No vamos a entrar en detalles del
por qué, pero en aquel entonces pensaba mucho en Verónica Pinciotti. Dejando a
un lado su belleza, su gusto por la literatura y el hecho de que estuve
perdidamente enamorado de ella alguna vez, había en su personalidad y en suvida algo que no satisfacía mi curiosidad. Podía describirla en tres palabras
(bella, fría e inteligente) pero no bastaba esto para decir: la conozco como a
la palma de mi mano. Me enamoré de ella, precisamente por este desconocimiento
de la pieza clave de su personalidad; no como acostumbra uno a enamorarse: gracias al conocimiento total
del ser amado.
La magia de Verónica consiste, principalmente,
en su belleza, cosa que es innegable, pues, si no fuese tan agradable a la
vista, nadie se daría siquiera a la tarea de conocerla. Si su belleza es la
miel que atrae a la mosca, su inteligencia es el filtro que selecciona a los
mejores candidatos a su amistad. El gusto por la literatura, depositado en
semejante cuerpo da como resultado la bomba que es Verónica Pinciotti. Si no se
dedicase a la literatura, sería una mujer bella más sobre la faz de esta
Tierra. Si sólo le gustase la literatura, sería una más de esas mujeres raras,
que leen.
El carácter, mezcla de atributos físicos e
intelectuales, es más bien frío, crítico y beligerante, lo que impulsa a
Verónica a subir al pedestal de diosa, según la opinión de muchos hombres. La
mezcla exacta de los deseos masculinos, sin importar que clase de hombre se
sea. Su abierta postura para con las cosas, y, sobre todo, su abierta postura
para con el sexo, la convierten en fantasía masculina, inalcanzable gracias a sus
cualidades artísticas. Por si fuese poco, agraciada en todos los aspectos de la
vida, la fortuna le sonríe, siendo hija de un empresario italiano que le da
apellido y abolengo, y la sostiene a la lejanía de la vulgaridad.
Rebelde por naturaleza, dedica su vida a la
literatura, refugio de las mentes libres y románticas, sin evitar impregnar las
letras con esa personalidad suya que es oasis en el desierto: una mujer bella e
inteligente.
2
El verdadero misterio, o aquello
que me intrigaba por aquel entonces, era por qué siendo Verónica quien era, se
había casado con Scott F.
Scott F. era un joven adinerado, cuyo mayor
talento era ser hijo de su padre, un señor que le heredaría fortuna y posición
social (un futuro asegurado). Había visitado la mitad de los países del mundo,
pero no era capaz de mantener conversación
en una tertulia literaria, o en cualquier conversación relacionada a la
cultura. Llevar una cabra a París o llevar a Scott sería la misma cosa.
Este hombre, sin embargo, era el marido de
Verónica Pinciotti. Su radar de talentos, su filtro de moscas, ¿no había
servido para nada? Esta es la pregunta que me hacía constantemente, y no era el
único. La postura de Verónica era la siguiente: asegurar un futuro. El futuro
de Verónica estaba asegurado desde que salió del vientre de su madre. Era la
respuesta que solía dar, y todos se conformaban con ella, como si fuese la cosa
más lógica del mundo. Debía haber algo más en sus motivos, algo, quizá, incluso
secreto para ella; cosas del inconsciente. ¿Buscar al padre en Scott?, ¿asentar
la supremacía de la mujer sobre el hombre con una pareja intelectualmente inferior?, ¿manipular a la
pareja buscando un pele por marido? Nadie, ni siquiera la misma Verónica podían
ofrecer a mi curiosidad una respuesta satisfactoria.
A esta búsqueda compulsiva, Petrozza la
llamaba: necesidad de follar. Desde que abandoné a Estela no lo había hecho. Él
aseguraba que enajenarme con el tema de Verónica, era un modo de sublimar mis
necesidades biológicas. La verdadera pregunta, según mi fiel amigo, era: ¿por
qué Verónica se acuesta con otro y no conmigo? Sumado a esto el hecho de que yo
me consideraba (Petrozza afirmaba que yo me consideraba) superior a Scott,
hacía de Verónica (que me traía hipnotizado, lo aceptara o no) el blanco
perfecto de mis elucubraciones. Si sigues así, dijo, acabarás por odiar a
Verónica, y a ti mismo, por no ser capaz de ligar la presa que otro cazador
menor, se ha comido.
Verdad o no, el caso de Verónica me
desconcertaba.
3
Por azares del destino, o porque
es verdad que uno atrae lo que busca, uno de eso días di con un libraco del
escritor Roberto Bolaño, intitulado: La literaturaNazi en América. En las primeras páginas del libro, podía leerse una
descripción que bien podría ser la de Verónica. La descripción es la siguiente:
“A los quince años publicó su primer libro de poemas,
A Papá, que consiguió introducirla en una discreta posición en la inmensa
galería de las poetisas de la alta sociedad bonaerense. A partir de entonces
fue asidua de los salones de Ximena San Diego y de Susana Lezcano Lafinur,
dictadoras de la lírica y del buen gusto en ambas márgenes del Plata en los albores
del siglo XX. Sus primeros poemas, como es lógico suponer, hablan de
sentimientos filiales, pensamientos religiosos y jardines. Coqueteó con la idea
de hacerse monja. Aprendió a montar a caballo.
“En 1917 conoce al ganadero e industrial
Sebastián Mendiluce, veinte años mayor que ella. Todo el mundo quedó
sorprendido cuando al cabo de pocos meses se casaron. Según los testimonios de
la época Mendiluce despreciaba la literatura en general y la poesía en particular,
carecía de sensibilidad artística (aunque de tanto en tanto acudía a la ópera)
y su conversación estaba al mismo nivel que la de sus peones y obreros. Era
alto y enérgico, pero distaba mucho de ser guapo. Su única cualidad reconocida
era su inagotable fortuna.
“Las amigas de Edelmira Thompson dijeron que
había sido un matrimonio de conveniencia, pero la verdad es que se casó por
amor. Un amor que ni ella ni Mendiluce supieron jamás explicar y que se mantuvo
impertérrito hasta la muerte.”
La descripción de Edelmira, adaptada a
Verónica, bien podría ser así:
A los veintitrés años publicó su primer libro de relatos,
Verónica Pinciotti, que consiguió introducirla en una discreta posición
en la inmensa galería de escritoras de la alta sociedad mexicana. A partir de
entonces fue asidua de los salones de Martin Petrozza y de Guillermo Garrido,
dictadores de la prosa y del buen gusto en ambas márgenes del DF en los albores
del siglo XXI. Sus primeros relatos, como es lógico suponer, hablan de
sentimientos filiales, pensamientos religiosos y experiencias sexuales.
En 2009 conoce al político e industrial Scott
F. Todo el mundo quedó sorprendido cuando al cabo de pocos meses se casaron.
Según los testimonios de la época Scott F. despreciaba la literatura en general
y los relatos en particular, carecía de sensibilidad artística (aunque de tanto
en tanto acudía a la ópera) y su conversación estaba al mismo nivel que la de
sus peones y obreros. Era alto y enérgico, pero distaba mucho de ser guapo. Su
única cualidad reconocida era su inagotable fortuna.
Las amigas de Verónica Pinciotti dijeron que
había sido un matrimonio de conveniencia, pero la verdad es que se casó por
amor. Un amor que ni ella ni Scott supieron jamás explicar y que se mantuvo
impertérrito hasta la muerte.
El último enunciado me impactó por su ambigüedad
y veracidad. Ni Roberto Bolaño, ni los personajes de su texto pudieron explicar
jamás el fenómeno del amor entre Edelmira y Mendiluce; asegura que ellos mismos
desconocía las razones que les unían: “Un amor que ni ella ni Mendiluce
supieron jamás explicar y que se mantuvo impertérrito hasta la muerte.”
En
ningún momento se habla de la belleza de Edelmira, pero se da por sentado que
era bella, en el asombro del mundo, y de las amigas, ante el casamiento. Si
Edelmira hubiese sido fea, a nadie le habría impactado, importado si quiera,
que se casase con un asno. La inclinación poética de Edelmira, queda en segundo
plano. Si no hubiese sido bella, nadie estaría escribiendo la historia de una poetisa
mediocre:
“En un periódico reciben la aparición de su nuevo libro de poesía (Horas de
Europa, 1923) tildándola de cursi. El crítico literario más influyente de
la prensa nacional, el doctor Luis Enrique Belmar, la juzga «dama infantil y
desocupada que haría mejor dedicando su esfuerzo a la beneficencia y a la
educación de tanto pillete desharrapado que corre por los espacios sin límites
de la patria».”
Esta
crítica literaria, acoplada a Verónica, bien podría ser la siguiente: En un periódico
reciben la aparición de su nuevo libro de relatos (Más o menos así es elhombre, 2012) tildándola de cursi. El crítico literario más influyente de
la prensa nacional, el doctor X., la juzga «dama infantil y desocupada que
haría mejor dedicando su esfuerzo a la venta de calendarios en bikini para tanto
pillete desharrapado y calentorro que corre por los espacios sin límites de la
patria».
La facilidad con que se tergiversa el texto
original a la vida de Verónica es sorprendente, como fenómeno de estudio hacia
dos direcciones. Primero, la semejanza de la vida de dos personas, como si los
patrones de vida no fuesen suficientes para el número de personas que viven, y
segundo, el estudio de los amores incomprensibles. Claro está, que esto abriría
una tercera pregunta: los amores, ¿deben ser comprensibles? Afirmar la pregunta
reduce al amor a una serie de razones lógicas, casi predecibles, y poco
interesantes. Bastaría hacer un estudio de factores, para saber si dos personas
pueden llegar a amarse, y el amor, cayendo en manos de la ciencia, carecería
del valor que le hemos dado como humanidad. ¿Qué caso tendría esforzarse en
amar a una pareja que se debe amar
científicamente hablando? ¿Dónde queda el esfuerzo de ganar el corazón de una
mujer, si ese esfuerzo es lógico, cosa de tiempo, y no de casualidad, destino o
tenacidad?
Ahora bien, si estas consecuencias lógicas del
amor, pueden aplicarse a varias personas, ¿dónde queda la búsqueda del amor
verdadero? ¿Qué hace especial a la pareja, si lo mismo puede ser una que otra
con características similares?
4
En el ejemplo de Edelmira, se
habla de un amor incomprensible, pero verdadero. En el caso de Verónica, se trata
de un amor incomprensible, y punto. Que sea verdadero o no, es la cuestión de
mis intrigas. Siendo verdadero, la vida de Verónica, y su casamiento, estarían
justificados, a pesar de las parcas aparentes razones lógicas. ¿No conlleva el
mismo esfuerzo casarse con un joven rico que ame las artes, particularmente la
literatura, que con un autómata millonario? Más sentido tendría que Verónica se
casase, contra viento y marea, con un joven pobre y desfachatado, irresponsable
y sin futuro, pero sensible al arte de escribir. De ser así, la historia
tampoco saldría de los anales de historias de amor hasta las fechas contadas,
¿cuántas historias similares no hemos escuchado? Al menos, tendría sentido y
valor, y todos podríamos entender en el fondo de nuestros corazones las razones
que motivan los sentimientos de Verónica.
La decisión de su boda con Scott F. es una de
las causas de su fortaleza, y fuerza del imán que nos atrae a ella. La
incompresibilidad de sus acciones, de su carácter, de su inteligencia mezclada
con belleza. Todo ella es un misterio:
¿Cómo puede ser tan bella? ¿Cómo siendo tan bella puede poseer la sensibilidad
de un escrito? ¿Cómo puede manejar su vida teniéndolo todo?, ¿Cómo puede
rechazar a tantos pelmazos con la mano en la cintura y casarse con Scott? ¿Cómo
puede acostarse con otros, que no son yo?