Texto por: Roberto Araque.
Intentaba
escribir un relato. Hice de todo, sin embargo, después de cuatro horas la hoja permanecía
intacta. Decidí salir del cuarto e ir al baño. Me desnudé y me senté sobre el poceta
(retrete) para dejar fluir mis ideas. No sé si es raro, pero allí me relajo;
mis mejores cuentos los he escrito sobre la poceta – tu olorcito apesta, el
llamado que me suena a peo, me cago
en tu puta mierda perra o ¿qué coño le pasa a tu culo que se anda regalando?-.
Eso sólo lo hago en casos de emergencia, aquella era una; tenía un mes sin
publicar y como vivo de lo que escribo mi situación económica era crítica.
Tomé
el lápiz, el papel, un pedazo de cartón y decidí escribir las primeras palabras
de mi nueva obra – para ese entonces-. Nada. Ni una palabra. Mi mente estaba bloqueada.
Luego, no sé si por costumbre o porque estuve como una media hora sentado sobre
la poceta, me dio por cagar. Cagué. Mientras lo hacía surgió una idea
maravillosa y horrenda al mismo tiempo. En un primer momento la deseché por
considerarla grotesca, era un tema que nunca había explorado. Después recapacité,
tal vez no era tan mala. Sólo debía darle un enfoque literario para hacerla
digerible. Sin embargo, tenía dudas. En todo caso, era mejor que nada. Si me
aparecía en la editorial con el relato lo podrían rechazar, pero me daba la
excusa perfecta para pedir un adelanto. Necesitaba el dinero porque ni una
cervecita me había tomado desde que Petrozza – uno de mis compinches de farra-
vomitó sobre las tetas de Susan – otra de mis compinches -, eso fue hace como dos
meses antes de publicar el relato del que hablo. La falta de alcohol me impulsó
o me dio el valor para continuar con mi proyecto. Eran las 6:00 de la mañana,
debía entregar un relato de 20 páginas a las 7:00 am. El editor, el viejo Irán
– así le decían los colegas de
redacción-, era un tipo muy puntual y rencoroso; cuando un escritor se ganaba
su desprecio nunca más se volvía a saber de él. Y el viejo esperaba mi relato.
Varias veces me había advertido lo que sucedería si no le entregaba un relato
para la fecha acordada. Estaba en su lista negra. Como eso era lo único que
tenía en la cabeza me dispuse a desarrollar la idea, la cual era genial, pero el
asunto era cómo iba a plantear el tema sin terminar con un cuento que tronchara
mi carrera de escritor. Eso me asustaba un poco. Justo cuando todo estaba
mejorando suceden cosas como estas; hace dos meses recibí el premio nacional de
literatura por un relato - ¿qué coño le
pasa a tu culo que se anda regalando?-, ahora estaba contra las cuerdas a
punto de perder mi empleo. Me había costado mucho encontrar una revista que
pagase lo justo por mis relatos. Podía perder todo por lo que había luchado,
pero no tenía nada más y el plazo se había agotado. Me lamenté por las horas
perdidas y por el dinero despilfarrado en ron y putas. Pero ya nada se podía
hacer, sólo tenía que escribir. Aunque después de todo no era tan malo, sólo
debía concéntrame.
Lo
primero que hice fue establecer las pautas; en mi relato no habría más que tres
o cuatro personajes, no habría muchos diálogos y la acción transcurriría en
diversos escenarios, pero sin describirlos. En la primera parte de mi relato
narraría lo que le sucede a la mierda cuando está en el retrete y nadie baja la
perilla; sería como una metáfora del aborto o el devenir de huérfano. El
concepto era sencillo y brutal, ningún escritor lo había abordado – según mi
conocimiento-. Me gustó tanto la imagen que le dediqué el relato a mi novia
Daniela que estaba en Francia. Tenía meses que no la veía, pero todas las
noches la llamaba para recordar el tonito agudo de su voz. La extrañaba, pero
ella parecía cada vez más distante. Como una luz que titila antes de apagarse o
el eco que pareciese que se aleja por cada zumbido, ella terminaría conmigo; por
eso las relaciones a distancias no funcionan.
Comencé
el cuento, lo llamé: Todo lo que sale del
hueco ubicado al final de tu raja es poesía para mis ojos. Como se me hacía
difícil imaginar una plasta en el retrete, me levanté y observé el pedazo de
mierda que había expulsado. Lo detallé; era marroncito, ni tan grande ni tan
pequeño, de forma tubular con una punta redondeada y dura, la otra me recordaba
a la cúspide de una barquilla, de contextura pastosa como un la mezcla de un
pastel de frutas antes de hornear y tenía unos trocitos negros sobre su
superficie que parecían chispas de chocolate - en ese instante recordé que me
había comido un plato de caraotas
(frijoles negros) la noche anterior-. La luz que se filtraba a través de
la ventana de mi baño daba justamente sobre el hueco del retrete, en ciertos
instantes el agua irradiaba destellos de luz que me hacían parpadear, no
obstante, a la imagen le faltaba algo. Se veía muy opaca, faltaba colorido.
Oriné por un borde de la poceta para que el chorro no dañara el mojón – trozo de
mierda-. Ya estaba, el color amarillento de mi orina otorgaba una gama de
colores bien definido. A medida que se desasía el mojón se mezclaba con el
amarillo y todo se volvía como un claro oscuro que iba desde el blanco hasta el
marrón, pasaba por una fase intermedia que era el amarillo en diferentes
tonalidades. Me pareció hermoso así que busqué la cámara fotográfica para
inmortalizar el momento. Tomé una foto, la imprimí y la llamé: el mojón estrellado. Le coloqué ese
nombre porque me recordó a un cuadro de Van Gogh.
En ese instante comencé a
escribir, lo hacía como un caballo desbocado. Las palabras surgían de mi mente
tan rápido que apenas podía llevar el ritmo. Todo resultó magnifico. En el
cuento describí hasta el más mínimo detalle del proceso de defecar. Luego qué
ocurre con la mierda cuando está en el retrete, hasta cuando desaparece de la
vista de su progenitor. En la segunda parte del cuento, desarrollé la historia de
un hombre que estaba profundamente enamorado de su mujer, la cual muere en un
incendio cuando cuidaba de su hijo en casa. Todo se calcina. Fue tan voraz el
incendio que los cadáveres se evaporaron. La única cosa que se salvó fue un
pedazo de mierda que estaba en el retrete. El hombre lo toma y se aferra a él
como el único recuerdo de su pasado – de su mujer en este caso-. Lo coloca en
un frasco y lo lleva consigo para todos lados; viaja con él para la playa, la
montaña, los Alpes suizos –las vacaciones soñadas por su esposa muerta- y lo
lleva a cenas románticas a luz de luna.
El clímax del relato llega cuando una
noche el hombre borracho, adolorido y desquiciado, se traga el mojón para fundirse
con lo único que quedaba de su mujer; después se bañó con gasolina y ya sabrán
lo que pasó. Cuando lo terminé me sentí
tan complacido que ni siquiera lo corregí. Lo que me pareció extraño es que no
tenía ni un error. Resultaba gratificante estar junto a mi obra, pero, como
suele suceder después de un gran desgaste, necesitaba comer, además debía
entregar el relato a la editorial. Pensaba en cobrar mi pago, era lo que más me
entusiasmaba. Fui a la cocina a preparar mi desayuno con lo único que había en
la despensa; carne, un pedazo de arepa y queso. Cuando comía observé una cosita
marrón pegada a mi mano, pero recordé que no me había limpiado el culo por lo
tanto debía tener las manos sin suciedad. Esa cosita marrón que estaba en mi
comida era un trozo de arepa con carne molida de la noche anterior, creo que
era eso. Eso no tuvo importancia, pero si me puso a pensar; por largo tiempo me
había tragado cosas, ahora con este relato las expulsaba y me sentía aliviado. Después de comer me coloqué unos pantalones,
una franelilla y con unas sandalias rosadas me dirigí a la editorial.
Al
llegar pude ver que el viejo Irán estaba en su oficina. Cuando me distinguió
fue a mi encuentro y dijo unas cuantas cosas que no recuerdo, luego pidió el
relato. Le expliqué que no era gran cosa, pero había puesto gran esmero en esta
obra en particular. El apenas leyó las primeras cuatro páginas se detuvo, me
miró perplejo y preguntó:
-¿Qué
es esto?-
-
Mi relato.- Respondí.
-Es…Es…No
puedo expresar mi sorpresa. Esto es… ¡Genial!-
-
Gracias-
-
Vaya que es una obra maestra. Chico eres un genio. Te daría un abrazo, pero
hueles raro. Imagino que es porque sólo te dedicas a escribir. No deberías
descuidarte tanto. Sé que eres un bohemio, pero la imagen importa, también la
higiene.-
-Sí,
señor. Gracias por el consejo.
-
Mira. Vamos a hacer algo. Anda a tu casa, te duchas, comes, descansas y en la
noche te vas a mi casa, tenemos que celebrar. No lo terminaré de leer, lo enviaré
directo a redacción. Lo publicarán mañana.-
Regresé
a casa exaltado y de inmediato me dirigí al baño. Allí estaba mi musa dispuesta
en el retrete, aunque no como lo había dejado; ya no quedaba mucho de ella en
estado sólido. Lamentablemente era el momento de la partida, pero no tuve el
valor. No bajé la perilla, lo dejé allí para que se terminara de disolver en el
agua. El olor era nauseabundo, pero la imagen resultaba hermosa. Me detuve a
contemplarla y le tomé varias fotografías como gesto de despedida.
Al
día siguiente se publicó el relato tal y como había prometido el Señor Irán. No
asistí a la reunión porque me encontraba cansado. Ya en la tarde mi teléfono no
paró de sonar. Muchas personas me llamaban para felicitarme por tan buen
relato, otros lanzaban una crítica, sin embargo, no pasó desapercibido. En
todas las personas generó un impacto enorme, para bien o para mal. Por meses se habló de de otro premio nacional y, quizá,
un viaje a Estocolmo. Desde que se publicó se han hecho como 200 ensayos de mi
relato, psicólogos, psiquiatras hasta religiosos se han pronunciado, por allí
hay un libro que te explica cómo analizar Todo
lo que sale del hueco ubicado al final de tu raja es poesía para mis ojos, no
lo he leído.
Me invitaron de cinco universidades para explicar el relato, sin
embargo, hasta ahora he rechazado sus peticiones. Durante esos días hice arte
con toda la mierda que expulsaba, a la gente le gustó – aún le gusta-pero eso
no me quita el sueño. Lo que sí me preocupa es que en estos tres meses aún no
he bajado la perilla de la poceta, tampoco he limpiado el baño, y Daniela viene
este fin de semana, decidió venir a vivir conmigo.
Texto por: Roberto Araque.
cada quien escribe donde se sienta a gusto!
ResponderEliminarGracias. Thays Sanchez. Nadie ha dejado comentarios, así que supongo que los ha dejado boquiabiertos mi relato jejeje En sí los escritores sacamos todo lo que llevamos dentro y lo plasmamos en un papel. Todo eso que nos corroe - toda la mierda- tenemos que sacarlo porque sino nos volvemos locos. Y no soy el único que lo dice....
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