La cosa se salía de control; era
cuestión de tiempo. Jessi era una guarra, todo el mundo lo sabía, pero esto ya
era demasiado. No nos jodía que se acostase con el primero en ponerse enfrente, sino su maldito arrepentimiento. Todas las tardes de domingo
llamaba, a mí o a Alberto o a quien sea, y se soltaba con el rollo. Incluso
lloraba. Las primeras veces estuvo bien, siempre es interesante enterarte de la
vida sentimental o sexual de otro, sin embargo, en ese sentido, ya no había
algo nuevo que Jessica pudiese ofrecer.
Todo era la misma chorrada de siempre: en
viernes o sábado se metía a algún bar y conocía algún mamón de mierda
hipermusculoso que se la tiraba esa misma noche. Luego, este hijo de las mil
putas no resultaba ser lo que Jessi buscaba en un hombre. Lo que Jessica busca en
un hombre… Dios, eso sí es un puñetero misterio, indescifrable incluso para
ella misma. Se los buscaba más o menos
iguales, no podía negarse que al menos lograba identificar el tipo de hombre que
le agradaba tener dentro, aunque luego viniera la resaca moral por acostarse
con lo que ella misma consideraba: pelmazos de mierda. Hombres que desaparecían
al amanecer, y a veces, con el dinero que Jessica guardaba en el bolso.
Lo contaba con detalle, describía muy bien
cómo ligaba y cómo se lo hacían en un cuarto de hotel o en su apartamento; cosa
buena: podías imaginarla y hacerte pajas al teléfono mientras te lo contaba;
Jessica tenía un par de bolas delante y detrás. Para nosotros, para Alberto y para
mí, era inalcanzable. La conocimos del mismo modo que conocía a todos sus
amante, con la diferencia de que no pasamos de ser amigos y confidentes. Las
aventuras de Jessica era lo único para nosotros. Continuamos saliendo con ella,
escuchándola, con la ilusión de que una
mujer así comete errores, y un buen día, él o yo podríamos ser ese error. Con
suerte podríamos emborracharla y hacérselo, y ya veríamos a quién acudiría para
contarlo.
Lo que se salía de control era precisamente
eso: habíamos escuchado a Jessica a lo largo de dos meses de conocerla y hasta
ahora jamás había pasado. Habíamos ido a su apartamento los domingos por la
tarde a consolarla y ni siquiera una botella de whisky en las rocas nos abría
las piernas de esta mujer. La situación comenzaba a cansarnos. Desplazarnos
hasta su casa, comprar trago y cigarrillos, escuchar sus lamentos y todo para
nada, Dios, las cosas no son así: todo en esta vida es dar y recibir. Nosotros
estábamos al límite de lo que podíamos dar.
2
La última vez que la vimos, se lo
planteamos derecho: Jessica se acostaba con todos, ¿por qué no acostarse con
alguno de nosotros, o ambos?
Alberto llamó para decirme que Jessica lo
había citado en su apartamento. Estaba hecha un mar de lágrimas: Bruno, su
último ligue, le había engañado con una fulana del trabajo o algo así. Juraba haber
intentado una relación formal, nada de acostones ocasionales, sino salir en
serio con Bruno. ¿Una relación formal? Impensable si se trata de Jessica. Ella
es el tipo de mujer a la que deseas cepillarte un par de veces antes de morir,
pero nunca la mujer con la que te enrollarías en plan formal; mucho menos a la
que desearías para madre de tus hijos. La pobre se esforzaba en vano: aceptar nuestro
papel en la vida es lo primero para no vivir frustrados. Sería más sencillo si
Jessica se aceptara y sacara provecho a los encantos de su feminidad en vez de
luchar contra su naturaleza seductora. No sería la primera ni la última y
viviría mucho mejor. Podría ligarse a uno con pasta y olvidarse de currar toda
su puta vida… vivir de lo que Dios le dio; dejarse de dramas que no le
corresponden. Una mujer con un par de peras no puede ser una llorona.
Decidí acompañar a Alberto, pero se lo
advertí: sería la última vez. Si no lográbamos arrancar una flor del jardín
exótico de Jessi, la olvidaríamos y ya podría buscarse otro paño de lágrimas.
Alberto estuvo de acuerdo. Acordó encontrarme en Insurgentes y Churubusco.
Llevaría cigarros, cerveza y preservativos. Los preservativos sería la última
bala en nuestro revolver. No podíamos fallar.
3
Tocamos a la puerta. Abrió Jessica. Iba en
bata de baño y sostenía una taza de café. Había llorado, era evidente; el
maquillaje le escurría por las mejillas. Aun así, lucía estupenda. Pasamos
dentro y nos instalamos en el sofá. Alberto anunció el whisky. Jessi se alegró,
como si no lo supiera: siempre venimos preparados. Además de guarra es una
borracha de primera. No tardó en traer vasos y hielos.
A la primera copa comenzó a contarnos, con
cara de monja del Sagrado Corazón de Jesús, como esta vez intentó no perder el
control. No se acostó con Bruno, deseaba comportarse como una mujer decente. Ya
sabes, dijo, no quería hacerlo pensar en mí como una… una… Ya, dije yo, una
puta cualquiera. Jessica asintió con la cabeza. Era ridículo, principalmente
porque Jessi era una puta cualquiera. Era como mirar a un lobo dándoselas de
oveja.
Dio un sorbo de whisky y cruzó la pierna. Era
una pierna estupenda. Los tobillos estaban desnudos. No tardaría en empalmarme.
Encima, iba descalza, Dios. Alberto me tocó el costado, discretamente, como
diciendo: ¿has visto aquello, hermano? Sin lugar a dudas lo había visto: Jessi
se inclinó para poner su vaso sobre la mesa. No llevaba blusa ni sujetador,
podías ver la línea que separa las tetas. No sé si se sentía en confianza con
nosotros, o siempre era así. No era algo que nos importase, de cualquier modo,
con ropa debajo o sin ella, esta tarde se la quitaríamos toda. Daba igual si
vestía como un maldito esquimal.
Jessica siguió desahogándose unos buenos
minutos. Decía cosas como: soy una tonta, nada me sale bien con los hombres, si
continúo así terminaré soltera a mis cuarenta años. Era sorprendente. Jessi
pensando en cosas así, deseándolas, y actuando de tan mala manera. No es un
secreto del universo, si deseas una pareja formal no te acuestas en la primera
noche con un mamarracho de bar.
Para consolarla mejor me levanté y me senté a
su lado. Pasé el brazo alrededor de su cuello y le dije lo bella que era y
todas las oportunidades para una mujer así de guapa. Sonrió melancólicamente.
Una cosa era segura: le agradaba saberse buena y deseable, no podía evitarlo,
era adicta a ese sentimiento.
Alberto hizo lo mismo. Se levantó y se colocó
del otro lado de Jessica. Ahora la teníamos en medio, metida en una bata con
nada de ropa debajo. Era cuestión de no cagarla. Bebimos unos tragos más antes
de seguir adelante. Bebíamos y la mirábamos. Incluso llegué a acariciar su
mejilla y su cabello. Se dejaba hacer. Supongo que no sospechaba nada. O en
todo caso, esperaba el momento apropiado para pararnos en seco. Alberto comenzó
a meter mano. Muy despacio, intentó colar su manaza por el cuello, bajando hacia
las peras… Jessica se levantó de un saltó. No armó bronca, se levantó y fue a
la cocina. Alberto y yo nos miramos. Nada, dije, todo bien. Alberto asintió.
Cuando Jessica regresó ocupó otro lugar, en el
sofá de enfrente. Estuvimos como al principio. Esto nos hizo ver lo difícil que
sería. Jessica no buscaba sexo los domingos. Los domingos deseaba todo menos
eso. Se convertía en la pobre víctima de sí misma. El sexo en domingo era
impensable, un insulto, una humillación, ¡qué clase de mujer nos pensábamos que
era Jessica! Menos ahora. Ahora sus días de promiscuidad habían terminado.
Buscaba una relación sería y eso (hasta ella lo sabía) no se encuentra acostándote
con dos chalados calenturientos con los que no te acostarías ni en los días de
más bajeza.
Regresamos al ataque hablando sobre las
virtudes del sexo vacío. Según nuestras opiniones, Jessica no debía sentirse
culpable por no encontrar al amor de su vida, mejor así. Es más divertido, ya
sabes, salir con muchas personas, experimentar, probar todos los días una nueva
cosa. Jessica no lucía muy convencida. Tenía de lunes a jueves para recuperarse
y convencerse de esta idea, pero el último día de la semana era sagrado.
Una cosa era definitiva: no funcionarían las
sutilezas. Jessica no se encontraba en condiciones de interpretar
seductoramente nuestros seductores intentos de follar. Si íbamos a intentarlo
debíamos ir al grano. Esto era tan difícil como ser sutil. Tampoco había que
cagarla en esto; sólo tendríamos una oportunidad. Si esto no funcionaba sería
hora de partir y de olvidarnos para siempre de Jessica. Por supuesto, no es lo
que más deseábamos. A decir verdad, hubiésemos preferido estar condenados a
rogar, a tener alguien a los pies de quien echarse, a vivir ocupados en la
tarea de conquistar una meta inconquistable. Al mismo tiempo, estábamos hartos.
Éramos capaces de verlo: condenados como los gusanos que éramos. Al menos,
éramos unos gusanos con un par de pelotas y lo haríamos.
El primero en levantarse fue Alberto. Lo hizo
con mucha actitud. Se encaminó hacia Jessica. Jessica lo miraba desde abajo, desde
el sofá. Las miradas se acercaron, como un espagueti que se enrolla. Al final estuvieron
tan cerca que tuvieron que cerrar los ojos. Alberto le plantó un beso. El beso
duró cinco segundos o así, hasta que Jessica reaccionó.
Mientras tanto, me coloqué justo detrás de
ella, detrás del sofá y de ella, y cuando abrió los ojos… puse mis manos sobre
sus senos. Acercando la boca a su cuello y oído, le dije: venga, nena, hay que
divertirnos un poco. Para olvidar los males que nos aquejan. No tuve las tetas
en mis manos más de cinco segundos. Me las quitó de encima como si yo fuese un
viejo rabo verde y ella una quinceañera inocente y pura. Vale, yo estaba cerca
de ser un viejo rabo verde, pero ella…
Se levantó del sofá y preguntó si estábamos
locos. Antes de contestar cogí un cigarrillo y lo encendí. Con el cigarrillo
encendido, contesté: venga, si sólo queremos ayudarte a pasar el rato. Esto no
la calmó, se metió en el papel de víctima. ¿Pasa algo malo?, preguntó Alberto
haciéndose el desentendido. Eso estuvo muy bien. Seguí el juego de Alberto y
dije: sí, ¿pasa algo malo? Pero Jessica estaba irreconocible. No podías creer
que la misma mujer que te cuenta cómo se la chupó a un capullo en el sanitario
público con tal de sacarle un trago más, se asuste ahora porque un par de
amigos se lo quieren hacer en su apartamento. Por las buenas, además. No
vinimos aquí a violar a nadie. Jessica se cubrió las peras con la bata y cruzó
los brazos sobre ellas, aferrándose a ellas, resguardándolas como a su más
grande tesoro. Evitando nuestras miradas. Evitando siquiera que las
imaginásemos. Entonces bajamos la mirada a las piernas; lo mismo, daban un buen
espectáculo. El muslo de la pierna derecha salía tanto de la bata que
inevitablemente hacía pensar en el chocho de Jessica. No tuvo más remedio:
entró a su habitación dejándonos como a dos niños sin entender por qué la amiga
de mamá se había escandalizado al escuchar de nuestra boca la frase coger la cola a la maestra. ¿Qué hay de
malo con coger el cabello a la maestra? Alberto y yo nos miramos de nuevo.
Ambos fumando cigarrillos. Curiosamente, resignados a la derrota e incluso
contentos de haber perdido, de acabar por fin todas las batallas de esta
guerra. Nos servimos whisky y brindamos. Por
salir a la batalla incluso sabiendo de antemano que perderemos.
Jessica salió a la sala justo en medio de
nuestro brindis. Esta vez iba vestida de pies a cabeza y con ropas holgadas para
esconder las curvas… de la vista… pero no de nuestra libidinosa mente retorcida.
Era igual, le habíamos visto las peras en una fotografía suya (que nos mostró
el primer día que la conocimos. La había tomado uno de sus amantes con su
teléfono celular) y no podía hacer algo para remediarlo. Lo sabíamos: estaba
guapa como la que más.
Tomó asiento sobre el sofá y comenzó a
echarnos un sermón, en serio, como si ahora ella tuviese cincuenta años y
nosotros diez. Dijo que una cosa así la esperaba de cualquiera menos de
nosotros. Nos habló sobre la confianza y la delicadeza. Sobre la buena
educación, etc. Un cuento inverosímil para venir de una mujer como ella. Un
cuento inverosímil para venir de cualquiera que haya nacido después de 1985. Alberto
y yo no evitamos las risas. ¡Una puta guarra dando sermones de moral y
comportamiento! Vale, vale, dije, para ya. Basta una respuesta sincera, algo
como: chicos, no estoy de humor para follar, porque vienen el viernes o el
sábado… Algo así es más razonable y menos risible. Se lo dije a Jessica y se
asombró. No lograba regresar a su estado natural. Se empeñaba en seguir con el
cuento de la mojigata. ¿De qué estás hablando?, exclamó. No era necesario dar
explicaciones. Jessica se había confesado a nosotros tantas veces que sabíamos
todo de ella y no podría fingir. Conocíamos hasta las partes más erógenas de
esta mujer. Ella misma nos contó que no puede resistir los besos debajo de la
oreja. Basta uno, dijo aquella vez, para que me entren unas ganas que ni
echándome agua fría…
Hubo un silencio, y luego Alberto finiquitó la
cosa. Dijo: okey, no perdamos más el tiempo. Lo que queremos de ti es el sexo,
como cualquier otro. Te has acostado con decenas de personas el último
trimestre, ¿por qué no hacerlo con un par de buenos amigos? A fin de cuentas lo
gozaras, o…
Jessica casi nos estampa la puerta en la cara.
No lo hizo. Primero nos sacó fuera y nos echó y echó cerrojo a la puerta. Al
menos fuimos capaces de sacar la botella de whisky.
4
No podíamos creerlo. Fuimos
caminando hasta mi casa y nos metimos a terminar con el trago. Hablamos pestes
de ella, le deseamos lo peor; por ejemplo, que le pegaran la gonorrea y cosas
así. Estábamos enfadados con ella por no acostarse con nosotros. No hablábamos
en serio. Al final se nos pasaría. La olvidaríamos y sería una más en la lista
de mujeres que nunca pudimos follar.
Saludos, me interesa el tema.
ResponderEliminaruna maravilla
ResponderEliminarQue tipa, por Dios. Me quedo con esta frase: Una mujer con un par de peras no puede ser una llorona. Amén.
ResponderEliminarEsta muy buena la historia. Saludos!
ResponderEliminarAbatidos frente al gran acto de la mujer dudosa, el teatro de su vida.
ResponderEliminarHoy no me fijé en tu forma de escribir, sólo me limité a disfrutar la lectura. De verdad buen tema, a todos nos ha pasado. Pero si no puedes dónala. Has una donación quizá uno de tus amigos tenga suerte. pasa el msn jajajajaj
ResponderEliminaresta chingona esa entrada,yo creo que si tiene algo que ofreser,la zorra sea chica o grande.
ResponderEliminarUna vez que entras en la "friend zone" nunca sales. Primera ley de Araque.
ResponderEliminarmuy buena prosa ¡ gracias ¡
ResponderEliminarhermoso amigo saludos
ResponderEliminarComo siempre, todos los textos publicados en whisky en las rocas son formidables y esta narración tiene una notoria desfachatez, la relación de unos jóvenes que disfrutan del sexo y la bebida. Quizás Jessica no acepta a los amigos porque resultan ser igual de gurros a ella. Muy interesante y divertida relación que no puede consumar un triángulo y las ganas locas frustan un domingo que pudo ser sensacional.
ResponderEliminarNi hablar, muy bueno, aunque tanto "." me desespero, perdía fluidez al leerse.
ResponderEliminarOrals , eres bueno.
ResponderEliminarComo siempre, me encantó.
ResponderEliminarLO LEÌ SIN DETENERME
ResponderEliminarDesagradable cuento. Este "escritor" es NADIE, habla pestes de una mujer y de las mujeres así sean lo que sean no se habla, parece que la historia la escribiese un adolescente pendejo de 15 años ! La historia es tan cerrada, no tiene un buen enlace y no mucho sentido que digamos. Me parece una historia tan vacía y boba. Y así este autor quiera refugiarse en una historia con realidad ficticia, no puedeeee! jaja no puede refugiarse en ello porque se nota en las palabras y en el contexto que él lo dice enserio, lo dice de corazón. Qué tipito eh ! , exitos! jaja
ResponderEliminarjaja La Diana tiene razón.
ResponderEliminarExcelente me gusto mucho
ResponderEliminarMe gusta la forma directa y descarada de narrar la historia la protagonista, te hace ver las cosas desde la mirada de una chica joven
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