y en mucho sexo.
Al llegar a su departamento sentía no tener más vida que gastar y
gastar dinero. Más bien parecía un muerto en vida, un adicto a gastarse su
sueldo en cualquier cosa semejante a la comida rápida y la diversión. Este
estilo de vida sólo le impedía estar tranquilo, más bien lo inquietaba y lo
hacían perderse en suposiciones que tenían un desastroso destino para su salud.
Para despejarse un poco trataba en lo posible de salir, casi siempre llamaba a
una colega de trabajo como también a una amiga que había sido su compañera de
universidad. Vivía de forma independiente en su departamento y la sola idea de
proyectarse sin una relación estable lo hacía pensar en que posiblemente podía
destruir su futuro dejándose llevar por ese afán que tenía por invertir su
sueldo en tonterías, a lo mejor me termino haciendo pebre más temprano de lo
pensado, antes de cumplir los treinta, decía cuando contaba su situación a
quienes lo visitaban.
En las últimas semanas en que anduvo con ella el trabajo y la
falta de tiempo limitaban los momentos en que podían verse. Sin darse cuenta
muy bien de los acontecimientos estaban alejándose en la medida que se metían
más en sus trabajos. Era común que el muchacho terminaba su día en el colchón
de su cuarto, llamándola, enviándole mensajes de texto con la excusa de no
poder ir a buscarla, de no tener el suficiente entusiasmo como para beber junto
a ella y joderse entre uno y otro de sus caprichos. Después de hablarle por teléfono sólo tenía como compañía el
televisor y sus programas del cable, entonces se ponía a fumar hierba, ponía un
canal de música y se quedaba ahí viendo los videos que se proyectaban desde la
pantalla del televisor hasta quedarse completamente dormido. Cuando ya estaba consumido
por el sueño el televisor seguía proyectando los videos de música y, a veces, la
publicidad de productos y programas, uno tras otro. Por otro lado, él se
encontraba viviendo imaginariamente otra vida, otra situación que podía en el
sueño durar una eternidad pero que en comparación con la vida real no era más
que ficción, sólo un par de horas. Al amanecer abría los ojos y se daba cuenta
una vez más que había pasado la noche con el televisor prendido.
El hecho de desligarse, cada vez más, de algo que habían mantenido
por tanto tiempo significaba no poder seguir con los proyectos que tenían
pensando hacer. Significaba no poder viajar, ni tampoco comprarse esa
particular casa que habían visto muy cerca de la playa. La casa tenía un estilo
propio y místico, diferente a las que habían a su alrededor. Una pareja de
surfistas, que conocieron en una fiesta, les ofrecieron la casa cuando los invitaron a pasar una tarde. Ellos se
entusiasmaron con la idea de vivir allí, en esa casa que tenía murales de soles
y tablas y otros dibujos referentes al surf. Vivir en edificios ya los tenía
más que aburridos porque vivir en un edificio era como compartir dormitorios
muy cercanos con otros y no tener una intimidad más personal. No podían darse
el lujo de hacer muchas fiestas en el departamento del él, ni tampoco subir demasiado
el volumen de la radio. Tampoco podían invitar a tanta gente porque una vez
unos amigos casi echaron a perder el ascensor del edificio, después de beber mucho
vodka Jelzin en su interior y de presionar repetidas veces los números
correspondientes a cada piso. Fue tanto el alboroto que los demás propietarios de
los otros departamentos pusieron una queja al administrador del edificio para
que el muchacho no volviera a hacer reuniones de ese tipo.
A pesar de las proyecciones los dos asumían la pronta separación y
sobre todo él quien en muchas ocasiones
pensó y pensó sobre esto sentado en un rincón de su departamento e imaginando
la muerte de todo lo complementario y esencial para sobrevivir racionalmente
cada noche. Se suponía que cada noche debían encontrarse y reconocer una parte
de sí mismos en el otro, de lo contrario el muchacho podía estar sentado en la
puerta principal de su departamento o en el mismo motel de siempre junto a una
colega de trabajo, por otro lado la muchacha podía estar en algún bar buscando
motivos para olvidarse de sí misma por un momento. Aunque tenían la idea de
mantener algo de complicidad, también, los
dos se metían suposiciones a la cabeza que con el tiempo mandaron al diablo la
confianza que habían mantenido por años. No había otro desenlace más predecible
que ése. Ambos lo sabían y dejaron que las cosas pasaran para que luego cada
uno se las arreglara con su propia vida.
El muchacho, varias veces, trataba de sacar conclusiones. Se
echaba en el colchón y ahí se sentía
como una naturaleza muerta contemplando el techo de su dormitorio. Dedicaba
horas de la noche a eso mientras la música de un programa de televisión seguía,
la cajetilla de cigarros se terminaba de a poco y el ventilador daba
interminables vueltas y él seguía allí, echado, como si no tuviera otra
motivación más que fumar y pensar. De pronto le volvía ese estimulo por salir,
de volver a sentir esa sensación de despreocupación y de no presentarse en su
trabajo. Pero luego recordaba que eso lo hacía bien sólo con ella. Se ponían de
acuerdo en no ir a sus trabajos aunque después les llamaran la atención e
incluso los pusieran contra la espada y la pared diciéndoles que los
despedirían. Pero daba lo mismo porque lo que vivían era único y no se podía
volver a repetir, sólo quedaba la sensación de haberlo hecho, de haber tenido
la facultad de pasarlo muy bien aunque después todo lo vivido quedara solamente
estampado en la memoria como fotografías que sólo se podían contemplar.
“Debo
suponer que voy a comenzar algo nuevo e intentar
adaptarme a esta renovada manera de ser, personificando a alguien, intentando
omitir lo malo, intentando actuar normalmente. Como todos los días. Como debe
ser. Me resulta complejo no poder encontrar la puerta a tal punto que el
agotamiento aumenta y aumenta en cada búsqueda, en todas las deliberaciones
sobre el entorno en el cual me desplazo y
en todas las tonterías acumuladas en la cabeza. Y después de caer una
vez más, en el intento por encontrar la llave para salir, vuelvo a mi memoria,
al conjunto de fotografías y sus historias, a las noches de pasillo a
habitación, de motel a baño, de cuerpo a
obscenidades. Lo asumo, irremediablemente vuelvo a hundirme en mi cama, ¿cómo
se deja en un plano de importancia menor el antes? ¿Cómo encontrar la forma
para situarse fuera de ese tiempo ya muerto? Los libros de
historia y psicología no me dicen mucho. Es más ninguno de mis cercanos
me quiere hablar de eso y ni las cadenas de
correos electrónicos envían algo coherente. Hace años que no hablo con
ella, dejamos nuestras ideas para adaptarnos a las exigencias de nuestras
familias. Estaba el peso de la presión social y ambos
debíamos estudiar y hacer nuestras vidas, cada uno aparte, ¿era la mejor
solución? No tengo idea... Camino, doy vueltas en mi habitación. Intento dormir. Me
levanto y voy a mojarme la cara y trato de arreglarme el pelo. Me miro
detenidamente en el espejo que instalé
hace días en la puerta del baño.
Hace unos años atrás estuvimos fumando en mi dormitorio. Me dijo
que no importaba si esto no iba bien porque lo importante era que por lo menos
lo habíamos intentado. Seguíamos fumando, era de noche, y por la avenida los
autos se perdían y perdían mientras nosotros, desde el balcón, parecíamos
percibir los hechos de forma mucho más lenta de lo normal. Cuando ya no
teníamos nada más por hablar nos sentamos a un costado del ventanal, de espalda
a espalda, intentando dar con un tema y no morir de aburrimiento. Presentimos
un desenlace. Prendí el notebook para escuchar música. No
hablamos durante largas horas y sólo pusimos atención a la música muy de moda por
esos días. Amaneció y cada uno tenía que irse a su trabajo. Sin decirnos
palabra alguna me levanté para ir a afeitarme y ella también se levantó del
suelo para buscar su agenda y su negra chaqueta de cuero. Se arregló
cuidadosamente la ropa, ordenó su pelo y sus raras mechas. Mientras me miraba
sacó de su mochila negra tres discos que le había prestado, eran de la Velvet
Underground. Entre esos discos estaba el que tiene la célebre
portada de un plátano diseñado por Warhol. Los dejó al lado de un pequeño
acuario cercano al teléfono. Se dirigió a la puerta y sin voltear su rostro se
despidió moviendo la mano derecha. Estaba
atrasada y debía volver a su departamento para luego cumplir con el horario de
su trabajo en la oficina de contabilidad. Terminé de afeitarme y fui un rato a
la cocina a prepararme el desayuno, luego
puse en el notebook el primer disco que publicó la banda. Me quedé sentado un rato, escuchando sin interrupción
la música y mirando como la tostadora calentaba el pan. Al mismo tiempo pensaba
en la solución para mejorar nuestra convivencia”.
Pasaron los años sin verse pero mantenían amigos en común. Un día
le contaron a ella que él siempre preguntaba por su vida. La muchacha llegó a
la conclusión que ya había pasado mucho tiempo sin verse y que era necesario
volver a encontrarse y aclarar algunos puntos pendientes. Quedaron en
encontrarse frente a una tienda de ropa. Ella había esperado ese momento para
explicarle de una vez el por qué de su alejamiento de hace algunos años. El
muchacho le dijo, por teléfono, que también tenía ganas de verla y que no se
preocupara por el pasado, que lo mejor sería volver a conversar, entenderse y a
lo mejor intentarlo una vez más como otras tantas veces lo habían hecho.
El tiempo de separación les había pasado la cuenta. Les resultaba
difícil olvidarse de esas madrugadas
cuando salían del departamento de él y creían que sus vidas necesariamente debían
estar contenidas de aventuras, de noches en cada motel y después, por la
mañana, amanecer juntos en la casa de una amiga y despertar tirados en el negro
sofá que ponían como cama en el balcón del departamento, sin estar atado a esa
preocupación por la responsabilidad del trabajo ni tampoco en pensar en los problemas
familiares o de otro tipo. Esos momentos eran sólo de ellos y quien se hacía
parte de tales situaciones no podía negar después que valía la pena salir y
juntarse con ese par de locos. Sin recordar bien las cosas que habían hecho
antes de llegar ahí se ponían a comprobar si las cosas que vivían eran ciertas
o simplemente estaban ocultando su desesperación con mentiras.
Ella creía que juntarse con
el muchacho, una vez más, era como una alternativa para despejarse de lo
terrible que era vivir en una ciudad donde aparentemente pasa de todo y al
mismo tiempo la mayoría simula no darse cuenta de lo que ocurre a su alrededor.
Hace una semana atrás una persona que vivía en el primer piso del edificio, en
donde ella reside, se quitó la vida. Los vecinos que tenían más confianza con
el difunto comenzaron a especular sobre un posible viaje que hizo a España.
Otros en cambio tenían la hipótesis de un posible secuestro y también especulaciones que iban apareciendo a medida
que los días iban pasando. Los familiares del vecino informaron de la situación
a carabineros para saber qué era lo que había pasado realmente con él. Carabineros
ingreso al departamento, examinó el lugar y encontraron el cuerpo de la persona
sin vida. El hombre había muerto a causa de una sobredosis de pastillas para el
insomnio. Estaba tirado, al lado de la bañera y sin ropa, con unas revistas a su alrededor y
un vaso de cristal negro partido por la mitad. Cerca de su cuerpo también había
una agenda telefónica con hojas de notas
y fotografías en blanco y negro arrugadas en su interior.
La llaman por teléfono pero no contesta porque prefiere seguir
arreglándose el pelo y la ropa. Espera tres minutos y
luego enciende el altavoz para escuchar el
mensaje que acaban de dejarle. Mira, mejor juntémonos cerca del cine, en la
plaza que está al frente… Me ubicarás de inmediato, así no das tantas vueltas.
Le parece un mensaje distante, un tanto frío y que de alguna manera le
incomoda, la hace pensar en un desenlace para nada deseado. Toma su mochila negra en el cual lleva lo de siempre: una
agenda, la cámara, el celular, un espejo y suficiente dinero que en esta
oportunidad no tiene sentido usar, ni gastar innecesariamente. Se sube al
primer taxi que pasa por la avenida. Le da indicaciones al taxista sobre el lugar
exacto al cual debe llegar lo antes posible.
El auto recorre gran parte del centro, pasa por calles repletas de
bares y edificios, después se desplaza por avenidas con tiendas y gente
caminando hacia dentro de los recintos o saliendo con bolsas de compra. Es de
noche y de su bolso saca su pequeño espejo redondo. Mira su boca, la nariz y
sus ojos un poco exaltados, luego se mira detenidamente por el retrovisor. Se
siente incómoda, algo le falta, los cigarros no pueden ser porque perfectamente
puede comprarse una cajetilla en algún negocio. Tiene entradas para el cine, para
el estreno de una película muy de moda por estos días. Se vuelve a mirar por el
espejo retrovisor y se arregla su cabello, la chaqueta de cuero, se mira las manos, mira
la hora, luego hacia afuera. Abre la ventanilla. La gente camina rápido, eso la
descompone; cree que tal incomodidad es por no hacer desde hace tiempo una
escena desvergonzada, inmoral. Supone eso y se ríe. Se ríe de lo que piensa. Su
imaginación, a veces, tiende a hacerla suponer cosas absurdas que no tienen nada
que ver con la realidad de los hechos. A su lado sobra espacio y detiene la
mirada. Su rostro llama la atención y algo tiene de especial, el taxista saca
esa conclusión mientras pudo mirarla por el retrovisor durante todo el
transcurso del viaje hacia el cine.
Busca el cine. Pero no hay peor momento que no encontrar el más
mínimo ápice de distracción. Baja del taxi, intenta ubicar al muchacho. No lo
encuentra. Simula no estar desesperada. Han pasado quince minutos. Treinta
minutos. Todavía nada. Mira el cielo profundamente negro. La luna brilla y
algunas estrellas muy lejanas parpadean y parpadean interminablemente como
astros que se van a caer sobre ella. Mira la entrada del cine y se da cuenta que
todavía no abren la puerta, a un costado hay una pareja sentada y fumando.
Marca el número: 78845572. Nadie contesta. Y otra vez mira el cielo con las
estrellas que no se detienen de parpadear. Comienzan a caer gotas gruesas con
lentitud, luego la velocidad de la caída y su ruido aumentan. Mira las tiendas
comerciales. Sus logos están sin luz y frente a esas tiendas pasan algunos
autos a recoger a las personas que recién salen de hacer las compras
necesarias. Ella asemeja su destino al de los autos perdiéndose en alguna calle
o lugar desconocido, supone que nunca más volverá a verlos. Vuelve a llamar…
nada. Pasa una hora. Toma el primer taxi vacío que encuentra por la calle, abre
la puerta y se sienta atrás. Se mira por el retrovisor mientras le indica al
taxista el lugar al que quiere llegar. Su mirada perdida ya no es la misma.
Saca el celular, busca el número nuevamente. Intenta marcar pero no puede,
cierto instinto la obliga a detener la acción. Piensa que mejor puede estar
sola, haciendo cualquier actividad más productiva a estar esperando sentada
afuera del cine y mojarse entera con la lluvia o estar en un bar hablando de su
trabajo y de su posible traslado de ciudad. También, puede ser que el muchacho
esté en pleno trabajo, adelantando algunos asuntos de la universidad para después
no saturarse. Otra posibilidad es que puede que haya perdido su celular y se
haya retrasado y así no pueda comunicarse o por último un acontecimiento muy
importante lo ha obligado a dejar para otra oportunidad la salida. Por eso ella
prefiere abandonar el lugar para irse a
otro en donde pueda encontrar y vivir nuevamente esa sensación que tanto
extraña. Comprende que las vidas de ambos tienen destinos muy diferentes y
comienza a asumirlo, comienza a tomar consciencia de su realidad cuando se da
cuenta que la lluvia poco a poco se detiene.
Está
cerca de la playa y un montón de
personas camina de un lado a otro como si la noche les exigiera ese
desplazamiento y los llenara de vida y ganas de vivir cualquier situación fuera
de lo normal. Se pierde entre la gente. Llega al
frontis de una discoteca recién inaugurada. Entra, nuevamente enciende
el celular y encuentra el número de él. Lo borra. Su rostro ya no es el de
antes porque una tragedia bordea su expresión facial en todo momento. Adentro los cuerpos
se mueven y se rozan y se entienden mediante un lenguaje sexualmente explícito
a tal punto que no hay manera de no perder la atención sobre esa expresividad
corporal de las personas. Llevan el rostro distinto, fuera de lo común. Están con
otra disposición y quizá más despreocupados por no tener a nadie encima que les
diga cómo deben tocarse y hablarse. Son muchas ideas las cuales vienen a su
mente mientras apoya su cabeza sobre una pared cercana al baño de mujeres. No
debería entrar porque no tendría sentido. No tiene necesidad de hacerlo pero se
queda apoyada ahí en la pared rayada con nombres y mensajes sobre el cuidado de
consumir alcohol con moderación. A su lado, hay una pared cubierta con enormes
imágenes de focos de luz, algunos de un rojo intenso,
otros como si estuvieran desteñidos de azul rodeando la imagen icónica de una
cantante de los años noventa. Entra al baño. Se saca su chaqueta y cierra la
puerta y se sienta a un costado del
lavamanos. La llave gotea y el agua acumulada está a punto de rebalsar. La
muchacha mira hacia el techo y algunas mechas disparejas cubren un poco sus
ojos mientras fuma, fuma y fuma. Imagina un final distinto al de siempre,
distinto al de hoy.
—
No
encuentro la forma. Ya no tengo su número, creo que ya no tiene importancia
llamarlo.
—
Qué forma.
—
De no vivir
el final de siempre. Cada final es como que si tuviera puntos suspensivos. Me
complica encontrar algo distinto.
—
Toma, mejor fuma y
olvídate de eso. Hay que seguir y ya encontraras lo diferente.
—
Me voy a cortar el pelo
y me lo voy a teñir, a lo mejor eso me falta.
—
A lo mejor serás otra.
—
Mira, la bañera se
llenó.
—
Es raro que
de la nada tengamos feeling. Nunca me había ocurrido esto antes. Deberíamos
seguir viéndonos.
—
Creo que es una buena
idea. Al menos me estás salvando la noche. Sabes, no me ha ido muy bien. Me
dejaron plantada.
Mete
su cuerpo en la bañera que está llena de agua tibia, el agua la cubre hasta sus
senos rodeados de espuma. Dobla sus largas piernas y
entonces da espacio para que el desconocido también se sumerja a medio cuerpo.
Hace un momento se preguntaron los nombres pero aún no logran tener una
comunicación de más confianza, aún no hay de qué hablar. Ella está sumergida en
lo que no pudo ser y mientras estira su cuello hacia arriba su mirada queda
intacta en un negro ventilador del techo
que da vueltas y vueltas lentamente. Hace media hora lo habían hecho sin
importar de dónde venían y cuáles eran sus nombres, sólo lo hicieron
como consecuencia de la inquietud y de esos secretos que evitaron revelar. En
ese momento las palabras fueron obscenas a tal punto que se las decían
mirándose, frente a frente, o en las
orejas cuando sus rostros se friccionaban antes de perder el pudor por no
conocerse, “es una forma de olvidar, una forma de volver a mí misma
reconociéndome en un otro” pensaba ella justo cuando la humedad aumentaba por cada zona corporal, en cada
palabra obscena que escapaban de sus bocas, en cada
movimiento cuando aplicaban múltiples posiciones con el fin de complementar el
clímax. Dejaron la cama de dos plazas con las sabanas revueltas y las
rectangulares almohadas tiradas cerca de la puerta del baño. Las chaquetas y
los pantalones y las zapatillas arrinconadas en una esquina de la pieza
no importaron porque el desplazamiento
en el lugar fue sin ropa y así se movían de un lado hacia otro sin el más
mínimo pudor. Ya son las tres de la madrugada.
Nuevamente están besándose y besándose, mezclando desesperadamente la
temperatura de sus bocas y cuerpos para otra vez materializar sexualmente esa
alternativa que hace un momento parecía lejana.
F I N
Texto por: Josmar Conde.
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