Anoche celebraron el cumpleaños de Vicky, mi
hermana menor. Vinieron familiares de todas partes; quizá por eso mis padres se
escandalizaron cuando avisé que no asistiría. Prepararon un pachangón… como si
Vicky se fuese a enterar si quiera: cumplió dos años, ¡caray! Tenían planes para esa noche; siempre tenían planes para
todo; para la vida de todos. Jamás preguntaban a los interesados si realmente
les interesaba. Controlaban la fiesta de Vicky (que en realidad era una fiesta
para ellos) porque tenía dos años, pero yo tenía quince y no iba a dejarme
mangonear por nadie; mucho menos por mis padres, que me tenían hasta la
coronilla con su impecabilidad.
Prometí estar con ellos hasta las ocho de la noche,
pero ni un minuto más. Por supuesto, no estuvieron de acuerdo; gritaron que si
salía por esa maldita puerta ya podía darme por abandonada. Echarían llave a
todas las puertas de la casa y no querrían volver a verme nunca jamás. ¡Me
tenían hasta la coronilla! No permitían que viviera mi propia vida, ¡caray! Traté de explicarme, de hacerles
ver que el cumpleaños de Vicky no significaba nada para mí, ni para nadie; todo
el mundo vendría a beber y jugar entre adultos, y yo, bueno, no encajaba en ese
mundo, ¡ni siquiera me dejaban beber con ellos! Madre era capaz de entender, en
el fondo de su podrido corazón lograba comprender el peso de mis razones: ¿qué
haría yo en una fiesta de adultos? A menos que fuese Vicky, nada. Al menos
Vicky podría dormirse; ella no tenía las necesidades adolescentes que cargaba
yo sobre mi pobre alma.
Padre, bueno… ese sí no entendía nada de nada.
Le bastaba decir no sales para acabar
con el mundo de otra persona. Eso es lo que hacía, matar a una hormiga o un
mosquito: tengo mis asuntos, como un mosquito tiene los suyos. Desde la
perspectiva de papá, mi mundo es insignificante. Los libros que leo, la música
que escucho, las películas que veo; mis amigos, mis novios, mis intereses y
motivaciones en la vida; mi forma de pensar. Para él existe una sola regla y una
sola ley: su palabra y sus tanates. Estos últimos los tenía bien puestos, pero
ya era hora de que alguien…
2
Llamamos a Martha por última vez,
si no iba a venir, mejor; es una lata salir con ella, siempre con el rollo de
su padre, de pedir permiso, de avisar a casa; ¡por favor, ya tiene quince años!
Pero Pablo no quería irse sin ella, es un desgraciado; nomás porque lo trae de
culo esa mojigata: a leguas se mira que no va a coger, esa gatita es de casa y
a esas no les gusta la reata. Bueno, sí les gusta, pero se dan a desear… como
si fueran la última cocola del desierto. Dijo que vendría, aunque, ¡no mames,
ya teníamos una hora esperando!
Paulina estaba de mi parte, a esa vieja le
caía en la punta del pie salir con Martha; siempre nos retrasaba las cosas o
nos hacía salir temprano de las fiestas, con tal de llevarla. Los más que la
dejaban era a la una de la mañana, ¡no manches!, a esa hora apenas comienza lo
mero bueno.
Piche Pablo, me cae: está más enculado que Romeo
por Julieta. Se lo cuento a Pau, lo de Romeo y Julieta, y dice: tú ni has leído eso, cállate. Piche
vieja, es una cabrona; por eso me cae bien, porque dice las cosa como van. La
neta no he leído nada, qué voy a leer yo, si tengo mejores cosas que hacer. Por
ejemplo: esperar a la puta de Martha, chinga, me encabrona.
Bajamos a fumar, recargados sobre el coche de
Pablo. Le ofrezco un cigarro a Pau y acepta; hasta crees que se va a negar,
pienso, si está acostumbrada a que le den todo. Ojalá fuese así de sencillo
acostarse con ella. Dicen que es fácil, pero le gusta la gente mayor. Como si tuvieran
vergas más grandes, ¡nomás vea la mía no me dejará descansar! La cosa es esa,
¿cómo la convenzo la primera vez? Con la primera vez basta, ¡nomás que me tenga
encima! Tiene unas pinches nalgotas de no
mames. Ojalá fuese tan valiente como Ricardo, ese güey se la pasa
arrimándole la pistola. A veces hasta le manosea el culo y ella no dice nada.
¿Cómo hacen algunos para tener facilidad? Yo soy bueno para hablar con ellas,
con las mujeres, pero de ahí no paso. Ya me estoy cansando de ser el confidente
de todas. Si sigo así voy a terminar siendo Padre de una iglesia, no me
chingues.
Después de dos cigarrillos la vemos venir, por
fin, a la pedorra de Martha. Viene metida en uno de esos vestidos de niña
tonta. No sé cómo Pablo puede morir por ella, Dios, es una pendeja. Paulina
mira el reloj en su muñeca, un cacharro del tamaño del mundo. Ahora nomás falta que tenga una hora de
libertad, me susurra al oído. Ya no contesto, ya conoce mi actitud para con
Martha. Escupo al suelo y me trepo al coche, desesperado. Luego sube paulina, a
la parte de atrás, conmigo, y esperamos que los tórtolos, o tóntolos, se
saluden de beso y todo. Cuando lo han hecho, Pablo hace subir a Martha por
delante. Sube y la miro. Después de todo tiene tetas; ya casi comprendo a
Pablo; son un par de puta madre, eso que ni qué. El vestido no está mal, deja
ver la mitad de la carne. Soy un pervertido, nomás ando pensando en viejas. Aún
así, yo no saldría con ella, es una pesada. Apuesto un dedo a que antes de
llegar nos hará parar para ir al baño.
3
Llegamos a la fiesta a eso de las
diez, no manches. Quedamos de vernos a las ocho, pero Martha se retrasó, para variar. Antes de entrar me lo advirtió:
debía estar en casa antes de la una. Eso, menos el tiempo de traslado, me
dejaba apenas dos horas para estar con ella. Era mucho menos de lo que deseaba;
total, algo era algo, no podía gritarle: ¡no me chingues, una hora y media de
estarte esperando y para esto! Debía calmar los nervios, porque la neta, me los
alteraba. Y encima con esa actitud suya, de niña buena, como si las niñas
buenas valieran de algo. Lo que quiero es cogerte, puta, chinga, déjate de
babosadas y no llegues a casa, vámonos a un hotel saliendo de aquí. Sí, cómo
no. Martha no es de esas. Maldita la hora en que mis testículos se
encapricharon con ella. Ahora tengo que joderme, por pendejo. Se me pasa el
enojo nomás la veo; ¡tiene unas tetas!
Bailamos dos piezas antes de la bronca. La
bronca se armó precisamente por eso, por bailar. Como ya había perdido mucho
tiempo, me di a la tarea de tomar a Martha de la mano, inmediatamente, y
llevarla a la pista. No se molestó por esto, claro; se molestó porque según
ella yo tenía las manos muy despiertas. No
tengo la culpa, chinga, si llegamos tarde, justo a la hora en que ya todos
estaban bebidos y calientes, no es culpa mía: debíamos ponernos al nivel. Total
que se encabronó porque según ella, yo era diferente y ahora resultaba ser como
todos. ¡Qué putadas! Claro que soy como todos, porque soy humano y tengo
instinto; lo que ellas quieren es salir con un extraterrestre o un marica que
nomás las quiera estar llevando y trayendo y de cama nada. Eso no existe en
este mundo, aquí hay instintos, hay calor, mami.
Edgar y Paulina se enteraron de la cosa. El
ogete de Edgar estaba chingue y chingue. Ya
mándala al carajo, déjala que se vaya como pueda, pinche cenicienta, decía.
No le culpo, ganas me faltaban pocas, pero… no mames… no iba a perder los meses
invertidos en esta mujer por un enojo. Paulina no decía nada, pero me miraba
como diciendo: eres un pendejo, ya
déjala. Martha se puso en un plan de la fregada. Se paró en una esquina con
los brazos cruzados, haciéndose la víctima. Yo la miraba de lejos, para no darle
a entender que me moría por ella. Mientras tanto bebía.
4
A mí me valía madre, si el
pendejo de Pablo quería perder su tiempo con esa niña, me daba igual. No me
quitaban el sueño sus aventuras románticas, pero esto era el colmo. La pendeja
nos había hecho esperar casi dos horas y
ahora salía con su drama. Que no joda, si Pablo le ha demostrado, ha
estado tras ella más de dos meses y la pinche escuincla nomás no afloja. Por
eso me cagan las niñas de papá, porque se creen el último culo del mundo.
Lo peor no fue eso, sino lo que pasó después,
cuando la princesa quiso irse a casa, no me jodas. Eran las doce de la noche,
acabábamos de llegar, había hecho su numerito de niña buena y ahora exigía a
Pablo regresarla a casa; no le habían dado más permiso, ¿y Pablo qué culpa
tenía? Y de paso nosotros, Edgar y yo, que veníamos con Pablo, ¿es que debíamos
someternos a la ley de su padre?
Yo me negué rotundamente, dije que no, no y
definitivamente no. Pablo trataba de convencernos. Quería que fuéramos con él a dejar a Martha y de ahí a otro lado. La
fiesta estaba bien, ¿por qué irnos?, ¿sólo por los berrinches de esa? No movería un dedo por alguien que
no es capaz de comprender a Pablo.
Edgar también se negó. Incluso peor que yo,
puso a Pablo contra le espada y la pared. Edgar y yo éramos los mejores amigos
de Pablo, y le dijo: si te vas con ella
te olvidas de nosotros. Edgar hablaba en serio, no se anda por las ramas en
esas cosas. Pablo lo sabía; nos conocíamos desde la infancia, jamás nos
habíamos abandona, si Pablo lo hacía ahora…
Esto enloqueció a Pablo, de verdad, quiero
decir enloquecer. Movió la cabeza,
casi llorando porque ya había bebido y porque, en general, era sensible; no
soportaba la presión de perder a sus amigos. Pensé que actuaría maduramente, que
el planteamiento de Edgar le haría poner los pies sobre la Tierra: ya estaba
bueno de volarse por esa. Sin
embargo, esta vez nos sorprendió. Hasta Edgar piensa que se pasó de la raya.
Lo vimos ir con Martha, suponiendo que
hablaría con ella por las buenas, hasta llegamos a pensar que caería en sus
garras y tendríamos que regresar con él (porque dejarlo solo, nunca). Lo vimos
hablar, sí, y a leguas se notaba que gritaba. De hecho, la gente dice que eso
hizo. Se plantó frente a ella y le gritó un montón de cosas. Ya nadie las recuerda con exactitud, poco
importa, lo importante es que el pinche Pablo le pegó una cachetada, Dios. Desgraciadamente
no lo vi, me enteré cuando pararon la música. Encendieron las luces, pararon la
música y todos exclamaron. Hubo algunos que se le fueron encima a Pablo, ya sabes, de esos que dicen que a una mujer
ni con el pétalo de una rosa. No digo que estuviera bien, pero tampoco era pa´
tanto, se lo merecía en el fondo.
Pablo logró detener a todos, con su actitud.
En serio, estaba enloquecido, fuera de sí, poseído. Ninguno fue capaz de
interceptarlo o ponerle un dedo encima. Edgar
y yo lo seguimos. Se metió a su coche. Nos vio y dijo: nos vamos. Subimos de inmediato, no lo podíamos creer, pero dejar
allí a esa mustia nos daba alegría. Edgar abordó en el asiento copiloto y yo
atrás. Bajó la ventanilla de su puerta y gritó: ¡eso te pasa por apretada! Fue la última vez que vimos Martha aquella
noche. Lástima daba, pero tampoco era para tanto, apenas lo que se había ganado.
muy buen texto ¡ linda narrativa ¡¡
ResponderEliminarexcelente...
ResponderEliminaryo amé la palabra: "pachangón"
ResponderEliminarYa es el segundo que leo...me deleitan muchísimo. "Según ella...yo tenía las manos muy despiertas...." una genialidad. Gracias por compartir. buena tarde. Se/sean felices !
ResponderEliminarbello gracias por compartirlo un abrazo
ResponderEliminarExcelente aporte a la lectura, gracias, un abrazo.
ResponderEliminarél, ella, el otro, Que Pablo, que Martha, que Edgar.. y ella???... me gusto como se mezclan los narradores... que en realidad eran personajes... :)
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