Después de caer en cuenta que
culpar a Dios de mis males era un sinsentido tan grande como culpar al ratón
Miguelito de la estupidez humana, lo comprendí: sólo el hombre, la criatura más
detestable sobre la faz de la Tierra, la más vil y cruenta, la más voraz y
despreciable de todas las cosas vivas, es capaz de crear algo peor que él
mismo: un ente maldito, incorpóreo, sagrado, mítico, muerto pero vivo: la
entidad moral, o empresa.
Todos los males de esta
puta vida ocurren a raíz de las empresas. La pobreza, la privatización, las
malas pagas, la frustración, el sentimiento de fracaso, la vejez prematura, el
ego inflado de algunos mamarrachos, los endeudamientos, el deseo de poseer cosas
que no se necesitan, la locura, el suicidio, las enfermedades cardiovasculares,
el agotamiento, las jubilaciones, la pérdida de cabello, el vacío existencial,
la soledad, los divorcios, el alejamiento de los padres con los hijos, el odio,
la fragilidad, la insensibilidad del hombre para con los animales, el
alcoholismo, las envidias, los malos hábitos, la ignorancia, la obesidad, la
desesperación, la infidelidad, las bodas, las hipotecas, los créditos
impagables, los problemas ecológicos. En resumen: la destrucción del mundo
entero es, gradual e inevitablemente, culpa de las empresas. Maldita la
hora en que el hombre creó la entidad corporativa.
2
Nos contrataron para vender
casas. Nos contrataron en masa, como si cada uno de nosotros no valiese más de
un centavo. Decir que nos contrataron es demasiado, en realidad no existía
algún tipo de contrato, compromiso o ley que abogara a favor de nuestras almas.
Lo llamaban periodo de prueba. Durante este periodo la empresa podía
hacer contigo lo que le viniera en gana, y tú, debías soportarlo todo, todo. A
la menor provocación te echaban, indignados, llamándote mal agradecido hijo de
puta, por no bajar la cabeza, por no comer el fango en el que te revolcaban.
Hay muchos como ustedes, decían, muchos como ustedes: huevones, revoltosos,
calumniadores de empresas, sindicalistas, rojillos, quejumbrosos. Por supuesto,
utilizaban otras palabras. Excepto huevón; esa palabra la utilizaban todo el
tiempo, en tu cara, sin remordimientos de ofender a una persona por sus necesidades.
La necesidad es la madre de todas las humillaciones. Teníante cogido de los huevos;
lo sabían, tú lo sabías: no harías nada. Te comerías la mierda que
desearan darte. Acabarías siéndolo: un comemierda. Te chuparían el jugo como a
un limón. Luego, te arrojarían a la basura. Lo haría tu jefe; pero tu jefe
también correría la misma suerte, y el jefe de tu jefe, hasta el limón real.
Todos, hasta los más altos rangos, esos hombres creyentes de sí mismos como
dioses o algo… también ellos, el día menos pensado, serían arrojados al cesto
de basura y nada, ni su rango o antigüedad podrá salvarlos de verse en la
penosa situación de un jubilado. Un jubilado es aquel que entregó su juventud a
cambio de una vejez mediocremente asegurada. Cambiar la juventud por la vejez
no parece un buen trato, sin embargo, todos los días las empresas se adueñan de
la juventud de miles de personas. Como vender tu alma al Diablo por una migaja
de pan diaria.
3
La noche anterior había bebido;
no podemos culpar a la empresa de ello, pero, Dios, beber es el único modo de
soportarlo. Ahora estaba parado en la calle, a las seis de la mañana, con toda
esa resaca encima de mí, en espera de abordar un autobús con destino al estado
de Guerrero. No estaba solo, también los otros habían asistido puntualmente a
la cita, en General Anaya, sobre la acera de Laboratorios Novartis. Nos
llevarían a conocer las casas a vender en Acapulco.
La mayoría iban emocionados, Acapulco es una
palabra que excita a las masas; no pueden evitarlo: los conceptos playa, mar,
sol, tetas, culos, acuden inmediatamente a sus cabezas al escucharla. Peor las
mujeres, para ellas significa pétalos de rosa, amaneceres, galanes de
telenovela, masajes en los pies. La realidad es muy diferente, principalmente,
por dos razones: toda esta gente no tiene dinero, no tiene un quinto;
probablemente sea la primera vez que las plantas de sus pies pisan la playa. Segundo:
las casas de esta empresa no están a pie de playa, las construyen en las
entrañas de las comunidades más alejadas de aquello que prometen: Acapulco… sí,
cómo no.
El camión llegó con retraso de dos horas. Se
dice fácil, pero congelarse el culo durante dos malditas horas es algo que
nadie aguantaría si se le platica. Nosotros lo aguantamos. Aguantar. Para ello
nos preparaban las empresas. Para aguantar a sus putas ganas de quebrarte.
3
Partimos treinta minutos después,
tiempo que llevó a las señoras buscar un sanitario (el camión no contaba con
uno), orinar y abordar. Tuvieron dos horas, joder, dos horas para picarse la
nariz, rascarse las nalgas u orinar, y estás mujeres esperaron al último
momento para percatarse de sus necesidades, Dios.
Una vez encaminados, el gerente se levantó. Se
paseó por el pasillo, supervisando. Un carcelero no tendría tan mala cara,
pensé. Yo debía tener una cara mala también; se acercó a mí y preguntó: ¿pasa
algo? No debió preguntar. Sí, contesté tajante. ¿Podemos saber qué es lo que
pasa, señor Petrozza? Tomé aire y me lancé: ya, dije, pues pasa que nos citaron
a las seis de la mañana y son las ocho con cuarenta. Mi tiempo vale tanto como
el de ustedes. Su demora me ofende.
El gerente se desentendió. ¿Quién los citó a
las seis de la mañana?, preguntó, el recorrido estaba programado a las ocho. Echó
una mirada a la muchedumbre. Yo los miré también, en busca de apoyo. Venga,
dije, no es casualidad la asistencia de todos a las seis. El hijo de puta
comenzó a reírse, a decir: válgame, ¡si todos saben que los recorridos parten a
las ocho!, ¿es que han estado aquí desde las seis? No paraba de reír. Todos
comenzaron a reír, como si fuese un chiste. Algunas mujeres decían sí, sí, y
reían.
Nos tuvieron dos horas de pie, hambrientos,
congelados; hubo gente que corrió para llegar, gastó en taxis o pidió favor a
familiares; y todo resultaba ser un maldito chiste. Eran un grupo de cobardes.
Todos, sin excepción, se habían quejado de la demora; algunos habían dicho las
peores cosas sobre la empresa, y ahora, cuando yo habría brecha… ponían a
reírse y a dejarme a mí como a un loco. Temían. Temían ser considerados ovejas
negras, influencias malas para la empresa. Temían al gerente; lo olvidaban: el
gerente tenía los mismos miedos hacia su superior. El gerente alguna vez fue un
pelmazo como ellos, con la mala suerte de haber ascendido. No hay nada peor que
un hombre comprometido con la empresa.
4
Bueno, sólo había una cosa por hacer: tener
paciencia. Al menos ahora descansábamos las nalgas sobre un asiento y podíamos
leer. Por supuesto, nadie leía. Saqué un libro del portafolio. Pareció que
saqué a un arma. Ahora lo sabían: yo era un hombre solitario, oscuro,
misterioso, quizá engreído y bastante amargado, con un inconfesable pasado. Esa
es la idea de la gente sobre los lectores. La misma que se tiene sobre los asesinos
seriales. Me importaba un huevo, deseaba perderme en el placer de la lectura,
perderme, desaparecer.
A las once de la mañana o algo el camión se
detuvo. La gente estaba enterada, son así, se enteran de todo pero no hacen
nada; son como vacas, mirándolo todo. La policía detuvo el camión. Bastaron un
par de segundos para enterarse. Además de vacas, son gallinas: cacarean el
mínimo rumor. El conductor no portaba licencia para conducir. No estoy a favor
del sistema, pero, ¿cómo una empresa manda a un hombre sin licencia?, ¿y cómo
deja en manos de un hombre desfachatado la vida de todos nosotros? La cosa es
clara: les importamos un carajo.
Mil doscientos pesos y hora y media costó este
altercado. A este paso llegaríamos de noche a nuestro destino.
5
A las dos con cuarenta de la tarde,
finalmente, llegamos. El arco lo anunciaba: CASAS GEO, Marina Diamante. El mejor lugar para vivir.
El viaje de ocho horas o más, no valió la
pena. Las casas de Acapulco eran tan feas como las casas de Zumpango. Tenían
alberca, sí, y había un lago, pero fuera de eso todo era ilusorio. El metraje
seguía siendo el mismo, 30 a 60 metros cuadrados, ¡cómo lo hacían!, ¡cómo puede
construir alguien una casa en ese metraje! Casas es un decir, las paredes eran
de cartón comprimido y los techos de Unicel. Las albercas eran charcos, y
encima, comunales. Compartidas con más de ciento cuarenta familias de clase
baja: una sopa de porquería. En el club de yates yo no vi un solo yate.
Sin embargo, nos mostraban las casas como si
fuesen el sueño de cualquiera. Daban por sentado que uno era idiota. Amueblan
las casas, incluso con jacuzzi, pero nada de eso iba incluido en el precio. A
la hora de entregar entregaban casas en obra blanca. Todos lo demás corre por
parte del cliente.
6
A las cuatro de la tarde
anunciaron la hora de comer. La hora de comer significaba: lárguense y busquen
un lugar para comer de acuerdo a sus posibilidades. Espárzanse por todo el
Estado en busca de unos tacos, de algo que sus bolsillos puedan pagar, porque
la empresa no da nada. No regala nada. No paga nada. No se hizo rica alimentado
huevones. Y sobre todo, no tarden más de quince minutos porque llevamos cuatro
horas de retraso y aún nos falta mirar otro conjunto habitacional. Te obligan a
ir, pero no se responsabilizan contigo.
7
A las cuatro con diez de la
tarde, de un día que pudo ser bello, me encontré a mí mismo comiendo pollos
asados en algún lugar del estado de Guerrero, acompañado de un compadre que
corrió la misma mala suerte: emplearse en Casas GEO. Ninguno de los dos sabía
cómo o por qué.
8
El gerente estaba fuera de sí.
Eran cuarto para las cinco y la gente no llegaba. ¡Pero si les dije que sólo
tenían quince minutos!, gritaba, ¡no se puede jugar así con el tiempo de nadie!
Se refería su tiempo.
Vimos un desarrollo más, nada para contarse:
las mismas casa de siempre, sólo con otro nombre: CASAS GEO, Las Garzas. El mejor lugar para vivir.
9
A las seis con treinta de la tarde
partimos rumbo a México. Me sentía cansado, harto, insatisfecho, y al mismo
tiempo cómodo de recorrer finalmente el camino a casa. No imaginé que el viaje
estaba muy lejos de terminar.
Recosté la cabeza sobre el respaldo y me dejé
ir. No supe cuánto tiempo pasó, pero probablemente cosa de minutos. De repente,
alguna de las mujeres comenzó a gritar que deseaba ir a la playa. No di
importancia, una loca. Otras mujeres le hicieron segunda. Joder, pensé, alguien
calle a esas guacamayas. El gerente pidió silencio, se excusó por cuatro o
cinco horas de retraso (ahora sí le preocupaba llegar a casa y no perder su
valioso tiempo en estos menesteres laborales), pero poco a poco el deseo de ir
a la playa se apoderó de todos. Los hombres también comenzaron a gritar. De la
nada, una muchedumbre enardecía por ir a la playa obligó al gerente a dar orden
de parar. Dios mío, pensé, han doblegado la voluntad del gerente, ¡si pelearan
del mismo modo sus derechos!
Bajaron a tropel, como un río
imparable. Se nos dio veinte minutos para disfrutar de una de las maravillas
naturales más bellas de este mundo: la partida del sol. Veinte minutos de
libertad. Indudablemente, mirar el atardecer desde la playa te hace preguntarte
quién eres y qué sentido tiene todo. La Tierra gira alrededor del Sol. “Paren
el mundo; me quiero bajar” (Mafalda).
10
En la primera castea de cobro
alguno quiso bajar al sanitario. Esto despertó la necesidad de todos. Paramos,
una vez más, maldita sea, para que este hijo de las mil putas orinara. Habíamos
tenido decenas de oportunidades de hacerlo, joder, ¿es que no deseaban llegar a
casa? No fue la última vez. A cada oportunidad la gente deseaba bajar al
sanitario. Perdíamos veinte a veinticinco minutos en cada bajada. Orinaban,
fumaban cigarrillos, compraban cocacolas, como niños de cinco años. No podían
contener las ganas con tal de llegar antes de la media noche a casa. No les
importaba. No median las consecuencias de sus actos. Las midieron, tiempos
después, cuando se percataron de la amenaza: no llegaríamos antes de las doce
de la noche, es decir, antes del cierre del transporte público. El camión nos
botaría a todos y cada uno en medio de la calle a plena madrugada.
Y así fue, finalmente. Quizá se
lo tenían merecido. Deseaban orinar, mojar los pies, comprar refrescos. Aquí lo
tienen: consecuencias. Botados como putas, a las tres y media de la mañana, en
medio de una calle fría y oscura donde no camina una sola alma pura. Botados en
medio de la nada por culpa de una empresa muerta de hambre, incapaz de pagar
transporte a sus gentes a pesar de arriesgar sus vidas, incapaz de dar seguro
social, incapaz de llegar a las seis de la mañana, incapaz de pagar comidas o
lonches, incapaz de contratar un camión que vaya a más de veinte kilómetros por
hora. Todos los males de esta puta vida ocurren a raíz de las empresas.
Encendí un cigarrillo y me dije:
bueno, caminemos a casa. Era un camino largo, pero si me apuraba podría mirar a
las putas de calzada de Tlalpan. Quizá alguna estuviese dispuesta a pegarme una
mamada por cincuenta pesos, cosa que salvaría la jornada laboral de ser un
completo infierno. Después abrirían el metro.
Di los primeros pasos y alguien
gritó: ¡a dónde vas! Era uno de esos gilipollas meones. Ya, dije, a casa.
Venga, dijo, nos estamos organizando para tomar taxis en grupo. No me interesa,
dije. Venga, dijo, haremos papeles, sortearemos los turnos de abordar y… Ya,
dije, que te den. Amanecería antes que esa muchedumbre de perdedores se
organizase para algo. ¡Cómo!, exclamó el tío. Ya, dije, que te den, que te den
por culo, comemierda.
Ya no dijo nada, se quedó mirándome caminar,
con la boca abierta.
Todo el mundo se alegra de que u vil humano haya abierto los ojitos. Justamente, lo mejor que se puede hacer por ello es escribir varios párrafos sobre lo que es evidente.
ResponderEliminarSaludos desde Chile, país de empresarios y religión en decadencia.
ResponderEliminarMuy bueno amigo mío, muy fresco, con temple, “de ahora en adelante te llamaras Martin Petrozza“
ResponderEliminarme encanta
ResponderEliminargracias amigos por compartirlo es muy interesante un saludo
ResponderEliminarAsí es, el hombre contra el universo. Como becerros al matadero. No cuestionas, no protestas...Sólo comer, medio follar, trabajar y dormir.
ResponderEliminarLa cosa es que hoy, la vida misma ya está corporativizada...y globalizada.
ResponderEliminarSon tantas las excusas y tantos los culpable entre ellos muchas veces nosotros mismos.
ResponderEliminarhe aqui la triste realidad y la exquisita conformidad de las masas. Me enferma y recuerda cosas. Bien al decirle come mierdas al tipillo. Me gusta n..n
ResponderEliminarLas empresas están meramente por dinero, he ahí la raíz de todos los males.
ResponderEliminarMe gustó mucho el texto, un gran lamento y cierta mirada socarrona a la realidad. Buen ritmo y exclente uso del lenguaje. Un texto muy recomendable. Felicidades.
ResponderEliminartodos deberian leer eesta obra esta muy buena
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