El domingo despidieron a F. El
domingo era mi día de descanso. Me enteré porque el señor Filigrana llamó para
decirme que habían echado a F. Cada que ocurría algo en la empresa, el señor
Filigrana se encargaba de poner al tanto a todo el personal. ¿Te has enterado?,
decía, y soltaba el rollo. No estoy seguro cómo el bueno de Fili hacía para
enterarse de las cosas antes que cualquiera, pero lo hacía. Fili y yo éramos
buenos amigos, así que el segundo en enterarse de las cosas era yo. Esto no
suponía demasiada ventaja, porque como ya dije, la boca de Fili era más rápida
que una bala. Podía correrte un chisme incluso antes de que pasara. Tenía un
sentido muy desarrollado para vaticinar los movimientos de la empresa. Cuando
terminaba de contarte la cosa, exclamaba: ¡ya te lo decía yo! Generalmente era
verdad, lo había pronosticado con una exactitud asombrosa.
Lo sorprendente del asunto, es que nadie, ni siquiera
el señor Filigrana, esperaba que echaran a F. La salida de F. de la empresa
causó un ambiente sombrío, y a la vez, un ambiente de conformidad y felicidad.
La salida de F. de la empresa había desvelado la vulnerabilidad de nuestras
cabezas. El día menos pensado cualquiera de nosotros podía verse en la calle.
Había que mostrarse contento. Había que sonreír y fingir. Había que agradecer.
Había que decir a la empresa: soy feliz, soy cumplido, soy un buen empleado. Nada
era suficiente; cada detalle, cada hora extra no cobrada, cada humillación,
cada dolor de cabeza, cada ausencia en el hogar, cada gramo de grasa ganado por
el sedentarismo de un trabajo de oficina, valía para hacer ver a la empresa lo
felices, dichosos y comprometidos que estábamos con ella. Era una ardua
competencia por demostrar nuestro compromiso.
2
El martes por la mañana llamé a F. F. y yo
entramos a la empresa el mismo día, nos conocimos en el curso de inducción y
fuimos empleados en la misma área. Desde aquel entonces tomamos decenas de
desayunos juntos, criticando a la empresa por el modo de tratar a los
empleados. F. y yo éramos los únicos que abiertamente pronunciábamos nuestro
descontento. Era cuestión de tiempo para que alguno de los dos cayera.
F. me lo contó como realmente sucedió. Fili
era bueno para contar las cosas, pero ensalzaba demasiado; no podías fiarte de
su información.
F. fue llamado a cubrir horas extra en su día
descanso, el domingo. Le llamó su jefe inmediato. Se lo pidió como un favor. F. era divorciado, tenía un hijo
de trece años que vivía con su madre, y al que casi nunca miraba. Aquel domingo
estaba con su hijo; era su día de padre e hijo, y a pesar de ello, F. se
presentó a cubrir horas extra. Le llamaron por la mañana, así que llegó después
de la hora de entrada, por lo que el gerente le reprendió. El gerente no estaba
enterado que F. cubriría horas extras como un favor. Le exigió a F. trabajar
sin paga por haber llegado tarde, cuando ni siquiera debió haberse presentado. F.
no lo soportó y amenazó con largarse. Ese fue el motivo por que echaron a F. Le
obligaron a firmar su renuncia voluntaria y le pusieron en la calle sin derecho
a liquidación.
La inteligencia del gerente
dejaba mucho que desear. Había perdido a un hombre por haber soltado el látigo
en el blanco equivocado. Después de aquel día perdió el respeto de todo el
personal. No era un gerente enterado; ¿cómo es posible que no supiese que F.
cubriría horas extra en su día descanso?, y sobre todo, ¿cómo es posible que
disparara antes de preguntar?
Dije a F. que lo sentía, pero me despreocupó.
Me han hecho un favor, dijo. Un amigo suyo había estado insistiendo a F. para
que se mudase a trabar a con él. Abrió un negocio de sistemas computacionales y
necesitaba gente de confianza para administrar el negocio. Ahora que lo habían
echado, F. pudo aceptar la propuesta. Al día siguiente de su despido se
presentó con su amigo y obtuvo un empleo mejor pagado y menos explotado. Lo
contaba con entusiasmo, a tal grado, que llegué a sospechar que era mentira.
Sencillamente no deseaba parecer idiota, por haber retado al gerente en vez de
bajar la cabeza, como se supone que habría hecho cualquiera con un poco de
seso. Bajar la cabeza, aguantar la humillación, guardar silencio; he ahí la
sabiduría del empleado. Cada que surge un problema, una inconformidad, hay
alguien que te palmea la espalda y te aconseja callar, dejar pasar las cosas.
Es lo más inteligente, dicen.
3
¿Te has enterado?, me preguntó el
señor Filigrana al llegar al trabajo. ¿De qué?, contesté. F. ha cogido un
empleo en otro lado, uno mejor pagado, dijo. A Fili no se le iba una, al
parecer también habló con F. Esto supondría que todos estarían enterados de la
suerte de aquel a quien echaron. Me hice el sorprendido, no deseaba que Fili lo
supiera, pero F. me propuso mudarme con él; me pidió no comentarlo con nadie
porque no había nada seguro. Quedé de enviarle mi currículo la próxima semana
para que lo mostrase a su amigo y juzgara. No me hacía ilusiones, la vida no
solía sonreírme y las buenas noticias nunca me impresionaban; generalmente,
eran puras fantasías. Aun así, enviaría el currículo, porque uno nunca sabe.
Verdaderamente, Fili poseía un sexto sentido.
Apuesto que te llevara consigo, dijo, F. te estima y ambos han mostrado siempre
su descontento en esta empresa, puedo asegurarte que pronto recibirás un
ofrecimiento por parte de F. Lo dijo y
sonrió, si yo fuera tú, no lo pensaba dos veces, exclamó. Ya, fue todo lo dije.
Luego pregunté si había desayunado. Dijo que no y fuimos a desayunar.
Nuestro desayuno consistía en un pan y un
refresco de cola. No podíamos demorarnos más de quince minutos o el gerente
comenzaría a llamarnos por teléfono exigiendo volver a nuestros puestos de
trabajo.
Le enviaré mi currículo a F., dijo Filigrana
mientras devoraba su pan. Es ley de vida, si uno no toma lo que le ofrecen, lo
hará otro. F. había pedido mi currículo;
si me demoraba, Filigrana podía acabar sentado en la silla que la vida me había
ofrecido a mí. El único viento a mi favor era que Filigrana tenía la boca más
grande que el culo. Probablemente no haría nada. Sin embargo, no podía fiarme.
No podía seguir comiendo panes y refrescos de cola parado en medio de la calle.
4
Actualicé mi currículo y lo envié
a la dirección electrónica de F. Al día siguiente le llamé para asegurarme que
lo tenía en su poder. Dijo que lo había impreso y lo entregaría a su amigo en
alguno de los días de la siguiente semana. Le agradecí el detalle. Él sabía
tanto como yo que mi mayor deseo era mudarme de empresa. Le pedí vernos, para
platicar y afinar ciertos detalles. Cosas de sueldos y horarios, prestaciones,
posibilidades de ascender, etc. Aceptó la propuesta, dijo que podíamos vernos
un día cualquiera de la próxima semana. No acordamos una fecha exacta, nos
hablaríamos para ponernos de acuerdo.
5
El señor Filigrana me llamó para
pedirme un favor. Quería que fuera a su puesto de trabajo, yo estaba en el mío,
y me llamó por la extensión telefónica. Fui a ver lo que deseaba. El hijo de
puta solicitaba que le echara un ojo a su currículo. Lo estaba puliendo. Se lo enviaría a F. y
necesitaba la opinión de alguno.
Lo miré. En realidad no tenía una opinión,
¿qué puede hacer uno con su currículo además de exagerar los años trabajados en
los empleos anteriores o asegurar que se saben hacer cosas que no se saben
hacer? Además, F. no había contado de qué iba el trabajo exactamente; arreglar
un currículo así era como tirar una flecha con los ojos vendados. Le dije a
Filigrana que estaba bien y lo envió. Luego me dejó ir.
6
El rumor de F. en un nuevo empleo
no tardó en expandirse por la empresa. Filigrana era un imbécil, ahora todos
deseaban hablar con F. y pedirle una oportunidad. La competencia sería dura, F.
tendría que decidir a quién ayudar. La empresa de su amigo no era grande, así
que no solicitaban decenas de empleados; de hecho, no solicitaban a ninguno. F.
me había propuesto pedir a su amigo un auxiliar administrativo, una gente a su
cargo para poder administrar sin matarse en el intento. Por supuesto, era
falso, F. no necesitaba ayuda de nadie; había que convencer al amigo de que
contratar una persona más, recomendado por F., sería una buena idea y rendiría
frutos a su empresa. Sin embargo, nadie aseguraba que la empresa del amigo de
F. pudiese solventar el gasto. Si lo analizabas caías en cuenta que mudarte era
como pasar de un buque de guerra a una balsa. El buque eras explotado, pero al
menos, podías estar seguro que tu quincena llegaría. En la empresa del amigo de
F. sólo había promesas.
Promesas o realidades, era inevitable caer en
el sueño. En la empresa comenzó a sentirse un ambiente de conspiración. Todos
deseaban enviar su currículo a F. Incluso aquellos que aseguraban un
desperdicio hacerlo, lo hacían en secreto. Desgraciadamente, cometían el error
de confesarlo a alguno. Lo hacían y lo contaban al que consideraban su amigo,
le pedían que no lo contara a nadie, pero ese amigo lo contaba a alguien más,
pidiendo la misma discreción. Al final, todos terminaban enterados de la cosa. Todos
tirando al mismo blanco.
Dejaron de hablar de F. Hablar de él podía
delatar tu anhelo. Delatar tu anhelo podía hacer que otro se te adelantara. Mi
único consuelo era que F. me lo había propuesto a mí por su propia voluntad. Aunque
llegué a sospechar que F. era un maldito bocazas que lo proponía a cualquiera
que le llamara.
Estaba yo, estaba Filigrana, estaba K. También
estaba Alfonso, pero no creo que F. eligiera a Alfonso, nunca se llevaron bien.
También podía ser Carlos, los últimos meses se le miró mucho juntos. De entre
todos, había una mujer. La única en la empresa además de la recepcionista, que
tuvo buena relación con F. No lo culparía si al final daba el pan a ella. Lo
consideraría un acto natural, biológico y respetable. Afortunadamente, la mujer
era fea, así que casi entraba en la categoría de hombre, aunque F. no era
precisamente guapo y las hormonas podían traicionarlo a él, y a todos nosotros.
7
La semana siguiente esperé la
respuesta de F. con verdaderas ansias. Ya no se trataba del trabajo, sino de
ganar la batalla en que nos habíamos enredado. Cada que escuchabas a alguien
hacer una llamada en tono personal, te le pegabas para saber si hablaba con F.
Cada que llamabas, alguien te pregunta con quién lo hacías. No podías responder
con F. porque te interrogarían.
Bueno, F. no llamó en toda la semana. No había
llamado a nadie, cosa que me hizo saber el señor Filigrana. ¿Has sabido algo de
F.?, me preguntaba todos los días al desayuno. Nada, respondía. Fili era el
único que no temía mostrar su interés en pedir a F. trabajo. Se lo pasaba
contándolo a todos, y preguntando si F. los había llamado. Siempre respondían
negativamente. Nadie podía asegurar que dijeran la verdad, pero una cosa era
cierta: todos seguíamos en la misma empresa.
8
Después de catorce días, por fin
logré comunicarme con F. Todo ese tiempo estuvo desviando las llamadas a su
celular. Me saludó amargamente. Le pregunté si había hecho llegar mi currículo
a su amigo, y contestó que no. Ya, dije. Supuse que nuestra amistad no bastó,
había ayudado a otro. Me lo contó con franqueza: su amigo no le contrató. Al
final, analizó la situación de su empresa y no podría permitirse el gasto de un
administrador. F. estaba desempleado, buscando desesperadamente un trabajo en
cualquier lado. Incluso estaría dispuesto a disculparse con el gerente y
solicitar un reingreso. Le dije que lo sentía. Me pidió que no lo comentara con
nadie, había recibido tantos currículos; todos habían puesto en él sus
esperanzas y defraudarlos le dolía en serio.
En la empresa la cosa seguía caliente. Todos
tenían la certeza de que serían ellos quienes convencerían a F. de ayudarlos. Ahora
podía sonreír para mis adentros, que es la sonrisa más bella que hay.
Buenísimo ;)
ResponderEliminarA leer ese excelente texto de Martin Petrozza!!
ResponderEliminarmuy muy bueno !!!
ResponderEliminarMe gusta lo bien escrito
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