Sofía
pidió su primer vaso de whisky en las rocas en medio de una discusión sobre la
concepción del Hombre. Con su primer vaso quiero decir el primero en toda su
vida. Tenía la creencia de que el alcohol cegaba la imaginación y la volvía
inútil. Sofía estudiaba la licenciatura en Filosofía en la Panamericana, lo que
equivale a decir que Sofía estudiaba a Hegel y a los socráticos pero no a Kant
o a Freud, autores vedados por el Opus Dei. La conocí por Cheve, un jefe que
tuve cuando trabaja en una escuela de ese órgano religioso. Sofía fue un día a
la escuela porque quería enseñarle su tesis. Ese día él no estaba en su lugar
pero estaba yo, sentado en el escritorio de a lado fingiendo trabajar. Tenía la
computadora abierta y trabajaba en un diseño escueto de un poster para unos
campamentos de verano. También tenía un libro abierto, La crítica de la razón pura, el cual leía en horas de trabajo para
matar el tedio. Sofía se acercó a mí, preguntó por Cheve y, al ver que leía a
uno de sus principales enemigos filosóficos, me preguntó que si en esa escuela
me dejaban leer a Kant. Trabajar para el Opus Dei no te hace ser parte del
sistema, le contesté, molesto. Sofía me dijo que si quería aprender verdadera
filosofía le llamara para que me recomendara unos libros. Apunté su teléfono en
mi celular y no me volví a acordar de ella tres años después.
Una noche, mientras revisaba los
contactos de mi celular para ver quién podía invitarme un trago, encontré su
número de teléfono: Sofía, decía. Tardé unos minutos en reconocer de dónde
provenía aquel contacto hasta que recordé ese día en el trabajo. La llamé por
inercia. Contestó al segundo timbrazo y dijo, alo, ¿quién habla? Cuando escuché su voz no supe qué responder. Lo
primero que se me ocurrió fue decirle que había leído a Kant y lo había
encontrado vacío. Recomiéndame unos filósofos, dije. Sofía me colgó el
teléfono. Como estaba aburrido decidí volver a insistir. Llamé tres veces y no
contestó. A la cuarta lo hizo, gritando. ¿Quién carajos eres? Me gritó al oído
porque no tenía otro lugar a dónde gritarme. Hace un tiempo fuiste a buscar a
Cheve y me encontraste leyendo La critica
de la razón pura, argumenté como última opción. Yo esperaba escuchar el
clásico trinar del teléfono cuando se corta la comunicación pero, en vez de
eso, volví a escuchar la voz de Sofía. Claro, me dijo, eres el empleado de
Cheve. La palabra empleado me
molestó. Le conté que tres años atrás había dejado de trabajar para él. ¿Por
qué me llamas hasta ahora?, preguntó ofendida. Porque apenas hoy volví a ver tu
número de teléfono, contesté con tono arrepentido. No hablamos mucho pero
quedamos de vernos el sábado en el café La Selva del centro de Tlalpan.
El sábado a las tres de la tarde
estaba en el café La Selva, sentado en una mesa para fumadores mientras
esperaba a Sofía. Tenía La crítica de la
razón pura en la mesa y una cajetilla de Marlboro que fumaba como si se
fuera a acabar el mundo. Estaba nervioso, muy nervioso, y también me preguntaba
por qué demonios seguía ahí, esperando a una mujer que no conocía y llevaba
media hora de retraso. A los pocos minutos llegó, vestida con una blusa negra y
una falda negra también. La falda le llegaba arriba de las rodillas. Tenía unos
zapatos blancos, bajos, y no llevaba calcetines. El pelo suelto y su tez blanca
adornaban su esqueleto. Es una mujer guapa, pensé mientras apagaba un Marlboro
en el cenicero lleno de colillas.
La invité a tomar asiento y le
ofrecí un cigarro. No fumo, dijo con un
tono petulante, de esos que suele usar la gente para discriminar a los
fumadores. Bien, contesté, y prendí un nuevo cigarrillo. Sofía pidió un té chai o lo que signifique eso. Platicamos
de nuestras vidas. Le conté sobre mi labor docente en el Tecnológico y sobre mi
investigación lingüística en lenguas indígenas. Para ese día ella ya había
terminado la carrera de Filosofía y estaba estudiando una Maestría en Filosofía,
también, pero en la UNAM. Contra todo pronóstico ya no criticó a Kant. Me dijo
que había descubierto la verdad filosófica en sus tratados. También me dijo que
ya no me podía recomendar libros porque nos gustaban las mismas cosas y seguro
ya conocía todo lo que pudiera ofrecerme. Hablamos de Kant por un rato. En
algún momento sonó mi celular. Contesté, hastiado. Hola, tío, llegamos a tu
casa en media hora, escuché que dijeron en el teléfono antes de colgar. Era
Petrozza. No me dio tiempo de decir ni sí ni no. Conocía a Petrozza, jamás me
contestaría el teléfono de nuevo porque no quería escuchar una negativa de mi
parte. Sofía, dije resignado, hay una reunión en mi casa. Te invito. Sofía
preguntó que quién estaría en la reunión y le dije lo de siempre: Petrozza,
Salmoneo y Verónica, quizá. Mis amigos de siempre. Aceptó ir porque le prometí
una noche llena de debates filosóficos.
Salmo, ¿para ti qué es el hombre?
Preguntó Sofía mientras pedía su primer vaso de whisky en las rocas. El hombre
proviene de los conceptos de mismisidad y otredad, contestó él mientras daba un
sorbo a su cerveza Indio. Encontrarse en el otro no es un reflejo del hombre
sino de la imitación, al menos que el hombre sea sólo imitación, entonces ahí
estaría resuelto el problema, contesté para no quedar fuera de la conversación.
Sofía bebió el primer trago de whisky. Cuando pasó el trago, hizo la cara
chueca, tosió y escupió un poco. Petrozza, que regresaba del baño se sentó en
el sillón individual y al ver la cara de Sofía le preguntó que qué tenía de
malo el whisky. No tiene nada de malo, pero sabe muy fuerte, contestó ella.
Acto seguido, dio un segundo sorbo a su vaso.
Sofía y yo caminamos de La Selva a
mi casa. El trayecto es corto. Basta pasar la calle Juárez hasta llegar a San
Fernando, cruzar la avenida y adentrarse en la colonia de enfrente. Hubiéramos
hecho veinte minutos de no ser porque antes pasamos a un Oxxo a comprar
cervezas, un whisky y dos cajetillas más, una de Marlboro y una de Delicados.
Llegamos a mi casa cuarenta minutos después de la llamada de Petrozza. Cuando
doblamos la esquina lo alcanzamos a ver sentado en la acera, fumando un cigarro y
moviendo la mano firmemente en dirección a Salmoneo. Salmoneo estaba recargado
en la puerta de la casa, tenía una pierna flexionada hacía atrás y su suela
chocaba contra la puerta. Llegamos junto a ellos, los saludamos y entramos a la
casa. Cuando Sofía entró, alcancé a ver cómo Petrozza le miraba impúdicamente
las nalgas.
Salmo, Sofía; Petrozza, Sofía;
Sofía, Petrozza y Salmoneo. Los presenté. Llegamos directo a sentarnos en la
sala, que es lo más cercano a la puerta de entrada. Petrozza fue al
refrigerador, tomó una bandeja de hielos y la llevo a la mesa de centro junto
con cuatro vasos. Salmoneo fue al estudio por un cenicero y acto seguido
también lo depositó en la mesa de centro. Sofía se sentó en el sillón grande.
Yo corrí a prender el estéreo, que en ese momento tenía un disco de canciones
latinas interpretadas por el tenor Juan Diego Flores, y me senté a lado de
Sofía. El orden en mi casa es automático, tanto Petrozza como Salmoneo saben
directamente qué hacer al llegar. Si hubiera estado Verónica habría corrido a
abrir las ventanas.
Júrame
sonaba en el estéreo. La voz de Juan Diego Flores inundaba nuestro recinto
de manera dramática. Encendí el cigarrillo y me puse un whisky en las rocas.
Salmoneo sirvió otros dos whiskys, uno para él y uno para Petrozza. Le ofreció
uno a Sofía pero ésta lo rechazó tajantemente. Apenado, corrí a la sala y le
serví un vaso de Coca Cola. Mientras fui a la cocina, Petrozza le preguntó
sobre su vida. Sofía habló de su maestría en Filosofía y de su licenciatura en
Filosofía. Ya, entiendo, aunque la filosofía se aprende en la calle no en las
aulas, contestó Petrozza. ¿Qué es el hombre?, preguntó a Salmoneo quien dejaba
de servir whiskys. El hombre es una mierda, contestó Petrozza en su lugar. Lo que propiamente hace humano al hombre, es un
cierto contenido que se llama “persona” y resulta que su caracterización es que
ésta es única, irrepetible, no parecida a ninguna otra. Contestó Sofía con aire
de inteligencia y olvidando a Salmoneo. El poeta Auden decía que el hombre es
aquel que tiene voluntad, siguió Salmoneo. Bajo este concepto, argumenté
mientras dejaba la Coca Cola en la mesa de centro, el hombre es único y decide
por sí mismo y es precisamente ese carácter inigualable quien impediría que se
pudiera dar un definición precisa sobre el Ser. Vaya, seguí, el estudio del
hombre tendría que partir de la metafísica y no de cualquier metafísica, sino
de una teológica, por lo que la religión tendría, hasta cierto punto, una
validez. Petrozza se acabó su primer whisky en las rocas y comentó. En eso
Garrison tiene razón. De lo individual y
único no cabe ciencia. Vaya: si cada cuerpo físico cayera a velocidad distinta,
no habría posibilidad de una ley universal, filosofó mientras daba un sorbo a
su pitillo. Entonces, si queremos hablar del hombre tenemos que etiquetarlo, entendió
Salmoneo. Sofía, que odiaba ver al hombre como una copia hizo una mueca, pensó
su respuesta y calló. Le dio un nuevo sorbo a su whisky en las rocas
Sofía es una mujer guapa. Mientras la plática seguía en
torno a la filosofía yo me dedicaba a verla. Seguía sentada junto a mí, cada
vez más cerca. Su tono de voz cambiaba con el paso de los minutos por culpa del
whisky. Llevaba dos vasos, yo llevaba tres y a los demás les había perdido la
cuenta. El disco de Juan Diego Flores terminó. Petrozza fue al estéreo y puso a
Kreator, una banda alemana que a él y a mí nos gustaba de vez en cuando. A la
tercer canción del nuevo disco ya miraba a Sofía con lujuria. No podía creer
que estuviera ahí, hablando con nosotros como si nos conociera de siempre. Más
tarde llegó Carolina, la amiga de Petrozza a quien había llamado, según dijo,
en una de sus idas al baño. Nos saludó, corrió a besarlo y se sentó en sus
piernas. La plática seguía girando en torno a la filosofía. Pasaba el tiempo y
hablábamos de lo mismo y no llegábamos a nada.
Qué es la mismisidad, me preguntó Sofía. Es el punto por
el cual, a través de ella, de la trascendencia y la determinación se construye
la idea del hombre, contesté. Es separarse del mundo para ser parte de él,
agregué mientras le miraba las piernas a Carolina quien estaba frente a mí y me
dejaba ver todo, sin querer. Petrozza hizo una mueca de cansancio ante el tema
que no paraba, tomó a Carolina de la mano y la llevó al piso de arriba. Yo me
quedé con Sofía y Salmoneo en la sala, platicando un rato más. Hablamos de la Antropología de Kant, del problema del
hombre en San Martín y en Sellés y sobre Estela, uno de los amores de Salmoneo.
Yo me aburría cada vez que Salmoneo hablaba de ella pero Sofía parecía
entretenida por ser la primera vez que escuchaba hablar de la hija del dueño de
una tienda de abarrotes. Gracias a la plática entre Salmoneo, Sofía y Estela
como objeto, pude saber que el padre de Sofía tenía una empresa de maquinaria
química, que vivía en la calle de Arenal y que su madre era súper numeraria del
Opus Dei. También supe dos o tres cosas más sobre Estela.
Al cuarto whisky Sofía estaba sentada prácticamente
encima de mí. Había pasado una hora desde que Petrozza subió con Carolina y
todavía no bajaban. Salmoneo, quien notó la evolución de los whiskys de Sofía y
su proximidad con cada uno de ellos, inventó una excusa y salió de la casa por
un rato. En ese momento acabó la filosofía, acabó San Martín, Kant, Selles,
Estela y Sofía. Nos quedamos solos y me acerqué a ella como quien se acerca a
la Venus de Milo. Sofía me tomó de la mano y me preguntó que por qué no la
había llamado en tanto tiempo. No supe cómo responder bien a eso. A decir
verdad, contesté, no te llamé porque nunca creí que fueras a salir conmigo.
Sofía apuró su vaso de whisky, me tomó de la mano y me beso lentamente.
Comencé a tocarla pero esa noche no hicimos el amor.
Petrozza, sin darse cuenta, bajó del cuarto junto con Carolina. Fueron al
refrigerador, tomaron unas cervezas y se sentaron en la sala. Carolina preguntó
por Salmoneo. Salió a la tienda, contesté con desánimo. Sofía me volvió a tomar
la mano, como para traquilizarme. Su mano me decía que no me preocupara, ya
habría muchas tardes y muchas noches para terminar lo empezado.
Ya no hablamos de filosofía. Carolina volvió a poner a
Juan Diego Flores en el estéreo. Platicamos de cualquier cosa, del día, de
cervezas, de cuál era el mejor cigarrillo. Cuando Salmoneo regresó hablamos de
Roberto Bolaño, autor que tenemos por alta estima tanto él como yo. Al parecer
Carolina y Sofía esa noche se llevaron bien. Yo las veía hablar, desde lejos.
Mi cuerpo estaba ahí pero mi mente vagaba en el recuerdo de los labios y los
senos de Sofía. Veía a Petrozza fumar como loco y a Salmoneo muy atento a las
palabras de las mujeres. Esto debe ser el Hombre, pensé, mientras ponía mi
vista en la cara de Sofía que me decía, con insistencia, que el Hombre se
resume en el rostro de una mujer.
Muy bien el texto. Sobre todo cómo se aborda una cuestión filosófica a partir de una reunión.
ResponderEliminar"el hombre se resume en el rostro de una mujer."... Excelente
ResponderEliminarSat Nam, excelente narración y muy interesantes temas, gracias por compartir, Bendiciones.
ResponderEliminarMUY BUENO LO QUE ESCRIBISTE ,...
ResponderEliminarMuchas Gracias por darnos la oportunidad de conocer esta Obra...Saludos
ResponderEliminarExcelente!!!
ResponderEliminarExcelente!!!
ResponderEliminarHe leido todito :) muy bien escrito... me gusto.
ResponderEliminarGrandeeeee!!!!!!Me recuerda a Tanya !!!!!!!
ResponderEliminar"Chidote... :)"
ResponderEliminarMuy exquisito como se desarrolla el texto y sobre todo como Silvia, participa abiertamente para probar la tesís de que "el alcohol ciega la imaginación"
ResponderEliminarAtrapa tu narrativa, tu blog ...
ResponderEliminarExcelente... me recordo a Octavio Paz sobre la otredad. Me gustó. Y creo que a Octavio le hubiera gustado ese final tan acorde.
ResponderEliminarEn tu linea, me gusta el estilo de hacer un relato interesante de algo tan banal como unas copas unas tias a las que intentar tirarse con un final absolutamente real. Me gustaria leer la resaca de Sofia, pero seria pedir demadiado.
ResponderEliminarAbordas un problema filosofico desde una perspectiva sencilla. es bueno.
ResponderEliminarLo bueno de estos personajes es que quisiéramos tener uno
ResponderEliminarOtro autor, Guillermo Garrido, pero la calidad siempre excelente, gracias, un abrazo.
ResponderEliminarhabla el enamorado...
ResponderEliminarMuy bueno jaja cheve ya se va..
ResponderEliminarJajaja, cómo. A dónde?
ResponderEliminar"El Hombre se Resume en el rostro de una Mujer" es Interesante...
ResponderEliminarexcelente!
ResponderEliminarBueno al principio, despues se alarga demasiado por el medio. Luego emborrachan a Sofia quien desde el principio declaro no tomar. Cerdo. "La cara ... en el rostro de una mujer."? Y si el hombre fuera gay? Alas que esto es solamente mi modesta opinion.
ResponderEliminarEsta muy padre prof, felicidades :)
ResponderEliminarAtt. Euge y María