La gente de fuera tiene miedo de
conducir en las calles de DF, dice Norma, y yo asiento con la cabeza. Dicen que
si has aprendido a conducir en DF, eres una bestia. Estamos en un café de la
colonia Roma. Norma ha venido desde Tuxtla Gutiérrez a publicar un libro de
poemas con una editorial extranjera que radica en DF. Son las diez de la mañana
y bebemos café. Yo no suelo beber café pero en este lugar sólo venden bebidas
sin alcohol. La gente del DF siempre tiene prisa y no respeta las señales,
continúa Norma. Es como conducir un bote en Los rápidos. Yo no puedo hacer otra
cosa que asentir con la cabeza. Tengo jaqueca; anoche bebí hasta tarde y no soy
capaz de negar los juicios de Norma. Sé que tiene razón: para la gente de fuera
conducir en DF es cosa de locos.
De pronto calla. Mira la calle, la gente que
pasa y las cosas que suceden fuera del café. Tiene un cuerpo bastante bueno. Me
acostaría con ella sin pensarlo dos veces. Sin embargo, no es precisamente
guapa. Hay algo en sus facciones que podría alejar a más de uno. Es como si su
rostro revelase una mente retorcida. Es feminista.
¿Sabes dónde queda la calle República de
Brasil?, pregunta Norma. Acto seguido, me mira y bebe café sin dejar de mirarme
por encima de la taza. Hago un esfuerzo por recordar. Estoy seguro que sé, es
allí donde se ubica la Coordinación Nacional de Literatura. Es natural que
quiera ir allí, a la Coordinación. Ya, le digo, lo más cercano es bajar en la
estación Zócalo y caminar por detrás de la Catedral, pasando Donceles. Dice que
no tiene idea. Recuerda que no soy de aquí, exclama. Vale, digo yo, te llevaré
en cuanto pueda. Norma se emociona. Es un truco mujeril, lo conozco bien. Te
hacen creer que has sido tú quien lo ha propuesto. Me sorprende que siendo
feminista se valga de estas jugarretas. Me agradece infinitamente y luego se
lanza al ataque: dice que es importantísimo que se presente antes de pasado
mañana. Ya, digo… Lo sé, ahora debo decir que no se preocupe, que yo mismo la
llevaré mañana. Así es como uno se ve inmiscuido en un problema ajeno por culpa
de una mujer.
2
Norma se hospeda en el hotel Milán.
Los gastos corren por su cuenta, la editorial no ha querido pagar siquiera los viáticos.
La han hecho venir hasta DF con la promesa de publicar un poemario suyo que
llevará por título Malas intenciones. Así,
cuando le digo, camino a la calle de República de Brasil, que yo tengo buenas intenciones para con ella, ríe y
comenta que soy un hombre bastante aburrido. Dice preferir a los hombres
malintencionados. Por supuesto, aludimos al nombre su poemario.
Dejo ir a Norma delante de mí. Hay que caminar
en fila india para poder pasar entre toda la gente que circula por las calles
del centro histórico. Al mismo tiempo, le miro el culo. Es uno bastante bueno. Es
lo único por lo que valdría la pena estar aquí… si supiera que Norma se
acostará conmigo… No es así. Incluso estoy seguro que Norma no se acostará
conmigo. Lo sé por la forma en que me hizo venir hasta aquí. No es una mujer
directa, se anda con rodeos y es de las que usan a los hombres para cumplir sus
propias metas. Al final se rehúsan a pagar los servicios que les han prestado.
Es el tipo de mujer que normalmente conocemos como: maldita bruja.
Bueno, aquí estamos: República de Brasil 37,
Coordinación Nacional de Literatura, exclamo cuando hemos llegado. Nos ha
tomado más tiempo del pensado. Al final no he recordado el modo exacto de
llegar y rodeamos. Norma saca la lengua y jadea como un perro. Lo hace en broma
pero en el fondo me odia por haberla hecho caminar más de la cuenta.
No quiero entrar. La espero afuera mientras
fumo un cigarrillo. Al mismo tiempo pienso en la gente de fuera, que tiene
miedo de conducir en DF. Hemos hecho bastante mala fama. Se cree que si vienes
a DF seguro te robarán. No es verdad, yo he vivido aquí veintisiete años y
jamás me han robado algo. Sin embargo, también dicen que vivir aquí te aviva el
ojo. He escuchado decir, por ejemplo, que Colombia es un sitio muy peligroso.
Un colombiano debe sentirse seguro en DF.
Norma sale. No ha tardado más de veinte
minutos. La eterna decepción: no hay nada en la Coordinación Nacional de
Literatura que pueda servir a un escritor. Es una institución burocrática más.
Papeles y fotocopias por triplicado. No hay nada de provecho que uno pueda
sacar.
¿Y bien?, le pregunto al tiempo que echo la
colilla de mi tercer cigarrillo al suelo y la plasto con la suela del zapato. Nada,
dice, todo bien. No hablamos más del asunto. Ambos lo sabemos: esto fue perder
el tiempo.
Norma propone ir por un trago. Se ha leído en
mis textos que soy un borracho. No es mentira, así que acepto. La llevo a Las
escaleras, que está cerca, en la calle de Donceles.
3
Si vienes de fuera, Las escaleras deben
parecerte el clásico sitio de película donde puedes amanecer muerto. Muy
probablemente sea verdad, pero hasta ahora, no me he enterado de nada parecido.
Excepto del chico que navajearon hace un año. Al menos, no amaneció muerto. Lo
llevaron en ambulancia al hospital. Como sea, yo no lo vi. Así que no temo.
Para mí, Las escaleras son un sitio tan seguro como cualquier otro.
Le digo a Norma que no mire a la gente de ese modo.
Es mejor no mirar a nadie, hacer lo tuyo y no hablar de ser necesario. Si
alguien se te acerca y pide un trago, es mejor dárselo. Al final puede que
ellos también te inviten a ti. Norma está intranquila. Pide que nos vayamos, a
un lugar menos… menos así, dice. No estoy de humor para discutir. La gente de
fuera tiene miedo de conducir en DF.
Nos vamos a otro lugar, a las afueras de la
Catedral. Es un café con buena pinta. El americano vale veinticinco pesos. Casi
lo que vale una cerveza familiar en Las escaleras. La cerveza chica cuesta
treinta pesos. No puedo evitarlo y se lo digo. Norma dice que me deje de cosas,
que ella invita las primeras tres rondas. Me pido una cerveza. La gente de
fuera está dispuesta a gastar en DF. Vienen con los bolsillos llenos porque
saben que este viaje les costará. Encima, tienen miedo.
Hablamos de su libro. Me cuenta que es una
colección de cincuenta poemas. Poemas bastante cortos. Ya, digo yo. Dice que
son poemas escritos a lo largo de cuatro años. Lo dice como si eso, el esfuerzo
de cuatro años, bastase para hacerlos buenos. Yo no he leído uno solo. Antes de
venir me los envió por correo electrónico, pero nunca los leí. También envió su
fotografía y es por lo único que acepté ser su guía de turistas. Tiene un
cuerpo bastante bueno.
A la segunda cerveza pregunto si le gusta el
sexo. Lo pregunto como quien pregunta si te gusta el color azul, o la música de
Schubert. Norma me mira y sospecha. Venga le digo, no es nada personal.
Finalmente dice que sí, pero prefiere hacerlo con gente que quiera. Me está
diciendo que no lo hará conmigo. Ella y yo, Dios, ¡qué vamos a querernos! No
nos hemos visto nunca antes, y ni siquiera tenemos tema de conversación. Le
digo que la gente de fuera sigue pensando como antes. Pide que explique. Ordeno
otra cerveza y le digo que lo olvide, no es importante. Insiste, dice que he
tocado el tema y ahora quiere saber. Bueno, digo, eso de acostarse con gente
que se quiere, es muy… Muy mojigato, lo sé, interrumpe Norma al tiempo que ríe.
Ya digo, lo has dicho tú. Brindamos.
La gente de fuera tiene miedo de conducir en
DF, tiene miedo de ser robada en DF, y es mojigata. Demasiados prejuicios para
una tarde, digo. Norma asiente. Dice que lo que es ella, sólo tiene miedo de
las dos primeras. Se rehúsa a ser tachada de mojigata. Le digo que si no lo es,
yo podría darle una noche que le sacaría cien poemas de amor. Lo digo en broma,
pero también en serio. Ella lo piensa, o al menos finge pensarlo y al final
dice: eso tendría que verlo para creerlo.
4
Al anochecer regresamos a la
Roma. Paso a dejarla a su hotel, en la calle de Álvaro Obregón. Durante el
trayecto no hemos hablado más sobre acostarnos. Faltan cuatro días para que
Norma se vaya; no hay prisa, pienso. Norma también debe pensar algo al respecto
cuando estamos en la entrada del hotel. No luce con intenciones de pasar
dentro. Se demora preguntándome qué hora es, y dónde queda la famosa plaza de
Garibaldi. Desea arreglar de una vez nuestro siguiente encuentro. Quiere que la
lleve a la plaza de Garibaldi, pero no quiere ser ella quien lo propone. Desea
que yo diga: vale, mañana te llevaré a Garibaldi. Sin embargo, yo odio
Garibaldi, y a menos que se acueste conmigo esta noche, no la llevaré aunque me
pague.
Norma pregunta si aún tengo cigarrillos. Saco
la cajetilla de la chaqueta. Quedan dos. Los encendemos y fumamos. La miro a
los ojos, en busca de una señal. Casi la encuentro, pero también veo en ella
mucho miedo. No quiere pasar por una mojigata, pero tampoco desea hacerlo
conmigo. No esta plenamente convencida. Además, tiene dentro de sí todos esos
complejos suyos, los del feminismo, que le impiden ser tratada como a un
objeto.
Hace frío, dice. Ya, digo. ¿Regresarás a pie?,
pregunta. Aquí hay una oportunidad, pienso. Alzo lo hombros, como si no me
importase. En realidad, no me importa. No estoy lejos de casa, podría caminar
sin cansarme antes de estar dentro de mi cama. ¿No es peligroso que regreses a
pie?, pregunta. La gente de fuera tiene miedo de regresar a pie, de noche, en
DF. No lo sé, contesto, todo es peligroso: ducharse es peligrosísimo, podrías
resbalar y matarte. Norma ríe, dice que le encantaría tomar una ducha caliente
y acostarse… Venga le digo, entremos. Acto seguido, tiro la colilla de mi
cigarrillo a una jardinera. Norma hace lo mismo y no dice nada más. Se encamina
a la habitación y yo la sigo.
Nos
sentamos en la cama. No sabemos exactamente qué hacer. Incluso yo me pregunto
por qué demonios tuve que entrar. Hubiese sido mejor irme a casa, bebe y
dormir. Ahora tengo que cumplir mi palabra: dar a esta mujer el mejor sexo de
su vida. Ni siquiera tengo ganas, pero lo he dicho y debo cumplirlo. Así es
como uno se ve envuelto en un problema por culpa de su propio egoísmo.
5
Al amanecer despierto en la cama
de un hotel de la colonia Roma. Norma no está. Sus ropas siguen en la silla,
así que al menos no me ha abandonado del todo. Me levanto y cojo mi ropa. Me
visto de prisa, quiero salir antes que Norma regrese. No quiero volver a verla
nunca más. Norma tenía razón: es mejor hacerlo con personas a las que quieres.
En casa me pego una ducha y
recobró el control de mí mismo. He dejado a norma botada, pero me siento bien. Ahora
pueden darle por culo. No seré nunca más su guía de turistas, y me importa un
carajo su libro de poemas. Incluso me siento seguro.
6
Por la tarde llaman al móvil. Es
norma. Dice que dónde demonios estoy, y por qué me fui. Me defiendo diciendo
que ella me dejó primero. Es mentira, dice. Estabas dormido cuando me levanté y
fui a comprar cerveza. Esto me pega duro. Si hubiese sabido que fue por
cervezas no la hubiese dejado. Ella no bebe mucho, lo hizo por mí. Sin embargo,
ya estoy metido en esto. He sido un patán y debo
continuar siéndolo. Lo siento, le digo: se ha terminado. ¿Qué se ha terminando?,
pregunta al borde de un ataque de histeria. Olvídalo, digo, se ha terminado.
¿Qué es lo que se ha terminado, Dios?, pregunta una vez más. No sé que decir,
así que cuelgo el teléfono.
El teléfono vuelve a sonar. Esta vez no
contesto. Sé lo que debo hacer. Debo resistir hasta que deje de sonar. Cada
sonido es como un martilleo. Del otro lado hay una mujer que ha pasado la noche
conmigo. Ha dicho que sólo se acuesta con aquellos que quiere de algo. Quizá me
ha tomado cariño, pero yo… no puedo coger la llamada. He salido de allí sin
despedirme y la he dejado plantada. No puedo volver atrás.
La gente de fuera tiene miedo de conducir en
DF, de ser robada en DF, es mojigata, y las mujeres de fuera creen que los
Defeños somos unos hijos de puta. Probablemente tengan razón en todo.
Gracias, Hacia un tiempo no leía las narraciones de Whiskey en las rocas.
ResponderEliminargracias por compartilos un abrazo <3
ResponderEliminarcual seria la versión, un defeñ@ llega a "x" ciudad provinciana, ¿cual serian sus temores? ... }
ResponderEliminarq muchas veces, son muy ...groseros con los defeños....
ResponderEliminarExcelente!!!
ResponderEliminarEXCELENTISIMO......
ResponderEliminarExcelente!!!!
ResponderEliminarME RE ENCANTA! MUY BUENO.
ResponderEliminarPrecioso...
ResponderEliminarMuy buena historia, me encantó...
ResponderEliminarExcelente texto como todos los que escribe Martin Petrozza, gracias, saludos.
ResponderEliminarExcelente texto!
ResponderEliminarMagnifico anti-heroe. Es una historia en blanco y negro en la que las armas de mujer estan magistralmente utilizadas en su contra por un sinverguenza encantador, ese que a todos nos habria gustado ser alguna vez.
ResponderEliminarQuisiera opinar. Viví cada alusión al D.F. (como le conocí formal desde el comienzo).Por mi parte, recuerdo nítidos,el paso de los vehículos, del trolebús,de la maravilla ingeniera del metro, llenos al tope,las decenas de transeuntes...
ResponderEliminarSe sabe que en toda gran ciudad acechan peligros, e incluso,aunque menos, en las pequeñas comarcas, pero esa es la vida.
Bien pintado el cuadro en el texto, como siempre, Martín, ¡buen narrador! o sea, excelente.A propósito, desde hace tiempo ansío regresar a México y a ese De Efe como me acostumbré a llamarle, al estilo formal.Ahora más interesada aún en recorrerlo palmo a palmo aunque por las tabernas solo por el frente,abstemia yo,y medio´mojigata´ ¡Jajaja! Formidable, Petrozza.
Me gustò ese juego de paralelismos entre los peligros de la gran ciudad y los de una relación que va creciendo sin que se sepa hacia dónde va. Buen relato.
ResponderEliminary si......la vdd cuando andas en chilangolandia te cuidas de q no te salgan los chakales......
ResponderEliminarpero kienes manejan peor q los chilangos son los tapatios
ResponderEliminarLos de fuera tenemos muchos prejuicios... será?
ResponderEliminarLa narrativa es envolvente y la trama es muy amena. Felicidades.
ResponderEliminar