Me invitaron a una reunión de escritores en la que recitaría el
poeta José Emilio Rendón. Yo no había escuchado de él, y por supuesto, nunca
había leído nada suyo, pero me aseguraron que era una bomba. Una bomba puede
significar dos cosas, pensé. Que sea muy bueno, o muy malo. Sin embargo, era
evidente que querían decir que era un poeta estupendo. De cualquier modo
contesté que iría. Principalmente porque dijeron que no tenía que llevar nada.
Quiero decir, que ellos comprarían el alcohol. Aún así, llené la licorera con
whisky antes de ir, cosa que resultó acertada porque en la fiesta solo daban
mezcal y daikiris.
La invitación me la
enviaron al correo electrónico, no sé exactamente por qué, alguien que yo no
conocía en persona. Así que iba solo, y cuando llegué nadie me saludó. En la
invitación ponían que la fiesta sería en la calle de Zacatecas. Por aquel
entonces yo vivía en la calle de Querétaro. Todo lo que tuve que hacer fue
caminar una cuadra antes de llegar. No tuve que llamar a la puerta, estaba
abierta y había gente por todos lados. Incluso en la calle, fuera del edificio.
Fumaban y bebían pero no hablaban entre sí. Supuse que todos eran demasiado
pedantes para hablar con alguien más.
Dónde sentarse no había,
todas las sillas y sillones estaban ocupados. Me quedé de pie, en medio de la
estancia, tratando de reconocer a alguien. Al poeta José Emilio Rendón, o
aquellos que enviaron la invitación, dando por sentado que me conocían. Al
mismo tiempo daba tragos a la licorera. Tenía la necesidad de emborracharme lo
antes posible. Antes de que lograra ver las cosas desde la sobriedad, y
entendiera que lo mejor era largarse de allí.
Entonces me tocaron el
hombro. Una mujer me había reconocido. Me saludó entusiasta. Dijo: es un placer
que hayas venido. Modestamente respondí que el verdadero placer era haber sido
invitado. Luego le pregunté quién era. Riendo se presentó. Soy la persona que
te envió la invitación. Ya, dije. El remitente de la invitación era 242rfs@hotmail.com De haber imaginado que
242rfs era una chica… Me ofreció beber algo. Así supe que sólo daban mezcal y
daikiris. Tuve que negarme. Saqué la licorera de dentro de la chaqueta y brindé
con ella, que bebía una copa de mezcal.
242rfs me presentó con
algunos colegas suyos. Se plantaba frente a alguno y le decía: te presento a
Martin Petrozza, el escritor de Whisky en las rocas. Entonces me estrechaban la
mano y me abrazaban y me decían que yo era una bomba. Al parecer 242rfs se
había dado a la tarea de publicitarme. Yo no conocía a ninguno, pero todos con
los que me llevaba habían leído mis textos. Le di las gracias por ello y saqué
un cigarrillo. Antes de que pudiera encenderlo, 242rfs lo encendió por mí. Le
agradecí, y dijo que me presentaría con José Emilio Rendón.
2
Rendón estaba sentado en uno de los
sofás. Era un tío bastante grande, regordete y con barba tupida. Aparentaba
unos cuarenta años. A su lado estaba una mujeraza. Mucho menor que él. La chica
le tocaba la pierna y no tenías que ser un genio para saber que se acostaban.
Nos acercamos a él. 242rfs
nos presentó. Rendón no se levantó para saludarme. Ni siquiera me estiró la
mano. ¿Martin Petrozza?, dijo, lo siento, no te conozco. Era un mamón de mierda
y no hacía nada por ocultarlo. Vestía un saco café, con parches en los codos y
fumaba un habano. Ya, dije, yo a ti tampoco. Entonces se levantó. Pensé que me
diría algo, pero sencillamente pasó de mí. Se plantó en medio de la estancia y
anunció que recitaría. Todos callaron y le miraron. Algunos aplaudieron.
Alguien hizo parar la música. Alguien más apagó las luces, y encendió una sola,
que daba directamente al poeta José Emilio Rendón. Dios, ya comenzaba a
odiarlo. Lo imaginé planeando la instalación de aquella luz y ensayando parase
allí, debajo, para recitar a sus invitados. No podía creer que a los cuarenta y
tantos tacos continuase pensando en coas así.
Bueno, el poeta José Emilio
Rendón recitó un par de poemas. No demasiado largos para aburrir a la gente y
tan cortos para dejarnos con ganas de más. En realidad eran buenos poemas, y
hubiesen sido mejores si no tuviera esa puñetera actitud.
Leyó sin dejarse el puro en
la mesa. Leyó con voz enérgica y haciendo ademanes exagerados para enfatizar
sus figuras poéticas. Al final se inclinó ante la ola de aplausos y chiflidos
tan histriónicamente como una foca amaestrada. Los aplausos. Eso era todo para
lo que Rendón escribía.
3
Rendón terminó de recitar y todos nos esparcimos. Una histeria por
presentarse se apoderó de todos los invitados. Se acercaban a ti y decían, hola, mucho gusto, soy el escritor tal. Tuve
que saludar a un par, que se plantaron frente a mí y me dijeron sus nombres, y
cuando yo les dije el mío, contestaron: sí, sí, de Whisky en las rocas, ¿no?
Comencé a creer que yo realmente era famoso.
Quise probar con alguien
más. Elegí una chica, por supuesto. Una rubita de buen ver que se paseaba por
allí con un daikirí en la mano. Me acerqué y me presenté. Mucho gusto, dije,
soy el escritor Martin Petrozza. Ella me sonrió, y antes de que pudiera decir
algo, agregué: sí, sí, el de Whisky en las rocas. Lo siento, dijo ella, creo
que no sé de qué me hablas, pero yo soy la poetisa Gabriela Sosa. Le estreché
la mano y le pregunté si no me conocía. Le repetí mi nombre y lo de Whisky en
las rocas. Hizo un esfuerzo por recordar pero al final no lo logró. Ya, dije,
es igual.
De la nada apareció 242rfs.
Se colocó entre nosotros, y nos preguntó qué tal con José Emilio, ¿no es una
bomba?, exclamó. Gabriela y yo nos miramos. Rendón era bueno, como ya dije,
pero estaba lejos de ser cualquier clase de bomba. Gabriela asintió con la
cabeza y sonrió. Yo dije: es bueno, es bueno. 242rfs se alegró. Dijo que ya nos
haría llegar la invitación a otro recital, algo más formal, y se marchó. Bueno,
le dije a Gabriela, y a todo esto, ¿cómo es que has venido a caer aquí? Gabriela
soltó una carcajada. No lo sé exactamente, ¿y tú?, dijo.
Nos sentamos a platicar,
por dos motivos. El primero, es que ni ella ni yo conocíamos a alguien más. El
segundo, que no hacerlo era tan absurdo como hacerlo, como estar allí. Le
ofrecí un cigarrillo y lo aceptó. Encendí su cigarrillo y luego el mío. Me
contó que la habían invitado electrónicamente, un tal 242rfs. Una tal, corregí.
Bueno, conté mi parte, que era exactamente igual a la suya. Esto nos hizo
sospechar, y a modo de broma, inventamos un montón de hipótesis, como que el
poeta Rendón, alma narcisista hasta el hartazgo, hacía invitar a un montón de
desconocidos a su casa por medio de una cadena de correos enviados desde la
dirección 242rfs, haciendo pensar a todos que era un poeta muy famoso y lleno
de amigos, aunque en realidad, nadie se conocía entre si, y todos iban solos,
como Gabriela y como yo.
Lo raro, le dije, es que
aquí casi todos han leído mis textos. Esto la asombró muchísimo, porque la
gente a la que 242rfs le había presentado también había leído, no sabe
exactamente como, los poemas que había escrito para una revista hace mucho
tiempo. Reímos, nerviosos; ya comenzábamos a creer que las hipótesis
descabelladas, no lo eran tanto.
Al poco rato, todo se
volvió más tenebroso. Un par de chicos se nos acercaron y preguntaron si podían
sentarse a nuestro lado. En el sillón que estábamos cabían dos más si Gabriela
y yo nos acomodábamos. Eso hicimos y ellos se sentaron, y no pudiendo más con
la curiosidad, les pregunté si alguno de ellos era amigo de Rendón. Ambos
dijeron que no, que jamás habían escuchado hablar de él antes de hoy. Gabriela,
que casi salta sobre mí para llegar a ellos, les preguntó si también fueron
invitados por 242rfs, y si venían solos. Ambos dijeron que sí, que se habían
conocido recién y sospechaban que todo esto era una farsa. Soy Martin Petrozza,
dije, de casualidad… ¿han escuchado mi nombre alguna vez? Uno de ellos asintió.
Dijo que un par de textos míos venían adjuntados en los correos que había
mandando 243rfs antes de la fiesta, en la lista de invitados, o algo así. Querrás decir 242rfs, apunté. No,
no, dijo, 242rfs es quien nos invitó, y 243rfs es quien envió textos tuyos y de
un montón más para que nos conociéramos. Todo esto sale a mi entendimiento,
exclamó Gabriela.
Continúanos intercambiando
impresiones. Incluso con otros más, porque ninguno de los cuatro podía soportar
la idea de que todos en esta fiesta habían venido solos, y ni ninguno conocía
personalmente a José Emilio Rendón. Todos convergíamos en dos cosas: no
sabíamos exactamente por qué demonios estábamos allí, nunca habíamos escuchado
hablar de Rendón, ni le conocíamos, y era un maldito mamón de mierda. Así
descubrí que no fui el único al que Rendón dejó con la mano estirada. Lo había hecho
con todos y cada uno de los presentes. Y esa 242rfs se había comportado con
todos como conmigo; había creado en nosotros, de algún modo, la sensación de
que éramos famosos. Y por encima, que Rendón era aún más famoso y conocido,
lleno de amigos y tan bueno como para dar mezcal y daikiris en su fiesta.
4
Estaba harto. Cada uno de nosotros llamó a otro para ver si era
cierto todo lo que habíamos elucubrado. Yo había tenido suficiente. Le dije a
Gabriela que me iría de allí inmediatamente, que por mí, podían quedarse todos
a revelar el misterio de esta farsa. Tiré la colilla de mi último cigarrillo al
suelo, sobre un tapete que lucía caro , y lo aplasté con la suela de mi zapato.
Acto seguido, me encaminé a la salida.
Antes de llegar a al
salida, me dieron ganas de ir al baño, y bueno… ya estaba allí. Así que regresé
a buscar el cuarto de baño. Antes de irme le dejaría mi último regalo a este
hijo de las mil putas de Rendón. Encontrar el sanitario no fue difícil, estaba
en el mismo lugar que siempre: al fondo y a la derecha. Era un cuarto de baño
bastante elegante. Me bajé los pantalones y bueno… fue allí y haciendo eso que
se me ocurrió.
Venga, ¿por qué no vienes a
mi casa?, le dije a Gabriela, a la que había abandonado en medio de todo ese
alboroto. Hay cerveza y hay whisky, y es mejor que estar en este circo.
Gabriela lo dudó, supongo que se pensaba que yo la estaría ligando o tratando
de llevar a la cama. Esto podía ser verdad, pero aún no lo sabía. Todo lo que
deseaba era sacarlos a todos de allí. Le dije a Gabriela que podíamos invitar a
esos dos. Los señalé. Eran los que pidieron permiso de acomodarse en el sillón.
Y a esos, dije y esta vez señalé a los segundos que se acercaron. Y a eso, y a
esos, y a esos, repetía y señalaba a todo el mundo, sin ton ni son. Venga, le
dije, podemos llevar a todos a mi casa. Gabriela, que ya lo había comprendido,
pegó un brinco de alegría y aceptó. Ella misma se encargó de hacer las
invitaciones; yo me paraba detrás de ella y asentía con la cabeza. Repetía: hay
whisky y cerveza, y todos podemos ir.
Nos bastaron quince minutos
para sacarlos a todos de la fiesta de Rendón. 242rfs estaba vuelta loca. Pedía
que por favor nos quedáramos, que Rendón recitaría más poemas. Pero a nadie el
importaban los poemas de Rendón. Nadie sabía a ciencia cierta porqué carajos
estaba allí. Salían en de uno en uno, o en parejas o en grupos, y notabas que
el barco se estaba hundiendo y no había nada que 242rfs pudiera hacer para
evitarlo.
5
Entramos a mi casa. Éramos
alrededor de cuarenta personas. Nos acomodamos como pudimos. Estábamos felices
de haber salido de allí, aunque no sabíamos exactamente qué hacer. La cerveza y
el whisky que había en mi casa no alcanzaría para apagar la sed de todas estas
personas.
Bueno, dijo alguno de
ellos, ¿y ahora qué hacemos? La situación era ridícula. Cuarenta tíos metidos
en un departamento, apretujados, en silencio y sin bebida. No daban ganas ni de
moverse.
La idea fue de Gabriela.
Propuso que yo leyese alguno de mis textos. Yo los había librado de las garras
de Rendón y además, estábamos en mi casa. La ocasión se prestaba para ello,
según ella. Los demás no estuvieron de acuerdo, pero tampoco en contra. Incluso
hubo algunos gritos a favor de que lo hiciera. No estaba seguro, pero tampoco
hallaba un modo mejor de pasar la velada, así que cogí mi vieja libreta, que estaba
botada en la mesa, y me paré en medio de la estancia. Gabriela se ocupó de
todo. Apagó las luces y me alumbró con la lámpara de su teléfono móvil. Ahora
yo era el centro de atención.
Comencé a leer un texto, con la voz insegura y pensando en qué mierda
era todo esto, cuando noté que alguien comenzó a murmurar. Gabriela les hacía
callar, pero poco a poco los murmullos crecían como una ola que se acerca. Eran
más y más fuertes, y tuve que subir el volumen de mí voz. No pude con ellos.
Inevitablemente murmuraban y se ponían de pie. Gabriela les pedía silencio y
respeto por aquel que leía, pero la cosa era inminente: abrieron la puerta y
comenzaron a salir. Primero de uno de uno, pero luego en parejas y en grupos, y
yo no podía detenerme. Continué leyendo hasta que el último salió.
Le dije a Gabriela que eso
era todo, que estábamos acabados.
Me encantó desde el primer renglón hasta el último; me reí con el famoso que nadie conocía. Se fueron uno a uno, a lo mejor se acabó la cerveza. Pertenezco a un grupo literario llamado, whisky en las rocas, no pensé que fuera un libro, a veces, paso por los años, sin conocer a los famosos jovenes escritores. Tengo que ponerles cuidado, para cuando me inviten a un recital, pues si es que lo hacen, no soy famosa ni rica, pero sí buena muchacha.
ResponderEliminarDivertido, entretenido, inteligente, muy bueno tendria que decir, pero crei que cerraria fuerte.
ResponderEliminarGracias por tus letras y saludos cordiales.
Ruben Sosa
MUY BUENO...
ResponderEliminarJajajaajaja, que excelente texto hermano!!
ResponderEliminarExcelente como siempre
ResponderEliminarya se te extrañaba
Excelente!!
ResponderEliminary terminaste siendo y haciendo de Jose Emilio Rendón, te robaste su identidad ;)
ResponderEliminarLinnndo!!!!!
ResponderEliminarEl final de antiheroe que yo habria imaginado, he podido darle algunas identidades al cabronazo de Rendon y todas podian cuadrar. Ah! Que no falte la cerveza, salvo a cuatro chalaos que la literatura nos hipnotiza a los demas les quitas las copas y al carajo. Muy bueno.
ResponderEliminarOriginalísimo, Petrozza. Nada más que me apenó, los invitados se desmotivaran por la falta de bebida, aunque pensándolo bien, mejor así; cualquiera no se imagina un grupo bastante numeroso para el caso, de desconocidos del anfitrión, y para colmo borrachos. De ahí venía alguna responsabilidad, y no había condiciones para ésta. Caray,lo que impacta, es "que te dieran de tu propia medicina"(salir todos del lugar).¡Muy buena historia! diferente y sorpresiva.
ResponderEliminarbuena anecdota
ResponderEliminarNo creo que te robaste los invitados, creo que todo lo planearon entre Martin y Rendon desde el principio, para que los invitados fueran a escuchar a Martin a su casa.
ResponderEliminarRicardo Posada
Ah que sabroso tertulias regadas con alcoholito y buena platica
ResponderEliminarTe envié mis comentarios al correo de whiskey, espero que no te moleste la opinión de este humilde colega.
ResponderEliminarun texto muy acertado que trata sobre el ego de los escritores, quiza la moraleja sea que hasta el mas humilde escritor es un egocéntrico!!
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