Cómo llegué aquí, era la pregunta
de rigor en mi vida, aludiendo, generalmente, a mi existencia humana.
Sin embargo, todos los días a las nueve de la
mañana el sentido de la pregunta giraba en torno a mi estancia en este maldito
curro de mierda. Curro de mierda es un pleonasmo. Lo peor, que me había costado
sangre estar aquí. Tenía un curro, me cagaba en él, y encima debía agradecerlo.
Debía dar gracias al Señor por darme la oportunidad de congelarme el culo todas
las mañanas, etc., etc., etc. Claro, también estaba el dinero… pero el dinero
es cosa aparte; no puede ponerse precio a la libertad de un hombre.
2
De un tiempo para acá, la palabra
proveedor aparecía un número sospechoso de veces en mi vida. De manera
indirecta, pero siempre dirigida a mi persona despectivamente. Jamás imaginé
que una palabra pudiese estar cargada de tanto odio, de tanto reproche, de
tanta mala leche. La escuchaba salir de boca de mi padre, de boca de los
hermanos de mi madre, y sobre todo, de boca de la madre de mi novia. La
escuchaba todo el maldito tiempo, incluso en connotaciones diferentes, y no
podía evitar dotarla del sentido malévolo del que deseaban todos embarrarme.
En pocas palabras, según la opinión de toda
esta gente un hombre no puede vivir con una mujer sin jugar (está obligado a
jugar), el antiquísimo papel de proveedor.
No importa si ella es capaz de proveerse a sí misma, aun así (siendo así,
peor) el hombre debe buscar el modo de opacar sus ingresos y asentar de este
modo su lugar como amo y señor de la casa, y el Universo. Un universo,
diminuto, por cierto. Quien piensa así debe tener un complejo muy grande metido
en el seso; un lápiz en el culo.
3
Había algunas mujeres, pero
ninguna que valiese la pena. La nariz de la más joven hubiese ganado un
concurso de zanahorias, y aunque hubo poetas a los que no importaba nada de
esto, yo no iba a enrollarme con algo así. Al menos no sin emborracharme antes.
Todas las demás pasaban los cuarenta tacos, y si hubiesen sido jóvenes, el
concurso se hubiese puesto reñido.
De todos modos me pegué a la más joven. Luego
de mirarla mucho tiempo no estaba tan mal. Cuando mirabas al resto de las
mujeres podías encontrar belleza en una tabla; comparada con una tabla J. era
algo pasable.
Los rumores de una relación entre J. y yo
comenzaron a correr inmediatamente. El resto de los tíos estaban celosos. J.
era capaz de causar celos a esta jauría de viejos. Esto me hacía sentir mejor,
incluso con ganas de follarme a J. para que todos lo supieran. Sin embargo, una
vez a solas, en el cuarto de hotel… no sé si podría. El tiro podía salirme por
la culata. Si J. no lograba excitarme lo suficiente en el curro se sabría que
no se me para. Luego, todos irían sobre J. sabiendo lo sencillo de ligarla. J.
adquiriría un poder reservado a las mujeres bonitas. Definitivamente no sería
yo quien desequilibrara el mundo de esta manera.
4
Todo este rollo es un tema
delicado. No estoy pregonando en contra del hombre que lleva pan a la mesa (le
admiro), sino en contra del prejuicio, del muro mental impuesto por una
sociedad hipnotizada.
El hombre trabaja y la mujer holgazanea. El
modelo tradicional; en realidad no conocemos otro, es impensable. A lo más, la
mujer cría a los hijos y se ocupa del hogar; gana el pan traído por el hombre.
Este pan, en muchos casos, se gana con sexo. Nadie mira defectos en esto. Ni
siquiera las madres de las hijas; son las primeras en mandar a las niñas. Ni
siquiera ellas, siendo mujeres, se atreverían a derrocar el dominio masculino.
Encuentran comodidad en la sumisión y desean heredar esta comodidad generación
tras generación. Han hecho de esto un modus
vivendi. No se casan con hombres, lo hacen con salarios, casa, rentas,
herencias, cargos públicos, etc. Nadie las juzga, ni hombres ni mujeres se
espantan de estas calamidades. Los hombres están dispuestos, para muchos no hay
otro modo de agenciarse una mujer.
Este intercambio de antivalores da como
resultado la cultura tanto tienes, tanto
vales y la cultura de valorar a las
mujeres por sus atributo físicos o sexuales, o desear de ellas sirvientas antes
que esposas.
5
Enloquecieron cuando me presenté
a la plática de bienvenida.
Todos los jueves a las cuatro daban una
plática para recibir a la gente de nuevo de ingreso, y yo estaba ahí. No estaba
en la lista, pero di mi nombre y la secretaria me dejó entrar. No era una
secretaria con mucho seso. Le importó poco no tener mi nombre impreso en la
lista.
Me enteré de la plática por la señorita de Recursos Humanos. Me entrevistó en un cubículo diminuto. Las preguntas de rigor. Había intentado coger un curro tantas veces en mi vida… La cosa fluyó. Hice un par de guiños, respondí correctamente a preguntas como: ¿por qué le interesa trabajar para nosotros?, ¿de qué ha vivido los dos últimos años de desempleo?, ¿qué nos asegura su permanencia en la empresa? Este tipo de preguntas no son fáciles de contestar. Son koans malditos. No hay modo de engañarlos, pueden mirar en tus ojos la verdad. La primera pregunta es capciosa; lo saben: no te interesa trabajar con ellos ni con nadie, ¿a quién es sus cinco sentidos le interesaría trabajar en lo que fuere? La segunda es chismorreo. ¡Y a usted qué le importa! La tercera pregunta se responde con otra pregunta: ¿qué me asegura a mí la permanencia en esta empresa?
Al terminar me llevó a otra área; me hizo
sentar en un pupitre y me estiró una hoja y una pluma. Me pidió que resolviera
la cosa y se largó. Había mucha gente esperando por ser atendida.
La hoja ponía: seleccione la palabra que más lo describa con una paloma, y la que
menos lo describa con una cruz. Con paloma marqué las palabras tenaz, líder, alma de la fiesta, temeroso de
Dios, comprometido… y puse cruz en solitario,
depresivo, bebedor, escéptico, apático… Sencillo, todo era cosa de ser lo
contrario a mí mismo.
Una vez terminado me mandaron a entrevista con
el Gerente de Tienda…
La plática de bienvenida trataba de enlistar y
ensalzar las virtudes de la empresa. Hacerte creer que habías llegado a la NASA
y eras un condenado suertudo de estar aquí, entre toda esta gente, y de algún
modo, ellos y tú, eran justo lo necesario para laborar en esta NASA. A esto lo
llamaban ganar-ganar. No dejaban de repetirlo: ganar-ganar para nuestros
clientes, ganar-ganar para nuestros empleados, ganar-ganar para la competencia.
Me pasé la plática pensando en las
posibilidades de ganar la Lotería, dejar toda esta mierda e irme a Hawái y
dedicar mi vida al surf. Quizá si diseñaba un programa para computadora que
calculara todas las posibilidades… Pero yo no sabía programar ni mi puta vida. Lo
mejor sería pagar a un clarividente; ofrecer el diez por ciento del premio
cobrado. Probablemente no sea tan difícil; si compro un billete al día es cosa
de probabilidades, ¡debo ganar al menos una vez en mi vida!
Cuando llegué a casa llamaron. Era la señorita
de recursos humanos. ¡Señor Petrozza, qué hacía usted en la plática de
bienvenida! Vale, dije, pues pensando un par de cosas, ¿por qué? Quiero decir
que usted no debía estar en esa plática. El gerente consideró su perfil no apto para laborar en nuestra empresa.
Lo siento mucho, tendré que pedirle que no vuelva a presentarse en nuestras
instalaciones.
6
En algún momento las mujeres desearon
trabajar. Se aburrieron de las escobas y los biberones, o muy probablemente, de
la esclavitud implícita en depender económicamente del hombre. Desearon ser
independientes, libres. ¡Qué falacia! Salieron de las garras de los maridos
para entrar a las garras, peores, de los empleadores. El resultado de esto: un
montón de madres solteras luchando rencorosamente por salir adelante.
Hombres y mujeres trabajando. Las empresas
deben estar contentas de nuestra propia estupidez: ahora todos somos productivos. Irremediablemente, el giro
de ciento ochenta grados se anuncia tímidamente: alguien debe holgazanear.
7
El Gerente de Tienda podrá ser un
vendedor de puta madre, pero de reclutamiento no entendía un cacahuate. Me hizo
sentar frente a él, ante un escritorio de imitación madera. Hubo un silencio.
No sabía cómo empezar a entrevistarme. Le estiré mi currículo, a ver si eso le
ayudaba a darse una idea. Leyó en voz baja. Luego, dijo: ¿hace cuánto fue tu último
empleo? Hace más de dos años, Señor, respondí. ¿Y qué has hecho todo este
tiempo? Bueno, pensé, aquí vamos de nuevo.
No hay modo en el infierno; no lo entenderán
jamás. Mantenerte sin empleo es más meritorio que trabajar. Es más duro que
trabajar. Y también, es mejor que trabajar. Cualquier cosa es mejor que
trabajar. No iba a explicárselo a este pelagatos en menos de cinco minutos.
Ya, dije, pues soy escritor. ¿Cómo?, preguntó.
Venga, dije, soy escritor. ¿Y qué haces? Escribo. ¿Y cómo vives? Vivo. Hubo un
silencio. ¿Tienes experiencia en ventas? Jo, si la tengo. ¿Ha escuchado hablar
de la teoría compradores-vendedores? No. Bueno, es como sigue: el hombre se
divide en dos: compradores y vendedores. No hay más. Todos en esta vida somos
compradores o vendedores. La mayoría son compradores. Un vendedor puede, por
momentos, ser comprador, pero un comprador será comprador toda su vida.
Compradores y vendedores. Y yo soy
vendedor. Hubo otro silencio. Verá, dije, me interesa mucho vender casas para
ustedes. El gerente se rascó la barbilla. No se tragaba el cuento. En realidad,
me daba lo mismo vender casas para ellos o para otros; los traicionaría en
cualquier momento. Con plata baila el mono, y no hay nada peor que un mono
necesitado de dinero.
Enlista tres de tus cualidades, soltó de
repente. Esta vez hubo un silencio de mi parte. Tres cualidades era demasiado. Ya,
dije… en ese caso pondría… como cualidad número uno… ¿Por qué es tan
puñeteramente difícil?, pensé. Bueno, verá, suelo ser muy comprometido con mis
proyectos… llegar temprano a todos lados, sí, soy puntual como el Expreso de medianoche…
y… bueno, alguna gente piensa que me parezco a Roland Barthes.
No hace falta decirlo: hubo un maldito
silencio. Luego dije: también puedo enlistar mis defectos si lo desea. No es
necesario, dijo, y me acompañó a la salida.
En la salida me estiró la mano. No dijo algo
respecto a mi contratación; di por sentado presentarme a la plática de
bienvenida. Después de todo no me rechazó directamente.
8
Les hice saber mi versión. Según
yo (y era verdad) el Gerente de Tienda no
me rechazó. Ellos se empeñaban en hacerme creer lo contrario. No me hubiese
presentado a la plática sin ser aceptado, dije.
La señorita neceaba. El Gerente de Tienda había informado de mi rechazo y no me tenía
contemplado para laborar. La cosa estaba así, pero yo neceé también. Insistí en
hablar con el Gerente de Tienda, cara a cara. La señorita no tuvo problemas,
pidió dos minutos para agendar la cita. Mientras tanto me dejó colgado del teléfono.
Lo siento, dijo, el Gerente está ocupado y no
puede atender la llamada. Ya, dije, no importa, ¿para cuándo la cita? Volvió a
pedir tiempo y dejarme colgado. Al final salió con el cuento de las muchas
ocupaciones del Gerente de Tienda. No me darían la cita ni me dejarían hablar
con él. Siendo así, me aferré: en serio, dije, puedo asegurar en su cara lo
sucedido: jamás me rechazó, el trabajo es mío. Lo siento, señor Petrozza, pero
él es el único apto para dar luz verde o roja a su contratación. No iban a
contratarme si ese capullo de mierda no decía lo que verdaderamente pasó.
Amenacé con presentarme en tienda, yo mismo,
sin orden de nadie y exigir al maldito Gerente que me contratara. Tenía puntos
a mi favor, por ejemplo: si el Gerente realmente rechazó mi entrada, ¿por qué
la señorita no me llamó antes de ir a la plática anunciándomelo? Esto ponía en
duda el buen desempeño de la señorita. Ella no deseaba hacer la cosa más
grande. Amenacé con ir a tienda y de no resolver nada, presentarme con el jefe
de la señorita, el Gerente de Recursos Humanos y explicarle cómo fui víctima de
engaños y malos entendidos. Amenacé, amenacé, amenacé. Al final lo logré: la
señorita dijo que por a mor a Dios guardara la calma; ya vería ella el modo de
arreglar mi situación, darme trabajo en otra tienda u otra área.
Después de dos días eso fue lo que pasó: me
dieron trabajo en la Tienda de Madero, en el centro de la ciudad. Sí, señor, ¡había
ganado! Me había salido con la mía y tenía un trabajo.
Ahora, todas las mañanas, al llegar al curro hecho un cubo de hielo, cansado, desvelado y con ganas de morir, me preguntaba: ¿cómo llegué aquí?
Como diablos llegamos a donde estamos...... Muy bueno
ResponderEliminarPetrozza, sos Gardel.
ResponderEliminarExcelente!!! Catártico a más no poder. Saludos!
ResponderEliminarExcelente! Gracias por compartirlo
ResponderEliminarCon plata baila el mono... empresas necesitadas en colgar la soga en alguien que le acomode como si fuera parte de el, una extremidad mas en su cuerpo, empresas aterrorizadas frente a un tal que dice -yo no quiero estar aquí, sin embargo lo estoy. Dicen ese es el que hace lo diferente lo que siempre he querido hacer, y entonces por primera vez en su agotadora vida tienen miedo.
ResponderEliminarjajaja muy buena, la misma pregunta me hago cuando me voy a trabajar jaja... y me quedo sobre todo con "no puede ponerse precio a la libertad de un hombre"
ResponderEliminarExtrardinario Petrozza leer sobre parte del infierno cotidiano de muchos, escrito sin concesiones y con un sesgo humano e intimidante peculiar en tu estilo.
ResponderEliminar"Muy Bueno!"
ResponderEliminarJajajajajajaja... Ahora jodidamente pienso, quién, de todos los trajeados vendedores que recorren Madero, habrán hecho algo similar...
ResponderEliminarComo siempre, un placer leer a MP... Jajajajaja
ESO SÍ NO TIENE VUELTA DE HOJA, LLEGASTE AHÍ... NACIENDO, IGUAL QUE LO HEMOS HECHO CUALQUIERA DE NOSOTROS...
ResponderEliminarQuien no se hizo esa pregunta alguna vez?la segunda que te haras es :porque tengo que irme ?
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