Texto por: Adrián Silva.
Federico
estaba decepcionado (con cierto aire de hastío, pues era sumamente notorio en
su semblante). Se preguntaba si acaso la moral era tan sólo una ilusión, una
suerte de absurda e hipócrita heteronomía. En lo particular, coincidía con él,
me parece que, aún en esta realidad de apariencias, de alguna manera funciona,
digo, no todo el mundo se está golpeando, segregando y violentando ¿o sí? Existe,
en cierto modo, una disimulada atmósfera de orden. Sin embargo, también existen
aquellos que poco a poco menguan toda codificación, explícita o implícita, de
valores. Valores que de alguna manera (y sin afán de mojigatería) mantienen
sanas las relaciones de amistad (por lo menos). Precisamente, por esa falta de
respeto al otro, esta noche me encuentro realmente afligido; no entiendo porque
hay personas a las que simplemente ciertos códigos morales les parecen exiguos.
Federico me contó una anécdota que personalmente me dejó desconcertado. Desde
que me la contó no he podido dejar de pensar en ella y en lo débil que es la
moral hoy en día. Ciertamente, pareciera que todo parte de la libido. Hay
personas que han perdido todo sesgo de cordura y, evidentemente, no se pueden
contener, ya que sus sedientas gónadas orquestan la dinámica de su vida. Este
era el caso de Lépido Mores, un sujeto con aspecto enfermizo (parecía como si
se odiase). Exageradamente obeso, que hasta parecía que iba a morir de un
infarto en cualquier momento, puesto que jadeaba como animal en celo (y en
reposo), pues, a pesar de su sobrepeso, fumaba en exceso; además de que su
manera de beber era descomunal, engullía el whisky
de una manera cuantiosa: una botella completa la bebía en escasos treinta
minutos, era un exceso en sí mismo y su cuerpo lo denotaba. Se trataba de uno
de esos típicos burócratas sin bachillerato que presumen ser licenciados, con
su trajes de oferta (de supuesta marca italiana), cubiertos de artilugios y
artificios adquiridos a crédito (pura pretensión virtual), o sea, se trataba de
un muy particular “wanna be” y más
ridículo aún, un aspirante visual a Michael
Corleone.
Federico solía tener ese leitmotiv, siempre hablaba de burócratas y pretenciosos, entre
otras curiosidades citadinas, claro. Siempre reíamos a carcajadas por ello. Él
me habló de ese sujeto tan encarnizadamente nefasto y, además, morboso; de hecho
algún tiempo fueron amigos, aunque no puedo entender el por qué. En serio que
es increíble que Federico haya aceptado a alguien así como su amigo, siempre
fue muy flexible y amistoso, pero esta vez había ido al extremo. En fin, el
idiota de Mores (así me expreso de él porque nunca me agradó el infame) es de
esos esperpentos que fluyen despreocupadamente en esta ciudad, exhibiendo su
risible y ridículo disfraz de supuesto pequeño burgués. No entiendo como las
personas no asumen su condición social. Insisten en encajar en donde no
pertenecen y se convierten en una especie de rémoras del glamour, por supuesto,
los burgueses los miran como a unos nacos
de mal gusto. Pues este Sr. Mores era todo un personaje, además de ser una
farsa como persona, su nefastez se alimentaba de una mustiedad ejemplar. Fingía
magistralmente gentileza y buena educación, era diestro para agradar en todo
contexto. Quizá por ello se ganó la confianza de Federico, lo curioso, me parece,
es el por qué le gustaba tanto su compañía. Alguna vez pensé que tal vez Mores
estaba enamorado de Federico o de su pareja, no lo sé, a veces las cosas más
descabelladas, que aparentemente son inconcebibles, se cristalizan
ineludiblemente.
II
-¿Lo
besaste? ¿Te tocó?
-¡No!
¡Cómo crees! ¿Cómo te atreves a preguntarme eso? ¡No mames!
-¿Pues
que puedo esperarme de ese maldito embustero? Siempre fue un astado impostor, no entiendo cómo pude
brindarle un sesgo de mi confianza.
-Dime
entonces ¿porqué chingados aceptaste salir con él?
-Porque
quería confesarme una situación…un tanto incómoda.
-¿Qué
maldita situación?
Dalia
no pudo contestar, se quedó absorta.
III
Como
todos los sábados, Federico se encontraba tranquilamente con Dalia en casa,
como a eso de las nueve de la noche recibió una llamada de Mores. Dalia hizo
una indisimulable mueca (pues le cagaba en demasía que Federico se largara a
tomar con Mores cuando estaban intentando compartir un buen momento juntos) Éste
lo invitó al UTA, un antro que se encuentra en el centro de la ciudad. A ambos
les encantaba la música que ahí sonaba. Se volvían locos con Billy Idol. Ya en aquél lugar buscaron
un sofá y pidieron un par de cervezas y, como de costumbre, cuando Mores
comenzaba a embriagarse relataba sus más atroces argucias (era de esos mustios,
que aunque tenían facha de perturbados, forzaban una apariencia de decencia,
que por supuesto disminuía con cada trago). Le excitaba contar la historia de
Magda. Era su compañera de trabajo, pero siempre la deseó. Por ello la invitó a
cenar cierto fin de semana. Cual vil wanna
be la quiso impresionar llevándola al Italianis.
Muy hipócritamente, con cara de conocedor (y hasta supuesto refinado) le hizo
el clásico ademán ridículo de la silla, se la extendió y la ingenua de Magda se
sentó cayendo presa (paulatinamente) de la irrisoria farsa de Mores. Cenaron
animosamente, bebieron vino y los ánimos se desbordaron entre una conversación
ordinaria y falaz. Más tarde, ya ebrios, alevosamente, Mores la invitó a un
hotel, de esos baratos que se encuentran sobre calzada de Tlalpan. Lo que hizo
en ese lugar fue desconsiderado e irreverente. Ebria, se recostó en la cama
para tomar una siesta. El impostor de Mores se acostó a su lado, fingiendo que
la cuidaría sin propasarse. Sin embargo, cuando Magda cayó en un sueño
profundo, fue despojada de sus textiles y penetrada analmente por el irreverente
Mores. -Le “rompí el orto”- solía decir con singular brutalidad. Sin duda,
Mores estaba enfermo, porque cada que lo narraba comenzaba a sudar de ansiedad
como si quisiera volver a repetirlo, jadeaba y reía a carcajadas. Federico le
seguía el juego, porque pensaba que sólo eran meras fantasías y proyecciones de
ese patético sujeto. Vaya ingenuidad la de mi amigo…
IV
Cuando
Federico se enteró no lo creyó en un principio, sin embargo, más tarde
descubrió que era verdad. Pobre Federico, nunca se imaginó que Mores deseara
perpetrar sus artimañas con Dalia, así es, Mores la deseaba, la deseaba con
locura.
Cierta noche Dalia buscó a Mores. Él encantado
aceptó que se reunieran. El motivo de Dalia aún es incierto, sin embargo,
después de esa noche la relación entre los tres cambió para siempre…
V
-¿Qué
hicieron cabrón? ¡Ya dime! ¡No te hagas pendejo!
-¡Te
juro que no hicimos nada! sólo fuimos a comer unos tacos en La Joya.
-¡Qué
poca madre! ¿Qué se traen cabrones?
-Nada,
cabrón. ¿Acaso crees que yo te traicionaría? Eres la única persona que aprecio
y que me comprende, no chingues.
-¿Entonces
por qué chingados lo hicieron sigilosamente? ¡Ahora sí te pasaste de pendejo!
¡Con ella no! Habiendo tantas viejas…pero, no, ahuevo con ella. ¿La tocaste
maldito enfermo?
-¡No!
¡Te juro que no! Sólo conversamos.
-¿De
qué pendejos?
VI
El
plan de Mores siempre fue joder la relación de Federico. Dalia fue presa de sus
mentiras y siempre lo defendió, afirmaba que era un gran sujeto, que sólo
estaba frustrado y precisaba de cierta comprensión. Pero en realidad Mores
envidiaba la vida de Federico, se irritaba cada que le iba bien, no soportaba
que fuera delgado y tuviera una profesión. Todos los días moraba en su
pensamiento como una lastimosa daga, la envidia corroía su ser, era
insoportable, por ello decidió sabotear su relación.
Federico estaba realmente decepcionado. Y
entendió que la moral, en efecto, es tan sólo una ilusión, pero una ilusión
necesaria. Sin embargo, hoy en día es prácticamente una prostituta. Yo siempre
le dije que tuviera cuidado con sus supuestas amistades, pero él sostiene que
en el fondo la gente es buena y que sabe respetar códigos, códigos que, en su
mayoría, están implícitos. Honestamente yo no creo en esa basura. Hoy en día ya
nadie respeta algo tan simple como la amistad (y mucho menos otras cuestiones).
La amistad vale madre cuando existe una fémina de por medio. Por primera vez
Federico me dio la razón, la última vez que lo vi me dijo que definitivamente la magia ridícula se conquista con la retórica
que afloja los músculos, concuerdo en con él, pero le agregaría que además
de la retórica se necesita ser un maldito mustio, es decir, ser diestro en las
aguas de las apariencias. Al fin a las mujeres, en general, les encanta lo
falso, lo pretensioso, lo quimérico; y a los hombres, lo eminentemente
libidinoso.
Texto por: Adrián Silva.
cualquier parecido con la realidad no es casualidad ja..
ResponderEliminarUna de las formas más sucias de tener sexo anal con una mujer, y con sucia lo digo de forma metafórica.
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