Texto por: Roberto Araque.
En
primer lugar esto no sucedió, por lo tanto es falso que en algún sitio
sobre la tierra alguien reculó el martillo de un revolver hasta
accionar su trinquete de traba. Por lo tanto el barrilete ni rotó ni se alineó
con la recamara del cañón. De igual forma no se oprimió el gatillo para liberar
el trinquete, gracias a esto el martillo
no retornó abruptamente a su posición original y el percutor no golpeó el
culote para generar la presión necesaria con la cual se produce el súbito
aumento de temperatura que desencadena un estallido de baja velocidad. Sin esa
explosión no acaeció la transferencia de energía que promueve la deflagración
de la pólvora contenida en la bala.
Debido a hechos no ocurridos en el interior de un mecanismo altamente
eficiente un proyectil no emergió disparado del cañón con un ángulo de 45 grados
y una velocidad de 350 m/seg. Asimismo es falso que, posterior al disparo,
el barrilete volvió a girar y enfilarse con la recamara del tubo a la espera de
una nueva descarga. Ni que emergió del cañón una ligera humareda, tampoco
microscópicos fragmentos de pólvora se incrustaron en la mano del tirador. Pues
nadie enfundó su pistola ni miró el horizonte con la sonrisa de niño al momento
de recibir un regalo, ni bebió el ron de la botella la cual sostendría con su
mano derecha si hubiese usado el revólver Colt tipo King Cobra
calibre 357/ 38 que le había entregado su compadre.
Él no
se desveló la noche del siguiente día por la intranquilidad generada al leer la
última página de un periódico. De igual forma no escuchó las quejas de su
esposa por el olor a pólvora en la camisa que le regaló en su décimo
aniversario. Tampoco sus lamentos por un incidente que, evidentemente, no sucedió
un segundo con dos milésimas después de las 2 y media de la tarde.
El proyectil no
giró alrededor de un eje longitudinal paralelo al del centro geométrico. Ni
siquiera logró elevarse a 2500 metros sobre el nivel del mar para luego
descender con una velocidad superior a los 450 m/seg. Menos aún atravesó de
palmo a palmo una ciudad, por tal
motivo la fuerza de la gravedad y la resistencia creada por el rozamiento con
el aire no pudieron desviarlo para que, en su caída y a pocos metros del
suelo, no perforase un balón con el cual unos niños jugaban fútbol. Del mismo
modo no desvió su camino después de impactar contra un poste de luz, tampoco,
posterior a la colisión, giró caóticamente alrededor de su centro de masa. No
destrozó el vidrio de una ventana ubicada al frente de una de las casas
pertenecientes al padre del niño que fungía como portero del equipo que perdía
por cinco goles antes que el balón, inexplicablemente y después de ser pateado
por el chico que marcó 4 de los 8 goles de su equipo, se espichara. Ni cruzó la
sala que limpió la madre del goleador del día. De igual forma no pasó a 15 cm
de la yugular de la madre del portero cuando veía su novela favorita ni rozó un
jarrón de porcelana sin quebrarlo. No
surcó el pasillo que termina frente a la habitación de un joven. Asimismo
tampoco agujereó una puerta de madera ni pasó frente a un monitor ni tumbó una
lámpara.
El muchacho no
sintió una punzada mientras anudaba su corbata. Tampoco faltó a una entrevista
de trabajo convenida a las 4 y media de la tarde en la planta de tratamiento de
aguas residuales ubicada a 17 km al noroeste de la ciudad. No gritó
ni vio cómo se tiñó de rojo la camisa recién planchada por la madre del
goleador del día. De igual forma no caminó en dirección a la sala enterado de
que una bala había impactado a un costado de su pecho y perforó todas las capas
de su piel. Asimismo ignorante de que impactó la segunda costilla esternal
derecha y, al despedazarse, los
fragmentos se incrustaron en los pulmones, clavícula y, la gran mayoría,
atravesaron las arterias carótidas comunes izquierda y derecha. Y sin embargo
no llegó a la sala, no porque se detuvo frente a la puerta de su cuarto
mientras su madre lo veía caer. No por eso, pues simplemente nada de eso
ocurrió.
Ni en sueños la
madre del goleador del día, mientras colgaba la ropa en el tendedero, brincó
del susto al escuchar el estruendo generado por la bala cuando destrozó el
vidrio de la ventana. Ella no llamó a su hijo, ni lo mandó a hacer la tarea
minutos más tarde. Ni La madre del portero sintió una punzada sobre su cien en
el instante en que escuchó el gemido del joven que se anudaba la corbata. Los
chicos no se lamentaron al ver el balón caer desinflado sobre el pavimento. Menos
aún el portero, minutos después, dijo:
-No ganaron
porque quedamos en que el partido era para 10 goles.- mientras los chicos del
otro equipo se burlaba.}
La madre del
chico que se ataba la corbata no atravesó la sala ni lo encontró con la camisa
ensangrentada al final pasillo frente la puerta de su habitación. No lo observó
míseramente, mucho menos él se desmayó. Tampoco llamó a la señora que fungía
como servicio con un grito:
-¡Aurora…!-
Ese día no se
apareció una ambulancia, similarmente
paramédicos no dejaron caer al chico de la camilla al intentar llevarlo al
hospital. No pretendieron colocar una gasa impregnada de alcohol debajo de su
nariz para revivirlo, ni curiosos se asomaron al portal de la vivienda con la
ventana rota. Mucho menos un fotógrafo empujó a unos de los niños que se
aglomeraron frente a la casa del muchacho que, mientras se anudaba la corbata,
no recibió un impacto de bala que reduciría su vida a 5 minutos. Es invento que
el padre, después de escuchar la noticia, sufrió un infarto.
Un hombre dijo:
-Guarda eso- Su
compadre le enseñó un revólver que compró, quería que él lo usara. Bebieron
ron, bajaron la colina y, antes que oscureciera, cada quien agarró por su lado.
El hombre quería
llegar temprano porque su mujer estaba rara. Dijo que tenía varias semanas
encabronada, el compadre le encargó que se la cogiera bien de vez en cuando. De
igual forma, de regreso y después de dejar a su compinche de toda la vida con
sus problemas maritales, se encontró con el malandro que le vendió la pistola.
Hablaron un buen rato y, un instante antes que se fuera, le pidió municiones
porque sólo le quedaba una bala.
El compadre continuó su camino y el tipo que
le vendió la pistola, mientras se iba sin rumbo, pensaba, con la sonrisa en el
rostro, en lo mierda que era. Esa misma tarde atracó a un niño quien horas
antes marcó 8 de los 10 goles que obtuvo su equipo en una caimanera de fútbol
sala. Se convirtió en héroe cuando dejó la portería y suplió a un delantero.
Recibía los pases del compañero que moriría tres días después en la sala de la
casa de la novia del chico que no murió ese día mientras se ajustaba la
corbata. Luego realizaba unos quiebres, amagues y chutaba en dirección al arco.
Su alegría terminó en el instante en que un negro con un diente de oro se
acercó sonriente. Sin decir ni pío arrancó a correr, pero besó el pavimento.
Previamente había tropezado con la hermana menor de la mujer que laboraba como
servicio en su casa.
Salió de una
quinta ubicada a dos cuadras de la plaza Bolívar y, sin darse cuenta, tumbó a
un niño. No se quiso complicar y se alejó lo más rápido posible. Regresó muy
tarde, encontró a su esposo tirado sobre la cama y a sus tres hijos en la
calle. Inmediatamente formó un alboroto porque su marido estaba rascado. El inconveniente
no era que estuviese borracho sino que a altas horas de la noche le pedía culo
y a ella no le gustaba porque era muy rustico.
El problema no
era tanto su esposo, pues era trabajador, fiel y ganaba bien –relativamente-.
Tampoco que no arreglara las luces, el fregadero, los lavamanos, el techo, la
cama ni nada El peo estaba en que
después de haber visto el interior de una quinta todo en su casa parecía mugre.
Hace tres semana se le vio en la planta de tratamiento de agua en busca de un
trabajo. Allí buscaban un contador, sin embargo, eso no la desanimó porque
tenía otras dotes.
La mujer del
amigo del hombre que no disparó el revólver compraba en una panadería. Escuchó
un grito y miró – como la gran mayoría de los presentes- en dirección al
origen. No atendió a los berrinches del guaricho, sino a la mujer que se
alejaba. No le prestó atención al asunto, o por lo menos en ese momento, y
continuó en lo suyo.
Días más tarde
la mujer del amigo del hombre que no disparó la pistola comentó lo sucedido a
su marido. Este no le dio importancia, pero la idea quedó en el aire.
Al tercer día –
el día en que murió el niño que hacía los pases en el partido de la remontada-
El hombre que no disparó el revólver invitó a su amigo a una reunión. Él lo
ignoraba, su amigo lo sospechaba y la mujer del amigo aseveraba que la esposa
del hombre estaba en la quinta. Ella no la vio entrar, tampoco salir, sin
embargo, estaba tan segura que le dijo, en privado, haberla visto frente de la
panadería de Don Julio. Cuando esta lo negó supo que mentía. No insistió porque
no era su problema.
La esposa del
hombre que no disparó el revólver aparentó no interesarle el comentario, cambió
el tema. Pero, como suele suceder con las cosas importantes, eso la distrajo;
pensó en lo que le haría su esposo si se enteraba.
El amigo del
hombre que no disparó el revólver visitó a su compadre, llevó carne para asar.
Fue al patio mientras su esposa conversaba con la mujer que trataba de ocultar
algo que la mitad del barrio sabía. Lo encontró triste. Trató de animarlo,
luego preparó la parrilla y envió al hombre que no quiso usar su revólver por
unas cervezas.
Uno de los hijos
del hombre tomó el revólver. Se lo mostró a su padre mientras jugaba dominó,
este ni se dio cuenta. Luego entró a la casa, cruzó la sala y fue al cuarto
donde estaba su madre. Ella hablaba por teléfono, seguidamente le apuntó con el
arma y esta dijo que no molestara. Salió. En la calle se encontró con unos
amigos. Ellos le pidieron la pistola. Sólo dejó que uno lo tomara, este se
cansó de apuntar y lo devolvió, después dijo que era de juguete. Al rato fue al
cuarto donde dormía su hermano. Encendió el televisor. Su hermano
despertó, le quitó el arma y fue al
cuarto de su madre, quien aún hablaba por teléfono, para preguntar si podía
quedárselo. Ella respondió que sí. Regresó al cuarto y echó a su hermano.
Después él
entró, tomó el revólver y se marchó. Primero fue a la cocina, pasó justo al
frente del compadre. Éste lo miró, le pidió el revólver, lo examinó y dijo:
-Parece de
verdad.- Lo hubiese observado con más detalle, pero pasó la hija mayor de su compadre en faldas,
con una franelilla y sin sostén.
Devolvió el revólver y quiso saludar a su ahijada. El niño se cansó de
andar con la pistola y la dejó en el sitio donde la encontró.
Justo antes de
hacer algo indebido con su ahijada, pues estaba en la entrada de su cuarto, se
acordó que el niño le había mostrado una pistola muy parecida a la suya. No
sintió la pistola en su cinturón, pero sí algo que le subía por la garganta.
Buscó su revólver sin llamar la atención; la encontró donde lo dejó.
El niño se sentó
a un costado de su padre mientras lo veía jugar. Como los mirones son de palo,
el padre le dijo que se fuera a jugar para otro lado.
El amigo
disimuladamente trató de tomar el revólver. Alguien trancó el juego y el padre
del niño que hizo los pases para la remontada en el partido de fútbol se
levantó. Casi que de inmediato observó al compadre y le preguntó por la
pistola. No esperó respuesta. Primero lo regañó, luego se la quitó.
Ella aún hablaba
por teléfono cuando escuchó el disparo.
***
Años más tarde
el chico que no murió mientras se anudaba la corbata realizaba su habitual
jornada de inspección en la planta de tratamiento de aguas residuales. Observó
una mancha negra en el agua. Llamó a su supervisor quien, minutos más tarde,
apagó las bombas de suministro.
Texto por: Roberto Araque.
Muy interesante
ResponderEliminarExcelente
ResponderEliminarExcelente
ResponderEliminarEXCELENTE GRACIAS
ResponderEliminarme encato
ResponderEliminarCasi al final hay un error con un artículo y por allí hay un verbo que se repite en una oración. Gracias por sus comentarios.
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