Texto por: Jorge Coriasso.
Cuando en la empresa me propusieron ir a abrir una
sucursal en Ciudad Real no me lo pensé dos veces: me iría como gerente de
ventas lo cual en breve, por cazurros que fueran (o precisamente por eso),
debería de significar un considerable aumento en ganancias; además suponía un
punto fuerte en currículum, y estaba relativamente cerca de Madrid, con lo cual
podría continuar viendo a mi hija la mayoría de los fines de semana.
Después de pasar algunos meses yendo y viniendo a
supervisar la campaña publicitaria y un sinfín de detalles de los que la
empresa me hacía responsable sin soltarme un puto euro por ello, finalmente
alquilé un pequeño apartamento lo más cerca posible de las oficinas, y el 2
Enero del 2005 la sucursal abrió sus puertas al público ciudadrealeño.
La marca se había consolidado en los últimos años y la
apertura fue un éxito: 23 unidades en el primer mes, por encima de las
previsiones más optimistas, y me empecé a sentir confiado desde el punto de
vista económico. Así, compré algunos trajes de mejor calidad, acordes con mi
nuevo puesto, un reloj suizo, una estilográfica de marca. De coche, por
supuesto, no me quedaron más cojones que cambiar, no habría sido coherente
ofrecerle al público máquinas de 20 000 euros y que luego me vieran salir en mi
vieja cafetera.
Pero en Ciudad Real estaba solo. Todo el personal a
mis órdenes, excepto el gerente general, era autóctono. No conocía a nadie.
Durante los primeros meses mi vida fuera de la concesionaria se basaba en
buscar un lugar donde comer barato, ir al súper, ver la tele, cerrar el sábado
a las dos de la tarde y agarrar el coche para ir a ver a mi hija, pelearme un
rato con mi ex y/o con mi madre y regresar el lunes a las 7 de la mañana. Seis
meses después había cambiado en que tres veces por semana iba a nadar después
de cerrar, en el caso de que no me sintiera demasiado cansado. De ligar, lo
normal, o sea, nada. Por aquella época todavía no había cumplido los cuarenta y
la verdad es que tenía ratos de pasarlo bastante mal, incluso un poco deprimido.
En fin, mi única motivación en Ciudad Real era el dinero, ya no veía tan lejos
los años improductivos y así como estaba manejando el gobierno el tema de las
pensiones necesitaba ahorrar lo suficiente como para asegurar una madurez no
demasiado miserable.
Así de aburrida avanzaba mi vida cuando una tarde salí
de mi despacho y me topé de bruces con una mujer de realmente gran clase,
examinando un modelo Beta. Estaba madurona, pero llamaba la atención. Calzaba
unos tacones de unos 9 cm que realzaban unas piernas increíbles, falda de tubo,
blusa abierta, aroma embriagador, pelo teñido negro profundo, labios pintados
de esa manera tan especial y tan sinuosa
que es como si te dijeran: “soy una diosa comiendo pollas, pero ni lo sueñes,
estoy muy lejos de tu alcance”.
Debí de haber llamado a uno de mis secuaces para que la atendiera, pero no pude resistir la tentación de abordarla directamente:
Debí de haber llamado a uno de mis secuaces para que la atendiera, pero no pude resistir la tentación de abordarla directamente:
-
Emilio Gutiérrez,
gerente de ventas, a sus órdenes – le dije inclinando ligeramente la cabeza y
tendiéndole la mano.
-
Chony Pinares, tanto
gusto – me respondió estrechando mi mano al tiempo que dirigía su abierta y
ensortijada mano izquierda hacia su cuello, en un gesto femenino aunque un poco
afectado.
Me impactó su coquetería.
‑- ¿Chony? ¿Es eso un nombre? – Pensé tratando de que
se me notara lo menos posible.
-
¿Le gustó este
modelo? Excelente elección. Trae una tecnología de suspensión que hace la
conducción tan suave como avanzar sobre plumas. Debería usted probarlo.
-
La verdad es que me
gusta mucho. La línea sobre todo. ¿Cuántos caben atrás?
Con esos labios rojo sangre de toro seguía vocalizando
insinuantemente cada sílaba, de una manera que era como para volverse loco. Una
de dos: o había venido buscando guerra o era una calienta pollas de lo peor.
-
Tres. Cómodamente. Y
el reprise es fuera de serie para un modelo familiar, de 0 a 100 en 11
segundos, lo cual constituye un seguro de vida en una situación apurada.
-
La verdad es que mi
marido ya casi se ha decidido por un Piramid, pero a mí me gusta este.
Me sentó como una patada en los huevos. Hija de tu
puta madre –pensé-, no te vas a ir así, tan pichi, te lo juro por mis muertos.
-
El Piramid sería una
excelente elección, señora. He tenido mucho gusto, buenas tardes- y giré sobre
mis talones, de regreso a mi despacho, sin mirarla a los ojos mientras me
despedía.
-
¡Oiga! ¡Espere un
momento!
Volví a girarme.
-
¿Sí?
-
¿No va a intentar
convencerme de que su marca es superior?
-
Mire, la verdad es
que estaba a punto de meterme en un problema porque esa unidad es la última que
me queda, y la tengo prácticamente comprometida con un cliente que viene mañana
en la mañana a finiquitar la operación. Así que quédese tranquila, cómprese usted
un Piramid, que es un coche… discreto.
-
¿Y no le llegan más?
-
Hasta dentro de dos
meses.
-
¿A qué hora llega ese
cliente?
-
Sobre las doce del
día.
-
A las nueve estaré
aquí con mi marido, a ver si es usted capaz de convencerle a él.
-
Les atenderé con
mucho gusto, pero tiene usted que llegar antes de que el otro cliente me
entregue el cheque. De lo contrario no le puedo garantizar nada.
-
Por supuesto que así
será.
-
Hasta mañana.
Después de escuchar del marido, a pesar de mi sonoro
puesto en la agencia, de mi elegante traje y de mi reloj y mi estilográfica
nuevos, se me había caído por completo la idea de follármela, pero en la venta
negativa que le solté había caído de bruces la muy arrogante. A ver si el
marido era igual de tonto y al día siguiente lograba llevármelos al baile.
A las nueve y veinte estaban entrando en la agencia.
Ella venía en otro plan, tacón bajo, pantalones en vez de falda, maquillaje
mucho más discreto. A él se le veía de mal humor, intuí que lo habían traído a
rastras. Me sonaba su cara, era un político ciudadrealeño de nivel medio
buscando una cabeza que pisar para poder escalar al siguiente escalón, el
típico terco pagado de sí mismo para el cual cambiar de opinión habría supuesto
una mancha en el orgullo. Lo vi complicado desde el principio, así que después
de saludarlos les asigné a Pérez, que es un hacha con ese tipo de pedantes
insufribles. Los trata como si fueran muertos de hambre sin la calidad personal
como para conducir uno de nuestros automóviles, entonces se sienten humillados
y compran para demostrarte que estás equivocado. Suele funcionar, pero esta vez
no lo consiguió. El tipo era político pero no gilipollas, y no cayó en la
trampa. Los vi salir de la agencia sacando pecho, muy dignamente. Allá ellos.
En realidad no les estábamos tendiendo ninguna trampa, vas a comparar un BETA
con un Piramid, no jodas. El Piramid les iba a dar problemas desde el tercer
año, ese sería el momento de hacer una llamadita de seguimiento, y allí
estaríamos para ponerle la estocada a la faena iniciada.
Pero que polvo más impresionante tenía esa mujer. Por
lo menos había reunido suficiente material audiovisual en mi memoria a corto
plazo como para hacerme un par de pajas esa noche, por que hasta ese momento ni
siquiera a eso había llegado durante mi estancia en La Mancha.
El siguiente domingo Patricia tenía una fiesta
infantil. Esas fiestas son lo más coñazo que te puedas imaginar. Tienes que
gastar un montón en el regalo, que casi seguro el niñito pijo festejado no
apreciará, apenas puedes compartir con tu hija, que es a lo que yo viajaba a
Madrid, te la pasas viendo estúpidos shows de payasos malísimos que aburren
hasta a los más pequeños y con suerte hablando con algún que otro padre o madre
tan aburrido como tú, porque la mayoría vienen en pareja y están a otro nivel,
son personas de intelecto superior que han logrado formar una familia funcional
¿?. Pero esa tarde fue diferente. Conocí a alguien especial. Todavía no sé por
qué Julia me resultó tan atractiva desde el primer momento, tal vez por la
discreción con la que lucía su encanto, porque físicamente era una mujer
absolutamente normal, debía medir 1.60 poco más o menos, las arrugas que
adornaban su bonita cara denotaban unos 45, su lacio pelo castaño lucía
absolutamente natural, sin aditamentos de ningún tipo, vestía con elegancia
coqueta y eso sí, enfundado en unos clásicos vaqueros se revelaba un culito
respingón que tuve que atarme las pupilas a las pestañas para que no me pillara
admirándolo tan descaradamente. Además tenía unos ojos azul claro que
transmitían auténtica serenidad, capaces de hacerte imaginar que, sentados
sobre un tronco de árbol, la estabas abrazando junto a una chimenea en una
cabaña en medio de un inmenso paisaje completamente nevado. Como éramos los
únicos solos y desamparados en aquella fiesta, pues me senté a su lado, me
presenté y empezamos a charlar mientras los niños competían en unas pruebas
absolutamente carentes del más mínimo sentido. Tenía dos hijas, la mayor de
diez años, la pequeña de siete, como la mía. Al parecer estaban haciendo buenas
migas.
Desde el primer momento la química entre nosotros se
pudo palpar en el ambiente, pero ella jugó a que no, a que se trataba de una
conversación completamente inducida por la situación, y yo le seguí el juego.
Varias veces dejó entrever que su divorcio había sido causado por una terrible
desgracia, pero no me atreví a preguntarle los detalles. Como no podía
preguntar directamente, porque habría revelado interés y habría roto las reglas
del jueguito, tampoco logré averiguar si actualmente tenía o no pareja. Cuando
terminó la fiesta Patricita y yo las acompañamos al coche e intercambiamos
teléfonos para que las niñas pudieran verse otro fin de semana.
Después, como cada domingo, llevé a Paty a cenar y me
fui a dormir a casa de mi madre. Al día siguiente me levanté temprano para
cubrir los 200 km y llegar a trabajar antes de las diez de la mañana. Ya había
clientes esperándome para pedir descuentos extra. Mi vida amorosa podía ser un
completo fracaso, pero por lo menos las ventas de coches seguían viento en
popa.
Dos semanas después, cuando me quité los goggles y el
gorro de piscina me encontré de bruces con Chony. También estaba terminando de
nadar. Tremendo cuerpazo en traje de baño. Me lanzó una mirada invitadora, de
reojito. Creo que me habría acercado aunque no lo hubiera hecho.
-
¿Cómo está señora? –
le pregunté metiendo panza y echando los hombros para atrás. - ¿Compraron el
Piramid finalmente?
-
Sí, cuando a mi
marido se le mete una cosa en la cabeza, no hay poder humano que se la saque.
Yo sé que era mejor el que usted nos ofrecía, por la tecnología y todo eso,
pero pues él es quien decide.
-
El Piramid es un buen
coche. Hay otro mejor, pero es un buen coche.
-
Usted no se rinde
nunca, ¿verdad?
-
Nunca; pero, si vamos
a ser compañeros de piscina, ya no me hables más de usted, por favor.
-
Sí, tienes razón.
Demasiada formalidad.
-
¿Qué días nadas?
-
Todos. Bueno, menos
los domingos. Normalmente lo hago por las mañanas, pero hoy tuve que llevar
temprano al aeropuerto a mi marido, así que no me quedó más remedio que venir
por la noche, después de dar cenas y todo eso.
-
Claro. Por eso no te
había visto antes. Yo vengo por las noches, después del trabajo. Soy demasiado
perezoso para hacer ejercicio por las mañanas.
-
A mí, en cambio, me
cuesta más por la noche. Ya estoy cansada a esta hora.
A diferencia del día en que la vi por primera vez en
la agencia, Chony ya no modulaba exageradamente cada palabra con sus carnosos
labios, que tampoco estaban ya pintados para atraer macho. Ahora parecía
simplemente una mujer sola tratando de hacer amigos. Una mujer muy bella.
-
Exactamente, ¿a qué
hora entrenas? Tal vez fuera agradable cambiar mi rutina de vez en cuando.
-
A las 7 estoy aquí
cada mañana. Y a las 8 en punto salgo como rayo a poner desayunos. Esa es la
parte buena de nadar por las noches, como ya acosté a los niños, no tengo
prisa.
No estuve seguro de si se refería a esa noche en
especial, porque su marido no estaba en la ciudad, o a todas las noches. Me
pareció que me insinuó que no había un hombre que la esperara en casa, cada
noche.
-
Bueno, voy a
cambiarme.
-
Sí; yo también. Hasta
la vista.
Me duché y me vestí rápidamente, para asegurarme de
que la vería al salir, en la pequeña salita-recepción. Cuándo apareció me hice
el despistado, como si yo también acabara de salir, aunque en realidad llevaba
más de diez minutos esperándola.
-
Hola de nuevo Chony.
-
Hola Emilio.
-
Todos mis amigos me
llaman Guty.
-
Ah. ¿Eso significa que somos amigos?
-
Claro. ¿Me acompañas
a cenar algo? Después de nadar, todas las noches ceno lacón con patatas en un
bar que hay aquí cerca. Con unas claritas deliciosas.
-
Bueno.
Lo pasamos excelente. Nos reímos muchísimo. Resultó
ser una chica de lo más normal, nada que ver con la imagen que me había hecho
de ella al principio.
El miércoles, haciendo un esfuerzo sobre humano, me
levanté a las 6 y media y nadé junto a
ella. Intenté seguirle el ritmo, pero estaba mucho más en forma que yo. Tomaba
un descanso de vez en cuando en la orilla de la piscina, y tuve ocasión de
hacer un par de chistes. Después terminó y salió como rayo a atender a sus
hijos. Yo pasé la mañana hecho polvo, eso de que la sesión de ejercicio
matutina te energiza para el resto del día es una burda mentira.
El domingo por la tarde, en Madrid, llamé a Julia. Le
dije que Paty quería jugar con su nueva amiga, que si podíamos vernos en un
parque. Le pareció bien.
Las niñas empezaron a columpiarse y a correr por todo
el parque y nosotros nos sentamos en un banco y conversamos. Lucía tan
atractiva como la semana anterior. Resultaba increíble que, vistiendo con una
sobriedad y una templanza casi de monja, pudiera encender mi pasión tan
rabiosamente. Le hablé de mi divorcio, de mi trabajo fuera de Madrid, ella me
contó que después de la operación había tenido que regresar a vivir con sus
padres, que ellos le habían brindado todo su apoyo para volver a empezar.
-
¿Qué operación?
-
Mi ex me pegó el
virus del papiloma humano, y desarrollé cáncer cervical, pero me operaron a
tiempo, me extirparon el útero y el cuello uterino, y ahora estoy bien.
-
Hijo de puta, ¿cómo
fue?
-
Era un tipo
asqueroso, bisexual, pederasta, tenía un novio de 14 años; bueno, novio por
llamarlo de alguna manera, en realidad era un chapero que había recogido en la
calle Almirante y que le sacó una fortuna, pero se metía con cualquiera.
Continuamente. Y luego me lo pegó a mí. Me preguntarás que como pude llegar
hasta allí. Yo también lo hago. Sin cesar. Y es un cúmulo de respuestas: el
compromiso social, el no querer dejar a las niñas sin padre, el no
atreverme a creer lo que era tan
evidente, no sé, el confiar en que Dios arreglará todo. A punto estuvo de
matarme.
-
Joder. Sí que es muy
fuerte. Menudo ficha. Lo siento mucho. Pero dime, y te pido disculpas
anticipadas por la pregunta que voy a hacerte, ¿puedes tener relaciones?
La primera reacción de Julia fue ponerme una cara como
si me hubiera sentado en un columpio y me hubiera sacado la polla y hubiera
empezado a pelármela mostrándosela a sus hijas y a todas las otras niñas del
parque. Después se relajó. A pesar de los disimulos fingiendo que lo único que
nos unía era la diversión y la amistad de nuestras hijas, resultaba obvio que
me la estaba trabajando, no habría venido a cuento tanta indignación.
-
Sí; no tengo ningún
problema.
Sentí que había llegado el momento de poner las cartas
sobre la mesa:
-
Es realmente la mejor
noticia que podías darme.
Entonces se ruborizó. Bajó la cabeza coquetamente.
Después la levantó y me miró fijamente, con esos ojos azules capaces de hacerte
olvidar hasta el nombre de tu madre. Yo aproveché para tomarle la mano. Se
soltó inmediatamente de mi presa. Pero no retiró la mirada.
Realizado el primer contacto y corroborado el interés,
preferí volver a mi táctica de leve presión sostenida. Me quedé mirando a las
niñas, que saltaban a la cuerda, felices.
-
Qué edad tan
maravillosa, ¿verdad? No tienen problemas de ningún tipo.
-
Sí. Pero que poco
dura. Mi hija mayor ya muestra signos de entrada en la adolescencia, ya se
empieza a angustiar si siente que su aspecto no corresponde con a los
estereotipos que le marca la tele.
-
Es cierto. Que
poquito dura.
Continué frecuentando a Chony y a Julia todo lo que
pude, pero con avances muy lentos. Salía ocasionalmente con Chony a cenar
después de nadar, y con Julia, quien estuvo un poco complicada los fines de
semana siguientes, recogía a sus hijas, las llevaba al parque o al cine, y
después se las entregaba en su casa y casi siempre había ocasión de conversar
un momento o incluso de dejar a Paty un rato con sus padres y tomar una cañita
en el bar de enfrente de su casa. Parecía estar muy agradecida de que sacara a
sus hijas junto con la mía y yo no sabía si clasificar ese síntoma como bueno o
malo, porque denotaba interés en mí, pero basándose en la clara intención de
volver a edificar una familia sobre las ruinas de la anterior, y yo no quería
eso en absoluto. Pretendía, de hecho, mantenerme libre de compromisos, ser el
único ser humano capaz de evitar la misma piedra después de haber tropezado
anteriormente con ella, claro que, a pesar del riesgo que veía en la relación,
tampoco estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión.
Por el otro frente, estaba seguro de que el matrimonio
de Chony funcionaba mal, pero cuando me lo ratificó, los detalles me
sorprendieron:
-
Mi marido no me toca
desde hace dos años.
-
No puedo creerlo. Si
estás buenísima.
-
Tal vez para ti, pero
él está inmerso en la campaña política y se codea continuamente con edecanes 15
o 20 años más jóvenes que yo, y ya lo he pillado más de una vez con mensajitos
comprometedores en el móvil, y llegan a casa facturas de bolsos carísimos que
quien sabe a quién le regala.
-
Vaya, pues chica, de
veras que lo siento mucho – comenté hipócritamente.
-
Sí. Aproximadamente
desde que me embaracé de Javierito no ha vuelto a tocarme. Solo me usa para
mantener su imagen de hombre de familia.
-
¿Y tus otros dos
hijos?
-
No son de él. Son de
mi anterior matrimonio.
-
Joder, realmente que
complicada llega a ponerse la vida.
-
Ni que lo jures.
Cuando conocí a Javier, poco después de mi divorcio, me entró una ansiedad
terrible por volverme a casar. Él no quería, o por lo menos no tenía ninguna
prisa, le supliqué, llegué hasta a perseguirlo, a humillarme, y ahora me lo
echa en cara. Dice que me merezco lo que me pasa.
-
Pero supongo que no
lo puedes mandar a la mierda porque dependes económicamente de él.
-
Exactamente. Y porque
no puedo dejarlo justo antes de empezar la campaña, le haría mucho daño a su
imagen.
-
Pues vaya mierda.
-
Y para colmo mi ex me
está demandando porque cambié de ciudad a los niños.
-
¿Pero no tienes la
patria potestad?
-
Sí, pero tiene razón
él, quedó bien claro en la sentencia. Tienen que vivir en la misma ciudad donde
viva su padre. Pero, ¿qué podía hacer? Javier necesitaba regresar a Ciudad
Real, él me mantiene.
-
¿Y dónde vive tu ex?
-
En Gijón.
-
Pues está complicado.
Si hay algo que pueda hacer para ayudarte, no dudes en pedírmelo, te aseguro
que haré todo lo posible…
-
Le tomé la mano y
entonces se acercó a mi boca y me besó. No me lo esperaba. Lo alargué todo lo
que pude, hacía más de un año que no besaba a nadie. Rápidamente se giró a
comprobar si nos había visto alguien. Ya se sabe, pueblo chico, infierno
grande. Después recogió su bolso y me dejó con el rabo entre las piernas.
Texto por: Jorge Coriasso.
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