Durante mi estancia en la casa de
Petrozza, bajo la influencia de Simona, releí los poemas de J. Keats. Quiero decir, releí a conciencia los
poemas de Keats; encontrando en su poesía el reflejo de una parte de mi alma.
Simona era lectora asidua del señor Keats, motivo por el cual, Petrozza le
consideraba cursi y afeminada.
Fue una noche de marzo cuando los escuché
discutir al respecto. No pudiendo quedar al margen de una conversación sobre
poesía, me inmiscuí. Petrozza y Simona cenaban, sobre la mesa del comedor ella;
sobre las piernas, sentado en el sofá, él. Simona, sentada sobre sus asentaderas,
espalda recta, cuidadosa al llevarse la comida a la boca, opinaba de Keats como
el poeta más romántico sobre la faz de la Tierra e ingenioso hasta la muerte (citó
el epitafio del poeta: “Aquí yace un hombre cuyo nombre ha sido escrito en el
agua”). Petrozza, encorvado como roedor, comiendo con los dedos y batiéndose la
camisa, sin el menor cuidado de tirar la comida del plato a la boca (luego lo
recogería con los dedos y se lo zamparía), decía de Keats que era un poeta
estupendo en los fondos, pero malo en las formas; formas muy generales, poco
ingeniosas, arquetípicas y simples.
Aquí entré yo, defendiendo a Simona,
ensalzando a Keats precisamente por sus formas, y desmeritando, en todo caso,
sus fondos, arquetípicos, sí, como toda la literatura. Petrozza me ignoró, no
tomaba esta discusión en serio, le daba lo mismo ganar o perder. Simona, fiel
admiradora de mi opinión sobre poesía, dijo que a ella le parecía estupendo y punto. Petrozza rió; tomaba a juego
las discusiones con Simona porque con ella no se podía discutir seriamente:
salía con cosas como estas, donde un “y
punto” valía para dejarla satisfecha. Si se hacía una opinión, le bastaba
para darla por sentada y todo cuestionamiento lo consideraba querella. Así no
podía llegarse a algún lado, ciertamente. No podíamos decir: Keats es el poeta
más maravilloso sobre la faz de la Tierra, sólo porque Simona había dicho. Era cansado hablar con
ella, sobre todo en lo tocante a debates o críticas literarias. A pesar de
ello, la poesía me apasionaba y era imposible quedarse callado.
Llegué demasiado tarde (o justo a tiempo):
Simona se levantó. Llevó los platos a la cocina y saliendo se fue a su
habitación. Quedamos Petrozza y yo, y por supuesto, cigarrillos y cervezas para
poder charlar. Petrozza fue por las cervezas, los cigarrillos los puse yo. Discutimos
el tema alrededor de quince minutos. No logramos nada nuevo. Ambos entramos y
salimos pensando exactamente lo mismo. También salimos borrachos.
2
Al día siguiente desperté a las
dos de la tarde. Las costumbres Petrozzianas se adueñaban de mí: comer poco,
beber mucho y dormir hasta tarde. Lo primero que hice fue coger un libro de
Keats. Me acomodé sobre la cama improvisada, de frente a la ventana. Recibía el
sol de lleno y bebía el resto de una botella de ron, acompañada de un
cigarrillo (costumbres ajenas acogidas durante mi estancia aquí). Leía, bebía y
fumaba. Todo lo que un escritor debe hacer antes de escribir, según el maestro
Petrozza. Cualquier otra actividad interrumpe las labores artísticas del
escritor (excepto follar, que puede alimentarlas).
En el cuarto contiguo estarían Petrozza y
Simona, durmiendo como focas hasta el atardecer. Se levantarían cuando se
cansasen de dormir (se acostarían cuando se cansasen de estar despiertos).
Petrozza comería los restos de la cena de ayer o una más lejana mientras Simona
cocinaría el desayuno, del que también tomaría parte Petrozza. Con las barrigas
llenas, tomarían la ducha juntos, como era su costumbre. Pasado esto, Simona
atendería los negocios (era dueña de un par de tiendas en la colonia Roma) y
Petrozza daría comienzo al día (a las tres o cuatro de la tarde) con su matutina
(se empeñaba en llamarla matutina) visita al bar. Esto era un martes cualquiera
en la vida de la familia Petrozza.
3
A las cinco de la tarde, Petrozza
entró a mi habitación, sin tocar o avisar, como era su costumbre, y dijo:
alístate, Salmo, nos vamos al bar. Yo no sé con qué dinero, dije, porque no
pensaba darle un centavo más a Petrozza, ya me había sacado mil pesos y… tengo
cuenta, interrumpió mis pensamientos. Hasta ahora Petrozza no lo había mencionad,
y de ser así, ¿por qué demonios no utilizó su cuenta para gastarse lo que yo
tuve que gastar? Es nueva, gritó antes de irse, como adivinando mis
pensamientos.
El bar estaba a una calle de la casa, sobre
Medellín, en la parte de atrás del edificio donde está el Rincón Cubano. Un
bar, definitivamente, al estilo de mi amigo. La cerveza a doce pesos antes de
las nueve de la noche. Una oferta así sólo se consigue si se sale con Petrozza,
no hay otro modo. ¡Un bar en la colonia Roma, con cervezas a doce pesos! El
nombre del bar no estaba impreso en ningún lado, como todos los sitios a donde
voy con él. El nombre de estos bares, es, generalmente, el nombre que la gente
ha dado a algo así. La puerta negra, el Nomás no llores, la Casa de mamá, la
Bodega, el Recreo, el Baño, las Escaleras, etc. Ninguno tiene razón social ni
operan bajo las normas de la ley.
Entramos y saludamos al mesero del bar, que
era amigo del dueño, que era amigo de Petrozza y nos abrieron cuenta. Petrozza
no mintió, beberíamos sin pagar un centavo, como era costumbre de este perro
loco.
Cerveza en mano, Petrozza se soltó. Salió con
un tema que lo tenía pensando los últimos días, según dijo: la existencia real
de las cosas hipotéticas, o la existencia hipotética de las cosas reales. Petrozza
era así. Podía ser un borracho cualquiera, pero su conversación no era la de un
borracho.
Explicó su incredulidad a los fenómenos físicos operantes dentro del campo de la realidad. Por ejemplo, podemos decir un perro cruza la calle. Este fenómeno
es real siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones, a saber, que un perro
cruce verdaderamente la calle. ¿A qué
llamamos verdaderamente? En este momento (en cualquier momento) uno puede decir
un perro cruza la calle sin necesidad
de atestiguar el juicio y no por ello mentir. Sabemos que un perro existe en
este momento (en cualquier momento) y muy probablemente cruce la calle, o se
orine sobe sobre el neumático de un coche. Pero decir que un perro cruza la
calle sin verlo, es casi tan ilusorio como afirmar el pretérito de la misma
acción. Un perro cruzó la calle. La
acción pasada es algo tan vano, incluso si alguien miró al perro hacer, como
decir que anoche soñamos con mariposas de dos cabezas. Nadie puede ser testigo del
pasado. Así, Petrozza afirmaba que todas las cosas pueden ser o no ser, y es lo
mismo. La historia del hundimiento del Titanic es hoy tan real (o ilusoria)
como la historia del capitán Ahab. Incluso, la historia de cualquier libraco de
ficción, en tanto que sucede en la
mente del lector, ¿está cerca de aquello que llamamos realidad? ¿De qué depende
exactamente la realidad? Escuchar en las noticias que un niño en China muere
torturado por su padre, sin estar en China ni mirar al niño morir, y dar al
enunciado el valor de realidad es tan ingenuo como afirmar que un perro cruza la calle sin estar
presentes en el momento justo de la acción. Nunca he mirado a un niño Chino,
ni a un torturador ejecutando a su víctima; sin embargo, puedo creer a pies
juntillas que en China un niño ha muerto a mano de su padre. Puedo afirmar que
en este momento alguien hace el amor,
porque el amor es algo que se hace comúnmente pero mi juicio tendrá la misma
validez que si dijera alguien salta cincuenta metros. Otro ejemplo es
el de Jesús o Papá Noel, dos personajes de ficción. Uno lo tomamos por
verdadero, otro por falso, aunque se encuentran en el mismo plano.
Cuando preguntó mi opinión le di la razón en
todo (no deseaba discutir a profundidad) y ejemplefiqué la vida de los escritores.
¿Hasta dónde es real que Hemingway mataba leones con las manos; y hasta donde
importa que eso haya pasado? En todo caso, ¿qué tiene que ver eso con su
literatura? Saber, o creer, que Hemingway mataba leones con las manos (o
escopetas) le pone en ventaja frente a otros escritores. Nadie puede probar que
Hemingway matara nada, no es necesario ya. Creerlo es importante; no es
importante que haya pasado de verdad. Lo mismo con todos, ya se sabe: el
sufrimeinto de Dostoievsky, la locura de Kafka, la genialidad de Capote, el
alcoholismo de Poe, la homosexualidad de Rimbaud. Di muchos ejemplos, pero era uno al que
deseaba llegar. Al hombre cuyo nombre fue escrito en el agua. ¿Puede esta frase
mezclarse al campo de las frases reales? Nadie ha visto a alguien escribir su
nombre en el agua, pero al pensarlo, ¿es posible? El nombre de Keats fue
escrito en el agua, me consta, en tanto que lo creo, y creerlo basta, como
quien cree en Jesús o la Virgen María que parió sin hacer el amor con alguien. Si
algo así es posible, yo creo en Keats.
En mi pensamiento estaban los poemas de Keats,
las formas de Keats, los fondos de Keats, sus metáforas y versos, sus rimas,
sus cantos a Fany… y las sonrisas de Simona. Estaba en mi cabeza Simona leyendo
a Keats, soñando con las manos tibias aún que llenan de caricias antes de
enfriarse eternamente. Creía en Keats y en la fuerza con que Simona creía en el
como el poeta más hermoso que haya pisado la Tierra. Bastaba que Simona dijera:
es el mejor poeta del mundo, para ser cierto, al menos, del mismo modo que un
perro cruza la calle, o un niño en China muere por las torturas de su padre, o
Jesús nos salva de nuestros pecados, o Papá Noel reparte juguetes a los niños
bien portados, o Hemingway mató leones con las manos, o… O yo creía que Simona
era la mujer más bella, etc.
4
A las nueve de la noche salimos
del bar. Petrozza no estaba dispuesto a pagar más de doce pesos por cerveza.
Caminamos hacia el parque México. Rondaríamos las calles, cosa que
disfrutábamos, pensando en cualquier cosa.
Aquella tarde jugamos al juego de y si. Nos apasionaba, podíamos inventar
historias de más de treinta minutos. El juego consistía en pronunciar un
enunciado, cualquiera, después de la frase y
si… El enunciado podía (debía) ser fantástico, pero apegado a las reglas de
realidad, es decir, crear fantasías que pudieran ser. Yo dije: y si… entráramos a
un banco y lo robáramos como cuentan que lo ha hecho una señora: entregando un
papel al cajero que diga esto es un asalto, deme el dinero de la caja o le
mato. La cajera entregó el dinero y nadie pudo culparla; no iba a arriesgar su
vida ni la de todos los presentes por la cantidad que estuviese en la caja a su
cargo. La señora salió del banco con toda calma, subió a un coche y se largó.
Cuando la señora salió la cajera cayó en desmayo. Luego se supo todo el rollo. Nadie
se explicó cómo mataría la asaltante a la cajera, en ningún momento se declaró
armada o algo, tenía sesenta años; un niño hubiese podido evitar el atraco. Sin
embargo, nadie culpó a la cajera; ninguno podía saber qué hubiese pasado si… La
amenaza era real o ilusoria, pero dio resultado. Petrozza y yo podríamos hacer
lo mismo, entrar y dar a la cajera una carta donde se explique el porqué debe
entregársenos el dinero de otras personas.
Petrozza continúo el juego diciendo y si… agregamos a la misiva una invitación
a salir a la cajera; con toda esa pasta pasaremos de ser tú y yo, ipso facto, a dos buenos partidos. ¿Y si… acepta con la intención de
entregarnos a la policía? Y si… nos
arrestan y estando encarcelados nos encontramos a nosotros mismos y escribimos
libros desde dentro, como el Marqués de Sade, y luego la gente dice: Petrozza y
Salmoneo escribían dentro de sus celdas, sobre papel higiénico que compraban haciendo
quehaceres a otros presos… ¿Y si… nos
ponen a lavar mierda? Y si… escribimos
sobre cómo lavábamos mierda para sobrevivir en la cárcel y la BBC nos
entrevista desde dentro… Y si… Simona
nos visita y nos lleva tartas de fresa con una lima dentro… Y si… vendemos las tartas por permisos
para no lavar los baños…
Podíamos estar así por horas, caminando y
fumando por las calles de la colonia Roma, semiborrachos, ausentes de la
cotidianidad, lejanos a todos aquellos que paseaban a sus perros; lejos incluso
chocáramos con ellos.
Anduvimos así hasta la media noche. A la media
noche regresamos a casa, hechos una risas, abrazados como compadres haciendo del
juego una broma sarcástica de nosotros mismos. Abrimos la puerta, subimos las
escaleras, entramos a la casa. Dentro estaba Simona, sentada sobre el sofá,
leyendo. Esta imagen de ella me hizo callar, porque me impactó; como un trueno
que cae sobre un árbol, cayó sobre mí la realidad. ¿el enamoramiento es una
cosa real o ilusoria?, pregunté en voz alta, delatando mis sentimientos.
Petrozza me dio una palmada en la espalda, y arrastrándome al cuarto dijo: yo
te exorcizaré el enamoramiento, cabronazo. Te lo voy a sacar por el culo,
mamón.
Por supuesto, bromeaba. Hizo meterme al cuarto
porque deseaba estar allí, pégandole al trago hasta el amanecer, que era la hora
en que solía dormir. Tomamos media botella de whisky y hablamos sobre el
destino de mi dinero. Petrozza deseaba regresarme
a la realidad.
La realidad es como la mercadotecnia, la TV, la historia, tus padres quieren que sea... mejor engáñate tú ¡sé fantástico!
ResponderEliminarExcelente!!!
ResponderEliminarDurante mi estancia en la casa de Petrozza, bajo la influencia de Simona, releí los poemas de J. Keats. Quiero decir, releí a conciencia los poemas de Keats; encontrando en su poesía el reflejo de una parte de mi alma. Simona era lectora asidua del señor Keats, motivo por el cual, Petrozza le consideraba cursi y afeminada...gracias es bello
ResponderEliminarexcelente..
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