Texto por: Jorge Coriasso.
La abstinencia sexual siempre me ha deprimido. La
masturbación pone a girar un poco las hormonas, creo que sin ese recurso me
habría suicidado hace décadas, pero no es lo mismo. Y más cuando sucede algo
que te pone a pensar en ello todo el día, como ese maldito beso. Por eso cuando
Ricalde comentó que había visitado el nuevo centro cultural que acababan de
inaugurar en la entrada a la carretera de Madrid, agudicé los oídos. Pero no
podía ser, yo pasaba por allí todos los fines de semana.
-
Es que está de
incógnito. No tiene letreros ni nada que lo identifique. Es de súper lujo, hace
falta recomendación. ¿Qué pasa jefe? ¿Le vendría bien una salidita?
Me lo pensé mucho antes de responder, y nunca habría
aceptado si no hubiera tenido la certeza de que se iba el mes siguiente.
Ricalde era un niñato de veintipocos años bastante pijo, con el que no me
interesaba mucho relacionarme fuera de la agencia, y mucho menos yendo de
putas, pues podría provocar un exceso de confianza y una pérdida de respeto.
Pero ya iba a dejar la agencia, y si no me daba un garbeo aunque fuera a mirar
me iba a volver loco.
-
Pues hombre, para
romper un poco la rutina.
-
Cuando me diga lo
llevo.
-
Pues mañana si
quieres.
-
Perfecto. Chapamos y
vamos.
¿Por qué dije mañana? Esa misma noche podíamos haber
ido. Pero no quise parecer demasiado ansioso.
A Ricalde lo saludaron en la puerta como si fuera el
hijo del dueño, entramos y, bueno, realmente había unas niñas que era como para
perder la compostura. Se sentó a mi lado una flaquita de piernas firmes que
colocó la silla frente a la mía, me rodeó la cintura con las mismas y me
preguntó cuál era mi fantasía sexual.
-
Hacerlo. Tal y como
vengo con eso me conformo. ¿Y la tuya?
-
La mía es que me
chupen las tetas mientras lo hago y mientras me corro. Los tíos sois todos unos
egoístas. Sólo os concentráis en lo vuestro y lo de las tetas solo lo manejáis
en el calentamiento.
-
No, te aseguro que
conmigo no tendrías ese problema. Yo no quitaría un segundo la boca de tus
tetitas.
-
Pues vamos a hacerlo.
-
¿Cuánto cuesta?
-
Doscientos euros ya
con todo. El cuarto, las copas y mi compañía durante una hora.
-
¿Doscientos? Pero ni
de coña pago yo eso.
-
¿No lo tienes?
-
Sí lo tengo, pero es
por principios. Es que pagar una cantidad así por un palito me parece una
barbaridad.
-
Entonces no eres mi
tipo de hombre. Mi tipo de hombre vive el momento sin preocupaciones.
-
Ajá. Pues no soy de
tu tipo de hombre.
La invité a un par de copitas, hablamos, le metí mano
lo poquito que me dejó y era tan profesional, tan diabólicamente capaz en lo
suyo, que realmente logró que yo sintiera que estaba conmigo porque le gustaba,
y no por dinero. Por aquel entonces yo ya era un señor de casi cuarenta años
con mil desengaños a las espaldas que desconfiaría hasta de su abuela, y me lo
creí, fíjate si era buena. Para despedirse me dio un beso tan maravilloso como
el que me había regalado Chony. El caso es que salí de allí en un estado de
ansiedad y alteración nerviosa todavía mayor al que tenía cuando entré. En el
coche Ricalde me preguntó cómo me había ido.
-
Bien, la chica era
una bomba, pero pues el precio está prohibitivo.
-
Ah, ¿querías
follártela? Me hubieras dicho antes. Yo tengo precio cliente VIP. Tengo 40% de
descuento.
-
Joder, pues así
cambia mucho.
-
Si quieres regresamos
la semana que viene.
-
Claro.
Y regresamos. Yo, a lo que iba, pasé al cuarto con la
chica, y la muy hijadeputa que se me hace la estrecha.
-
Pero, ¿no te vas a
desnudar?
-
No; pues es que aquí
es para que estemos tranquilos, sin que nadie nos vea, pero no es para follar.
-
¿Pero qué estás
diciendo? Qué esto me está costando una pasta, tía.
-
Es que yo no me
siento cómoda haciéndolo aquí.
La agarré medio cabreado y la empecé a besar, y cuando
me puse a tono intenté bajarle el pantaloncito y que no me deja.
-
Pero oye, yo pensé
que estaba claro a lo que veníamos.
-
No, no. Yo aquí no lo
hago, además esto está guarrísimo, aquí fijo que te pillas algo. Mira, la
próxima vez lo hacemos en un hotelito, limpio, me pagas a mí y nos sale mejor a
los dos, y yo me quedo más tranquila, vas a ver que allí va a ser diferente, es
que aquí ni tiempo nos va a dar, ya enseguida tengo que salir a bailar.
-
Oye, por lo menos
hazme una mamadita, si me regreso así a casa creo que me cuelgo del armario.
-
Bueno. Pero pon el
pantalón en el suelo, no quiero tocar el suelo con mis rodillas. Esto es un
asco.
Se arrodilló sobre mi pantalón, me puso un condón, y
empezó a chupármela. Es una mierda así. No se siente nada. Nunca jamás me iba a
correr. Entonces llamaron a la pista a la chica que la precedía y se levantó
como una loca, dijo que tenía que ir a arreglarse para salir a bailar.
Me fui a sentar con un calentón de huevos y la lógica
mala hostia que una situación así le provocaría a cualquiera. Ni siquiera la
miré mientras bailaba. Cuando terminó se sentó a mi lado y me dejó su número de
teléfono.
-
Llámame y lo hacemos
en un hotelito.
-
Mejor en mi
apartamento. Yo vivo solo.
-
Perfecto.
-
Y cuánto me vas a
cobrar.
-
Cien euros.
-
Pero a morir, ¿eh?
Hasta que el cuerpo aguante.
-
Te juro que vas a
quedar satisfecho.
La llamé tres o cuatro veces en los siguientes meses, pero con sus extraños
horarios nunca pudimos ponernos de acuerdo. Me olvidé de ella. Preferí
concentrarme en Julia y Chony, aunque era consciente de que, con tantos hijos
como cargaban, podría suceder que a la larga esas relaciones salieran más
caras.
Mientras tanto las ventas de coches empezaron a bajar.
Abrieron muy cerca una sucursal de coches coreanos, cojonudos y baratísimos, y
nos afectó bastante. También empezaba a subir la marea que terminaría
convirtiéndose en la crisis inmobiliaria del 2008.
Llegaron las navidades. Estaba a punto de cumplir dos
años en Ciudad Real. Aunado a lo que llevaba acumulado anteriormente en Madrid,
casi tres en el dique seco. Estaba pensando muy seriamente en pedirle a un
veterinario que me castrara, como se le hace a los gatos caseros para que no
sufran, todo el maldito día pensando en lo mismo y sin la menor posibilidad,
cuando de repente, una tarde de viernes, me llamó Chony llorando. Fui a
encerrarme al despacho para poder
hablar tranquilamente.
-
¡Me ha dejado!
¡Javier me ha dejado! Agarró sus cosas y se fue.
-
Pero espera un
momento, tranquila, cuéntamelo todo desde el principio.
-
Se dejó abierta la
cuenta de mail. Simplemente encendí el ordenador y me apareció todo. ¡Te juro
que yo no soy así! ¡Jamás le he espiado! ¡No lo hice a posta! Pero lo leí todo. Se gasta en muchachitas
todo nuestro dinero, y yo poniendo mi cara de idiota en sus puñeteros
mítines. Así que cuando llegó se lo eché en cara. Y entonces él me acusó de
espiarlo y me dijo que por eso mismo era por lo que ya no quería estar conmigo.
Pero la verdadera razón es porque vive entre orgías de diputados y porque
seguro que ya tiene a otra más joven. Y dice que va a pelear la custodia de
Javierito y que los otros dos no le importan lo más mínimo, que hasta aquí ha
llegado y que a partir de ahora vea yo de donde saco para pagarles el colegio y
todo lo demás.
-
Joder. Oye,
tranquilízate. ¿Estás en tu casa? Paso a buscarte y vamos a cenar y te ayudo a
pensar con calma las cosas.
-
No, no quiero que me
vean contigo. No quiero que puedan vernos y pueda acusarme de algo y usarlo en
el juicio. ¿Comprendes?
-
Sí, bueno, y
entonces, ¿qué propones?
-
¿Podríamos vernos en
tu apartamento?
Ante esa palabra mágica sentí como si una bombilla de
200 watts se encendiera en mi cerebro.
-
Claro. Apunta la
dirección.
Solucioné un par de pendientes rápidamente, dejé a
cargo a Pérez y salí como rayo, no sin hacer una breve parada técnica para
comprar condones. Llegué y puse a enfriar una botella de vino.
Chony entró con el rímel corrido de tanto llorar.
-
Tranquila, princesa,
vas a ver que todo se soluciona.
Fui a la cocina a por el vino, regresé a la sala de
estar, lo apoyé en la mesa para descorcharla, y cuando levanté la cabeza casi
le doy un narizazo. Se me echó encima. Nos besamos como si cada uno fuera para
el otro una fuente en medio de una travesía por el desierto. La llevé al
dormitorio.
La mayoría de las mujeres te decepcionan cuándo se
desnudan. Chony no. Chony era todo lo que me había imaginado y más. No tenía
nada que envidiarle a las veinteañeras con las que salía su marido. Ella quiso
extender el calentamiento pero yo desconfiaba de mi tradicional mala suerte,
tenía auténtico pánico de que una llamada lo estropeara todo, una llamada del
marido buscando reconciliarse, o de una de las niñas porque se sintiera mal, o
de Dios que hubiera decidido que el apocalipsis y el juicio final llegaran en
ese preciso momento, en realidad con el único y malvado objetivo oculto de
joderme el polvo. Así que se lo introduje sin miramientos. Creo que estaba tan
necesitada como yo, y Carlitos entró suave, como si ese fuera su predestinado
hogar. Y le dimos y le dimos. Y pedimos una pizza y nos la comimos y después le
seguimos dando otro rato. A las once se marchó, preocupada por haber dejado
tanto rato a sus hijos. No quiso que la acompañara al coche, pero bajé con ella
al portal, y después caminé hasta el estanco a por un paquete de tabaco.
Llevaba sin fumar casi tanto como sin follar y me dieron ganas. Me fumé un
cigarrillo a oscuras, en la cama, justo
antes de quedarme dormido.
Dormí el sueño de los justos, por la mañana de ese
sábado se vendieron dos unidades, y como a la una recibí un mensaje de Laura,
la chica que había conocido en el burdel. Solamente me saludaba. La llamé.
-
¿Sí?
-
Hola Laurita, acabo
de ver tu mensaje, ¿cómo estás?
-
Muy bien. Me
preguntaba si te gustaría que fuera a visitarte esta tarde.
-
Eeeeeeeh…..…. ¡Sí!
Claro, vente. A las cuatro estoy en casa. ¿Tienes para apuntar?
-
Sí, dime.
Le di la dirección.
-
Van a ser 150 por dos
horas para que estemos tranquilos, sin prisas.
-
Oye, habíamos quedado
en 100.
-
Sí, pero por una
hora.
-
120
-
Hora y media. Por 120
hora y media.
-
Hecho.
Bueno, el engaño de que yo le gustaba había quedado
definitivamente superado. Me conformé con pensar que no le resultaba
especialmente desagradable. Para ella era un negocio, y estaba bien así.
Llamé a mi ex para explicarle que había una junta con
el dueño y que llegaría tarde a Madrid. Lo comprendió. Incluso estuvo amable.
No me hizo uno de sus típicos shows echándome en cara mi desconsideración por
no haberle avisado con tiempo. La vida me sonreía.
Cuándo a las cuatro en punto entró esa cosita tierna
por el marco de la puerta de mi casa, estuve a punto de volver a creer en los
Reyes Magos, en Papá Noel, en la viejecita que le lleva los regalos a los niños
italianos y en que todos ellos juntos se habían puesto de acuerdo para
compensarme por las carencias del pasado. De verdad que, si no hubiera sabido
que era una prostituta profesional, hubiera jurado que era una inexperta niña
de buena familia. Hacerlo con Chony me había gustado muchísimo, y era verdad
cuando le dije que aparentaba mucha menos edad de la que en realidad tenía,
pero la juventud de esta niña, la frescura que emanaba de su piel, la lozanía,
casi casi el olor a champú de bebé que irradiaba su pelo, lo sentí como un
champagne o un caviar para sibaritas, algo que solo puede disfrutarse muy de vez
en cuando, porque perdería su significado celestial si se transformara en algo
cotidiano. Le eché otros dos para que el día quedara en cinco que es número
primo.
Cuándo se fue me embargó un sueño terrible. Me tomé un
café cargado y salí para Madrid. Llegué aproximadamente a las nueve de la
noche. Recogí a Paty y llamé a Julia. Estaba en una fiesta infantil, ese es el
modus vivendi de los padres del S.XXI. Cometí el error de comentarlo delante de
Paty y, aunque era tarde y me sentía muy cansado, no me quedó más remedio que
llevarla.
Media hora después de llegar, la fiesta estaba
terminando.
-
Elisa me ha invitado
a dormir, anda, déjame ir papá.
-
¿Estás segura Julia?
Fíjate que esta es un trasto.
-
Sí seguro, no hay
ningún problema. Además mis padres no están, así que tienen la casa para ellas
solas, y pueden jugar todo lo que quieran sin miedo a molestar.
-
Está bien. ¿Cómo le
hacemos?
-
Si quieres sígueme en
tu coche, así sabes donde vivo y mañana pasas a buscarla.
-
Ok, perfecto.
¿Así sé dónde vives? ¿Me lo estaba imaginando o Julia
estaba alineando las estrellas?
Llegamos. Tampoco podía dejar que ella hiciera todo el
trabajo.
-
¿Tendrías un vaso de
agua?
Lo más difícil es entrar. Una vez dentro, para que me
saquen, la dificultad está del otro lado.
-
Claro pasa.
Pasamos a la sala. Las hijas de Julia llevaron a Paty
a su habitación.
-
¿No prefieres una
copa?
-
Claro. ¿Tienes
whisky?
-
No. Tengo ron.
-
Perfecto.
Yo sabía lo que tenía que decir para conseguirlo. Me
daba vergüenza porque habría sido una gran mentira, pero lo que es saberlo, lo
sabía. Me senté en el sillón de la sala de estar.
-
Yo en realidad soy un
hombre de familia. A mí lo que me gusta es esto, quedarme tranquilamente en
casa, con mis hijos, me salió mal porque mi ex y yo somos absolutamente
incompatibles, pero esto es lo que me gusta.
-
¿Qué pasó entre
vosotros?
-
Nada especial, nada
tan drástico como en tu caso. Solamente éramos dos personas con virtudes y
defectos como todo el mundo, pero los defectos de cada uno, de alguna manera,
se incrustaban en los del otro, y las virtudes se anulaban entre ellas. No
podíamos estar juntos, sencillamente. Juntos nos transformábamos en dos
personas mediocres. Ahora, cada uno por separado, nos va mucho mejor en todo.
De repente Julia se levantó de su butaca, como si no
le interesara lo que le estaba contando.
-
Voy a ver a las niñas,
a ver si ya se han dormido. ¿Me acompañas?
-
Preferiría esperarte
aquí, no me gusta invadir la privacidad de las niñas.
-
No pasa nada hombre,
son niñas. Así me ayudas a acostar a tu hija.
Estaban dormidas. Julia tenía razón, estaban una
encima de la otra y necesitó mi ayuda para levantarla. Abrimos un sofá-cama, le
pusimos las sábanas y acostamos en él a Paty.
Después, tras cerrar la puerta del dormitorio, la tomé
entre mis brazos y la besé. Nos quedamos allí de pie junto a la puerta cinco
minutos. Besándonos apasionadamente.
Regresamos a la sala. Serví otro par de copas de ron
con Coca-Cola. Volvimos a besarnos. Intenté bajarle los vaqueros, pero traía un
cinturón con un cierre extraño. No lo logré.
-
Oye, puedes quitarte
esto, está rarísimo.
-
No, no.
-
Pues dime como se
hace, porque parece una puñetera caja fuerte.
-
Estoy harta de que
los hombres me usen como objeto sexual.
Como odio esa maldita frase. Al escucharla sentí como
si me fuera a dar urticaria en los huevos. Ya se estaba tardando el
recalcitrante complejo de puta que mantiene tan amargadas y tan jodidas a la
mayoría de las españolas. Yo le ofrecía lo mismo que le pedía, se trataba de
hacerlo a medias, ella iba a poner la
chirlita y yo el pizarrín, entonces ¿por qué coño era ella un objeto y yo no? ¿Tal
vez por qué ella lo deseaba menos? No parecía exactamente el caso. ¿Por qué
cuando me saciara me dormiría inmediatamente en vez de quedarme mirando las
estrellas jurándole amor eterno? ¿Sería por eso? Tal vez fuera por eso.
- Yo no te veo como un objeto sexual. En absoluto. Para
mí eres una persona maravillosa. Pero pues me gustas, y me dan ganas de hacerte
el amor, pero si para ti supone un problema moral o algo parecido, pues lo
dejamos y ya está. No pasa nada.
- ¿Tienes preservativos?
Hostias, con Chony me había acabado los 3 que traía el
paquetito, menos mal que la puti había traído los suyos.
- No.
- ¿Quieres
ir a comprarlos? No te acompaño porque no me gusta dejar solas a las niñas.
- Sí,
voy en seguida.
Con
lo que me había contado del virus del papiloma ni loco lo hacía sin condón.
Salí a buscar una farmacia de guardia lo más rápido que pude.
Llamé
al portero automático. Me abrió, subí en el ascensor y me encontré la puerta
abierta. Escuché su voz desde el fondo del pasillo.
- Estoy
en la habitación del fondo. ¡Cierra la puerta de la calle!
Crucé
corriendo el pasillo. Entré en la habitación.
- Echa
el pestillo – me dijo.
Llevaba
puesta una combinación morada que casi se me caen los huevos al suelo cuando la
vi. Estaba preciosa. Me lancé sobre la cama como si fuera una piscina.
Tenía
dudas sobre mi desempeño porque ya no era tan joven y llevaba mucho tiempo sin
hacerlo, y ese día, de repente, en menos de día y medio, tres hembras como tres
soles, pero por los clavos de Cristo que estuve a la altura de las
circunstancias. De las tres, la que parecía más mosquita muerta, la última,
Julia, la más revoltosa. Quiso hacerlo en todas las posiciones. De lado, con
una pierna fuera de la cama, arriba, abajo, de perrito, sentado en la esquina
de la cama. Y pues 7 también es primo.
A
Laura no he vuelto a verla desde entonces, aunque a lo mejor la llamo ahora que
estoy otra vez de capa caída. Lo más seguro es que haya cambiado el número,
hace más de seis años de eso. Julia empezó a presionarme desde la mañana
siguiente a esa maravillosa noche, explicándome que unos cortos momentos de
felicidad no eran suficiente para ella, que necesitaba alguien con quien pasar
el fin de semana, alguien que la representara, que la protegiera. Su ansiedad
me agobió inmediatamente. Tal vez si hubiera dejado que las cosas se fueran
dando todo habría evolucionado de otro modo, pero no pude ir a su ritmo, y ella
lo interpretó como que yo no tenía intenciones de nada serio y enseguida pasó
de mí. La veo ocasionalmente porque las niñas siguen siendo muy buenas amigas,
y me da mucha pena la pobre, porque está tan adoctrinada por este puto pueblo
que es incapaz de tomar la felicidad de la vida así como viene, sin angustias y
sin planteamientos existenciales. Chony volvió con su marido, pero sigue fatal
con él, tiene planes de abrir un negocio con su padre y estuvimos viéndonos con
cierta frecuencia durante algunos años, siempre en mi apartamento, a
escondidas. Hubo un momento en que sentí
que realmente estaba a gusto con ella, y se me ocurrió contratarla como
vendedora y proponerle que nos fuéramos a vivir juntos, a un apartamento más
grande, pero me eché para atrás por sus hijos. No me sentí capaz de quererlos.
Ahora hace un par de meses que no sé nada de ella.
F I N
Texto por: Jorge Coriasso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario