Texto por: Roberto Araque.
Todo mentiroso dirá
que nunca miente. Esa es la primera de muchas y, como la primera gota de un
aluvión, es inofensiva. La honestidad no existe, se puede llegar a un grado más
o menos aceptable de deshonestidad o se puede mentir en cuestiones que no
atenten contra la integridad de otros, pero llegar a ser una persona honesta es
imposible. No pensaba de esta manera, por lo menos hasta ayer. Creí ser honesto
o quise serlo, sin embargo, me resultó imposible.
Semanas atrás
decidí no mentir como parte de un experimento personal. Resultó fácil en un
principio pues hablaba de temas sencillos, con mucha sobriedad y lacónicamente.
La cuestión se complicó hace una semana; el viernes por la noche recibí una
llamada de José Eduardo. Me pidió que le dijera a su esposa que estaba conmigo.
Me negué, le expliqué todo eso de ser honesto y esa paja de la responsabilidad.
A fin de cuentas le recomendé que lo mejor sería hablar con su esposa y explicarle
qué coño estaba haciendo un viernes por la noche en una discoteca. Expresé que
los problemas de su relación debía resolverlos tal cual dicen los terapeutas:
mediante algo que denominaban comunicación. Si su mujer quería el divorcio,
pues era lo más sano para él y sus hijos. Se rió un rato, luego preguntó si
tenía la regla y qué clase de hierba vencida fumaba. Colgué y apagué el
teléfono. El lunes me lo encontré en el trabajo. Imaginé que estaría molesto
conmigo, sin embargo, lo primero que hizo al verme fue reírse, luego me contó
que cuando su esposa lo llamó al celular y preguntó qué hacía, él respondió que
estaba en la entrada de un hotel con una de sus estudiantes. María– su esposa-,
según él, se puso histérica. Él le dijo más o menos lo siguiente para calmarla:
“-Te seré honesto; si te digo que estoy por el paseo
Colón bebiendo con Roberto y otros colegas no me creerás. Mejor te digo que
ando con una puta-estudiante que está buenísima y con un par de melones recién
hechos. Si te da la perra gana de comprobar si es verdad, llama a Roberto. Él,
a según, se propuso no mentir porque anda en sus peos existenciales de escritor
resentido. Quiero que entiendas que contigo no puedo divertirme y siempre andas
con un dolor de cabeza, el periodo o arrecha. Y si es que te da la puta gana de
salir conmigo no quieres bailar, no quieres beber, no le hablas a mis amigos y
te pones fastidiosa si miro a un culo mejor que el tuyo. Porque como tú eres
una mujer jodía uno debe hacer lo que a ti te dé la gana, eso me arrecha. Me
controlé un culito en la universidad, me lo traje al hotel California, es el
que queda por el paseo Colón si no sabes. Si quieres te apareces por aquí y
compruebas lo que te digo.-“
Me quedé sorprendido,
pero a la vez complacido. Decir la verdad, después de todo, es lo mejor que se
puede hacer o por lo menos lo imaginé así por un instante. Me preocupé por los
hijos que José Eduardo criaba con María y todas esas pajas que pienso por mi
complejo de hombre dadivoso y buen amigo. Mínimo se divorciaría, pero cómo
suele pasar cuando se trata con mujeres, uno nunca sabe qué pasará. Él parecía
estar muy contento, le pregunté qué sucedió después. Me respondió algo así:
- Le dije a la
perroncha que manchara la camisa con su lápiz labial, le echara perfume y
dejara unos pelitos en el carro. Primero hablé claro con ella, le dije que era
casado y si quería podíamos ir a un hotel, pero no llegaríamos a tener una
relación estable. Le dije textualmente: “lo nuestro será ir a hoteles y de vez
en cuando a beber por allí, más nada…”. Ella aceptó. Es mayorcita y sabe lo que
quiere. También le expliqué eso que me dijiste y la muy perra se echó a reír.
Dijo que eres un profesor muy gracioso. Tomó todo eso que me dijiste como una broma;
hizo todo lo que le pedí, además, dejó su brasier en el asiento de atrás con
una nota para mi esposa. Cuando me di cuenta pensé que se extralimitó, pero,
con todo y eso, me armé de valor y me preparé para lo peor. Después de una
noche como esa merecía un buen castigo, la muy sucia hace de todo. A eso de las
9 am me aparecí por la casa con una botella de ron en la mano. Entré como si
nada. María servía el desayuno a los muchachos, me miró desde la cocina. Se acercó,
pidió perdón y me abrazó. Luego, cuando me separé de ella, observó la camisa y
cuando pensé que preguntaría de qué eran esas manchas, empezó a lloriquear y
volvió a pedir perdón, pero, esta vez, a lágrima suelta. Lloró como no tienes
idea. Se calmó rápido porque estaban los niños, si no hubiesen estado me arma
el berrinche. Después, cuando nos encontramos solos, preguntó si en verdad
estaba con otra mujer, si en verdad la engañaba, si en verdad pensaba que ella
era una mala mujer, si en verdad no quería nada más con ella, si en verdad la
abandonaría con los muchachos... si ella no me llenaba como mujer y otras pajas
más. Me dio vaina escucharla. No me aguanté y le dije que fue un invento mío
para que dejara de ser tan celosa. También que me la pasé contigo toda la noche
hablando de Dostoiesky o cómo se llame. Pero si te preguntaba tú negarías haber
estado conmigo porque amenacé con decirle a Jeismar tus antecedentes clínicos. No sé, pero, con todo lo loco que eres, de vez
en cuando tienes buenas ideas…-
Dijo otras cosas
más, pero no recuerdo con exactitud. Habló de lo que le dijo a María, también
preguntó si ella me llamó. El sábado encontré 68 llamadas perdidas de ella en
mi celular, pero no lo mencioné. No quería añadir más leña al fuego. Le
pregunté qué decía la nota que dejó la muchacha en el carro. Me respondió que
él no se había dado cuenta de eso, se enteró cuando María se la entregó en la
recamara la noche del sábado. La nota decía que todo era una broma, que no lo
tomara a mal y que fue idea mía todo el asunto de la franela manchada, el
brasier y los pelos en el carro. En otras palabras, yo pagaría los platos
rotos. No me molestó, pero sentí algo de envidia. Él había pasado una noche que
me imagino fue buena por cómo me contó los hechos y no pagaría por ello. La
conversación terminó con un mal sabor de boca para mí. Me despedí de José Eduardo, otra vez se salía
con la suya. Me irritó eso de la amenaza. Ya lo de jesimar era algo que tenía
que hablar con ella, tenía que contarle acerca de mi historial médico. Pensé en
contarle todo ayer, porque habíamos quedado en ir a una obra de teatro.
Realmente lo que me
hizo desistir de mi empresa no fue todo el cuento de José Eduardo y María. Nada
de eso. La cuestión se definió el día en que fui con Jeismar al teatro. Mi
novia no es una chica ni gorda ni fea ni bajita, pero tampoco es una miss y
debo reconocerlo. A pesar de que es una muchacha muy linda, simpática, educada
y limpia, es un tanto acomplejada. Me encanta su tono de voz y ríe de una
manera muy peculiar; como una niñita de preescolar. Además le encanta la
literatura y posee un doctorado en petroquímica. El problema está en que, como
todas las mujeres, se ve gorda. No le veo nada de malo que tenga uno que otro
rollito en el abdomen, pero ella no entiende eso. A diario se mata en un
gimnasio y hace cuanta dieta está de moda. No cena y cada vez que vamos a comer
pide sólo ensalada. Eso es lo único que me molesta de ella y no es la gran cosa.
Llegué a su casa muy tarde, teníamos que estar en el teatro a las 7 pm y pasé
por su casa a eso de las 6:30. Entré y desde lejos escuché a jesimar:
-Espera en la sala.
Si quieres toma algo de la nevera. Ya salgo.- Me senté sobre uno de los muebles
y esperé. Al rato ella salió. La vi de reojo. Ella se acercó, caminó de un lado
a otro e hizo unos giros con ademanes de modelo de pasarela. Como ya mencioné,
ella no es gorda, pero el vestido que eligió no le quedaba muy bien. Era ceñido
a la cintura y el color no ayudaba mucho: blanco con una especie de lazo de
color azul marino. En otras palabras, el vestido era muy… muy... Estaba tan
ajustado que parecía que se fuese a romper por tanta presión. No sé cómo se lo puso, pero aún con la faja se
veían unos pliegues en la cintura. Al poco tiempo se detuvo, me miró y
preguntó:
-¿Y bien…?-
-Te queda perfecto.
Vámonos que es tarde.
Texto por: Roberto Araque.
Es una forma de vida,mentir no es lo mismo que no decir la verdad,se puede mentir diciendo la verdad y viceverza!
ResponderEliminarjaja "¡mentiroso!" buenisimo el texto, me quedo simplemente en q la honestidad no existe
ResponderEliminarRelato en una forma desenfadada que se lee muy rápido y es entretenido, gracias por compartir.
ResponderEliminarexcelente relato, me encanta ese desparpajo al escribir, que no hace otra cosa que prendernos y leerlo de volada.
ResponderEliminarsaludos
carlos
Que agradable forma de sentirlo, que buenas mentiras verdaderas
ResponderEliminarbuenisimo relato... me gusta mucho, es relajado, divertido e interesante. situaciones similares a esta pasa uno a diario.
ResponderEliminarBuen relato justo ahorita araquin escuchaba el tema mentiras sinceras del disco homónimo de Alex ubago habla un poco de la bipolaridad mentira/verdad bien/mal ..
ResponderEliminarEsta es propia:
Para valorar la verdad es necesario vivir conocer y sufrir la mentira....
Para valorar la mentira nada solo querer ignorar...
justamente José miguel; en pocas palabras. La verdad no existe. Está ligada, como todas las cosas, a las leyes de la física. Me explico; lo que hoy es verdad, mañana no lo será y lo que es verdad aquí no lo es en China - por citar un ejemplo-. Hasta algo tan subjetivo no escapa al espacio-tiempo. Lo que no es temporal no es verdadero, por lo tanto nada es verdad porque nada es eterno. Y sí, la ignorancia es felicidad. Hay quienes viven una mentira y son felices. Yo, sin embargo, prefiero vivir con rencor con algo de verdad aunque me consuma el alma - frase dramática-. Gracias por tu comentario. A la espera de buenas noticias.
ResponderEliminarEs excelente tu relato; y es muy buena la forma en que describes con un ejemplo tan cotidiano, muchos de los 'conflictos internos' que la mayoría en algún momento hemos enfrentado.
ResponderEliminarMe gusto muchísimo, seguiré leyéndote!